Cuarta
Feria, 15 de junio
SANTA
GERMANA COUSIN
Cuerpo
Incorrupto. Taumaturga
(†
1601)
y
Santa
Benilde
Mártir
Cordobesa
(853)
Breve
En
el campo, mientras vigilaba su rebaño se la veía postrarse de
rodillas tan pronto como se oía el tañido del Angelus; a veces
dejaba pacer a su rebaño y echaba a correr hasta la iglesia: no se
le desmandaban sus ovejas, que seguían paciendo la hierba alrededor
del huso, que quedaba clavado en la tierra todo el tiempo que duraba
su ausencia. Fue notorio el hecho de que nunca se las atacaron los
lobos, a pesar de que la selva de Bouconne cercana era la guarida
de fuertes bandas, que solían encarnizarse contra rebaños, niños y
hasta labradores. Una secreta virtud parecía salir de su huso para
tenerlos a raya.
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JACQUELINE
KRYNEN
El
pueblo de Pibrac, a unos kilómetros de Toulouse, se levanta en las
vertientes de una colina por cuya falda corre un arroyo llamado el
Courbet. No muy lejos, en la llanura que domina este arroyo, en medio
de un paisaje muy descubierto cuya vista se extiende hasta los
Pirineos al sur, se encuentra una casa rústica de ladrillos y adobes
donde nació Germana Cousin en 1579.
Su
llegada al mundo pareció señalar el fin tan deseado de las guerras
de religión, que habían ensangrentado durante años el reino, y
especialmente el Languedoc.
Maitre
Laurent, el padre de Germana, honrado labrador, gozaba en el pueblo
de cierta consideración, puesto que llegó a ser cónsul, o sea
alcalde, en 1573 y 1574. Era modesta su alquería, pero la
explotación de varias fincas le proporcionaba una renta decente.
Entre los años 1575 y 78 casó en terceras nupcias con la que iba a
ser madre de nuestra Santa, con Marie Laroche.
Nació
Germana enclenque, escrofulosa e impedida de la mano derecha; desde
los años más tiernos quedó huérfana. Hugo, su hermanastro, nacido
de la primera mujer, quedaba por amo de la casa. Le llevaba a Germana
unos treinta años, Su mujer, Armanda Rajols, despiadada, mandona,
regentaba sus cosas con dura mano; trataba reciamente a la pobre
tullida, que no valía para las labores de casa, y sólo podía
prestar insignificantes servicios, como hilar el copo o guardar las
ovejas; la mantenía arrinconada como pestífera con el fin de evitar
que a nadie se le pegara su repugnante escrófula.
Hacía
con Germana las veces de madre una pobre sirvienta llamada Juana
Aubian, quien descubría sus llagas, las lavaba y curaba, llevando a
la chiquilla a su lado al amor de la lumbre, partiendo con ella la
comida y la cama hasta que la juzgaron bastante crecida para que se
echara a dormir sola debajo de las escaleras del establo contiguo a
las habitaciones de la casa.
La
bondadosa Juana Aubian era una mujer profundamente caritativa: no
sabía leer ni escribir, pero poseía esa intuición de las cosas
sobrenaturales que el Señor deposita en las almas sencillas y puras.
Ella fue quien instruyó a Germana en las verdades de la fe y abrió
su corazón al amor de Dios, hablándole de las maravillas que el
Salvador obra en favor de los desventurados.
Puesto
que no valía para ser empleada en las faenas del campo, Germana fue
arrinconada como pastora, sin que los suyos pudieran sospechar que,
al igual de los patriarcas, de Genoveva, la pastora de Nanterre, o de
Juana de Arco, la pastora de Domrémy, este título iba a ser mas
adelante su gloria y la característica de su santidad, aunque la
suya debía de realizarse dentro de los estrictos límites de una
vida del todo oculta en Dios.
Los
vecinos de Pibrac sólo sabían de ella que era tullida y atormentada
por los duros tratos de su madrastra: probaba ser sonriente y
bondadosa, y tan dedicada a la oración y frecuentación de la
iglesia, que le habían puesto el apodo de la beata.
En
el campo, mientras vigilaba su rebaño se la veía postrarse de
rodillas tan pronto como se oía el tañido del Angelus; a veces
dejaba pacer a su rebaño y echaba a correr hasta la iglesia: no se
le desmandaban sus ovejas, que seguían paciendo la hierba alrededor
del huso, que quedaba clavado en la tierra todo el tiempo que duraba
su ausencia. Fue notorio el hecho de que nunca se las atacaron los
lobos, a pesar de que la selva de Bouconne cercana era la guarida
de fuertes bandas, que solían encarnizarse contra rebaños, niños y
hasta labradores. Una secreta virtud parecía salir de su huso para
tenerlos a raya.
Esta
era la vida de Germana durante todo el año: en los fuertes calores
del verano como en las recias heladas del invierno, cuidadosa y
silenciosa, vigilaba su rebaño. Cuando cerraba la noche
se recogía con él y se pasaba las noches durmiendo debajo de las
escaleras del establo, junto a sus ovejas, tan cerca del Niño Dios
en el aprisco de Belén como los pastores de Navidad. Por la mañana,
cuando salía a los pastos, se llevaba en el delantal una ración de
pan, no el mejor de casa por cierto: se le reservaban los mendrugos,
y ella misma los iba a recoger en el arca, pan de la humillación
voluntaria de la pequeña Cenicienta, que no aspiraba a más que al
último lugar en casa.
Este
pan que se le consentía, como las migajas caídas de la mesa de los
ricos, Germana lo compartía con los más pobres. En aquel
entonces se viajaba a pie; ¡cuántos vagabundos, peregrinos y
menesterosos en busca de pan iban y venían por los caminos pidiendo
delante de las puertas, y a la entrada de los pueblos! Germana los
veía acercarse desde lejos, se iba hacia ellos y, abriendo su
delantal, compartía con ellos el consuelo del pan y de su sonrisa.
Quiso El Señor manifestar con un prodigio notorio cuán agradable
era delante de Él la caridad de Germana.
Se
aproximaba el término de su vida. Armanda, que tenía barruntos de
la prodigalidad de la joven para con la gentuza, viéndola cierto día
marcharse de casa con una provisión que abultaba más de lo
acostumbrado, resolvió seguirla con un garrote en la mano, con ánimo
de confundirla delante de testigos presenciales de su fechoría, hizo
que parara delante de unos vecinos, tirándola bruscamente del
delantal. y ocurrió el milagro: a los pies de la joven,
desparramadas en el suelo, se le caían como llovidas del cielo unas
flores silvestres. Los testigos contemporáneos tuvieron cuidado de
añadir: "Y no era la estación de
las flores". Armanda, aterrorizada por el
prodigio celeste, quería volver a mejores sentimientos. "Vuelve
con nosotros, te acomodaremos una buena habitación, comerás con
nosotros". pero Germana rechazaba con suavidad sus
propuestas. Tenía afición a su camaranchón: “¿acaso no era el
mísero alojamiento en el que Jesucristo Nuestro Señor le había
comunicado su consuelo y su alegría?”.
Tan
estupendo milagro ocurrió algunos años antes de su muerte; pero ya
había sido glorificada por Dios delante de los vecinos del lugar. El
párroco de Pibrac, don Guillermo Carné, se hacía lenguas de la
santidad de la joven, tan devota a los oficios y tan caritativa con
todos. Sabedor de las luces que Dios le deparaba en los misterios de
la fe, le dio permiso para que diera la doctrina a los niños.
Fue
Germana una maravillosa catequista; acudían a ella las criaturas en
los campos para oírla hablar de Dios, valiéndose de las cosas
visibles para poner al alcance de sus oyentes los altos secretos de
la realidad invisible, no de otra manera que Nuestro Señor cuando
enseñaba a los corazones puros y sencillos en un maravilloso
lenguaje de parábolas.
A
todos les inculcaba su ardiente amor a la Eucaristía, puesto que
solía comulgar cada domingo, sin faltar en ninguna de las fiestas de
la iglesia. Un día, pues, dirigiéndose a la parroquia
cuando se preparaba a vadear el arroyo, se encontró con que las
aguas salidas de madre le impedían el paso. Las gentes se reían de
la beata. Pero Germana, con santo atrevimiento, se prepara a cruzar
las aguas como solía. Y ocurrió el
milagro: las aguas arremolinadas y sucias se apartan, dejándola
pasar a pie enjuto. Volvió a reproducirse el prodigio después de la
misa.
La
noticia se difunde en la comarca y cunde la voz de que la pequeña
pastora del tío Lorenzo es una santa. En una canción popular muy
divulgada aparece Germana: se la llama la violeta de Pibrac. Pero la
Santa no hace caso de lo que dicen de ella; sigue con su vida oculta,
aguantando con admirable paciencia sus miserias y trabajos, fiel a su
condición humilde, de secreto martirio, hasta su muerte.
Un
sacerdote de la diócesis de Auch, al hacer de noche el viaje a
Toulouse, y dos religiosos que habían encontrado asilo en las ruinas
de un antiguo castillo cercano a Pibrac, afirmaron que en medio de la
noche habían visto doce formas blancas dirigirse hacia la llanura y
levantarse después hacia el cielo haciendo escolta a una joven
vestida de blanco y coronada de flores silvestres. Al entrar de
madrugada en el pueblo, se enteraron de que había muerto en la noche
una joven tullida tenida en fama por sus virtudes. Había muerto
Germana Cousin en aquella noche de junio de 1601, sin ruido, sola,
tal como había vivido, debajo de las escaleras del establo.
Fue
enterrada en la iglesia de Pibrac, frente al púlpito, en la
concesión que poseía su familia. En 1644, al enterrar una allegada
de Germana, el sepulturero Guillermo Cassé
descubre aterrorizado un cuerpo en perfecto estado de conservación
casi a ras del suelo. Era el cuerpo de una joven que parecía haber
sido enterrada el día anterior.
La
noticia se difunde en el pueblo. Los ancianos reconocen a Germana
Cousin: su cuello lleva todavía las señales de sus lamparones, la
mano derecha no se parece a la otra. Entonces vuélvense a contar los
milagros ocurridos en vida de Germana; queda
expuesto su cuerpo en la iglesia y se produce el primer milagro
póstumo: la señora del castillo de Beauregard fue curada de un
absceso del seno que ponía en peligro la vida de su recién nacido.
En testimonio de gratitud hizo donación de un ataúd de plomo, en el
que quedó depositada la preciosa reliquia del cuerpo de la Santa.
Iba
a empezar una serie de milagros tan manifiestos, tan frecuentes y
sonados, que hacen de Santa Germana una de las más grandes
taumaturgas de todos los tiempos: paralíticos
y ciegos, personas atacadas de abscesos infecciosos o de incurables
llagas purulentas, enfermos y tullidos que se acercaban al sepulcro
de Germana, se encontraban súbitamente curados durante la santa
misa.
Los
expedientes en los que constan los primeros milagros fueron
consultados en 1661 por don Jean Dufour, arcediano de la catedral de
Toulouse, y más tarde, en 1700, por el párroco de la Dalbade; no
obstante, tardaba el proceso de beatificación a pesar de las
curaciones milagrosas, que no cesaban. Un legajo de documentos fue
confiado en 1739 a un misionero apostólico en Mesopotamia para que
lo entregase, a su paso por Roma, a la Sagrada Congregación de
Ritos; dichos documentos debieron de extraviarse, puesto que nunca
fueron remitidos a Roma.
En
1793, en pleno período revolucionario, los miembros del Comité de
Salvación Pública, queriendo llevar a cabo un designio sacrílego
de sustraer los "cadáveres” a la devoción de las
muchedumbres, se encarnizaron sobre el cuerpo de Germana, arrojándole
en un foso de cal viva, mientras se mandaba el ataúd de plomo a
Toulouse para que sirviera para la fabricación de balas. Pasada la
oleada revolucionaria, se descubrió por segunda vez el cuerpo:
apareció casi intacto, a pesar de haber permanecido durante años
bajo la acción de la cal viva, Entonces se volvió a tratar del
proceso de beatificación.
En
enero de 1845 el expediente era entregado, por fin, a la Sagrada
Congregación de Ritos. Gregorio XVI dio su firma dos días antes de
morir para aprobar los trabajos de la Comisión apostólica. Fue Pío
IX quien tuvo la alegría de proclamar Beata a Germana en 1854, y
Santa en 1867. Al terminar el siglo no se
contaban menos de cuatrocientos milagros realizados por la
intercesión de la Santa.
Para
el proceso de beatificación sólo se retuvieron los cuatro más
conocidos: en 1845 la casa de las religiosas del Buen Pastor, de
Bourges, a quienes faltaba hasta el pan, debe a su intervención dos
multiplicaciones milagrosas de pan y harina; en 1828 Jacquette
Cathala, niña de siete años, fue instantáneamente curada de un
raquitismo incurable; Felipe Lucas, niño de doce años, igualmente
de una fístula en la cadera.
Entre
los numerosos milagros realizados por la intercesión de la Santa de
Pibrac mentaremos el de que fue favorecida María Teresa de España
en febrero de 1845. La esposa de don Carlos, que vivía exilada en
Bourges, padecía de un hipo tan alarmante con congestión de la
garganta, que los médicos habían abandonado toda esperanza de
salvarla. Doña María Teresa se puso al cuello una medalla de la
Santa, se durmió y despertó al día siguiente totalmente curada.
Las
fiestas de la canonización se celebraron con un esplendor
incomparable tanto en la capilla Sixtina como en la ciudad de
Toulouse, en medio de un alborozo general, que destaca la gran
popularidad que disfruta la Santa de Pibrac. Hoy
en día la aldea de Santa Germana sigue siendo un centro de
peregrinación donde acuden los fieles todos los domingos.
Cuando
se celebra la gran peregrinación anual el 16 de junio, la
muchedumbre no cabe en la pequeña parroquia. Una basílica empezada
a levantar a principios de siglo está todavía sin acabar. El actual
párroco, superior de la Congregación de los Misioneros de los
Campos, confía en que su terminación ha de ser obra de la devoción
a la Santa, cuyo resplandor sigue iluminando las tierras de
Languedoc, a las que tanto ha amado. Todo resulta maravilloso en la
historia de Santa Germana. Dios ha revestido a la flor de los campos
y el lirio de los valles de la gloria de los santos para manifestar
una vez más al mundo cómo se complace en revelar a los humildes sus
secretos misterios, ocultos en su seno desde los orígenes de la
creación.
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Hoy
también recordamos con Amor a
Santa
Benilde
Mártir
Cordobesa
(853)
La
repercusión en Córdoba del martirio en dos días consecutivos de
junio, primero de San Fándilo y después de Santa Digna, San Félix
y San Anastasio, movió el 15 de junio del año 853 a una anciana de
nombre Benilde y natural de Córdoba a presentarse a los jueces, como
narra San Eulogio.
Y
con tanta serenidad y valor, que admiró a todos los que presenciaron
su defensa del cristianismo.
Con
su sangre, quedó rubricado el testimonio valiente.
Después de ser alzado su cuerpo sobre unos palos, lo quemaron; y esparcieron sus cenizas, juntamente con las de los mártires de días anteriores.
Después de ser alzado su cuerpo sobre unos palos, lo quemaron; y esparcieron sus cenizas, juntamente con las de los mártires de días anteriores.
Otros
Santos: Isfrido, obispo; Bernardo de Menthon, religioso;
Landelino, abad; Vito, Modesto, Crescencia, Esiquio, Dulas, Benilde,
Livia, Leónidas, Eutropia, mártires; Landelino, abad; Abraham,
confesor.
Oración:
Te pedimos Señor que por los méritos e intercesión de Santa
Germana de Pibrac, nos protejas de los lobos que acechan en el
exterior, pero fundamentalmente en nuestro interior, preservándolo
de toda mancha y pecado. Que sepamos ser consecuentes en nuestra Fe
como ella y como Santa Benilde en tu tiempo lo fueron. A Tí Señor
que nos advertiste que para seguirte había que desprenderse de todo,
y quien quiera salvar su Vida la perderá, pero quien la pierda por
tu causa la salvará. Amén.
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