Segunda
Feria, 31 de julio
San
Ignacio de Loyola
FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESUS (jesuitas)
(1491-1556)
San
Ignacio
Por
Pedro Pablo Rubens (1620-22)
"Ad
Majorem Dei Gloriam"
"Para
mayor gloria de Dios"
(lema
de San Ignacio)
IHS
- "IHS": monograma del nombre de Jesucristo
Patrono
de los ejercicios espirituales y retiros
“ Quien
ama verdaderamente, no está nunca ocioso”
“Hemos
sido creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto, salvar
nuestra alma”
Desde
el principio de la cristiandad, la nomina sacra (nombre sagrado) de
Iesous Christos (Jesucristo), se abrevia de varias formas.
Las
tres primeras letras de la palabra "Jesús" en griego son:
IHC. Estas se transliteraron al latín como IHS.
Sentido
latino: "I": Iesus (Jesús), "H": Hominum (de
los hombres), "S": Salvator" (Salvador) = Jesús,
Salvador de los hombres. Aunque ésta no representa el significado
original griego, felizmente se refiere y honra al mismo Jesucristo.
San
Bernardo (siglo XII), insistió mucho en la devoción al Santo Nombre
de Jesús; en el siglo XIV con el beato Juan Colombini (d. 1367). San
Vicente Ferrer (d. 1419), y San Bernardino de Siena (d. 1444),
adoptaron este monograma IHS. San Ignacio de Loyola, adoptó el
monograma en su sello como general de los jesuitas (1541), por lo que
se convirtió en el emblema de la orden.
Breve
San
Ignacio nació el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas;
su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego
se convirtió, y estudió teología en París, donde se le juntaron
los primeros compañeros, con los que había de fundar más tarde, en
Roma, la Compañía de Jesús.
Ejerció
un fecundo apostolado con sus escritos, y con la formación de
discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de
la Iglesia. Murió en Roma el año 1556.
Cronología
de La Vida de San Ignacio De Loyola
1491-
Año probable del nacimiento de Ignacio de Loyola.
1521-
Colabora en la defensa de Pamplona, acosada por el rey de Francia. Es
herido en la pierna derecha, y enviado a Loyola, donde pasa la
convalecencia. En este tiempo caen en sus manos algunos libros
piadosos, que le hacen descubrir, en la vida de Jesús y de los
Santos, un nuevo horizonte en su vida. Se produce en Ignacio una
primera conversión. Experimenta igualmente, una lucha interior,
entre deseos piadosos y deseos mundanos.
1522-
San Ignacio comienza una peregrinación, al Santuario de Nuestra
Señora de Montserrat. Una vez en Montserrat, hace una confesión
general, y deja sus vestidos y su espada. Continúa el camino hacia
Manresa, donde da comienzo a una vida de pobreza, oración y
penitencia. Después de un tiempo de turbación, escrúpulos, dudas y
angustias, vivirá una singular experiencia de Dios, que recordará
toda la vida: "la ilustración del Cardoner". Igualmente
comenzará a formular su experiencia espiritual, con lo que da
comienzo a lo que más adelante será, el libro de los Ejercicios
Espirituales.
1527-A
lo largo de este año Ignacio vivirá dos procesamientos más, y será
encarcelado. Al salir de la prisión viaja a Salamanca. Nuevamente
tendrá procesos inquisitoriales, se le prohíbe predicar y enseñar
materias teológicas, por no haber hecho suficientes estudios.
Ignacio decide marchar de Salamanca, pasa por Barcelona, y se
encamina a París.
1538-
San Ignacio celebra su primera misa en la iglesia de ¨Santa María
la Maggiore¨.
1540-
Paulo III confirma la fundación de la Compañía de Jesús.
1541-
Ignacio comienza la redacción de las Constituciones de la Compañía,
y es elegido superior general de la misma. A partir de este momento,
Ignacio vivirá permanentemente en Roma.
1556-
Muerte de San Ignacio de Loyola. Es enterrado en el lugar donde
actualmente está la iglesia del Gesú en Roma.
1609-
El Papa Paulo V, beatifica a Ignacio de Loyola.
1622-
Canonización de Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV.
Reflexiones
claves del Diario Espiritual de San Ignacio De Loyola
-
Dios me ama más que yo a mí mismo.
-
¡Siguiéndoos, Jesús, no me puedo perder!
-
Dios proveerá lo que le parezca mejor.
-
¡Señor, soy un niño! ¿A dónde me lleváis?
-
¡Jesús, por nada del mundo te dejaría!
-
¿Qué queréis, Señor, de mí?
-
¡Señor, sostenedme con vuestra gracia!
-
¡No merezco, Señor, cuanto recibo!
-
¡Dadme, Señor, vuestro amor y gracia, éstas me bastan!
-
Jesús, sé mi guía, condúceme.
Vida
de San Ignacio de Loyola
SAN
IGNACIO nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en
Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre,
don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las
familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre
el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda.
Iñigo
(pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo), era
el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja.
Iñigo luchó contra los franceses, en el norte de Castilla. Pero su
breve carrera militar terminó abruptamente, el 20 de mayo de 1521,
cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha, en
defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido,
la guarnición española capituló.
Los
franceses no abusaron de la victoria, y enviaron al herido en una
litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna
se soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos
nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación, y la soportó
estoicamente, ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas a
todo costo.
Pero
como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales
complicaciones, que los médicos pensaron que el enfermo moriría
antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo
empezó a mejorar, aunque la convalecencia duró varios meses. No
obstante la operación de la rodilla rota, presentaba todavía una
deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la
protuberancia, y pese a que éstos le advirtieron que la operación
sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen, y
soportó la despiadada carnicería sin una queja.
Para
evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció
varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales
métodos, nada tiene de extraño que haya quedado cojo, para el resto
de su vida.
Con
el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió
algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra),
a los que siempre había sido muy afecto. Pero lo único que se
encontró en el castillo de Loyola, fue una historia de Cristo, y un
volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el
tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto, que pasaba días
enteros dedicado a la lectura. Y se decía: "Si esos hombres
estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que
ellos hicieron".
Inflamado
por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de
Nuestra Señora, y entrar como hermano lego, a un convento de
cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de
gloria, y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos.
Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los
santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana, y presentía
que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones
duraron algún tiempo.
Ello
permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los
pensamientos que procedían de Dios, le dejaban lleno de consuelo,
paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le procuraban cierto
deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, Iñigo
resolvió imitar a los santos, y empezó por hacer toda penitencia
corporal posible, y llorar sus pecados.
Le
visita la Virgen; purificación en Manresa
Una
noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz, y llevando
en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio.
Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de
Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de
penitente. Su propósito era llegar a Tierra Santa, y para ello debía
embarcarse en Barcelona, que está muy cerca de Montserrat.
La
ciudad se encontraba cerrada, por miedo a la peste que azotaba la
región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de Manresa, no lejos
de Barcelona, y a tres leguas de Montserrat. El Señor tenía otros
designios más urgentes para Ignacio, en ese momento de su vida. Lo
que quería era llevarlo a la profundidad de la entrega en oración y
total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los
dominicos, y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer
penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió
durante casi un año.
"A
fin de imitar a Cristo nuestro Señor, y asemejarme a Él, de verdad,
cada vez más; quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que
la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los
honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el
primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en
este mundo". Se decidió a "escoger el Camino de
Dios, en vez del camino del mundo", hasta lograr alcanzar su
santidad.
A
las consolaciones de los primeros tiempos, sucedió un período de
aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia, conseguían
ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos,
y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta
tempestad de escrúpulos, que le hacían creer que todo era pecado, y
le llevaron al borde de la desesperación.
En
esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a
servirle para el libro de los "Ejercicios
Espirituales". Finalmente, el santo salió de
aquella noche oscura, y el más profundo gozo espiritual sucedió a
la tristeza. Aquella experiencia, dio a Ignacio una habilidad
singular para ayudar a los escrupulosos, y un gran discernimiento en
materia de dirección espiritual.
Más
tarde, confesó al Padre Laínez que en una hora de oración en
Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle enseñado
todos los maestros en las universidades.
Sin
embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan
sugestionado por la mentalidad del mundo, que al oír a un moro
blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de
caballero cristiano no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo
la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.
Tierra
Santa
En
febrero de 1523, Ignacio por fin partió en peregrinación a Tierra
Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó
la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia, con rumbo a Chipre, y
de ahí se trasladó a Jaffa.
Del
puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el
firme propósito de establecerse. Pero al fin de su peregrinación
por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le
ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos,
enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen, y pidiesen
rescate por él.
Por
lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no
tenía la menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra
vez, la Divina Providencia tenía designios para esta alma tan
generosa.
De
nuevo en España donde es encarcelado por la inquisición
En
1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues
"pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas".
Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió
mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía
entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar lo penoso
que debe ser estudiar la gramática a esa edad.
Al
principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo
demás; así, la conjugación del verbo latino "amare" se
convertía en un simple pretexto para pensar: "Amo a Dios.
Dios me ama". Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos
en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades, y
dedicándose a la contemplación, y soportaba con paciencia y buen
humor, las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más
jóvenes que él.
Al
cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de
Alcalá, a estudiar lógica, física y teología; pero la
multiplicidad de materias no hizo más que confundirle, a pesar de
que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de
limosna, y vestía un áspero hábito gris.
Además
de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas
espirituales en el hospicio, y convertía a numerosos pecadores, con
sus reprensiones llenas de mansedumbre.
Había
en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía
de los estudios, y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el
vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta
y dos días, hasta que finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio,
y sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular, y
enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó
entonces con sus compañeros a Salamanca.
Pero
pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas.
Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon
inocente. Ignacio consideraba la prisión,
los sufrimientos y la ignominia, como pruebas que Dios le mandaba
para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la
libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el
viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.
Estudios
en París
Los
dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su
cuenta. Durante el verano iba a Flandes, y aun a Inglaterra, a pedir
limosna a los comerciantes españoles establecidos en esas regiones.
Con esa ayuda, y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar
durante el año. Pasó tres años y medio en el Colegio de Santa
Bárbara, dedicado a la filosofía.
Ahí
indujo a muchos de sus compañeros, a consagrar los domingos y días
de fiesta a la oración, y a practicar con mayor fervor la vida
cristiana. Pero el maestro Peña, juzgó que con aquellas prédicas
impedía a sus compañeros estudiar, y predispuso contra Ignacio al
doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser
azotado, para desprestigiarle entre sus compañeros.
Ignacio
no temía al sufrimiento, ni a la humillación, pero con la idea de
que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a
aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso
modestamente las razones de su conducta.
Guvea
no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón
en que se hallaban reunidos todos los alumnos, y le pidió
públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los
falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio
obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.
El
Señor le da compañeros
Las
palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió
los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron
a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era
sacerdote de Saboya; Francisco Javier,
un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios;
Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla.
Movidos
por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes,
hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio
en Palestina, o si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al
Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo
juzgase.
La
ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos
recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de
ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de
1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros
el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales, y la
adopción de una sencilla regla de vida.
Poco
después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el
médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya
que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en
la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el
santo se negó a habitar en el castillo de Loyola, y se hospedó en
una pobre casa de Azpeitia.
Bendición
del Papa; aparición del Señor
Dos
años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la
guerra entre venecianos y turcos, les impidió embarcarse hacia
Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se
trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien, y concedió a
los que todavía no eran sacerdotes, el privilegio de recibir las
órdenes sagradas de manos de cualquier obispo.
Después
de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de
Venecia, a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los
nuevos sacerdotes, celebraron la primera misa entre septiembre y
octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año, con el
objeto de prepararse mejor para ella.
Como
no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra
Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían
a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que si
alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que
pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca
el nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un
apodo), porque estaban decididos a luchar
contra el vicio y el error, bajo el estandarte de Cristo.
Durante
el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La Storta",
el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz
inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego
vobis Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma).
Paulo
III nombró al padre Fabro, profesor en la Universidad de la
Sapienza, y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada
Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó
a predicar los Ejercicios, y a catequizar al pueblo. El
resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que
ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.
La
Compañía de Jesús
Ignacio
y sus compañeros, decidieron formar una congregación religiosa para
perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad, debía añadirse
el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se
hizo obediente hasta la muerte.
Además,
había que nombrar a un superior general, a quien todos obedecerían,
el cual ejercería el cargo de por vida, y con autoridad absoluta,
sujeto en todo a la Santa Sede.
A
los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar
por el bien de las almas, adondequiera que el Papa lo ordenase.
La obligación de cantar en común el oficio divino, no existiría en
la nueva orden, "para que eso no distraiga de las obras de
caridad a las que nos hemos consagrado". No por eso
descuidaban la oración, que debía tomar al menos una hora diaria.
La
primera de las obras de caridad, consistiría en "enseñar
a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios".
La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el
asunto, se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había
en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde,
cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús, por
una bula emitida el 27 de septiembre de 1540.
Ignacio
fue elegido primer general de la nueva orden, y su confesor le
impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el
día de Pascua de 1541, y algunos días más tarde, todos los
miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.
Ignacio
pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de
dirigir la orden que había fundado. Entre
otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos,
durante el período de la catequesis, y otra casa para mujeres
arrepentidas.
En
cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales
pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: "Estaría
yo dispuesto a sufrir cualquier cosa, por el gozo de evitar un solo
pecado". Rodríguez y Francisco Javier habían partido a
Portugal, en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó
a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo.
Los
padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto, fueron enviados a Marruecos a
instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros
partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía, y a las colonias
portuguesas de América del Sur.
Un
baluarte de verdad y orden ante el protestantismo
El
Papa Paulo III, nombró como teólogos suyos, en el Concilio de
Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su
partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los
pobres, y que en las disputas se mostrasen modestos y humildes, y se
abstuviesen de desplegar presuntuosamente su ciencia, y de discutir
demasiado.
Pero
sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio, el que llegó
a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San
Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como
Doctor. En 1550, San Francisco de Borja,
le regaló una suma considerable para la construcción del Colegio
Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los
otros de su orden, y se preocupó por darle los mejores maestros, y
facilitar lo más posible, el progreso de la ciencia.
El
santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma,
en el que se preparaban los sacerdotes, que iban a trabajar en los
países invadidos por el protestantismo. En
vida del santo, se fundaron universidades, seminarios y colegios en
diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los
fundamentos de la obra educativa, que había de distinguir a la
Compañía de Jesús, y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.
En
1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas,
pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones
por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran
Bretaña, se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la
Compañía de Jesús en Inglaterra, es un buen ejemplo del
importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma.
Ese
movimiento tenía el doble fin, de dar nuevo vigor a la vida de la
Iglesia, y de oponerse al protestantismo. "La Compañía de
Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI, para
contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden, eran las
características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por
características la obediencia, y la más sólida cohesión.
Se
puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los
jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero,
y con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las
almas, porque predicaban sólo a Cristo, y a Cristo crucificado. Tal
era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y
obtuvo la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal
Manning).
A
este propósito, citaremos las instrucciones que San Ignacio dio a
los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus
relaciones con los protestantes: "Tened gran cuidado en
predicar la verdad, de tal modo que si acaso hay entre los oyentes,
un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas.
No uséis de palabras duras, ni mostréis desprecio por sus errores".
El santo escribió en el mismo tono, a los padres Broet y Salmerón,
cuando se aprestaban a partir para Irlanda.
Una
de las obras más famosas y fecundas de Ignacio, fue el libro de los
Los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del
discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa, y lo publicó por
primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa.
Los
Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la
Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron
del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan
antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio, es el
orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales
reglas y consejos que da el santo, se hallan diseminados en las obras
de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de
ordenarlos metódicamente, y de formularlos con perfecta claridad.
La
prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio, le ganó el corazón
de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre,
especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir
personalmente, procurándoles el mayor bienestar material y
espiritual posible.
Aunque
San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus
subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas
en que no veía claro, se atenía humildemente al juicio de otros.
Era gran enemigo del empleo de los superlativos, y de las
afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía
sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía
reprender a sus súbditos, cuando veía que lo necesitaban.
En
particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio, volvía
orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra
parte, el estudio, y deseaba que los profesores, predicadores y
misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de
las virtudes de San Ignacio, era su gran amor a Dios. Con frecuencia
repetía estas palabras, que son el lema de su orden: "A la
mayor gloria de Dios".
A
ese fin, refería el santo todas sus acciones, y toda la actividad de
la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: "Señor,
¿qué puedo desear fuera de Ti?". Quien
ama verdaderamente, no está nunca ocioso. San
Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios, y sufrir por su
causa. Tal vez se ha exagerado algunas veces el "espíritu
militar" de Ignacio, y de la Compañía de Jesús, y se han
olvidado la simpatía, y el don de amistad del santo, por admirar su
energía, y espíritu de empresa.
Durante
los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden
aumentó de diez a mil miembros, y se extendió en nueve países
europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años, el
santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando
enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556,
sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos.
Fue
canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios
espirituales y retiros.
-Adaptado
del trabajo de Alban Butler et all, edición en español de R.P.
Wilfredo Guinea. La Vida de los Santos de Butler, vol. 3. (Chicago
USA: Rand McNally, 1965) pg.222-228.
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Santos
jesuitas
Estos
son unos de los 48 santos y beatos jesuitas. Entre ellos hay muchos
mártires.
San
Alonso Rodríguez -Viudo, religioso, portero.
San
Claudio de la Colombiere -Apóstol del Sagrado Corazón.
San
Edmundo Campion -Mártir inglés
San
Estanislao Kostka -Patrono de novicios, polaco.
San
Francisco de Borja -Virrey de Cataluña, España, Tercer
General de los jesuitas.
San
Francisco Javier -Patrón de los misioneros. Misionero a
la India y Japón. Muere ante las costas de China.
San
Ignacio de Loyola -fundador de la orden.
San
Isaac Yogues y compañeros mártires de Norte América.
San
Juan de Brito -y compañeros mártires en la China.
San
Luis Gonzaga -Patrón de la juventud cristiana.
Beato
Miguel Pro -Mártir mexicano
San
Pablo Miki y compañeros -Mártires japoneses.
San
Pedro Canisio -Doctor de la Iglesia, segundo evangelizador
de Alemania.
San
Pedro Claver -Misionero con los esclavos de Colombia.
San
Roberto Belarmino -Doctor de la Iglesia, defensor de la
doctrina durante y después de la Reforma.
San
Roque Gonzales de Santa Cruz -Mártir paraguayo.
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San
Ignacio es el gran maestro del discernimiento de espíritus.
Juan
Pablo II dijo: "Ignacio supo obedecer, cuando en pleno
restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en
su corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo..."
Por
el discernimiento de espíritu, entendemos la capacidad de distinguir
cuando nos habla el Espíritu Santo, y cuando los espíritus malos.
Luis
Goncalves de Cámara, escribió "Los Hechos de San Ignacio"
recogiéndolos de los labios del mismo santo:
Ignacio
era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones
llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió
restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para
entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le
dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo, y otro que tenía
por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.
Con
la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés,
por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su
pensamiento, a lo que había leído en tiempos pasados, y entretenía
su imaginación con el recuerdo de las vanidades, que habitualmente
retenían su atención durante su vida anterior.
Pero,
entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando
en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su
mente, lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de
Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar, y se
preguntaba a sí mismo: "¿Y si yo hiciera lo mismo que San
Francisco, o que Santo Domingo?".
Y
así su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho
tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar,
también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta
sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero
había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del
mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando,
hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de
espíritu; por el contrario, cuando
pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos,
no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además
tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría.
De
esta diferencia, él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta
que un día se le abrieron los ojos del alma, y comenzó a admirarse
de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que mientras una
clase de pensamientos lo dejaban triste, otros en cambio, alegre. Y
así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios.
Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta
experiencia suya, le ayudó mucho a comprender lo que sobre la
discreción de espíritus, enseñaría luego a los suyos.
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Los
Ejercicios Espirituales
El
fin específico de los Ejercicios, es llevar al hombre a un estado de
serenidad y despego de las cosas pasajeras, para que pueda elegir
"sin dejarse llevar del placer o la repugnancia, ya sea
acerca del curso general de su vida, ya acerca de un asunto
particular. Así, el principio que guía la elección, es únicamente
la consideración de lo que más conduce a la gloria de Dios, y a la
perfección del alma".
Como
lo dice Pío XI, el método ignaciano de oración, "guía al
hombre por el camino de la propia abnegación, y del dominio de los
malos hábitos, a las más altas cumbres de la contemplación, y el
amor divino".
Los
Ejercicios Espirituales, son el instrumento del que ha servido El
Señor para comunicar su Espíritu a innumerables personas, y
llevarlas a la santidad.
Comienzan
reflexionando sobre el "Principio y Fundamento" de todas
las cosas. Nos enseña la verdad fundamental en la que debemos
edificar nuestra vida:
¿Cuál
es el origen de esta existencia?, ¿Cuál es su sentido?, ¿Cuál su
valor?. Esta es la pregunta capital, que me debo
preguntar. La respuesta nos la da Dios: Génesis 1: 26 "Y dijo
Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza
nuestra" Y como Dios es Amor (1 Juan 4:16), el
hombre que es su imagen, ha sido creado para amar con su corazón,
que es como el de Dios. “Dios creó al hombre, para amar con
todo su corazón, toda su mente y toda su fuerza” (Deut.
6:4-9).
El
hombre ama a Dios ante todo alabándole, adorándole y sirviéndole.
En esta línea, debo ordenar mi existencia. Pero el amor es más que
esto. Por su propia naturaleza, el amor busca unión. Dios nos creó
para ser sus hijos adoptivos en Jesucristo, y por Jesucristo.
El
plan de Dios consiste en hacernos partícipes en la tierra, (por
medio de la Fe y la Gracia), y por toda la eternidad de la vida de la
Trinidad que es Amor.
El
principio y fundamento de nuestra vida es éste: “Hemos sido
creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto salvar nuestra
alma”.
Conociendo
este principio y ordenando toda nuestra vida en Él, podremos
construir sobre roca, para que las tormentas no destruyan nuestra
casa.
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Del
oficio de lectura, 31 de Julio
San
Ignacio de Loyola, fundador, Presbítero
Examinad
si los espíritus provienen de Dios
De
los Hechos de San Ignacio, recibidos por Luis Gonçalves de Cámara,
de labios del mismo santo.
Cap.
1,5-9: Acta Sanctorum Iulii 7
San
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías,
narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se
sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros
para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le
dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo, y otro que tiene
por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.
Con
la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés
por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos, volvía su
pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados, y entretenía
su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente
retenían su atención, durante su vida anterior.
Pero
entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando
en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su
mente, lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de
Jesucristo, o de los santos, a veces se ponía a pensar, y se
preguntaba a sí mismo:
«¿Y
si yo hiciera lo mismo que San Francisco, o que Santo Domingo?»
Y
así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban
mucho tiempo, hasta que distraído por cualquier motivo, volvía a
pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas.
Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero
había una diferencia; y es que cuando pensaba en las cosas del
mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando
hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de
espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de
imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces
experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo
dejaban lleno de alegría.
De
esta diferencia, él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta
que un día se le abrieron los ojos del alma, y comenzó a admirarse
de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que mientras una
clase de pensamientos lo dejaban triste, los otros, en cambio,
alegre. Y así fue, como empezó a reflexionar seriamente en las
cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas
espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender, lo
que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.
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EL
SAGRADO CORAZÓN Y LOS JESUITAS
San
Claudio de la Colombiere, jesuita, fue director espiritual de Santa
Margarita María Alacoque, la recipiente de las apariciones y
mensajes del Sagrado Corazón. Nuestro querido santo, comprendió la
gran importancia de las apariciones, y respondió con todo su corazón
a la encomienda que Nuestro Señor, le hizo de propagar la devoción
a Su Corazón.
Tres
congregaciones generales de la Sociedad de Jesús, (fundados por San
Ignacio y llamados también jesuitas), han adoptado la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús.
Una
de ellas, realizó un Acto solemne de Consagración de toda la
Sociedad al Sagrado Corazón de Jesús.
Al
renovar la misión otorgada a la Sociedad de Jesús (jesuitas), de
propagar la devoción al Sagrado Corazón, el Juan Pablo II
manifestó: "El deseo de conocer al
Señor íntimamente, y de hablarle de corazón a corazón, es gracias
a los Ejercicios Espirituales, característica del dinamismo
espiritual y apostólico Ignaciano, totalmente al servicio del amor
del Corazón de Jesús". (5 de octubre de 1986 –
Carta a la SJ [Sociedad de Jesús])
En
los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos dice, que el amor
consiste en compartir lo que uno posee, incluso la vida.
Esta es la clave para que el Corazón de Jesús, produzca impacto en
nuestras vidas. El misterio de la Trinidad es la comunicación del
amor y la vida. Para eso el Verbo se hizo hombre, para comunicarnos
esa vida y amor. Su Corazón es símbolo de ese amor infinito, que Él
tiene por nosotros.
San
Pedro Canisio S.J., fue uno de los primeros devotos al Corazón de
Jesús.
La
tradición y constante enseñanza de las Congregaciones Generales, y
de los Padres Generales, presenta la Eucaristía diaria, como el
centro y la fuente de fortaleza, para cualquier trabajo que emprendan
los jesuitas. Así pensaba el Padre Arrupe tanto como el Padre
General actual.
Karl
Rahner, en su introducción al texto del Padre Arrupe, sobre el
Corazón de Cristo, identifica a la devoción al Sagrado Corazón,
como parte esencial de la Sociedad; él la denomina una experiencia
irrenunciable de la Sociedad.
- Datos tomados de los escritos de John A. McGrail SJ, director del Apostolado de la Oración para la Provincia de Detroit.
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ORACION
DE ENTREGA
San
Ignacio
Tomad,
Señor, y recibid
toda mi
libertad,
mi
memoria,
mi
entendimiento
y toda mi
voluntad;
todo mi
haber y mi poseer.
Vos me
disteis,
a Vos,
Señor, lo torno.
Todo es
Vuestro:
disponed
de ello,
según
Vuestra Voluntad.
Dadme
Vuestro Amor y Gracia,
que éstas
me bastan. Amén.
ALMA
DE CRISTO
Alma de
Cristo, santifícame.
Cuerpo de
Cristo, sálvame.
Sangre de
Cristo, embriágame.
Agua del
costado de Cristo, lávame.
Pasión de
Cristo, confórtame.
¡Oh, mi
buen Jesús!, óyeme.
Dentro de
tus llagas, escóndeme.
No
permitas que me aparte de Ti.
Del
maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora
de mi muerte, llámame.
Y mándame
ir a Ti.
Para que
con tus santos te alabe.
Por los
siglos de los siglos. Amén.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, te rogamos que el espíritu
progresista de los jesuitas, que ayudaron tanto a la extensión de tu
Reino de Paz y Justicia, unido a una auténtica opción por los
pobres, se mantenga y perdure en el tiempo, y que bendigas al Papa
Francisco, siendo él mismo jesuita, en su labor Apostólica. A Tí
Señor, que nos ordenaste extender el Reino de los Cielos, antes de
tu Ascensión a los Cielos. Amén.
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