Quinta
Feria, 31 de marzo
San Amós, profeta
San Amós, profeta
(s. VIII a.C.)
Breve
Leer
al profeta Amós es traer al presente las injusticias sociales que ya
existían en el siglo VIII aC. Parecen escritas hoy mismo.
Es
de temer las consecuencias que sobrevendrán, teniendo en cuenta lo
que pasó entonces: la invasión terrible de Senaquerib, rey de
Asiria, que arrasó con todos los palacios, se apropió de todas sus
riquezas, y se llevó prisioneros a todos quienes habitaban el Reino
Norte de Israel, dejando solo en libertad a los más pobres de la
región, para que cultiven la tierra en su propio beneficio.
Lo
mismo pasó luego con Nabuconodosor, rey de Caldea, respecto al Reino
de Judá - zona sur del país- , décadas después. Solo dejó a los
mas pobres para que cultiven en paz las tierras, y se llevó
especialmente al destierro a los más poderosos y ricos de Judá a
Babilonia.
Sabemos
por la Fe que todo esto sucedió porque Dios mismo juró que
levantaría su mano en contra de su propio pueblo elegido, como
escarmiento y signo para las demás naciones.
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Amós
era pastor de Tecoa, al límite del desierto de Judá. No era miembro
de los clubs de profetas de Israel; ninguna escuela profética.
Simplemente Dios le llama, sacándolo de sus labores pastoriles y lo
manda a profetizar a Israel.
El
marco en que desempeña su ministerio profético está situado junto
al santuario de Betel.
Y
la época particular de su función para “hablar en nombre de otro”
-en este caso, de Dios- es en el reinado de Jeroboán II (783-743 a.
C.). Es uno de los momentos gloriosos del pueblo de Israel
consideradas las cosas desde el punto de vista humano; se vive en paz
y tranquilidad, el Reino del Norte se extiende y enriquece hasta el
punto que el
lujo de los grandes y poderosos es un insulto para la miseria en que
está el pueblo. Incluso el esplendor del culto -con inusitado boato-
encubre la ausencia de
una religión verdadera.
Con
un estilo sencillo y tan rudo como cabe esperar de un pastor que pasa
su vida entre los animales que cuida en soledad, condena la vida
corrompida de las ciudades, se indigna por las desigualdades sociales
que claman al cielo como grita una injusticia, y
protesta por la falsa seguridad depositada por sus contemporáneos en
los ritos religiosos que están vacíos porque
no llevan a compromisos personales.
Dios
castigará a los poderosos -clase dirigente- de Samaria que pecan
maltratando a los pequeños del pueblo. Critica las
idolatrías, violencias, injusticias, disolución y universal
corrupción en la que está sumido el rebaño elegido.
Por
primera vez emplea dos expresiones que luego serán utilizadas
ampliamente en la literatura profética posterior. Habla del “día
de Yahwéh”, cargado de acentos terribles, para designar el momento
en que Dios tomará justas decisiones
reivindicativas; en medio de tinieblas, Yahwéh castigará a Israel
por sus maldades, utilizando a un pueblo que en la mente
del profeta Amós es Asiria sin llegar a mencionar su nombre.
Otra
expresión novedosa es “el resto”, término con el que se quiere
designar a una porción de israelitas fieles al yawismo puro en
quienes reposará la esperanza de una perspectiva de salvación
posterior.
Desde
siempre ambicionó el hombre las riquezas para poseer, el poder para
dominar a los demás y la gloria para alimentar su soberbia; esto
trae como directa consecuencia el
oscurecimiento y el eclipse de Dios. Amós, profeta,
dijo en su nombre que Él mira y valora lo de "dentro".
Cumplió
con valentía el encargo dificultoso de hablar claro y sin tapujos
para clarificar actitudes,
aunque le llevaran a sufrir las acusaciones de Amasías, sacerdote de
Betel, y la persecución de su hijo Ozías.
¿Verdad
que a pesar de tantos años aún no se aprendió la lección?.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos y la intercesión de
San Amós, profeta, puedan nuestros líderes civiles, militares y
eclesiásticos estar a la altura de tu Santo Nombre y jamás
transigir con el Mal, la Corrupción o la Violencia contra los más
débiles. Que ninguno de ellos sean pastores mudos, que no sean
capaces de dar aviso del peligro ni enfrentar a las fieras que viene
a devorar al rebaño. Amén.
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