Segunda
Feria, 22 de Febrero
La
cátedra del apóstol San Pedro
La
festividad de la Cátedra de San Pedro se celebraba en Roma ya en el
siglo IV, en este día, para poner de manifiesto la unidad de la
Iglesia, fundada en la persona del Apóstol.
La
Iglesia de Cristo se levanta sobre la firmeza de la fe de San Pedro
De
los sermones de San León Magno, papa
(Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54, 149-151)
(Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54, 149-151)
De
todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión
universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la
Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y
muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos
eminentemente por Cristo.
La
bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable
participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro
los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.
El
Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo que los hombres opinan de
él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la
ambigüedad de la ignorancia humana.
Pero,
cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el
primero en confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad
apostólica. A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino
mi Padre que está en el cielo.
Es
decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo
ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que
la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne
y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo
único».
Y
añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te
ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu
dignidad: Tú eres Pedro, que soy la
piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos
una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede
edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás
fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por
propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo».
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
la derrotará. «Sobre esta fortaleza –quiere decir– construiré
el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el
cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro».
El
poder del infierno no podrá con esta profesión de fe ni la
encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras
de vida. Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la
fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.
Por
esto dice al bienaventurado Pedro: “Te
daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo”.
La
prerrogativa de este poder se comunica también a los otros
apóstoles, y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no
en vano se encomienda a uno o que se ordena a todos; de una forma
especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al
frente de todos los pastores de la Iglesia.
Benedicto
XVI explica el significado de la «cátedra» de Pedro
Intervención
en la audiencia general del miércoles
22
de febrero de 2006
CIUDAD
DEL VATICANO, miércoles, 22 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la
intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este
miércoles, fiesta de la cátedra de San Pedro.
¡Queridos
hermanos y hermanas!
La
liturgia latina celebra hoy la fiesta de la cátedra del San Pedro.
Se trata de una tradición muy antigua, testimoniada en Roma desde
finales del siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión
confiada al apóstol Pedro y a sus sucesores.
La
«cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo,
colocada en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es
llamada «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo y,
en particular, de su «magisterio», es decir, de la enseñanza
evangélica que él, en cuanto sucesor de los apóstoles, está
llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana.
Cuando
el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido
confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde
esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en
la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál
fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro?. Él, escogido por
Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (Cf. Mateo
16,18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la
Ascensión del Señor y de Pentecostés.
La
primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en
aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto
a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro.
Sucesivamente,
la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en
Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del
imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De
aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por
primera vez, los discípulos recibieron el nombre de \"cristianos\"»
(Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo.
De
hecho, el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario,
preveía también una celebración específica de la Cátedra de
Pedro en Antioquía. Desde allí la Providencia llevó a Pedro a
Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que va de Jerusalén,
Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia, que
agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia
proveniente de los judíos.
Después,
Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del «Orbis»
--la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra-- donde concluyó
con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este
motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió
también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de
todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de
todo el Pueblo de Dios.
La
sede de Roma, después de estas migraciones de San Pedro, fue
reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su
obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar
a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la
Iglesia, como por ejemplo, san Ireneo, obispo de Lyón, pero que era
originario de Asia Menor, quien en su tratado «Contra las herejías»
describe a la Iglesia de Roma como la «más grande y más antigua
conocida por todos;… fundada y constituida en Roma por los dos
gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» y añade: «Con esta Iglesia,
por su eximia superioridad, debe estar en acuerdo la Iglesia
universal, es decir, los fieles que están por doquier» (III, 3,
2-3).
Poco
después, Tertuliano, por su parte, afirma: «¡Esta Iglesia de Roma
es bienaventurada!. Los apóstoles le derramaron, con su sangre, toda
la doctrina» («Prescripciones contra todas las herejías», 36). La
cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su
servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de
todo el Pueblo de Dios.
Celebrar
la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto,
atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella
un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que
quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la
salvación.
Entre
los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de San
Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma,
particularmente interesante porque menciona explícitamente la
«cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y
de paz. Así escribe Jerónimo: «He
decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe
que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento
para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro
primado sino el de Cristo; por esto me pongo en comunión con tu
beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta
piedra está edificada la Iglesia» («Las cartas» I,
15,1-2).
Queridos
hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de San Pedro, como
sabéis, se encuentra el monumento a la cátedra del apóstol, obra
de Bernini en su madurez, realizada en forma de gran trono de bronce,
sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de
occidente, San Agustín y San Ambrosio, y dos de oriente, San Juan
Crisóstomo y San Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra
sugerente, que hoy es posible admirar, adornada con velas, y a rezar
particularmente por el ministerio que Dios me ha confiado. Al
elevar la mirada ante el vitral de alabastro que se encuentra
precisamente ante la cátedra, invocad al Espíritu Santo para que
sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio cotidiano a toda
la Iglesia. Por esto y por vuestra deferente atención, os doy las
gracias de corazón.
[Traducción
del original italiano realizada por Zenit Al final de la audiencia,
el Papa saludo a los peregrinos en castellano. Estas fueron sus
palabras:]
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia».
Hoy celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia».
Esta
celebración de hoy significa reconocer un signo privilegiado del
amor de Dios, Pastor bueno, que quiere reunir a su Iglesia y guiarla
a la salvación. Por esto, os invito a rezar de modo particular por
el ministerio que Dios me ha confiado, pidiendo al Espíritu Santo
que, con su luz y su fuerza, me sostenga en el servicio cotidiano a
toda la Iglesia.
Saludo
cordialmente a los visitantes venidos de España y de Latinoamérica,
de modo especial a los peregrinos de la parroquia de Matamorosa
(Santander), al Colegio San José Obrero de Hospitalet (Barcelona) y
al grupo de la Universidad Cardenal Herrera, de Moncada (Valencia),
así como a los peregrinos de Chile. Gracias de corazón por vuestras
oraciones y por vuestra atención.
(22
de febrero de 2006) © Innovative Media Inc.
Oración:
Te pedimos Señor, que por los méritos y el martirio de San
Pedro, puedan todos los pontífices guardar con rectitud el rebaño
que le has sido confiado, sintiendo su paternal protección, y
enseñando con profundo apego las enseñanzas vertidas en el
Evangelio. A Tí Señor que eres cabeza de la Iglesia Universal.
Amén.
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