13
de Septiembre
San
Juan Crisóstomo
Obispo, Patriarca y Doctor de la Iglesia
Patrono
de los predicadores. Mártir.
Año
407
“Sea
dada gloria a Dios por todo”
Breve
Arzobispo
de Constantinopla. Eximio orador, y protector de los pobres y
perseguidos sociales o políticos. Murió camino al destierro por
esta férrea defensa de los indefensos.
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Intervención
de Benedicto XVI en la que presentó la figura de San Juan
Crisóstomo
La formación en la infancia es clave para dar la perspectiva justa a la vida, alerta el Papa en su intervención en la audiencia general
La formación en la infancia es clave para dar la perspectiva justa a la vida, alerta el Papa en su intervención en la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 septiembre 2007 (ZENIT.org).-
Es
fundamental que en la infancia
«entren realmente en el hombre las grandes
orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia»,
recuerda el Papa.
Esta indicación procede de la doctrina del obispo de Constantinopla San Juan Crisóstomo, «más actual que nunca», dijo Benedicto XVI ante unos veinte mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, dedicando este miércoles la audiencia general al Padre Apostólico en el año del decimosexto centenario de su muerte.
Llamado Crisóstomo o «Boca de oro» por su elocuencia, en el «alma de fuego» de Juan maduró «la urgencia de predicar el Evangelio» y el «ideal misionero» le lanzó «a la atención pastoral», convirtiéndose en «pastor de almas a tiempo completo», describió el Papa.
Este Padre de la Iglesia, entre los más prolíficos, transmitió «la doctrina tradicional y segura de la Iglesia» con la preocupación constante «de la coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra, y la vivencia existencial».
Y es que «las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida, van juntas –recalcó Benedicto XVI--: el conocimiento debe traducirse en vida».
Por eso toda intervención de San Juan Crisóstomo «se orientó siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica las exigencias morales y espirituales de la fe», explicó.
Esta indicación procede de la doctrina del obispo de Constantinopla San Juan Crisóstomo, «más actual que nunca», dijo Benedicto XVI ante unos veinte mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, dedicando este miércoles la audiencia general al Padre Apostólico en el año del decimosexto centenario de su muerte.
Llamado Crisóstomo o «Boca de oro» por su elocuencia, en el «alma de fuego» de Juan maduró «la urgencia de predicar el Evangelio» y el «ideal misionero» le lanzó «a la atención pastoral», convirtiéndose en «pastor de almas a tiempo completo», describió el Papa.
Este Padre de la Iglesia, entre los más prolíficos, transmitió «la doctrina tradicional y segura de la Iglesia» con la preocupación constante «de la coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra, y la vivencia existencial».
Y es que «las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida, van juntas –recalcó Benedicto XVI--: el conocimiento debe traducirse en vida».
Por eso toda intervención de San Juan Crisóstomo «se orientó siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica las exigencias morales y espirituales de la fe», explicó.
Acompañando
siempre «el desarrollo integral de la
persona, en las dimensiones física, intelectual y religiosa»,
San Juan Crisóstomo hizo hincapié en la
infancia, esta primera edad en la que «se manifiestan
las inclinaciones al vicio y a la virtud»; «por ello la ley de Dios
debe ser desde el principio impresa en el alma “como en una
tablilla de cera”», puntualizó el Papa citando al Crisóstomo.
La infancia es «la edad más importante --subrayó--. Debemos tener presente cuán fundamental es que en esta primera fase de la vida entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia».
«A la juventud –proseguía San Juan Crisóstomo-- le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia».
En el itinerario formativo, «los esposos bien preparados cortan el camino al divorcio –advirtió el Santo Padre--: todo se desarrolla con gozo, y se pueden educar a los hijos en la virtud».
Y la familia, «pequeña Iglesia», vive en recíproca relación con la gran Iglesia, en la que participa el laico en virtud del Bautismo, sacramento que le da «el deber fundamental de la misión» --recordó-- «porque cada uno en alguna medida somos responsables de la salvación de los demás».
«Esta lección del Crisóstomo sobre la presencia auténticamente cristiana de los fieles laicos en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca», concluyó Benedicto XVI.
La infancia es «la edad más importante --subrayó--. Debemos tener presente cuán fundamental es que en esta primera fase de la vida entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia».
«A la juventud –proseguía San Juan Crisóstomo-- le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia».
En el itinerario formativo, «los esposos bien preparados cortan el camino al divorcio –advirtió el Santo Padre--: todo se desarrolla con gozo, y se pueden educar a los hijos en la virtud».
Y la familia, «pequeña Iglesia», vive en recíproca relación con la gran Iglesia, en la que participa el laico en virtud del Bautismo, sacramento que le da «el deber fundamental de la misión» --recordó-- «porque cada uno en alguna medida somos responsables de la salvación de los demás».
«Esta lección del Crisóstomo sobre la presencia auténticamente cristiana de los fieles laicos en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca», concluyó Benedicto XVI.
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Podemos
continuar leyendo y aprendiendo más de la vida de este santo...
A
este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de
"Crisóstomo" que significa: "boca de oro",
porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes.
Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha
sido superada después por ninguno de los demás predicadores.
Nació
en Antioquía (Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran
militar, y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada
santa también.
A
los 20 años Antusa quedó viuda, y aunque era hermosa, renunció a
un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de
su hijo Juan.
Desde
sus primeros años el jovencito demostró tener admirables cualidades
de orador, y en la escuela causaba admiración con sus declamaciones,
y con las intervenciones en las academias literarias. La mamá lo
puso a estudiar bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de
Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día
Libanio acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el arte de
enseñar oratoria, respondió: "Me gustaría que fuera Juan,
pero veo que a él le llama más la atención la vida religiosa, que
la oratoria en las plazas".
Juan
deseaba mucho irse de monje al desierto, pero su madre le
rogaba que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla se
quedó en su hogar, pero convirtiendo su casa en un monasterio, o sea
viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al estudio y la
oración, y a hacer penitencia.
Cuando
su madre murió se fue de monje al desierto, y allá estuvo seis años
rezando, haciendo penitencias y dedicándose a estudiar la Santa
Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda
comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos
le dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que si
quería seguir viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a
la ciudad, porque la vida de monje en el desierto no era para una
salud como la suya.
Al
llegar otra vez a Antioquía fue ordenado de sacerdote, y el anciano
Obispo Flaviano le pidió que lo reemplazara en la predicación. Y
empezó pronto a deslumbrar con sus maravillosos sermones. La ciudad
de Antioquía tenía unos cien mil cristianos, los cuales no eran
demasiado fervorosos.
Juan
empezó a predicar cada domingo. Después cada tres días. Más tarde
cada día y luego varias veces al día. Los templos donde predicaba
se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus sermones duraban dos
horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos, por la
magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era
impresionante.
Sus
temas, siempre tomados de la Santa Biblia, el libro que él leía día
por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están
coleccionados en 13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.
Era
un verdadero pescador de almas. Empezaba tratando temas
elevados, y de pronto descendía rápidamente como un águila hacia
las realidades de la vida diaria. Se
enfrentaba enardecido contra los vicios y los abusos. Fustigaba y
atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su fuerte voz
contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades,
mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El
pueblo le escuchaba emocionado, y de pronto estallaba en calurosos
aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e
incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.
El
emperador Teodosio decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía
se disgustó, y por ello armó una revuelta, y en el colmo de la
trifulca derribaron las estatuas del emperador y de su esposa, y las
arrastraron por las calles.
La
reacción del gobernante fue terrible. Envió su ejército a dominar
la ciudad, y con la orden de tomar una venganza espantosa. Entre la
gente cundió la alarma y a todos los invadió el terror. El Obispo
se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del airado
emperador, y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda
de Dios.
Y
fue entonces cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión para
pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos "Discursos
de las estatuas" que conmovieron enormemente a
sus miles de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron
quizás los mejores de toda su vida, y lo hicieron famoso en los
países de los alrededores.
Su
fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión
a que hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las
oraciones fueran escuchadas por Dios, y que el emperador desistiera
del castigo a la ciudad.
En
el año 398, habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le
pareció al emperador que el mejor candidato para ese puesto era Juan
Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno, y respondía
que había muchos que eran más dignos que él para tan alto cargo.
Sin embargo el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros, con
la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a
la fuerza.
Así
que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las
afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los
mártires, y entonces dio la orden a los oficiales del ejército de
que lo llevaran a Constantinopla con la mayor rapidez posible, y
en el mayor secreto porque si en Antioquía sabían que les iban a
quitar a su predicador se iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue
que tuvo que aceptar ser arzobispo.
Apenas
posesionado de su altísimo cargo lo primero que hizo fue mandar
quitar de su palacio todos los lujos. Con las cortinas tan
elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los pobres que se morían
de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles ordinarios, y con
la venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban terribles
necesidades.
Él
mismo se vestía muy sencillamente, y comía tan pobremente como un
monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y
monjes: ser pobres en el vestir, en el
comer, y en el mobiliario, y así dar buen ejemplo, y con lo que se
ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto,
en sus elocuentes sermones empezó a atacar fuertemente el lujo de
las gentes en el vestir y en sus mobiliarios, y fue obteniendo que
con lo que muchos gastaban antes en vestidos costosísimos y en
muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar a la gente
pobre. El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante
sus palabras, y su modo tan pobre y mortificado de vivir.
En
aquellos tiempos había una ley de la Iglesia que ordenaba que,
cuando una persona se sentía injustamente perseguida, podía
refugiarse en el templo principal de la ciudad, y que allí no podían
ir las autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se
sintió injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su
primer ministro, y se refugió en el templo del Arzobispo.
Las
autoridades quisieron ir allí a apresarla, pero San Juan Crisóstomo
se opuso, y no lo permitió. Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y
unos meses más tarde Eudoxia peleó con su primer ministro, y se
propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse en el templo
del arzobispo, y aunque la policía de la emperatriz quiso llevarlo
preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro que antes
había querido llevarse prisionera a una pobre mujer y no pudo,
porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo defendido
por el propio santo.
Eudoxia
ardía de rabia por todo esto, y juraba vengarse, pero el gran
predicador gritaba en sus sermones: "¿Cómo puede pretender
una persona que Dios le perdone sus maldades, si ella no quiere
perdonar a los que le han ofendido?".
Eudoxia
se unió con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era
Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo de los que odiaban al
santo, y entre todos lo acusaron de un montón de cosas. Por eemplo:
“Que había gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas
a los pobres. Que prefería comer solo en vez de ir a los banquetes.
Que a los sacerdotes que no se portaban debidamente, los amenazaba
con el grave peligro que tenían de condenarse, y que había dicho
que la emperatriz, por las maldades que cometía, se parecía a la
pérfida reina Jetzabel que quiso matar al profeta Elías, etc.,
etc”.
Al
oír estas acusaciones, el emperador, atizado por su esposa Eudoxia,
decretó que Juan quedaba condenado al destierro. Al saber tal
noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan
Crisóstomo pronunció uno de sus más hermosos sermones. Decía:
"¿Qué me destierran?. ¿A qué sitio me podrán enviar que
no esté mi Dios allí cuidando de mí?. ¿Qué me quitan mis
bienes?. ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos?. ¿Qué
me matarán?. Entonces me volveré semejante a mi Maestro Jesús, y
como Él, daré mi vida por mis ovejas..."
Ocultamente
fue enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en
Constantinopla, y llenos de terror los gobernantes le rogaron que
volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a
recibirlo en medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia,
Teófilo y los demás enemigos no se dieron por vencidos. Inventaron
nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el Papa de Roma y muchos
obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar Negro.
El anciano arzobispo fue tratado brutalmente por algunos de los
militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar
kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo
debilitó muchísimo. El trece de septiembre, después de caminar
diez kilómetros bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado.
Se
durmió, y vio en sueños que San Basilisco, un famoso obispo muerto
hacía algunos años, se le aparecía y le decía: "Ánimo,
Juan, mañana estaremos juntos". Se hizo aplicar los últimos
sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo, y al día
siguiente diciendo estas palabras: "Sea
dada gloria a Dios por todo", quedó muerto. Era
el 14 de septiembre del año 404.
Eudoxia
murió unos días antes que él, en medio de terribles dolores.
Al
año siguiente el cadáver del santo fue llevado solemnemente a
Constantinopla, y todo el pueblo, precedido por las más altas
autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando.
El
Papa San Pío X nombró a San Juan Crisóstomo como Patrono de todos
los predicadores católicos del mundo.
Que
Dios nos siga enviando muchos predicadores como él.
¿Si
Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo
Rom.8).
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, haz que tu clero, a imitación de
San Juan Crisostomo, sea siempre defensor de los indefensos en el
mundo, poniendo un freno al creciente y desenfrenado poder político
global sobre todos tus hijos e hijas. Concédeles la fortaleza
espiritual y pureza de vida, para alcanzar con éxito este objetivo.
Por nuestro Señor Jesucristo que vive por siempre. Amén.
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