jueves, 10 de enero de 2019


Quinta Feria, 10 de Enero

Beato Gregorio X


Papa Nª 184

(† 1276)

Creador del sistema de cónclave para la elección del Papa

"Que mi lengua se pegue a mi paladar, si yo no pongo a Jerusalén, a la cabeza de todas mis alegrías"

Breve
No era sacerdote, cuando lo nombraron Papa (184). Diplomático eximio, y conocedor al detalle del Derecho Canónico. Trabajó con denuedo por la unión con los ortodoxos, logrando superar el Cisma, aunque fué por poco tiempo. Organizador de la defensa de Europa, contra los Turcos Otomanos.
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El papa Beato Gregorio X (1271-1276), es uno de los Romanos Pontífices, más insignes del siglo XIII, que constituye el apogeo de la Iglesia medieval. Con Inocencio III (1198-1216), se puede decir que la Iglesia y el Pontificado, llegaron al cenit de su prestigio y significación, siendo los papas, verdaderos árbitros de las coronas de los reyes, y fueron motivaciones religiosas, los que los que guiaban en sus empresas a estos hombres, que fueron los más eminentes de su tiempo.

En este estado de florecimiento religioso, continuó la sociedad europea, a través de todo el siglo XIII. Entre sus principales manifestaciones, podemos notar el gran esplendor de las universidades y estudios medievales, en París, Oxford, Bolonia, Salamanca, y otros importantes centros, y con figuras tan prominentes, como Alejandro de Hale y San Buenaventura, San Alberto Magno, y Santo Tomás de Aquino. Lo mismo podríamos decir, del gran apogeo del arte religioso, que nos presenta las grandes catedrales góticas de París, Reims, Chartres y Amiens; Milán, Burgos, León y Toledo, por no citar más que las principales.

Pues bien, el gran mérito de Gregorio X, estriba en haber sabido mantener, este prestigio extraordinario de la Iglesia, en un tiempo en que debido a una serie de dificultades, existió un gravísimo y persistente peligro de decadencia eclesiástica. Sus extraordinarias cualidades naturales, y sobre todo, el esfuerzo de su virtud y espíritu eclesiástico, fueron los que realizaron una obra tan trascendental para la Iglesia.

Se llamaba Teobaldo Visconti, y pertenecía a una ilustre familia italiana. Nacido en Piacenza, en 1210, se distinguió desde sus primeros años, por su aplicación y constancia en el estudio, que fue coronado con extraordinarios éxitos.

Se dedicó de un modo especial al Derecho canónico, que cultivó en Italia, y más tarde en París, donde mientras tanto, florecían a la sazón los estudios escolásticos. Pero a la par que en sus estudios, brilló particularmente por el temple de su virtud, y por su espíritu eminentemente eclesiástico.

Por esto, ya en estos primeros tiempos, se mostraba siempre dispuesto a toda clase de sacrificios, que el servicio de Dios le exigiera, y no había dificultad capaz de detenerlo, en las empresas que juzgaba, eran para la gloria de Dios.

Conociendo sus superiores eclesiásticos, su extraordinaria erudición, relevantes cualidades, y profunda virtud que lo distinguían, lo nombraron, primero, canónigo de Lyon, y poco después archidiácono de Lieja. Más aún, Inocencio IV (1243-1254), le ofreció el obispado de Piacenza, pero él renunció a tan elevado honor. Sin embargo, sus cualidades naturales, y el temple de su virtud, se pusieron cada vez más de manifiesto.

Durante el Concilio I de Lyon. que fue el XIII ecuménico, y que fue celebrado por Inocencio IV, el cual significó, uno de los momentos cumbres de la Iglesia en el siglo XIII, el arzobispo de Lieja, quiso tenerle a su lado como acreditado canonista.

Poco después, siendo archidiácono de Lieja, y mientras pasaba algunas temporadas en París, dedicado a profundizar en los estudios canónicos, San Luis, rey de Francia, le dio testimonios de muy particular veneración. Más aún, el cardenal Ottoboni tomó consigo a Teobaldo, de cuya virtud y prestigio, se sirvió en su legación a Inglaterra. De esta manera, Teobaldo Visconti se fue preparando para las grandes empresas, para las que Dios lo destinaba.

Se hallaba pues en Ptolemaida – Palestina –, en misión diplomática, entregado en cuerpo y alma, a obra tan sacrificada y apostólica, cuando recibió la noticia de haber sido elegido como Papa, el primero de septiembre de 1271.

En efecto, a la muerte de Clemente IV en 1268, después de tres años enteros de sede vacante, debido a las enormes dificultades, y a la gran desunión reinante, los cardenales no habían podido entenderse, para la elección del nuevo Papa, hasta que al fin, pusieron los ojos en Teobaldo Visconti, simple archidiácono de Lieja, y ausente entonces en Palestina, cuyas relevantes cualidades y eximia virtud, les eran bien conocidas, y convinieron en su elevación, al solio pontificio.

En realidad, es que fue la mejor elección que pudieron haber realizado. Al recibir tan inesperada noticia, Teobaldo aceptó la pesada carga que Dios le imponía, tomó el nombre de Gregorio X, y se dispuso a volver a Italia.

Naturalmente, los cristianos de Tierra Santa, aunque sentían la partida de tan eminente apóstol, experimentaron una satisfacción inmensa, con la seguridad de que el nuevo Papa, les enviaría los socorros que tanto se necesitaban. Él mismo, según se refiere al despedirse del Oriente, terminó su emocionante alocución con estas palabras: "Que mi lengua se pegue a mi paladar, si yo no pongo a Jerusalén, a la cabeza de todas mis alegrías".

Llegado a Roma, en marzo de 1272, recibió la Orden del presbiterado, ya que era únicamente diácono: luego fue consagrado Obispo, y coronado como Papa, el 27 del mismo mes. Como era de suponer, su ideal desde un principio, fue enviar el socorro necesario a los cristianos de Tierra Santa, y unificar políticamente a toda Europa. Era la época en que los turcos otomanos, mostraban sus agresivas intenciones en torno a Europa, al que se lanzaron a su conquista, tiempo después.

Como primer paso para su realización, puso el Papa todo su empeño, en la pacificación de los espíritus, en toda la Europa cristiana. Así, trabajó intensamente, para apaciguar a los pueblos del norte de Italia, ensangrentados entonces, por las luchas entre los güelfos y gibelinos.

Por otro lado, introdujo en muchas partes, medidas de reforma, y sobre todo, en medio de la división existente en Alemania, sobre la sucesión al imperio, dirigió en octubre de 1273, una exhortación a los príncipes electores, para que procedieran a la elección, y al recaer ésta sobre Rodolfo de Habsburgo, el Papa lo reconoció solemnemente.

En lo tocante a la preparación inmediata del gran concilio, que debía reunirse en Lyon, invitó a los más célebres teólogos, a presentar sus observaciones sobre el estado de la Iglesia. Creó cardenales al dominico Pedro de Tarantasia y a San Buenaventura; invitó al más célebre de los teólogos de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, quien murió mientras se dirigía al concilio. Finalmente, partió el Papa desde Orvieto, y a su llegada a Lyon, recibió la visita del rey de Francia, quien le entregó definitivamente, el condado del Venaissin.

Finalmente, el 7 de mayo de 1274, se pudo celebrar en la catedral de San Juan, la primera sesión del Concilio II de Lyon y XIV ecuménico, en presencia del rey Juan I de Aragón, unos quinientos obispos, y gran número de abades, así como también, de los representantes de algunos príncipes seculares.

Con su sermón, basado sobre el texto "Desiderio desideravi...", el mismo Papa que lo presidía, dio comienzo al concilio, en el que propuso con toda claridad, los tres fines que en él se pretendían: ayuda a Tierra Santa, unión con los griegos, y reforma de la Iglesia.

Dios premió los innumerables trabajos, que Gregorio X realizó en aquella memorable empresa. Es cierto, que por la antipatía existente entre los orientales y los occidentales, la cuestión de la unión era poco popular entre los griegos, quienes le hicieron la mayor oposición; pero al fin se impusieron sus partidarios.

El 24 de junio, se presentaron en Lyon, los representantes del emperador bizantino, Miguel Paleólogo, y tras difíciles discusiones, en la sesión IV del 6 de julio, se proclamó la unión. Los griegos, reconocieron el Primado de Roma, y admitieron la fórmula del "Filioque" (ver nota al final).

En cambio, se les concedió, poder conservar el símbolo, usado desde antiguo en sus iglesias, así como también sus antiguos ritos. A la cabeza de los partidarios decididos de la unión, estaba el nuevo patriarca, Juan Bekkos. Aunque sincera, esta unión fue muy poco duradera.

Según se refiere, Gregorio X, que tanto amaba a la Iglesia griega, derramó lágrimas de alegría, al ver realizada la unión.

Por lo que se refiere a los demás objetivos del concilio, se decretó destinar a la defensa de Europa, durante seis años, los diezmos de la Iglesia. Por otra parte, ya en la sesión segunda, se proclamaron varios principios dogmáticos, y en la tercera, algunos decretos disciplinares, en orden a la reforma eclesiástica. Entre tanto, antes de la quinta sesión del 16 de julio, murió San Buenaventura en el mismo concilio.

El Papa asistió a sus funerales, celebrados en la iglesia de los franciscanos de Lyon. Luego, con el objeto de evitar la repetición, de una sede vacante de tres años, como la anterior, publicó Gregorio X, la constitución Ubi periculum, por la que se introducía el sistema del cónclave, en el que los electores quedaban encerrados, hasta que se verificaba la elección. Mas como se tomaban ciertas medidas, bastante rigurosas respecto de los cardenales, hubo de parte de éstos una enconada oposición, hasta que al fin pudo ser proclamada.

Tal fue la obra fundamental, realizada en la Iglesia, por el insigne papa Beato Gregorio X. Después del concilio, se entregó de lleno a poner en práctica, las medidas de reforma que se habían ordenado, particularmente las que se referían a los eclesiásticos. Con no menor intensidad, trabajó en reunir socorros, para los cristianos de Tierra Santa.

A pesar de los desacuerdos, entre los reyes y príncipes europeos, en lo referente a enfrentar al poder otomano, el Romano Pontífice y la Iglesia, volvieron a recobrar el antiguo prestigio, y continuaron en su apogeo medieval.

En su vida privada, Gregorio X dió, durante su pontificado, los más edificantes ejemplos de caridad, humildad y fervor religioso, que le conquistaron la opinión general de gran santidad, y la más profunda simpatía del pueblo cristiano. Así se nos refiere, que diariamente lavaba los pies de algunos pobres; enviaba a algunos empleados, en busca de las personas más necesitadas, y repartía entre ellas abundantes limosnas.

Por otra parte, observaba la mayor austeridad consigo mismo, no tomando alimento más que una vez al día, y entregándose a la oración, todo el tiempo posible.

Pero aunque tenía un corazón, tan blando y caritativo con los pobres y desgraciados, era sumamente enérgico con los malvados y delincuentes. Es célebre en este punto, el caso de Guido de Monfort, el asesino de Enrique de Alemania.

Habiéndose presentado al Papa, para obtener la absolución de su crimen, éste lo hizo encerrar primero en una fortaleza, y sólo un año después, permitió al patriarca de Aquilea, que lo admitiera en la comunión con los fieles.

Pero los trabajos que tuvo que sufrir Gregorio X, durante el concilio y después de él, unidos a la austeridad de su vida ascética, lo habían agotado por completo. Dios no le concedió ver de nuevo a Roma. Mientras volvía de Lyon, después de pasar por Milán y Florencia, se vio obligado a detenerse en Arezzo de Toscana, donde víctima de una pleuresía, murió el 10 de enero de 1276.

Según se refiere, al sentir la proximidad de la muerte, pidió un crucifijo, y mientras lo besaba con la mayor devoción; y mientras recitaba la Salutación angélica, entregó su alma a Dios.

Incluido por la Iglesia en el número de los beatos, por Benedicto XIV, en su célebre obra “Sobre la Canonización”, dedica largo espacio a la relación de su vida y milagros, tal como lo encontró, en el archivo del tribunal de la Rota.

BERNARDINO LLORCA, S.I.

Nota:
En la teología cristiana, la cláusula Filioque, es una inserción en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano, que dictamina la doctrina católica, que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

En latín, el término Filioque significa: «y del Hijo». La inserción de esta cláusula, en el Credo litúrgico de la Iglesia latina, dio origen a una disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, ya que para los ortodoxos el Espíritu Santo procede sólo del Padre, sin intervención del Hijo.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión del Papa Gregorio X, puedan los católicos y ortodoxos, verse como una sola familia, y Europa pueda volver a ser el faro amoroso de la Cristiandad. A Tí Señor, que eres la Cabeza del cuerpo místico de la Iglesia Universal, y Vives y Reinas, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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