Sábado
13 de Mayo
Santos
Francisco y Jacinta Marto
Videntes
de Fátima
Cuerpos
incorruptos
En
Aljustrel, pequeño pueblo situado a unos ochocientos metros de
Fátima, Portugal, nacieron los pastorcitos que vieron a la Virgen
María: Francisco y Jacinta, hijos de Manuel Pedro Marto, y de
Olimpia de Jesús Marto. También nació allí la mayor de los
videntes, Lucía, de la que hablaremos mas tarde.
Francisco
nació el día 11 de junio de 1908; Jacinta nació el día 11 de
marzo de 1910.
Desde
muy temprana edad, Jacinta y Francisco aprendieron a cuidarse de las
malas relaciones, y por tanto preferían la compañía de Lucía,
prima de ellos, quien les hablaba de Jesucristo. Los tres pasaban el
día juntos, cuidando de las ovejas, rezando y jugando.
Entre
el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y
Lucía, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en
el Cova de Iría. A partir de esta experiencia
sobrenatural, los tres se vieron cada vez más inflamados por el amor
de Dios y de las almas, que llegaron a tener una sola aspiración:
rezar y sufrir de acuerdo con la petición
de la Virgen María. Si fue extraordinaria la medida de la
benevolencia divina para con ellos, extraordinario fue también la
manera como ellos quisieron corresponder a la gracia divina.
Los
niños no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la
penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas
para ser de sus vidas un anuncio, mas con sus obras, que con sus
palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu
inalterable, y con admirable fortaleza las calumnias, las malas
interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos
días de prisión.
Durante
aquel momento tan angustioso, en que fueron amenazados de muerte por
las autoridades de gobierno, si no declaraban falsas a las
apariciones, Francisco se mantuvo firme, para no traicionar a la
Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana.
Cuantas
veces les amenazaban con la muerte, ellos respondían: "Si
nos matan no importa; vamos al cielo". Por su
parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla,
con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No
se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso".
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Santo
Francisco (6-11-1908 / 4-4-1919)
Francisco
era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo
ayudando al necesitado. Todos lo reconocían como un muchacho
sincero, justo, obediente y diligente.
Las
palabras del Ángel en su tercera aparición: "Consolad
a vuestro Dios", hicieron profunda impresión en
el alma del pequeño pastorcito. Él deseaba
consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, que le había parecido
estaban tan tristes.
En
su enfermedad, Francisco confió a su prima: "¿Nuestro
Señor aún estará triste?. Tengo tanta pena de que Él esté así.
Le ofrezco cuanto sacrificio yo pueda".
En
la víspera de su muerte, se confesó y comulgó con los mas santos
sentimientos. Después de 5 meses de casi continuo sufrimiento, el 4
de abril de 1919, primer viernes, a las 10:00 am., murió santamente
el consolador de Jesús.
Santa
Jacinta: (3-10-1910/ 2-20-1920)
Jacinta
era de clara inteligencia; ligera y alegre. Siempre estaba corriendo,
saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de convertir
pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya
pavorosa visión tanto le impresionó. Una vez exclamó: “¡Qué
pena tengo de los pecadores! !Si yo pudiera mostrarles el
infierno!”.
Murió
santamente el 20 de febrero de 1920. Su cuerpo reposa junto con el
del Santo Francisco, en el crucero de la Basílica en Fátima.
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Jacinta
y Francisco siguieron su vida normal después de las apariciones.
Lucía empezó a ir a la escuela tal como la Virgen se lo había
pedido, y Jacinta y Francisco iban también para acompañarla. Cuando
llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia, para saludar al
Señor.
Mas
cuando era tiempo de empezar las clases, Francisco, conociendo que no
habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucía, "Vayan
ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús escondido. ¿Qué
provecho me hará aprender a leer si pronto estaré en el Cielo?".
Dicho esto, Francisco se iba tan cerca como
era posible del Tabernáculo. Cuando Lucía y Jacinta regresaban por
la tarde, encontraban a Francisco en el mismo lugar, en profunda
oración y adoración.
De
los tres niños, Francisco era el contemplativo, y fue tal vez el que
más se distinguió en su amor reparador a Jesús en la Eucaristía.
Después de la comunión recibida de manos del Ángel, decía: "Yo
sentía que Dios estaba en mí, pero no sabia como era".
En
su vida se resalta la verdadera y apropiada devoción católica a los
ángeles, a los santos y a María Santísima. Él quedó asombrado
por la belleza y la bondad del ángel, y de la Madre de Dios, pero él
no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús. Francisco
quería ante todo consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la
humanidad. Durante las apariciones, era esto lo que impresionó al
joven.
Mas
que nada Francisco quería ofrecer su vida para aliviar al Señor, a
quien él había visto tan triste, tan ofendido. Incluso, sus ansias
de ir al cielo fueron motivadas únicamente por el deseo de poder
consolar mejor a Dios. Con firme propósito de hacer
aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de pecado, y
con siete años de edad, comenzó a aproximarse frecuentemente al
Sacramento de la Penitencia.
Una
vez Lucía le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más,
consolar al Señor o convertir a los pecadores?". Y el
respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que
triste estaba Nuestra Señora, cuando nos dijo que los hombres no
deben ofender mas al Señor, que está ya tan ofendido?. A mí me
gustaría consolar al Señor, y después convertir a los pecadores
para que ellos no ofendan mas al Señor". Y siguió, "Pronto
estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro
Señor y a Nuestra Señora".
A
través de la gracia que había recibido, y con la ayuda de la
Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios, y su deseo de las
almas, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres
almas en peligro del infierno.
La
gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y
de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos - todo
esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de
Fátima, para la salvación de las almas alrededor del mundo,
demostrando un gran espíritu misionero.
Jacinta
tenía una devoción muy profunda, que la llevó a estar muy cerca
del Corazón Inmaculado de María. Este amor la dirigía siempre, y
de una manera profunda, al Sagrado Corazón de Jesús.
Jacinta
asistía a la Santa Misa diariamente, y tenía un gran deseo de
recibir a Jesús en la Santa Comunión, en reparación por los pobres
pecadores. Nada le atraía más que el pasar tiempo en la Presencia
Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia, "Cuánto
amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús".
Con
un celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo, para dar
toda su atención a las cosas del cielo. Buscaba el silencio y la
soledad, para darse a la contemplación. "Cuánto
amo a nuestro Señor”, decía Jacinta a Lucía, "a
veces siento que tengo fuego en el corazón, pero que no me quema".
Desde la primera aparición, los niños buscaban como multiplicar sus
mortificaciones.
No
se cansaban de buscar nuevas maneras de ofrecer sacrificios por los
pecadores. Un día, poco después de la cuarta aparición, mientras
caminaban, Jacinta encontró una cuerda, y propuso el ceñir la
cuerda a la cintura como sacrificio.
Estando
de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos y se la ataron a la
cintura sobre la carne. Lucía cuenta después que éste fue un
sacrificio que los hacia sufrir terriblemente, tanto así que Jacinta
apenas podía contener las lágrimas. Pero si se le hablaba de
quitársela, respondía enseguida que de ninguna manera, pues esto
servía para la conversión de muchos pecadores.
Al
principio llevaban la cuerda de día y de noche, pero en una
aparición, la Virgen les dijo: "Nuestro
Señor está muy contento de vuestros sacrificios, pero no quiere que
durmáis con la cuerda. Llevadla solamente durante el día".
Ellos
obedecieron, y con mayor fervor perseveraron en esta dura penitencia,
pues sabían que agradaban a Dios y a la Virgen. Francisco
y Jacinta llevaron la cuerda hasta en la última enfermedad, durante
la cual aparecía manchada en sangre.
Jacinta
sentía además una gran necesidad de ofrecer sacrificios por el
Santo Padre. A ella se le había concedido el ver, en una visión,
los sufrimientos tan duros del Sumo Pontífice. Ella cuenta: "Yo
lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre
las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban
piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas".
En
otra ocasión, mientras que en la cueva del monte rezaban la oración
del Ángel, Jacinta se levantó precipitadamente, y llamó a su
prima: "¡Mira!. ¿No ves muchos
caminos, senderos y campos llenos de gente que llora de hambre, y no
tienen nada para comer... Y al Santo Padre, en una iglesia al lado
del Corazón de María, rezando?".
Desde
estos acontecimientos, los niños llevaban en sus corazones al Santo
Padre, y rezaban constantemente por él. Incluso,
tomaron la costumbre de ofrecer tres Ave Marías por él, después de
cada rosario que rezaban.
La
Virgen María no dejaba de escuchar los ferviente súplicas de estos
niños, respondiéndoles a menudo de manera visible. Tanto Francisco
como Jacinta fueron testigos de hechos extraordinarios:
En
un pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia del
arresto de un hijo, por una denuncia que le llevaría a la cárcel si
no demostrase su inocencia. Sus padres, afligidísimos, mandaron a
Teresa, la hermana mayor de Lucía, para que le suplicara a los niños
que les obtuvieran de la Virgen la liberación de su hijo. Lucía, al
ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido.
Dijo
Francisco, "Vosotras vais a la
escuela, y yo me quedaré aquí con Jesús para pedirle esta gracia".
En la tarde Francisco le dice a Lucía, "Puedes
decirle a Teresa que haga saber que dentro de pocos días, el
muchacho estará en casa". En efecto, el 13 del
mes siguiente, el joven se encontraba de nuevo en casa.
En
otra ocasión, había una familia, cuyo hijo había desaparecido como
prodigo sin que nadie tuviera noticia de él. Su madre le rogó a
Jacinta que lo recomendara a la Virgen.
Algunos
días después, el joven regresó a casa, pidió perdón a sus
padres, y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado
cuanto había robado, había sido arrestado, y metido en la cárcel.
Logró evadirse, y huyó a unos bosques desconocidos, y poco después
se halló completamente perdido. No sabiendo a qué punto dirigirse,
llorando se arrodilló y rezó. Vio entonces
a Jacinta que le tomó de una mano, y le condujo hasta un camino,
donde le dejó, indicándole que lo siguiese.
De
esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa. Cuando después
interrogaron a Jacinta si realmente había ido a encontrase con el
joven, repuso que no, pero que sí había rogado mucho a la Virgen
por él. Ciertamente que los prodigiosos acontecimientos de los que
estos niños fueron protagonistas, hicieron que todo el mundo se
volvieran hacia ellos, pero ellos se mantenían sencillos y humildes.
Cuanto mas eran buscados por la gente, tanto más procuraban
ocultarse.
Un
día que se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que
se paraba un gran auto delante de ellos, con un grupo de señoras y
señores, elegantemente vestidos. "Mira, vendrán a
visitarnos..." empezó Francisco. "¿Nos vamos?"
pregunta Jacinta. "Imposible sin que lo noten,"
responde Lucía: "Sigamos andando, y veréis cómo no nos
conocen".
Pero
los visitantes los paran: "¿Sois de Aljustrel?"
"Sí, señores" responde Lucía. “¿Conocéis a
los tres pastores a los cuales se les ha aparecido la Virgen?".
"Si los conocemos". "¿Sabrías decirnos
dónde viven?" "Tomen ustedes este camino, y allí
abajo tuerzan hacia la izquierda", les contesta Lucía,
describiéndoles sus casas. Los visitantes se marcharon, dándoles
las gracias y ellos contentos, corrieron a esconderse.
Ciertamente,
Francisco y Jacinta fueron muy dóciles a los preceptos del Señor, y
a las palabras de la Santísima Virgen María. Progresaron
constantemente en el camino de la santidad, y en breve tiempo,
alcanzaron una gran y sólida perfección cristiana. Al
saber por la Virgen María que sus vidas iban a ser breves, pasaban
los días en ardiente expectativa de entrar en el cielo. Y de hecho,
su espera no se prolongó.
El
23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta cayeron gravemente
enfermos, por la terrible epidemia de bronco-neumonía que abarcaba
el mundo entero. Pero a pesar de que se encontraban
enfermos, no disminuyeron en nada el fervor en hacer sacrificios.
Hacia
el final de febrero de 1919, Francisco desmejoró visiblemente, y del
lecho en que se vio postrado no volvió a levantarse. Sufrió con
íntima alegría su enfermedad y sus grandísimos dolores, en
sacrificio a Dios. Como Lucía le preguntaba si sufría. Respondía:
"Bastante, pero no me importa. Sufro
para consolar a Nuestro Señor, y en breve iré al cielo".
El
día 2 de abril, su estado era tal que se creyó conveniente llamar
al párroco. No había hecho todavía la Primera Comunión, y temía
no poder recibir al Señor antes de morir. Habiéndose confesado en
la tarde, quiso guardar ayuno hasta recibir la comunión. El
siguiente día, recibió la comunión con gran lucidez de espíritu y
piedad, y apenas hubo salido el sacerdote, cuando preguntó a su
madre si no podía recibir al Señor nuevamente.
Después
de esto, pidió perdón a todos por cualquier disgusto que les
hubiese ocasionado. A Lucía y Jacinta les añadió: "Yo
me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la
Virgen, para que os lleve también pronto allá arriba".
Al día siguiente, el 4 de abril, con una sonrisa angelical, sin
agonía, sin un gemido, expiró dulcemente. No tenía aún once años.
Jacinta
sufrió mucho por la muerte de su hermano. Poco después
de esto, como resultado de la bronconeumonía, se le declaró una
pleuresía purulenta, acompañada por otras complicaciones. Un día
le declara a Lucía: "La Virgen ha
venido a verme, y me preguntó si quería seguir convirtiendo
pecadores. Respondí que sí, y Ella añadió que iré pronto a un
hospital, y que sufriré mucho, pero que lo padezca todo por la
conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas cometidas
contra Su Corazón, y por amor de Jesús. Dijo que mamá me
acompañará, pero que luego me quedaré sola". Y
así fue.
Por
orden del médico, fue llevada al hospital de Vila Nova, donde fue
sometida a un tratamiento por dos meses. Al regresar a su casa,
volvió como había partido, pero con una gran llaga en el pecho que
necesitaba ser medicada diariamente. Mas, por la falta de higiene, le
sobrevino a la llaga una infección progresiva que le resultó a
Jacinta un tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre
sin quejarse. Intentaba ocultar todos estos sufrimientos a los ojos
de su madre, para no hacerla padecer mas. Y aún le consolaba
diciéndole que estaba muy bien.
Durante
su enfermedad confió a su prima: "Sufro
mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores, y para
desagraviar al Corazón Inmaculado de María".
En
enero de 1920, un doctor especialista le insiste a la mamá de
Jacinta a que la llevasen al Hospital de Lisboa, para atenderla. Esta
partida fue desgarradora para Jacinta, sobre todo el tener que
separarse de Lucía.
Al
despedirse de Lucía, le hace estas recomendaciones: 'Ya
falta poco para irme al cielo. Tú te quedas aquí, para decir que
Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón
de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente
que Dios nos concede las gracias por medio del I.C. de María. Que
las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se
venere el I.C. de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón,
que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de
toda la gente, la luz que tengo aquí dentro en el pecho, que me está
abrazando, y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del
Corazón de María".
Su
mamá pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días
tuvo ella que regresar a casa, y Jacinta se quedó sola. Fue admitida
en el hospital, y el 10 de febrero tuvo lugar la operación. Le
quitaron dos costillas del lado izquierdo, donde quedó una llaga
ancha como una mano. Los dolores eran espantosos, sobre todo en el
momento de la cura. Pero la paciencia de Jacinta fue la de un mártir.
Sus únicas palabras eran para llamar a la
Virgen, y para ofrecer sus dolores por la conversión de los
pecadores.
Tres
días antes de morir le dice a la enfermera, "La Santísima
Virgen se me ha aparecido, asegurándome que pronto vendría a
buscarme, y desde aquel momento me ha quitado los dolores”.
El
20 de febrero de 1920, hacia las seis de la tarde, ella declaró que
se encontraba mal y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche hizo
su última confesión, y rogó que le llevaran pronto el Viático
porque moriría muy pronto. El sacerdote no vio la urgencia, y
prometió llevársela al día siguiente. Pero poco después, murió.
Tenía diez años.
Antes
de morir, Nuestra Señora se dignó aparecérsele varias veces. He
aquí lo que ha dictado a su madrina.
Sobre
los pecados:
-Los
pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne.
-Si
los hombres supiesen lo que es la eternidad, harían todo por cambiar
de vida. -Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte, ni
hacen penitencia.
Sobre
las guerras:
-Las
guerras son consecuencia del pecado del mundo.
-Es preciso hacer penitencia para que se detengan las guerras.
-Es preciso hacer penitencia para que se detengan las guerras.
Sobre
las virtudes cristianas:
-No
debemos andar rodeados de lujos
-Ser amigos del silencio
-No hablar mal de nadie, y huir de quien habla mal.
-Tener mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo
-La mortificación y el sacrificio agradan mucho al Señor.
-Ser amigos del silencio
-No hablar mal de nadie, y huir de quien habla mal.
-Tener mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo
-La mortificación y el sacrificio agradan mucho al Señor.
Tanto
Jacinta como Francisco fueron trasladados al Santuario de Fátima.
Los milagros que fueron parte de sus vidas, también lo fueron
después de su muerte. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco,
encontraron que el rosario que le habían colocado sobre su pecho,
estaba enredado entre los dedos de sus manos. Y a Jacinta, cuando 15
años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario,
encontraron que su cuerpo estaba incorrupto.
El
18 de abril de 1989, el Santo Padre, Juan Pablo II, declaró a
Francisco y Jacinta Venerables.
El
13 de Mayo del 2000, el Santo Padre JPII los declaró beatos en su
visita a Fátima, siendo los primeros niños no mártires en ser
beatificados.
El
lema de la beatificación:
"Contemplar
como Francisco y amar como Jacinta"
Testimonio
Personal: Recuerdo que cuando era un niño de sólo 11 años
ví en el colegio primario donde cursaba mis primeros estudios, el
colegio San Francisco de Sales de Buenos Aires, Argentina, la
película de la Virgen de Fátima. Me quedé impresionado con el
milagro del sol que bailaba ante la multitud, fué lo que más
recordaba.
Luego
cuando era joven me interesó saber de los tres mensajes, estando aún
el tercero sin revelar. Cuando llegué a la edad adulta se reveló
ese tercer misterio, aunque todos tenemos fundadas sospechas que
consta de dos partes, y que sólo se difundió la primera, referente
al atentado contra el Papa Juan Pablo II, y que queda aún una parte
del tercer misterio sin revelar.
Luego
sobrevino la consagración de Rusia al Sagrado Corazón de María en
unión de los obispos católicos y ortodoxos, lo que motorizó el fin
de la guerra fría.
Sin
embargo, viendo en retrospectiva todo, creo que lo más conmovedor e
importante ha sido compartir con todos ustedes la vida de San
Francisco y Jacinta. Siempre pensamos y sentimos como Iglesia que el
sacrificio de la Cruz de Jesucristo nos salvó del pecado, del mundo
y de nosotros mismos, y que podíamos ofrecerlos por otras personas
para su conversión, y en sufragio por las almas del purgatorio.
Pero
nunca nos habíamos imaginado que podíamos aliviar los sufrimientos
de Jesús con los nuestros. Todo esto forma parte del avance en la
conciencia de la Iglesia, de que somos TODOS un cuerpo místico, en
donde cada uno de nosotros ocupa un lugar específico en él, y que
de acuerdo a cómo nos comportemos, afectamos de manera positiva o
negativa ese Cuerpo Místico.
Que
un niño haya querido “consolar a Jesús”, forma parte de un
pensamiento revolucionario, que aún debe ser profundizado por los
teólogos en los tiempos por venir.
La
otra reflexión importante la hago en la otra página donde se
encuentran las apariciones de la Virgen de Fátima.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste el Amor Angélico
en tus hijos Jacinta y Francisco, haz que por sus méritos e
intercesión, podamos nosotros CONVERTIRNOS y hacer PENITENCIA, y así
poder consolarte con nuestras vidas, en tus diarios sufrimientos por
las ofensas terribles que recibes de nuestros hermanos. A Tí Señor,
que siempre nos esperas al final del camino, como con la samaritana,
y nos pides que aliviemos tu sed con el cántaro de agua de nuestra
propia vida. Amén.
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