Tercera
Feria, 9 de Abril
SANTA
CASILDA DE TOLEDO
(†
ca.1107)
Su
nombre en árabe —casida— significa "cantar"
Lo
esencial es que haya santos; no que realicen prodigios. Su sola
presencia nos protege, su existencia por sí sola nos enriquece,
puesto que todos, no somos más que uno, en Cristo Nuestro Señor
Breve
Mística
cristiana de origen musulmán. Santa Casilda, es invocada en los
casos de flujo de sangre, caídas, y accidentes de todas clases.
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DOLORES
GÜELL
Hija
de un rey moro de Toledo, que debió reinar a mediados del siglo XI,
en tiempos de Fernando I de Castilla, la figura de la gentilísima
princesa Casilda, parece escapar al rígido marco de la historia, y
acomodarse mejor, en el de la poesía y la leyenda.
Su
nombre en árabe —casida— significa "cantar".
Un verso que vuela en alas de la música:
algo delicado, fugaz e inaprensible. Así fue Casilda en
vida, y sigue siéndolo, en la memoria del pueblo cristiano.
Todo
lo atinente a ella, carece de contornos definidos, y se halla
envuelto en esa bruma de misterio, que suele rodear a los seres, que
más vivamente han impresionado la imaginación popular.
No
hay acuerdo, sobre el verdadero nombre del rey moro, su padre —¿Cano?
¿Almacrin? ¿Almamún?—, ni sobre el carácter y condición de
dicho monarca, que unos imaginan feroz perseguidor de los cristianos,
y otros magnánimo, benigno y tolerante; mientras unos afirman que
Casilda fue hija única, otros le atribuyen numerosos hermanos. Todo
es incierto y contradictorio.
Pero
hay algo que no ofrece duda, y es la profunda huella, dejada en la
memoria de nuestro pueblo, por el paso leve y alado de una
doncellita, que por amor a Cristo, trocó la fastuosidad y regalo de
una corte morisca, por las asperezas de una vida solitaria y
penitente.
El
relato más fidedigno de la vida de nuestra Santa, en opinión de los
Bolandos, es el que conserva la iglesia de Burgos en su Breviario.
Dice así: "En los tiempos antiguos, hubo un rey en Toledo
llamado Cano. Poderoso y valiente en las armas, acostumbraba a
dirigir sus ejércitos contra los cristianos, causando grave daño a
la fe verdadera. Retenía en su reino, a muchos cristianos cautivos.
Por
disposición divina, este enemigo terrible de la fe cristiana, tuvo
una hija única, llamada Casilda, para que de un tallo tan malo,
brotara una flor de blancura admirable, sobre la que descansara el
Espíritu del Señor...
El
Espíritu deífico, por el incendio de la devoción, la levantaba
hacia Dios; por la suavidad de la compasión, la transformaba en
Cristo; y por la piedad de la condescendencia, la inclinaba al
prójimo. De tal manera que a los afligidos,
y principalmente si eran cristianos, aunque nacida de familia
sarracena, se bajase hacia ellos, con una ternura de intensísima
compasión.
Tenía
como ingénita, la virtud de la clemencia, sobre la cual, se posó la
gracia de Dios duplicándola. Así que su piedad, de tal manera se
derramaba, tratando con los cautivos pobres, que a los que no podía
alargar la mano, alargaba su afecto. Tenía la costumbre, todos los
días sin falta —por las entrañas del amor a Cristo, por su
reverencia a la suavidad de Jesús— de consolar a los cautivos
cristianos, con su grata presencia, y a ellos alargaba sus manos
ayudadoras, llenas de dádivas..."
Mujer
de gran corazón, la gracia halla el terreno propicio, para sus
maravillosas transformaciones. Casilda debió ser instruida en la
fe cristiana, por los mismos cautivos a los que socorría, los cuales
pagaban así, con el más alto bien espiritual, los dones materiales
que de ella recibían.
La
semilla de la fe, cayó en buena tierra, y pronto dio el ciento por
uno. Admírase de ello, el piadoso cronista, del Breviario de Burgos:
"¡Cosa
admirable y nunca vista!. Nacida de un acebuche, contra la naturaleza
de su nacimiento, se transformó en buen olivo, para así dar óptimo
fruto. ¿De dónde un árbol infructuoso, pudo producir un ramo tan
feraz, de excelentes frutos?. Porque así estaba predestinado, por la
bondad inmensa de Dios, desde toda la eternidad".
No
se recataba Casilda, de su manifiesta solicitud para con los
cristianos, que gemían en las mazmorras de su padre, cosa que
mereció las censuras de los nobles palaciegos.
Enterado
el rey, de la extraña conducta de su hija, comenzó a espiarla, y la
sorprendió un día, en que se dirigía a visitarles. "¿Qué
es lo que llevas recogido en tu enfaldo?", le preguntó
severamente. "Rosas",
contestó Casilda.
Y
desplegando su manto, vio el rey que efectivamente, eran rosas.
Desconcertado, dejó el paso libre a su hija, que llegándose con
presteza a los prisioneros, pudo entregarles, lo que en realidad
eran: sabrosas viandas, y que sólo por un prodigio del Señor, pudo
parecer rosas, a los ojos del enfurecido monarca.
La
gracia de Dios, iba trabajando el corazón de Casilda, inclinándola
irresistiblemente, hacia la religión cristiana. Ya su corazón
pertenecía plenamente a Cristo. Pero, ¿cómo podría ella, princesa
mora, sujeta por tantos lazos a la religión del Islam, recibir el
bautismo, y hacer pública profesión de la verdadera fe?. Un foso
infranqueable, parecía separarla, de su generoso propósito. Sin
embargo, la divina Providencia velaba.
Aconteció
pues, que la princesa contrajo una grave dolencia, que fue
marchitando poco a poco, todos los encantos de su fragante juventud.
Padecía flujo de sangre, y los rudimentarios recursos de médicos y
curanderos, se mostraron muy pronto, impotentes para atajar el mal.
Dios
le hizo saber entonces, valiéndose de los cautivos cristianos que
tanto la querían, que únicamente podría recobrar la salud,
bañándose en las milagrosas aguas de San Vicente, en la Castilla
cristiana, cerca de Briviesca. Así la Providencia, disponía
suavemente los caminos, que debían conducir a Casilda, hacia otras
aguas regeneradoras, las del bautismo.
Obtenido,
no sin dificultad, el permiso paterno para realizar el viaje, se
despidió Casilda de su anciano padre, a quien no había volver a
verla en la vida. Un brillante séquito, dio escolta a la princesa
mora hasta Burgos, donde a los pocos días de su llegada, recibió
solemnemente el santo bautismo.
Poco
tiempo se detuvo Casilda, en la capital de Castilla. Reanudando su
penosa marcha, se dirigió hacia los montes Obarenes, llegando por
fin, a los ansiados lagos de San Vicente, junto al lugar del Buezo,
en los que orando con fervor y confianza,
alcanzó la salud perdida.
Resuelta
a consagrar a Cristo, la virginidad de su cuerpo, milagrosamente
sanado, determinó Casilda pasar el resto de su vida, en la soledad
de aquellos parajes, entregada a la oración y la penitencia. Y así
lo cumplió, con admirable fortaleza y constancia, hasta el fin de
sus días. Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en su misma
ermita, que pronto se convirtió, en lugar de peregrinación de
innumerables devotos.
Sobre
el cañamazo de esta primitiva narración, de transparente sencillez,
se han ido acumulando los años, y el celo no siempre discreto, de
sus entusiastas biógrafos, maravilla sobre maravilla. Sin embargo,
no necesita nuestra Santa, el espaldarazo de tales prodigios
superfluos.
El
gran milagro de Santa Casilda, es ella misma: su gran corazón, capaz
de amar a Dios y al prójimo, hasta el total olvido de sí.
Puede
colegirse, cuál debió ser la fuerza de este amor, en el alma de
nuestra Santa, ponderando la vida de completo y durísimo
desprendimiento a que la llevó. La que pudo ser gala y ornato de una
corte, criada entre blanduras y exquisiteces, vive ahora en una
cueva, que no logra protegerla contra las ventiscas del invierno, ni
los rigores del estío; sus delicadas plantas de los pies, que sólo
pisaron suaves alfombras, huellan ahora, descalzas, los ásperos
cantos de los pedregales; su alimentación y su vestido, se reducen a
lo estrictamente indispensable para subsistir.
Y
por encima de estas austeridades corporales, está la que para
Casilda, debió ser la mayor de las privaciones: la soledad. Su
corazón, exquisitamente femenino, hecho para la ternura y la
compasión, debió sufrir enormemente, al verse privado de cauce
humano, donde derramarse. Ya no la rodeaban los pobres, los cautivos,
los afligidos, los pobrecitos de Cristo, tendiéndole sus manos
suplicantes, ni ella podía ya alargarles las suyas, portadoras de
tantos beneficios. Estaba sola. Casilda
había hecho en sí, y en torno a sí, un vacío profundo.
Pero
la plenitud rebosante del amor de Dios, iba a llenar pronto, este
abismo insondable hasta los bordes, y derramándose, alcanzaría su
benéfico influjo a distancias insospechadas, donde jamás habría
podido llegar su presencia física.
Hay
un prodigio, de los muchos que se le atribuyen a la Santa, que parece
ilustrar esto como un ejemplo: se dice que
hombres y ganados, podían andar seguros, por las peligrosas laderas
de los montes Obarenes, mientras la Santa los habitó. Nunca ocurrió
accidente alguno a pastores, peregrinos o viajeros, que se
arriesgaban, por aquellas inhóspitas soledades: la presencia, aun
lejana e invisible, de la Santa les protegía. Casilda continuaba así
fiel a sí misma, solícita y maternal.
Pero
este prodigio, que tan bien le cuadra, no es más que una concreción
material, de la misión espiritual que toda alma santa, tiene en el
cuerpo místico de la Iglesia. Lo
esencial es que haya santos; no que realicen prodigios.
Su sola presencia nos protege, su
existencia por sí sola nos enriquece, puesto que todos, no somos más
que uno, en Cristo Nuestro Señor.
El
cuerpo de Santa Casilda, reposó en su primitiva sepultura, cavada en
la entraña de la roca, hasta 1529, en que fueron trasladados sus
restos, al santuario, que sobre su misma tumba se edificó. En 1601,
se llevaron parte de los venerables despojos, a la catedral de
Burgos, parece ser que también en la catedral de Toledo, se veneran
algunas cenizas de la infanta mora.
En
1750, el abad de San Quirce, inauguró el nuevo altar, dedicado a la
Santa, en la nave mayor del santuario, y se trasladaron a él las
reliquias, que desde entonces, descansan en una urna, rematada por su
propia imagen yacente, obra de Diego de Siloé, La portada de la
iglesia actual, se atribuye a Felipe de Vigami, el Borgoñón.
Desde
muy antiguo, el santuario es patronato del Cabildo de la catedral de
Burgos, que mantiene en él, un capellán encargado del culto
permanente. Hay una hospedería, al servicio de los peregrinos, y
carretera de fácil acceso, al santuario desde Briviesca.
Santa
Casilda es invocada en los casos de flujo de sangre, caídas y
accidentes de todas clases. Es patrona de la comarca de
Burgos, y en los últimos días de junio, acuden a su santuario, de
todos los pueblos de la provincia, muchedumbres devotas, que pregonan
la eficaz intercesión, de la santa princesa mora, que dejó en la
bravía aridez de aquellas cumbres, el buen olor de su vida
contemplativa y penitente.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que a imitación de
Santa Casilda, todo nuestro trabajo, y nuestra ayuda al prójimo, se
encuentre siempre impregnado del olor a rosas del Paraíso Celestial.
A Tí Señor, que todo lo ofreciste a gratuidad, y que Vives y
Reinas, por los Siglos de los Siglos. Amén.
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