sábado, 23 de julio de 2016

Quinta Feria, 21 de julio

SAN DANIEL - Profeta


(Antiguo Testamento)

Siglo VII AC

Breve
San Daniel es el decano de los profetas. Su visión de la venida definitiva del Salvador es similar a la descripta en el Libro del Apocalipsis, setecientos años antes.

La lectura del Libro de Daniel nos transporta a gozar de manera íntima y profunda la sabiduría divina, y nos invita a tener Fe en el Triunfo Final del Señor, por sobre las calamidades del presente.

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ALBERTO COLUNGA, O. P.

La introducción histórica del libro de Daniel nos presenta a los cuatro jóvenes celosos de la observancia de la Ley. El rey quiere aumentar el personal de su corte con algunos jóvenes de los deportados de Judá. Y el jefe del personal de palacio recibe orden de tratarlos de modo que resulten unos buenos mozos. Además, deben ser instruidos en la sabiduría caldea, de suerte que nada les falte para que hagan en la corte un papel lucido.

Pero los jóvenes, llevados de su amor a la Ley, temen quebrantar los preceptos divinos comiendo cosas prohibidas, y así ruegan y obtienen que los dejen pasar con legumbres y agua. Y, en efecto, con este tratamiento, que Dios bendice, los jóvenes hombres aparecen los más lucidos de todos los de su clase. Con esto vino a corresponder el progreso en las letras y ciencias en que se los instruía. Llegado el tiempo de su presentación al rey, éste los encontró muy de su agrado, por encima de todos los de su clase. Indudablemente que Dios había premiado el amor de aquellos jóvenes por la Ley divina.

Pronto llega el momento de la prueba. El rey tiene una visión, pero se le olvida su contenido. Sólo una cosa retiene, el hecho de la visión y que ésta debe ser muy importante. El monarca hace venir a todos los sabios de la corte, a los sacerdotes, cuya ciencia consistía en conocer el sentido de los sueños.

Pero en el caso presente, como en el del Faraón, la ciencia caldea, tan famosa en el mundo antiguo, se declara impotente para resolver el problema que se le presenta. El rey insiste y hasta amenaza, pero nada saca con ello. El rey no revela el sueño, y quiere que sus adivinos y magos se lo digan, y además que se lo interpreten. Sin dudas el rey sabe íntimamente que todos son unos falaces, y que tratarán de ganarse su posición en la corte de cualquier manera.

Al fin se presenta Daniel, uno de los cuatro jóvenes hebreos, el cual empieza por excusar la ignorancia de sus compañeros, y confesar que la ciencia de la profecía es un don de Dios. Luego trae a la memoria de Nabucodonosor el sueño olvidado, y a la vez le declara su sentido.

Es el sueño de la estatua, que concuerda con las visiones que luego vendrán. En todas aparece la sucesión de los imperios que aparecerán en Oriente: el caldeo, representado por el mismo Nabucodonosor; el persa, el macedonio y el seléucida o sirio, fuerte, porque será el perseguidor del pueblo escogido, pero débil por las divisiones y guerras civiles, que acabarán con él.

Finalmente vendrá el reino que no será destruido jamás, y que no pasará a otro pueblo, mas permanecerá para siempre. El relato se cierra con dos cosas: la glorificación de Dios por Nabucodonosor y la exaltación de Daniel y sus compañeros, que reciben así el premio de su amor por la Ley.

Un segundo episodio nos lo ofrece la loca pretensión del rey, que quiere ser adorado en una estatua colosal. El autor sagrado nos ofrece aquí una imagen de la soberbia del rey, que acaba por rendirse a la gloria del Dios de Israel. En medio del inmenso campo de Dura se levanta la estatua: todos los vasallos de Nabucodonosor se postran ante ella; sólo se niegan a rendirle adoración los tres compañeros de Daniel, a quienes, a ruegos de Daniel, había el rey constituido sobre la provincia de Babilonia (2,49).

La negativa vendrá a constituir un crimen de lesa majestad, que sólo se expía con la muerte. Los arrojan a los cuatro al horno encendido. Pero entonces aparece el milagro. En medio del fuego un ángel protege a los tres jóvenes, y se hace patente el poder del Dios verdadero. Resultado final: que Nabucodonosor, que antes quería ser adorado como dios, ahora se rinde con toda su corte a reconocer al Dios de Israel, y más todavía: que todo hombre que hable mal del Dios de aquellos jóvenes será descuartizado y su casa convertida en un muladar. Resultado del episodio: la glorificación de Dios por el rey y la de sus fieles siervos, entre los cuales no aparece Daniel, pero que, sin duda, está oculto en la escena.

Un nuevo episodio, en el que aparece de nuevo Daniel como profeta, en el cual está el espíritu del Dios santo. Es la visión del árbol frondoso, que es derribado, pero que renace de nuevo, y es el castigo de aquel rey, que antes quiso igualarse con Dios y a quien Dios abatió hasta que reconoció su bajeza y la soberanía de Dios. En efecto el rey pierde la cordura, y se convierte en casi un animal salvaje al que tienen que encadenar por siete años. Al cabo de ese tiempo recobra la cordura, porque en un rapto de lucidez reconoce que Dios está sobre él.

El largo reinado de Nabucodonosor terminó, y va a terminar también el reino de Babilonia bajo el cetro de un príncipe llamado Baltasar. La crónica babilónica nos cuenta cómo fue ocupada la gran ciudad, sin derramar una gota de sangre, por el ejército de los persas mandado por un general caldeo. La crónica no se mete en más detalles. Pero el profeta nos cuenta el banquete suntuoso y hasta sacrílego de Baltasar y de su corte, y las tres palabras misteriosas que aparecieron escritas en la pared.

Como en casos anteriores, acude la ciencia caldea a descifrar aquellas palabras misteriosas, pero tiene que confesar su impotencia. Entonces se presenta Daniel, a quien se revelan los secretos de Dios, y éste de plano declara el misterio, que aquella misma noche se cumplirá; aunque todavía queda lugar para la glorificación de Daniel y en Daniel la del Dios verdadero, que le revela sus secretos.

El imperio pasa de los caldeos a los persas o, según la afirmación del profeta, a Darío, rey de los medos, lo que constituye uno de los problemas más difíciles que presenta el libro de Daniel. Éste, que en el imperio de Nabucodonosor había ocupado un alto puesto en la corte caldea, vino a ser en el nuevo imperio uno de los personajes más altos de la jerarquía imperial. Que esto despertara envidias nada tiene de particular, teniendo en cuenta, sobre todo, que Daniel era extraño a la raza imperante. El modo empleado para perderle es de lo más singular.

Los enemigos de Daniel proponen al rey Darío la publicación de un decreto en que se prohíba hacer petición alguna a hombre o dios, fuera del rey Darío. Y sólo Daniel no respeta tal decreto, pues, según su costumbre, continúa haciendo su oración a Dios tres veces al día. El rey se ve forzado a condenar a Daniel al foso de los leones, los cuales le respetan, dando lugar a que el rey glorifique a Daniel como a siervo de Dios, y por un decreto ordene que todos en su reino teman al Dios de Daniel. Los acusadores de Daniel fueron arrojados al foso de los leones y devorados por éstos.

A estos episodios proféticos de la vida de Daniel siguen las cuatro visiones proféticas, en que se reproduce el plan de la visión de la estatua. Con diferentes detalles las visiones nos ofrecen la serie de los imperios orientales desde el caldeo al seléucida, perseguidor, con Antíoco IV, del pueblo de Dios. A este cuarto imperio sucederá el mesiánico, no inmediatamente. sino a la distancia que Dios conoce.

Tal es el resumen de la parte semítica del libro de Daniel, al cual se añade un apéndice en lengua griega, en que se cuenta la intervención del joven Daniel en el episodio de Susana, que salva a los inocentes y condena a los culpables. Es de notar aquí el cuadro que se nos ofrece de la casa de Joaquim, y de la vida del pueblo, que goza de autonomía hasta para aplicar la pena de muerte. Con esto "Daniel se hizo famoso en el pueblo".

Otros dos episodios de distinto carácter vienen a ser una sátira contra la idolatría caldea, como tantas que leemos en los profetas: la de los manjares presentados al dios Bel, que Daniel demuestra eran consumidos por los sacerdotes y sus familiares; la muerte dada al dragón, que los caldeos veneraban como a una divinidad, y que Daniel prueba que no hay tal divinidad.

Este atrevimiento de Daniel le trae, como en otro caso, ser condenado a los leones, de los que la mano de Dios le libra, dando esto lugar a una nueva glorificación del Dios de Daniel, a quien un decreto del rey ordena a todos sus vasallos que le teman como verdadero salvador y obrador de maravillas en la tierra.


Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que iluminaste la mente y el corazón a Daniel y sus tres compañeros, concédenos el entendimiento y que sepamos imitar su fidelidad a tu Santo Nombre todos los días de nuestra Vida, y así alcanzar tu protección y el poder estar contigo por siempre en tu Reino. Amén.

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