19
de noviembre
Santa
Inés de Asís - Hermana de Santa Clara
(1197-1253)
Santa
Inés de Favarone, es hermana de Santa Clara «según la carne y
según la pureza». La acompañó poco tiempo después de que ella
siguió en Amor y Pureza los pasos de San Francisco de Asís.
Resistió junto a su hermana los violentos intentos de su familia de
hacerla regresar a la casa paterna junto a su hermana.
Su
penitencia y mortificación, como la de la misma Clara, despertaban
admiración teniendo en cuenta su corta edad. Sin
que nadie lo sospechase, ciñó su cintura con un áspero cilicio de
crin de caballo, y esto desde el comienzo de su vida religiosa hasta
su muerte; su ayuno era tan riguroso que casi siempre se alimentaba
solamente de pan y agua.
Caritativa
y dulcísima de carácter, se inclinaba maternalmente sobre quien
sufría por el motivo que fuere, y se mostraba llena de piadosa
solicitud hacia todos.
Santa
Clara, escribiendo de ella a Santa Inés de Praga, llamará a su
hermana «virgen prudentísima»; es la opinión de una santa, es
decir, de quien sabe medir personas y cosas con la misma medida de
Dios.
Hay
un episodio que, ciertamente, sirve para corroborar en Clara la
convicción de la santidad de su joven hermana; episodio que no
sabemos con seguridad cuando aconteció, si en los años precedentes
o subsiguientes a la partida de Inés a Monticelli. Lo extraemos de
la Vita inserta en la Crónica.
«En
cierta ocasión, mientras, apartada de las demás, perseveraba
devotamente en oración en el silencio de la noche, la bienaventurada
Clara, que también se había quedado a orar no muy lejos de ella, la
contempló en oración, elevada del suelo, y suspendida en el aire,
coronada con tres coronas que de tanto en tanto le colocaba un ángel.
Cuando
al día siguiente le preguntó la bienaventurada Clara qué pedía en
la oración, y qué visión había tenido aquella noche, Inés trató
de eludir la respuesta. Pero al fin, obligada por la bienaventurada
Clara a responder por obediencia, refirió lo siguiente:
–En
primer lugar, al pensar una y otra vez en la bondad y paciencia de
Dios, cuánto y de cuántas maneras se deja ofender por los
pecadores, medité mucho, doliéndome y compadeciéndome;
en
segundo lugar, medité sobre el inefable amor que muestra a los
pecadores y cómo padeció acerbísima pasión y muerte por su
salvación;
en
tercer lugar, medité por las almas del purgatorio y sus penas, y
cómo no pueden por sí mismas procurarse ningún alivio» (Crónica).
En la meditación de Inés, de acuerdo con toda la espiritualidad
seráfica, el Dios- Hombre crucificado proyecta su vasta sombra de
eficacia salvadora sobre el drama de los pecadores y de los redimidos
que anhelan su última purificación.
Una
despedida nostálgica
«Después,
el bienaventurado Francisco la envió como Abadesa a Florencia, donde
condujo a Dios a muchas almas, tanto con el ejemplo de su santidad de
vida, como con su palabra dulce y persuasiva, llena de amor de Dios.
Ferviente en el desprecio del mundo, implantó en aquel monasterio
–como ardientemente lo deseaba Clara– la observancia de la
pobreza evangélica» (Crónica).
Existe
un documento precioso, esto es, una carta, remitida por Inés a su
hermana – a la que consideraba su madre - después de su llegada al
nuevo destino, que nos da luz acerca del profundo dolor que le
produjo la separación de San Damián, así como acerca de la nueva
comunidad, floreciente en una atmósfera de paz y de unión. La misma
carta, sin fecha, nos proporciona también indicaciones que pueden
ser válidas como referencias cronológicas:
«
... Has de saber, madre –escribe entre otras cosas Inés–, que
mi carne y mi espíritu sufren grandísima tribulación e inmensa
tristeza; que me siento sobremanera agobiada y afligida, hasta tal
punto que casi no soy capaz ni de hablar, porque estoy corporalmente
separada de vos y de las otras hermanas mías con las que esperaba
vivir siempre en este mundo y morir...
¡Oh
dulcísima madre y señora!, ¿qué diré, si no tengo la esperanza
de volveros a ver con los ojos corporales a vos ni a mis hermanas?...
Por
otra parte, encuentro un gran consuelo, y también vos podéis
alegraros conmigo por lo mismo, pues he hallado mucha unión, nada de
disensiones, muy por encima de cuanto hubiera podido creerse. Todas
me han recibido con gran cordialidad y gozo, y me han prometido
obediencia con devotísima reverencia... Os ruego que tengáis
solícito cuidado de mí y de ellas como de hermanas e hijas
vuestras. Quiero que sepáis que tanto yo como ellas queremos
observar inviolablemente vuestros consejos y preceptos durante toda
nuestra vida. ».
A
la cabecera de Clara moribunda
Para
Inés que, oprimida por el dolor, no halla manera de contener las
lágrimas abundantes y amargas, y suplica a su hermana que no se
marche ni la abandone, Clara tiene palabras de ternura infinita, que
hacen florecer una esperanza maravillosa en el corazón de Inés:
«Hermana carísima, es del agrado de Dios que yo me vaya; mas tú
cesa de llorar, porque llegarás pronto ante el Señor, enseguida
después de mí, y Él te concederá un gran consuelo antes que me
aparte de ti» (Leyenda 43).
Santa
Inés parte hacia los cielos
En efecto, tuvo bien pronto realización la promesa que le había hecho, pues al cabo de pocos días, Inés, llamada a las bodas del Cordero, siguió a su hermana Clara a las eternas moradas.
En efecto, tuvo bien pronto realización la promesa que le había hecho, pues al cabo de pocos días, Inés, llamada a las bodas del Cordero, siguió a su hermana Clara a las eternas moradas.
La
noticia de la muerte de Inés, difundida por Asís, atrajo –como la
de Clara– multitud de gentes, que le profesaban gran devoción, y
esperaban poder contemplar sus despojos mortales, y ser así
consoladas espiritualmente.
Todo
este gentío subió la escalera de madera que daba acceso al
monasterio de San Damián. Pero de pronto, las cadenas de hierro que
sostenían esta escalera, cedieron bajo peso tan desacostumbrado, y
se derrumbó con gran estrépito sobre la multitud que estaba debajo,
arrastrando en su derrumbamiento a cuantos allí se agolpaban.
De
la imprevista catástrofe se podían esperar consecuencias
desastrosas, puesto que el gentío quedó como aplastado bajo el
enorme peso de la escalera sobrecargada de gente. Pero en los
corazones se abrió paso la esperanza en el nombre de Inés.
Invocando inmediatamente su nombre y sus
méritos, heridos y magullados se levantaron riendo, como si nada
hubieran sufrido.
Esta
fue la primera de las numerosísimas intervenciones milagrosas de
Inés, que, ya reunida con Clara en la gloria, será para siempre,
como su hermana, muy pródiga en su intercesión a favor de cuantos,
en su nombre, supliquen para verse librados
de enfermedades incurables, de la ceguera, o de posesión diabólica.
La
serie de estas intervenciones continúa ampliamente durante todo el
siglo XIV, hasta establecerse su culto, ratificado por la Iglesia.
Su
nombre aparece en el Martirologio Romano entre los santos del día 16
de noviembre, y sus restos reposan en la Basílica de Asís, que
también encierra el cuerpo de su «madre y señora» Clara.
Oración:
Te pedimos Señor que intercesión de Santa Inés y Santa Clara de
Asís, junto al Hermano Seráfico San Francisco de Asis, sepamos
entender el verdadero sentido de la Pobreza y de la Humildad, que
evita todo derroche – una palabra que aparece muchas
veces en el Apocalipsis como prenda de condenación -, toda
ostentación, toda vanidad, y sólo se concentra y piensa en separar
con sentido de Hermandad al menos una parte
de nuestros ingresos o de nuestro tiempo para estudiar tu
mensaje, y para ayudar a otros materialmente o mediante nuestras
oraciones, ejemplo y consejo.
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