Sábado 6 de febrero
San
Pablo Miki, S.J.
y compañeros Mártires de Nagasaki, Japón
†
5 de febrero de 1597
Pablo
Miki nació en Japón el año 1566 de una familia pudiente; fue
educado por los jesuitas en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía
de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos con gran
fruto.
Al
recrudecer la persecución contra los católicos, decidió continuar
su ministerio y fue apresado junto con otros. En su camino al
martirio, él y sus compañeros cristianos fueron forzados a caminar
600 millas para servir de escarmiento a la población. Ellos iban
cantando el Te Deum.
Les
hicieron sufrir mucho. Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras
perdonaba a sus verdugos, fue crucificado el día 5 de febrero de
1597. Desde la cruz predicó su último sermón.
Junto
a él sufrieron glorioso martirio el escolar Juan Soan (de Gotó) y
el hermano Santiago Kisai, de la Compañía de Jesús, y otros 23
religiosos y seglares. Entre los franciscanos martirizados está el
beato Felipe de Jesús, mexicano.
Todos
ellos fueron canonizados por Pío IX en 1862.
Del
oficio de lectura
Seréis
mis testigos
De la Historia del martirio de San Pablo Miki y compañeros, escrita por un contemporáneo
De la Historia del martirio de San Pablo Miki y compañeros, escrita por un contemporáneo
Clavados
en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les
exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario
estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo.
El
hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos
salmos y añadiendo el verso: A tus manos, Señor. También el
hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El
hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración dominical y
la salutación angélica.
Pablo
Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los
que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los
circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar
el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan
inestimable. Después añadió estas palabras:
«Al
llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a
apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de
salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el
cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han
ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte,
y les pido que reciban el bautismo».
Y,
volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el
trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero
el de Luís era singular. Un cristiano le gritó que estaría en
seguida en el paraíso. Luís hizo un gesto con sus dedos y con todo
su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.
Antonio,
que estaba al lado de Luís, fijos los ojos en el cielo, y después
de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: Alabad,
siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de
Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos
salmos.
Otros
repetían: «¡Jesús! ¡María!», con rostro sereno. Algunos
exhortaban a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos.
Con éstas y semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.
Entonces
los verdugos desenvainaron cuatro lanzas como las que se usan en
Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús! ¡María!», y
se echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos
remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.
Oración:
Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado a San
Pablo Miki y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz,
concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la
muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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