Quinta
Feria, 21 de julio
SAN
DANIEL - Profeta
(Antiguo
Testamento)
Siglo
VII AC
Breve
San
Daniel es el decano de los profetas. Su visión de la venida
definitiva del Salvador es similar a la descripta en el Libro del
Apocalipsis, setecientos años antes.
La
lectura del Libro de Daniel nos transporta a gozar de manera íntima
y profunda la sabiduría divina, y nos invita a tener Fe en el
Triunfo Final del Señor, por sobre las calamidades del presente.
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ALBERTO
COLUNGA, O. P.
La
introducción histórica del libro de Daniel nos presenta a los
cuatro jóvenes celosos de la observancia de la Ley. El rey quiere
aumentar el personal de su corte con algunos jóvenes de los
deportados de Judá. Y el jefe del personal de palacio recibe orden
de tratarlos de modo que resulten unos buenos mozos. Además, deben
ser instruidos en la sabiduría caldea, de suerte que nada les falte
para que hagan en la corte un papel lucido.
Pero
los jóvenes, llevados de su amor a la Ley, temen quebrantar los
preceptos divinos comiendo cosas prohibidas, y así ruegan y obtienen
que los dejen pasar con legumbres y agua. Y, en efecto,
con este tratamiento, que Dios bendice, los jóvenes hombres aparecen
los más lucidos de todos los de su clase. Con esto vino a
corresponder el progreso en las letras y ciencias en que se los
instruía. Llegado el tiempo de su presentación al rey, éste los
encontró muy de su agrado, por encima de todos los de su clase.
Indudablemente que Dios había premiado el
amor de aquellos jóvenes por la Ley divina.
Pronto
llega el momento de la prueba. El rey tiene una visión, pero se le
olvida su contenido. Sólo una cosa retiene, el hecho de la visión y
que ésta debe ser muy importante. El monarca hace venir a todos los
sabios de la corte, a los sacerdotes, cuya ciencia consistía en
conocer el sentido de los sueños.
Pero
en el caso presente, como en el del Faraón, la ciencia caldea, tan
famosa en el mundo antiguo, se declara impotente para resolver el
problema que se le presenta. El rey insiste y hasta amenaza, pero
nada saca con ello. El rey no revela el sueño, y quiere que sus
adivinos y magos se lo digan, y además que se lo interpreten. Sin
dudas el rey sabe íntimamente que todos son unos falaces, y que
tratarán de ganarse su posición en la corte de cualquier manera.
Al
fin se presenta Daniel, uno de los cuatro jóvenes hebreos, el cual
empieza por excusar la ignorancia de sus compañeros, y confesar que
la ciencia de la profecía es un don de Dios. Luego trae a la memoria
de Nabucodonosor el sueño olvidado, y a la vez le declara su
sentido.
Es
el sueño de la estatua, que concuerda con las visiones que luego
vendrán. En todas aparece la sucesión de los imperios que
aparecerán en Oriente: el caldeo, representado por el mismo
Nabucodonosor; el persa, el macedonio y el seléucida o sirio,
fuerte, porque será el perseguidor del pueblo escogido, pero débil
por las divisiones y guerras civiles, que acabarán con él.
Finalmente
vendrá el reino que no será destruido jamás, y que no pasará a
otro pueblo, mas permanecerá para siempre. El relato se cierra con
dos cosas: la glorificación de Dios por Nabucodonosor y la
exaltación de Daniel y sus compañeros, que reciben así el premio
de su amor por la Ley.
Un
segundo episodio nos lo ofrece la loca pretensión del rey, que
quiere ser adorado en una estatua colosal. El autor sagrado nos
ofrece aquí una imagen de la soberbia del rey, que acaba por
rendirse a la gloria del Dios de Israel. En medio del inmenso campo
de Dura se levanta la estatua: todos los vasallos de Nabucodonosor se
postran ante ella; sólo se niegan a rendirle adoración los tres
compañeros de Daniel, a quienes, a ruegos de Daniel, había el rey
constituido sobre la provincia de Babilonia (2,49).
La
negativa vendrá a constituir un crimen de lesa majestad, que sólo
se expía con la muerte. Los arrojan a los cuatro al horno encendido.
Pero entonces aparece el milagro. En medio
del fuego un ángel protege a los tres jóvenes, y se hace patente el
poder del Dios verdadero. Resultado final: que
Nabucodonosor, que antes quería ser adorado como dios, ahora se
rinde con toda su corte a reconocer al Dios de Israel, y más
todavía: que todo hombre que hable mal del Dios de aquellos jóvenes
será descuartizado y su casa convertida en un muladar. Resultado del
episodio: la glorificación de Dios por el rey y la de sus fieles
siervos, entre los cuales no aparece Daniel, pero que, sin duda, está
oculto en la escena.
Un
nuevo episodio, en el que aparece de nuevo Daniel como profeta, en el
cual está el espíritu del Dios santo. Es
la visión del árbol frondoso, que es derribado, pero que renace de
nuevo, y es el castigo de aquel rey, que antes quiso igualarse con
Dios y a quien Dios abatió hasta que reconoció su bajeza y la
soberanía de Dios. En efecto el rey pierde la cordura, y se
convierte en casi un animal salvaje al que tienen que encadenar por
siete años. Al cabo de ese tiempo recobra la cordura, porque en un
rapto de lucidez reconoce que Dios está sobre él.
El
largo reinado de Nabucodonosor terminó, y va a terminar también el
reino de Babilonia bajo el cetro de un príncipe llamado Baltasar. La
crónica babilónica nos cuenta cómo fue ocupada la gran ciudad, sin
derramar una gota de sangre, por el ejército de los persas mandado
por un general caldeo. La crónica no se mete en más detalles. Pero
el profeta nos cuenta el banquete suntuoso y hasta sacrílego de
Baltasar y de su corte, y las tres palabras misteriosas que
aparecieron escritas en la pared.
Como
en casos anteriores, acude la ciencia caldea a descifrar aquellas
palabras misteriosas, pero tiene que confesar su impotencia. Entonces
se presenta Daniel, a quien se revelan los secretos de Dios, y éste
de plano declara el misterio, que aquella misma noche se cumplirá;
aunque todavía queda lugar para la glorificación de Daniel y en
Daniel la del Dios verdadero, que le revela sus secretos.
El
imperio pasa de los caldeos a los persas o, según la afirmación del
profeta, a Darío, rey de los medos, lo que constituye uno de los
problemas más difíciles que presenta el libro de Daniel. Éste, que
en el imperio de Nabucodonosor había ocupado un alto puesto en la
corte caldea, vino a ser en el nuevo imperio uno de los personajes
más altos de la jerarquía imperial. Que esto despertara envidias
nada tiene de particular, teniendo en cuenta, sobre todo, que Daniel
era extraño a la raza imperante. El modo empleado para perderle es
de lo más singular.
Los
enemigos de Daniel proponen al rey Darío la publicación de un
decreto en que se prohíba hacer petición alguna a hombre o dios,
fuera del rey Darío. Y sólo Daniel no respeta tal decreto, pues,
según su costumbre, continúa haciendo su oración a Dios tres veces
al día. El rey se ve forzado a condenar a Daniel al foso de los
leones, los cuales le respetan, dando lugar a que el rey glorifique a
Daniel como a siervo de Dios, y por un decreto ordene que todos en su
reino teman al Dios de Daniel. Los acusadores de Daniel fueron
arrojados al foso de los leones y devorados por éstos.
A
estos episodios proféticos de la vida de Daniel siguen las cuatro
visiones proféticas, en que se reproduce el plan de la visión de la
estatua. Con diferentes detalles las visiones nos ofrecen la serie de
los imperios orientales desde el caldeo al seléucida, perseguidor,
con Antíoco IV, del pueblo de Dios. A este cuarto imperio sucederá
el mesiánico, no inmediatamente. sino a la distancia que Dios
conoce.
Tal
es el resumen de la parte semítica del libro de Daniel, al cual se
añade un apéndice en lengua griega, en que se cuenta la
intervención del joven Daniel en el episodio de Susana, que salva a
los inocentes y condena a los culpables. Es de notar aquí el cuadro
que se nos ofrece de la casa de Joaquim, y de la vida del pueblo, que
goza de autonomía hasta para aplicar la pena de muerte. Con esto
"Daniel se hizo famoso en el pueblo".
Otros
dos episodios de distinto carácter vienen a ser una sátira contra
la idolatría caldea, como tantas que leemos en los profetas: la de
los manjares presentados al dios Bel, que Daniel demuestra eran
consumidos por los sacerdotes y sus familiares; la muerte dada al dragón, que los caldeos veneraban como a una divinidad, y que Daniel prueba que no hay tal divinidad.
Este
atrevimiento de Daniel le trae, como en otro caso, ser condenado a
los leones, de los que la mano de Dios le libra, dando esto lugar a
una nueva glorificación del Dios de Daniel, a quien un decreto del
rey ordena a todos sus vasallos que le teman como verdadero salvador
y obrador de maravillas en la tierra.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que iluminaste la mente y el
corazón a Daniel y sus tres compañeros, concédenos el
entendimiento y que sepamos imitar su fidelidad a tu Santo Nombre
todos los días de nuestra Vida, y así alcanzar tu protección y el
poder estar contigo por siempre en tu Reino. Amén.
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