Cuarta
Feria, 2 de agosto
San
Eusebio de Vercelli
Obispo
y Confesor
Año
371
“Puedo
equivocarme en muchas cosas, pero jamás quiero dejar de pertenecer a
la verdadera religión”
“Los
valores no los dictan la moda, o la política”. Benedicto
XVI refiriéndose al testimonio de San Eusebio.
Eusebio
significa "piadoso"
Breve
Nació
en Cerdeña, a principios del siglo IV, formó parte del clero de
Roma, y en el año 345, fue elegido primer obispo de Vercelli.
Con
su predicación, contribuyó al incremento de la religión cristiana,
e introdujo en su diócesis la vida monástica. Sufrió muchos
sinsabores por la defensa de la fe, siendo desterrado por el
emperador Constancio. Al regresar a su patria, trabajó asiduamente
por la restauración de la fe, contra los arrianos. Murió en
Vercelli el año 371.
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Más
abajo:
Vida
de San Eusebio
De
sus cartas: He corrido hasta la meta, he mantenido la fe
Los
valores no los dictan la moda o la política Benedicto XVI, al
presentar el ejemplo de San Eusebio de Vercelli
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Nació
en Cerdeña, Italia. Al morir su padre, su madre lo llevó a vivir a
Roma, donde el Papa Liberio lo tomó bajo su protección, lo educó y
lo ordenó de sacerdote.
Poco
después en la ciudad de Vercelli, al norte de Italia, murió el
obispo, y el pueblo y los sacerdotes proclamaron a Eusebio como el
nuevo obispo, por su santidad y sus muchos conocimientos.
San
Ambrosio dice que el obispo Eusebio de Vercelli, fue el primero en
Occidente al cual se le ocurrió organizar a sus sacerdotes en grupos
para formarse mejor, y ayudarse y animarse a la santidad. Para este
santo, su más importante labor como obispo, era tratar de que sus
sacerdotes llegaran a la santidad. Fue obispo de Vercelli por 28
años.
Una
de sus grandes preocupaciones, era instruir al pueblo en la religión.
Y él mismo iba de parroquia en parroquia, instruyendo a los
feligreses.
En
aquellos tiempos se estaba extendiendo una terrible herejía, llamada
Arrianismo, que enseñaba que Cristo no era Dios. Los más
grandes santos de la época se opusieron a tan tremendo error, pero
el jefe de gobierno, llamado Constancio, la apoyaba.
Hicieron
entonces una reunión de obispos en Milán, para discutir el asunto,
pero Eusebio, al darse cuenta de que el ejército del emperador, iba
a obligarlos a decir lo que él no aceptaba, no quiso asistir.
Constancio
le ordenó que se hiciera presente, y el santo le avisó que iría,
pero que no aceptaría firmar ningún error. Y así lo hizo. A pesar
de que el hereje emperador lo amenazó con la muerte, él
no quiso aceptar el que Jesucristo no sea Dios, por esto fue
desterrado.
Fue
llevado encadenado hasta Palestina,
y encerrado en un cuartucho miserable. Los herejes lo arrastraron por
las calles y lo insultaron, pero él seguía proclamando que
Jesucristo sí es Dios. En una carta suya, cuenta los espantosos
sufrimientos que tuvo que padecer, por permanecer fiel a su santa
religión, y expresa su deseo de poder morir sufriendo por el Reino
de Dios.
Al
morir Constancio, su sucesor decretó la libertad de Eusebio, y éste
pudo volver a su amada diócesis de Vercelli. San Jerónimo dice, que
toda la ciudad sintió enorme alegría por su llegada, y que su
vuelta fue como el término de un tiempo de luto y dolor.
EL
resto de su vida lo empleó junto con grandes santos, como San
Atanasio y San Hilario, en atacar y acabar la herejía de los
arrianos, y en propagar por todas partes la santa religión. Murió
el 1 de agosto del año 371.
La
Iglesia lo considera confesor, ya que en sus tiempos de prisión,
tuvo que soportar sufrimientos horrorosos, y los supo sobrellevar con
gran valentía.
El
repetía: "Puedo equivocarme en
muchas cosas, pero jamás quiero dejar de pertenecer a la verdadera
religión".
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Oficio
de lectura, 2 de agosto, San Eusebio de Vercelli, Obispo
He corrido hasta la meta, he mantenido la fe
He corrido hasta la meta, he mantenido la fe
De
las cartas de San Eusebio de Vercelli, Obispo
Carta 2, 1,3-2, 3;10, 1-11, 1
Carta 2, 1,3-2, 3;10, 1-11, 1
He
tenido noticias de vosotros, hermanos muy amados, y he sabido que
estáis bien, como era mi deseo, y he tenido de pronto la sensación,
de que atravesando la gran distancia que nos separa, me encontraba
entre vosotros, igual como sucedió con Habacuc, que fue llevado por
un ángel a la presencia de Daniel.
Al
recibir cada una de vuestras cartas, y al leer en ellas vuestras
santas disposiciones de ánimo y vuestro amor, las lágrimas se
mezclaban con mi gozo, y refrenaban mi avidez de leer; y era
necesaria esta alternancia de sentimientos, ya que en su mutuo afán
de adelantarse el uno al otro, contribuían a una más plena
manifestación de la intensidad de mi amor.
Así,
ocupado un día tras otro en esta lectura, me imaginaba que estaba
hablando con vosotros, y me olvidaba de los sufrimientos pasados; así
me sentía inundado de gozo al considerar vuestra fe, vuestro amor, y
los frutos que de ellos se derivan, a tal punto que al sentirme tan
feliz, era como si de repente, no me hallara en el destierro, sino
entre vosotros.
Por
tanto, hermanos muy amados, me alegro de vuestra fe, me alegro de la
salvación, que es consecuencia de esta fe, me alegro del fruto que
producís, el cual redunda en provecho, no sólo de los que están
entre vosotros, sino también de los que viven lejos; y así como el
agricultor se dedica al cultivo del árbol que da fruto, y que por lo
tanto, no está destinado a ser talado y echado al fuego, así
también yo quiero, y deseo emplearme, en cuerpo y alma, en vuestro
servicio, con miras a vuestra salvación.
Por
lo demás, esta carta he tenido que escribirla a duras penas, y como
he podido, rogando continuamente a Dios que sujetase por un tiempo a
mis guardianes, y me hiciese la merced de un diácono, que más que
llevaros noticias de mis sufrimientos, os transmitiese mi carta de
saludo, tal cual la he escrito.
Por
todo ello, os ruego encarecidamente, que pongáis todo vuestro empeño
en mantener la integridad de la fe, en guardar la concordia, en
dedicaros a la oración, en acordaros constantemente de mí, para que
el Señor se digne dar la libertad a su Iglesia, que en todo el mundo
trabaja esforzadamente, y para que yo, que ahora estoy postergado,
pueda una vez liberado, alegrarme con vosotros.
También
os pido y os ruego, por la misericordia de Dios, que cada uno de
vosotros quiera ver en esta carta un saludo personal, ya que las
circunstancias me impide escribiros a cada uno personalmente, como
solía hacerlo; por ello, en esta carta, me dirijo a todos vosotros,
hermanos y santas hermanas, hijos e hijas, de cualquier sexo y edad,
rogándoos que os conforméis con este saludo, y que me hagáis el
favor de transmitirlo también a los que, aun estando ausentes, se
dignan favorecerme con su afecto.
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Al
presentar el ejemplo de San Eusebio de Vercelli
CIUDAD
DEL VATICANO, miércoles, 17 octubre 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI
aclaró este miércoles, que los valores de la vida, no pueden ser
decididos por las modas o por la política.
Así
lo explicó en la audiencia general a los 50 mil peregrinos,
congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, a quienes presentó
el modelo de vida de Eusebio de Verceli, primer obispo de Italia del
norte, que falleció en el año 371 ó 372.
El
emperador Constancio le exilió durante largos años en Asia menor,
por defender la fe en Jesucristo, en contra de lo los arrianos,
quienes negaban su divinidad.
«Para
el emperador, la fe arriana, más sencilla, era políticamente más
útil como ideología del imperio», explicó el Papa.
«Para
él no contaba la verdad, sino la oportunidad política --añadió--:
quería utilizar la religión como lazo de unidad del imperio».
Pero San Eusebio, junto a otros grandes obispos de la época,
«resistieron defendiendo la verdad,
contra la dominación de la política».
La
vida de San Eusebio, indicó el sucesor de Pedro, enseña hoy «a
los pastores y a los fieles, a salvaguardar la jerarquía justa de
valores, sin doblegarse jamás a las modas del momento, y a las
injustas pretensiones del poder político».
«La
auténtica jerarquía de valores, parece decir toda la vida de
Eusebio, no la deciden los emperadores de ayer o de hoy, sino que
procede de Jesucristo, el Hombre perfecto, igual al Padre en la
divinidad, y al mismo tiempo hombre como nosotros»,
añadió el papa.
«Por
este motivo, los pastores, recordaba Eusebio, tienen que exhortar a
los fieles a no considerar las ciudades del mundo, como su morada
estable, sino que deben buscar la Ciudad futura, la Jerusalén
definitiva del cielo».
El
Papa concluyó con palabras personales y cariñosas, dirigidas a los
peregrinos: «Queridos amigos, también yo os recomiendo de todo
corazón estos valores perennes».
La
meditación del Papa, continúa con su serie de meditaciones sobre
los grandes personajes de los orígenes de la Iglesia.
ZS07101711
- 17-10-2007
Permalink: http://www.zenit.org/article-25146?l=spanish
Permalink: http://www.zenit.org/article-25146?l=spanish
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos imitar la
fortaleza de tu Obispo San Eusebio de Vercelli, al proclamar su fe en
la divinidad de tu Hijo, y haz que perseverando en esa misma fe, de
la que fue maestro, merezcamos un día participar de la vida divina
de Cristo, que vive y reina contigo en los Cielos y en la Tierra por
siempre. Amén.
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