Sexta
Feria, 1 de julio
Simeón
el Loco
Anacoreta
(522-c.a. 590)
Reza
el refrán castellano que "cada maestrillo tiene su librillo"
refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a los demás lo
que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de
proponer a los pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en
cada una de las materias, dictando normas y diciendo lo que se puede
y lo que no se puede hacer para conseguir que los alumnos aprendan
más y los maestros desperdicien menos su energía y su tiempo.
Incluso
se necesitan títulos, diplomas, cursos bien aprovechados,
conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos,
distribuir por tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un
excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así
hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió
los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos.
Se
le cataloga como anacoreta, y lo que cabe esperarse de tal sujeto es
el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la
penitencia; con todo ello, el solitario da
testimonio y buen ejemplo que estimula al resto de los mortales
creyentes a ser menos egoístas, más piadosos, y también mejor
dispuestos a hacer el bien al prójimo con quien convive.
De esta manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de
anacoreta, y se convirtió voluntariamente en Loco.
Nació
en Emesa el año 522. A los treinta años se
fue a la parte del desierto donde el abad Nicon tenía sus dominios,
ayudando a sus monjes en la entrega, y recordándoles los compromisos
adquiridos.
Pasados
treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el
retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que
entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas,
consejos, chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo
para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo.
Y
es que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni
siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan los cánones; tuvo
su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió, haciéndose el
Loco, y así hablar libremente del Reino. Prefirió
que la gente se burle de él en vez de hacerlo con el Evangelio.
No
es la leyenda, la imaginación o la fábula la que nos presenta su
imagen; es un personaje bien definido en la época, en la geografía,
y en el modo razonado de actuar del modo menos razonable que se pueda
pensar; veinte años después de muerto, el obispo de Chipre,
Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados, que le contó el
diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con
los años la santidad de este Simeón Salo -así dice loco en sirio-
que se propuso jugar con el mundo y reírse de él.
Comenzó
su hazaña en la Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando
a un perro muerto que encontró en el basurero próximo, atándole
una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando
por el pueblo, y llevando tras de sí una bulliciosa nube de
chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas persiguiendo
al monje que se comportaba de tal manera, y que extrañó tanto a las
personas respetables del pueblo.
El
primer domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las velas del
altar con el acierto de apagarlas, y cuando se indignaron el
presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito y tiró las que
le quedaban a las mujeres piadosas del templo.
Volcó
las mesas de los vendedores de bollos y repostería para la ofrenda
del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para vender
verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía,
y dijo al de los vinos que "le había encargado a Dios le
guardara su dinero"; reñía entre seriedad y risas a los
borrachos diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un
vaso de buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias, y se preocupan
con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el negocio no le
disminuye al tabernero; pensando los dueños que quizá no estuviera
tan loco el Loco abad.
Vive
en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora su propiedad, pero
pasea por el pueblo adornado con ramas de palmera en la cabeza y
colgantes de uvas y de ajos; así va a la plaza del pueblo predicando
conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como un
reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza destrucción,
para la gente es un cínico y lunático, simple, loco o brujo.
Para
que no quepa ninguna duda de su maldad, a las mozas peligrosas por su
belleza las deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas
de nuevo si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo se les
aproxime con su rala y sucia barba.
No
se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para organizar mesa y
comida para pobres en la plaza del pueblo; si alguien pensó que eso
era cosas de buenos, pregunta a las de vida
alegre si aceptan su amistad, y así se ve que es para vicio su
dinero - quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en
convento.
Como
dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció a la salida
de la Iglesia un Jueves Santo devorando -no solo comiendo- medio
cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia de una
criada joven embarazada de ser el padre de lo que lleva en su seno; a
la hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la mentira,
descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con esmero todo el
tiempo del embarazo, como si verdad hubiera sido su hijo.
¿Por
qué el santo decidió ser Salo dejando de ser cuerdo?. Cuando era
anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le
importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el
trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés, el
calor, el frío y la penitencia dura no le metían en el lecho. Todo
era poco por Cristo; Él
merecía más que eso.
Pero
la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro cuento; que
le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran
"penitente observante" le traía consuelo; sí, de novicio,
de profeso, de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la
soberbia enredada en su cuerpo.
Amando
a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y
llegar al desprecio. La locura era buen recurso para limpiar el
desierto del orgullo que bajo capa de santo se puede encerrar en el
anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir
récords de hambres, y querer superar marcas de penitencias
anteriores.
Para
hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la
locura fue el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo,
malo, juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salo que es lo mismo.
De
alguna manera lograba también que la atención social se concentrara
en su locura, que era en definitiva la locura del mundo, y de ellos
mismos, aunque disimulada socialmente bajo la capa de “cordura”,
y así dejar en claro la cordura del mensaje de Jesucristo, que es
locura para el mundo.
Si,
además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta,
taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que rompía el
envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué
"peros" podremos ponerle al método pedagógico de Simeón
Salo?.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que revestiste San Simeón de tu sagrada
locura, haz que nuestra cordura en el mundo se convierta en locura
para el mundo, y así ganar para nosotros y quienes nos rodean el
Reino de los Cielos. A Tí Señor, que viniste para que los estaban
ciegos puedan ver, y para quienes dicen ver permanezcan como ciegos.
Amén.
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