Domingo 13
de marzo
SAN
NICÉFORO
PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA
Confesor
(†
829)
Breve
Valiente
hombre de Fe. Es uno de los pocos casos de un laico que fué elevado
directamente al pontificado Oriental. Defiende la veneración de que
deben ser objeto las imágenes sagradas, y lucha por mantener a la
Iglesia Oriental alejada de toda injerencia del emperador en
Constantinopla. Muere desterrado pero con la victoria asegurada para
el catolicismo. Recibe el título de Confesor, que se le asigna a
quienes sufrieron destierro y maltratos por defender la Fe Católica,
un título equiparable al Mártir.
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FRANCISCO
MARTÍN HERNÁNDEZ
No
eran muy halagüeños para la Iglesia de Oriente los tiempos en que
vino al mundo en Constantinopla, hacia el año 750, el pequeño
Nicéforo. Su padre, Teodoro, era secretario del emperador
Constantino Coprónimo, hombre caprichoso y sectario, que, siguiendo
la política iniciada por su padre, León III el Isáurico, iba
llevando hasta sus últimas consecuencias de crueldad y de tiranía
la lucha iconoclasta contra la ortodoxia católica.
La
oposición a las imágenes, nacida en un ambiente de cesaropapismo
oriental, y en la manía dogmatizante de sus emperadores, llevaba en
su misma raíz otras influencias no menos peligrosas. No se trataba
ya de la lucha más o menos descarada contra una representación de
la divinidad o de los santos, sino que llevaba consigo, más bien,
uno de los grandes acontecimientos de la historia universal, cuyas
consecuencias fueron incalculables.
A
más de perturbar por una larga serie de años los asuntos religiosos
y sociales del Imperio, daba lugar a una oposición cada vez más
abierta contra las directrices que podían llegar de Roma, que
ciertamente poco había de esperar de unos emperadores que se
constituían a la vez en herejes y perseguidores, interviniendo en
todos los asuntos internos de la Iglesia, y que iban metiendo
insensiblemente en el pueblo y en las altas jerarquías la idea de la
separación definitiva y del cisma. Eran
necesarios hombres de gran Fe, de Fortaleza y de Prudente Serenidad
para detener, siquiera fuera por momentos, el terrible mal que se
avecinaba. Uno de ellos iba a ser nuestro santo, Nicéforo de
Constantinopla.
El
padre de Nicéforo, siendo éste todavía niño, es despojado de su
cargo y viene a morir en el destierro, por no doblegarse ante las
órdenes imperativas del Coprónimo. Educado en este heroísmo de fe,
bajo la tutela de su madre Eudoxia, y con los mejores maestros de la
ciudad, va recibiendo el joven Nicéforo una formación sobresaliente
en lo religioso y en lo intelectual.
Con
los años, nuestro Santo es conocido por todos como hombre bueno y
prudente, amigo de hacer el bien, y acérrimo defensor de la
ortodoxia. En el período de paz que se inicia con la emperatriz
Irene y su hijo Constantino VI por el año 780, es llamado a la
corte, concediéndosele con todos los honores el mismo cargo de
secretario imperial que había desempeñado su padre. Desde este
momento, Nicéforo va a poner toda su influencia en desarraigar del
Imperio los antiguos resabios de la herejía.
Como
legado del emperador asiste al segundo concilio de Nicea, VII de los
ecuménicos (a. 787), donde brilla, aunque era lego todavía, por su
sólida formación literaria, el conocimiento profundo de las
cuestiones eclesiásticas, y por su gran elocuencia. A pesar de esto,
hay en nuestro Santo unas tendencias más señaladas, que le llevan
al retiro y a la oración del claustro, donde parece encontrar el
medio más adecuado para una labor de apostolado. Con este fin se
retira a las orillas del Bósforo, en la costa asiática, donde
construye por su cuenta un monasterio para entregarse al estudio, a
la austeridad y a la oración, sin que por ello reciba el hábito de
religioso.
El
emperador, por su parte, cuidando de aprovechar sus buenas
cualidades, le llama de nuevo a la corte, pero Nicéforo seguirá su
vida de monje aun en medio de todo el boato imperial.
Modelo
de virtud, se dedica a hacer la caridad entre los necesitados. Por
designación del príncipe se hace cargo del hospital general de
Bizancio y por su cuenta recorre las casas de los pobres, deja en
ellos su dinero y su hacienda, llenando a todos de la suavidad de su
trato y de su abnegada solicitud.
A
nadie pues podía extrañar, fuera de algunos monjes que no veían
con buenos ojos la elevación de un lego directamente al pontificado,
el que Nicéforo, a la muerte del patriarca Tarasio, fuera designado
por el pueblo y por el emperador para sucederle.
De
este modo, el 12 de abril del año 806, habiendo vestido antes el
hábito de monje, y recibidas las órdenes anteriores, el humilde
funcionario de la curia imperial se sentaba en el trono patriarcal de
Santa Sofía. Bien sabía Nicéforo a lo que le destinaría su
dignidad y, como previéndolo, durante su consagración tuvo aferrado
entre las manos un memorial, que él mismo había compuesto en
defensa del culto a las imágenes, y renovando el juramento de
defenderlo en el acto de la posesión, fue a depositarlo detrás del
altar mayor como testimonio público de las intenciones que llevaba
en el momento de recibir su alto y difícil cometido.
La
subida al pontificado de San Nicéforo no había agradado del todo a
las diversas tendencias religiosas que por entonces pululaban en la
capital del Imperio de Oriente. Muchos entreveían una nueva
intromisión del emperador en los asuntos reservados de la Iglesia; y
otros aun de buena fe, como el famoso San Teodoro Studita, temían
cierto servilismo de parte del patriarca a todas las iniciativas de
la corte.
El
nuevo elegido logra, a fuerza de mansedumbre y de paciencia, inspirar
confianza a todos, aun teniendo que renunciar, como a veces hiciera,
a ciertas prerrogativas de su dignidad en la noble intención de no
suscitar divergencias, dada la situación delicada en que se
encontraban todavía las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Él
mismo da cuenta de su modo de actuar en una carta, que envía al papa
León III, donde admite humildemente que, si es cierto que hubo de
ceder en algunas cuestiones transitorias ante el emperador, no lo
hizo sino llevado del bien de la paz y aun de la misma libertad de la
Iglesia.
Con
todo, esta paz deseada no iba a ser, por desgracia, duradera. Y es
ahora, cuando ya entran en juego no solamente los principios vitales
de la fe, sino los derechos inviolables de la misma Iglesia, cuando
Nicéforo será el primero que se inmolará a la cabeza de su pueblo
por defender la verdad ante la insolencia y sectarismo de sus
perseguidores. Mientras llega el momento, él trabaja como buen
pastor de su grey en la mudanza y total reforma de las costumbres y
sus preceptos dados desde el púlpito recibirán doble fuerza por la
conducta y fiel ejemplo de su vida.
Durante
este tiempo empieza San Nicéforo el copioso apostolado de su pluma,
que le colocará entre uno de los más prestigiosos escritores de la
Iglesia de Oriente. Sus obras, y más aún las que escribe en el
destierro, dan noticia de su espíritu elevado, un conocimiento
profundo de las Sagradas Escrituras y de la literatura patrística,
de su amplitud de doctrina, unido todo ello a una dialéctica sutil y
a una fina observación.
El
10 de julio del año, 813 el patriarca Nicéforo coronaba emperador a
un buen soldado, gobernador de la provincia de Natolia, León V el
Armeno, que hubiera sido un excelente monarca, de no haberse dado a
resolver cuestiones de teología en nada aptas a su cargo y
condición. Tal vez por seguir el ejemplo de los Copránimos o por
creer que con ello iba a robustecer más su poderío, de hecho, ya
desde el principio de su reinado, empieza a declararse contra lo que
él llamaba "la herejía de las imágenes", rechazando todo
lo decretado en el concilio anterior de Nicea.
Con
su conducta consigue adeptos entre algunos obispos y hombres de
influencia, como el gramático Juan Hylilas.
Pero
el emperador busca, sobre todo, ganarse la voluntad del patriarca.
Pronto se da cuenta, sin embargo, de la ineficacia de sus recursos y
la situación se va agravando con ello más y más cada día. Ya no
se hace solamente cuestión del culto de las imágenes, sino de la
intervención o no intervención de la autoridad civil en materia
religiosa.
El
emperador trata con ruegos y concesiones de atraer al pontífice,
pero éste permanece inflexible, llegando a decirle en una ocasión:
"Nosotros no podemos mudar las
antiguas tradiciones: respetamos las imágenes santas, como lo
hacemos con la cruz y con los libros del Evangelio".
(Notemos que los iconoclastas adoraban la Cruz y los Evangelios, pero
no las imágenes del Señor y de los santos).
El
emperador no se aviene y a veces hasta usa de estratagemas para ir
debilitando la decisión del Santo. Una noche anima secretamente a
unos soldados de su guardia para que con todo descaro se mofen de una
imagen de Cristo que estaba en la gran cruz colocada sobre las
puertas de la ciudad. De ello toma ocasión para mandar que se
quitaran las imágenes de todas las cruces, con el pretexto de evitar
nuevas profanaciones. El patriarca ve ya lo
que se avecina y con sus obispos y abades se entrega al silencio de
la oración y de la penitencia.
No
tarda mucho en reunir el emperador en su palacio a todos los obispos,
ortodoxos y herejes, para que discutan en su presencia las diversas
cuestiones. Los primeros, con Nicéforo a la
cabeza, le piden con toda humildad que deje libre el gobierno de la
Iglesia a sus pastores; pero León V, enfurecido, les arroja de su
presencia, rodeándose de sus adictos, a quienes constituye en jefes
de la Iglesia oriental.
Pronto
se reúnen éstos en conciliábulo y citan al patriarca para que dé
razón ante ellos de sus hechos. Nicéforo se presenta, y movido de
santa indignación les increpa: "¿Quién
os ha dado esta autoridad?. ¿Ha sido el Papa o alguno de los
patriarcas?. Os excomulgo, ya que en mi diócesis no tenéis
jurisdicción y la habéis usurpado". Los obispos
le quieren deponer, pero esperan a que se decida el emperador.
La
ocasión llega pronto, con motivo de las fiestas de Navidad del año
814. León V, siguiendo la costumbre tradicional, se presenta en este
día al lado del patriarca en la basílica de Santa Sofía para
venerar los sagrados iconos, pero, instigado por los suyos, se niega
a hacer lo mismo en la de la Epifanía.
En
seguida, y ya sin miramientos, empieza una tremenda persecución
contra todos los adictos a la ortodoxia católica. Pronto el
patriarca se ve abandonado por la mayoría de los obispos. Estos
quieren hacerle comparecer de nuevo ante ellos y, como se negara,
prohíben que se hiciera conmemoración de su nombre en los oficios
divinos, instando a la vez al emperador para que, deponiéndole, le
condenara definitivamente al destierro.
No
mirando a que el venerable anciano estaba retenido en el lecho por
una enfermedad, deciden su deposición al principio de la Cuaresma.
Llevándole en unas angarillas en la noche del 13 de marzo del 815,
le arrojan en una barca, que le había de conducir a la orilla
asiática del Bósforo, a Scútari, para ser internado en el
monasterio de San Teodoro, que él mismo había construido a poca
distancia de la ciudad.
Desamparado
de todos, ultrajado, manda en seguida su abdicación a los de
Constantinopla, y se dispone a pasar sus últimos días en la soledad
y el recogimiento, que tanto añorara en la juventud. En
su destierro Nicéforo sufre y ora, se consuela con los libros santos
y escribe a su vez, siempre con el propósito de desarraigar de su
pueblo la herejía y el error.
Con
el advenimiento al trono de Miguel el Tartamudo (a. 820) los
ortodoxos quieren reivindicar de nuevo a su patriarca. Pero el nuevo
emperador es también hereje y pretende ganarse al santo varón,
haciendo que rechace de plano la doctrina que la Iglesia y los
concilios habían sostenido sobre las imágenes.
San
Nicéforo prefiere seguir padeciendo por la verdad y de este modo,
lleno de fatigas y de trabajos, en su pobre celda del destierro y a
los setenta años de edad, muere gloriosamente el 2 de junio del año
829.
Cuando
más tarde, en la paz que dan a la Iglesia de Oriente San Metodio y
la emperatriz Teodora, vuelve a sonar con gloria el nombre de
Nicéforo, sus reliquias son trasladadas con todo esplendor a la
basílica de los Santos Apóstoles de Bizancio, el día 13 de
marzo del año 847. De nuevo se iba a encontrar el pastor entre
su pueblo; martirizado, pero con la luz de la gloria, y también con
la humildad y mansedumbre en que siempre había vivido.
La
Iglesia griega da a nuestro Santo el título de confesor de la fe y
celebra su fiesta el 2 de junio, aniversario de su muerte. La Iglesia
latina lo hace el 13 de marzo, aniversario a su vez de la traslación
de sus reliquias.
Oración:
Te pedimos Señor, que a semejanza de San Nicéforo, sepamos tener en
nuestros hogares expuestas las imágenes del Sagrado Corazón de
Jesús y el Sagrado Corazón de María, al igual que un Crucifijo, y
con Amor y Agradecimiento besarlas con frecuencia. Que siempre
sepamos hacerlo antes de salir del hogar, ya que no sabemos si
habremos de regresar. A Tí Señor que siempre nos alertaste de que
debemos estar preparados para partir en cualquier momento. Amén.
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