Cuarta
Feria, 10 de Febrero
Miércoles
de Cenizas
Inicio
de la Cuaresma
Acuérdate
que eres polvo y en polvo te convertirás
Conviértete
y cree en el Evangelio
Cenizas
La
imposición de cenizas marca el inicio de la cuaresma en la que los
cristianos nos preparamos para celebrar la Pascua con cuarenta días
de austeridad, a semejanza de la cuarentena de Cristo en el desierto,
también la de Moisés y Elías.
Las
cenizas nos recuerdan:
El
origen del hombre: "Dios formó al hombre con polvo de la
tierra" (Gen 2,7).
El
fin del hombre: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella
fuiste hecho" (Gn 3,19).
Dice
Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi
Señor" (Gn 18,27).
"Todos
expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29)
La
raíz de la palabra "humildad" es "humus"
(tierra). La ceniza es un signo de humildad, nos recuerda lo que
somos.
Las
cenizas, como polvo, son un signo muy elocuente de la fragilidad, del
pecado y de la mortalidad del hombre, y al recibirlas se reconoce su
limitación; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades,
de nada nos sirven.
Inspirados
por las Sagradas Escrituras, algunas comunidades religiosas tienen la
costumbre de poner a sus hermanos moribundos en la tierra o sobre
cenizas.
En
Job (Jb 42,6) la ceniza simboliza dolor y penitencia.
La
costumbre de imponer la ceniza se practica en la Iglesia desde sus
orígenes. En la tradición judía, el símbolo de rociarse la cabeza
con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de
convertirse: la ceniza es signo de la fragilidad del hombre y de la
brevedad de la vida.
Al
inicio del cristianismo se imponía la ceniza especialmente a los
penitentes, pecadores públicos que se preparaban durante la cuaresma
para recibir la reconciliación. Vestían hábito penitencial y ellos
mismos se imponían cenizas antes de presentarse a la comunidad.
En
los tiempos medievales se comienza a imponer la ceniza a todos los
fieles cristianos con motivo del Miércoles de Ceniza, significando
así que todos somos pecadores y necesitamos conversión. La
cuaresma es para todos.
Las
cenizas se obtienen al quemar las palmas (en general de olivo) que se
bendijeron el anterior Domingo de Ramos. Se debe aclarar que no
tendría sentido recibir las cenizas si el corazón no se dispone a
la humildad y la conversión que representan.
Como
se imparten las cenizas
La
bendición e imposición de la ceniza tiene lugar en la misa, después
de la homilía. En circunstancias especiales, por ejemplo, cuando no
hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de la
celebración de la Palabra.
Las
cenizas son impuestas en la frente del fiel, haciendo la señal de la
cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras Bíblicas:
«Acuérdate que eres polvo y en polvo te
convertirás», o «Conviértete
y cree en el Evangelio».
Las
cenizas son un sacramental. Estos no confieren la gracia del Espíritu
Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la
Iglesia los sacramentales «preparan a recibirla y disponen a
cooperar con ella» Catecismo (1670 ss.).
San
Juan de Avila
Homilía
el Miércoles de Ceniza
"Acuérdate,
hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado que te
consumió y del fuego que te tornó ceniza; acuérdate de que para
remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo. Para remediar esto
vino Dios y Él mismo fue abrasado de amor y hecho ceniza, fue
trabajado, sudó, cansó, fue perseguido y afrentado, crucificado por
ti.
Toma
la ceniza de Cristo; toma la memoria de su Pasión; acuérdate que Él
obedeció más al Padre que tú pecaste; que agradó Él más que
desagradaste tú. Toma la memoria de Jesucristo crucificado; júntala
con agua viva. No se te pide sino que te sujetes a la Iglesia, digas
a Dios que pequé contra ti, pésame de haber ofendido a mi Dios, que
eres, Señor, incomprensible bien. Él pone los sacramentos; pon tú
un poco de agua viva de contrición. ¿Cómo no te pesará de haber
ofendido a quien se puso por ti en la cruz?"
Homilía
del Miércoles de Ceniza
Juan
Pablo II, 28 de febrero de 2001
1.
"Reconciliaos con Dios (...). Ahora es el momento favorable"
(2 Co 5, 20; 6, 2).
Esta
es la invitación que la liturgia nos dirige al inicio de la
Cuaresma, exhortándonos a tomar conciencia del don de la salvación
que, en Cristo, se ofrece a todo hombre.
Hablando
del "momento favorable", el apóstol San Pablo se refiere a
la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4), es decir, el
tiempo en el que Dios, mediante Jesús, "escuchó" y
"socorrió" a su pueblo, realizando plenamente las promesas
de los profetas (cf. Is 49, 8). En Cristo se cumple el tiempo de la
misericordia y del perdón, el tiempo de la alegría y de la
salvación.
Desde
el punto de vista histórico, el "momento favorable" es el
tiempo en el que la Iglesia anuncia el Evangelio a los hombres de
toda raza y cultura, para que se conviertan y se abran al don de la
redención. De esa forma, la vida queda íntimamente transformada.
2.
"Ahora es el momento favorable".
Dentro
del año litúrgico, la Cuaresma, que comienza hoy, es un "momento
favorable" para acoger con mayor disponibilidad la gracia de
Dios. Precisamente por esto, suele definirse "signo sacramental
de nuestra conversión" (Oración colecta del I domingo de
Cuaresma): signo e instrumento eficaz de aquel radical cambio de
vida que en los creyentes se ha de renovar constantemente. La fuente
de ese extraordinario don divino es el Misterio pascual, el misterio
de la muerte y resurrección de Cristo, del que brota la redención
para todo hombre, para la historia y para el universo entero.
A
este misterio de sufrimiento y amor alude, en cierto modo, el
tradicional rito de la imposición de la ceniza, iluminado por las
palabras que lo acompañan: "Convertíos y creed en el
Evangelio" (Mc 1, 15). También a ese mismo misterio se refiere
el ayuno que hoy observamos, para iniciar un camino de verdadera
conversión, en el que la unión con la pasión de Cristo nos permita
afrontar y vencer el combate contra las fuerzas del mal (cf. Oración
colecta del miércoles de Ceniza).
3.
"Ahora es el momento favorable".
Con
esta conciencia, emprendamos el itinerario cuaresmal, prosiguiendo
idealmente el gran jubileo, que ha constituido para la Iglesia entera
un extraordinario tiempo de penitencia y reconciliación. Ha sido un
año de intenso fervor espiritual, durante el cual se ha derramado en
abundancia sobre el mundo la misericordia divina. Para que este
tesoro de gracia siga enriqueciendo espiritualmente al pueblo
cristiano, en la carta apostólica Novo millennio ineunte ofrecí
indicaciones concretas sobre cómo actuar en esta nueva fase de la
historia de la Iglesia.
Entre
esas indicaciones, quisiera recordar aquí algunas que corresponden
muy bien a las características peculiares del tiempo cuaresmal. La
primera de todas es la contemplación del rostro del Señor: rostro
que en Cuaresma se presenta como "rostro doliente" (cf. nn.
25-27). En la liturgia, en las Stationes cuaresmales, así
como en la práctica piadosa del vía crucis, la oración
contemplativa nos permite unirnos al misterio de Aquel que, aunque no
tuvo pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (cf. 2 Co 5, 21).
Siguiendo el ejemplo de los santos, todo bautizado está llamado a
seguir más de cerca a Jesús que, subiendo a Jerusalén y previendo
su pasión, dice a sus discípulos: "Tengo que recibir un
bautismo" (Lc 12, 50). Así, el camino cuaresmal se convierte
para nosotros en seguimiento dócil del Hijo de Dios, que se hizo
Siervo obediente.
4.
El camino al que nos invita la Cuaresma se realiza, ante todo, con la
oración: en estas semanas, las comunidades cristianas deben
transformarse en auténticas "escuelas de oración". Otro
objetivo privilegiado es acercar a los fieles al sacramento de la
reconciliación, para que cada uno pueda "redescubrir a Cristo
como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón
misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo" (Novo
millennio ineunte, 37). Además, la experiencia de la misericordia de
Dios no puede por menos de suscitar el compromiso de la caridad,
impulsando a la comunidad cristiana a "apostar por la caridad"
(cf. ib., IV). En la escuela de Cristo, la comunidad cristiana
comprende mejor la exigente opción preferencial por los pobres,
viviendo la cual "se testimonia el estilo del amor de Dios, su
providencia, su misericordia" (ib, 49).
5.
"En nombre de Cristo os lo pedimos: reconciliaos con Dios"
(2 Co 5, 20).
En
el mundo de hoy aumenta la necesidad de pacificación y perdón. En
el Mensaje para esta Cuaresma destaqué ese deseo recurrente de
perdón y reconciliación. La Iglesia, apoyándose en las palabras de
Cristo, anuncia el perdón y el amor a los enemigos. Al hacerlo, "es
consciente de que introduce en el patrimonio espiritual de la
humanidad entera una nueva forma de relacionarse con los demás: una
forma ciertamente ardua, pero llena de esperanza" (n. 4). He
aquí el don que ofrece también a los hombres de nuestro tiempo.
"Reconciliaos
con Dios": resuenan con insistencia en nuestro corazón estas
palabras. Hoy -nos dice la liturgia- es el "momento favorable"
para nuestra reconciliación con Dios. Conscientes de ello,
recibiremos la imposición de la ceniza, dando los primeros pasos en
el itinerario cuaresmal. Prosigamos con generosidad por ese camino,
conservando la mirada fija en Cristo crucificado. En efecto, la cruz
es la salvación de la humanidad: sólo partiendo de la cruz es
posible construir un futuro de esperanza y de paz para todos.
Caridad,
oración y ayuno, armas espirituales para combatir el mal
Benedicto
XVI: Homilía en la misa del Miércoles de Ceniza, en la basílica de
Santa Sabina, 2007
Queridos
hermanos y hermanas:
Con
la procesión penitencial hemos entrado en el austero clima de la
Cuaresma y, al introducirnos en la celebración eucarística,
acabamos de orar para que el Señor ayude al pueblo cristiano a
"iniciar un camino de auténtica
conversión para afrontar victoriosamente, con las armas de la
penitencia, el combate contra el espíritu del mal"
(oración Colecta).
Dentro
de poco, al recibir la ceniza en nuestra cabeza, volveremos a
escuchar una clara invitación a la conversión, que puede expresarse
con dos fórmulas distintas: "Convertíos
y creed el Evangelio" o "Acuérdate
de que eres polvo y al polvo volverás".
Precisamente por la riqueza de los símbolos y de los textos bíblicos
y litúrgicos, el miércoles de Ceniza se considera la "puerta"
de la Cuaresma.
En
efecto, esta liturgia y los gestos que la caracterizan forman un
conjunto que anticipa de modo sintético la fisonomía misma de todo
el período cuaresmal. En su tradición, la Iglesia no se limita a
ofrecernos la temática litúrgica y espiritual del itinerario
cuaresmal; además, nos indica los instrumentos ascéticos y
prácticos para recorrerlo fructuosamente.
"Convertíos
a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto".
Con estas palabras comienza la primera lectura, tomada del libro del
profeta Joel (Jl 2, 12). Los sufrimientos, las calamidades que
afligían en ese período a la tierra de Judá impulsan al autor
sagrado a invitar al pueblo elegido a la conversión, es decir, a
volver con confianza filial al Señor, rasgando el corazón, no las
vestiduras. En efecto, Dios —recuerda el profeta— "es
compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se
arrepiente de las amenazas" (Jl 2, 13).
La
invitación que el profeta Joel dirige a sus oyentes vale también
para nosotros, queridos hermanos y hermanas. No dudemos en volver a
la amistad de Dios perdida al pecar; al encontrarnos con el Señor,
experimentamos la alegría de su perdón. Así, respondiendo de
alguna manera a las palabras del profeta, hemos hecho nuestra la
invocación del estribillo del Salmo responsorial: "Misericordia,
Señor: hemos pecado". Proclamando el salmo 50,
el gran salmo penitencial, hemos apelado a la misericordia divina;
hemos pedido al Señor que la fuerza de su amor nos devuelva la
alegría de su salvación.
Con
este espíritu, iniciamos el tiempo favorable de la Cuaresma, como
nos recordó San Pablo en la segunda lectura, para reconciliarnos con
Dios en Cristo Jesús. El Apóstol se presenta como embajador de
Cristo, y muestra claramente cómo, en virtud de él, se ofrece al
pecador, es decir, a cada uno de nosotros, la posibilidad de una
auténtica reconciliación. "Al que
no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para
que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios"
(2 Co 5, 21). Sólo Cristo puede transformar cualquier situación de
pecado en novedad de gracia.
Precisamente
por eso asume un fuerte impacto espiritual la exhortación que San
Pablo dirige a los cristianos de Corinto: "En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5,
20) y también: "Mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es
el día de la salvación" (2 Co 6, 2).
Mientras
que el profeta Joel hablaba del futuro día del Señor como de un día
de juicio terrible, San Pablo, refiriéndose a la palabra del profeta
Isaías, habla de "momento favorable", de "día de la
salvación". El futuro día del Señor se ha convertido en el
"hoy". El día terrible se ha transformado en la cruz y en
la resurrección de Cristo, en el día de la salvación. Y hoy es ese
día, como hemos escuchado en la aclamación antes del Evangelio:
"Escuchad hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro
corazón". La invitación a la conversión, a la penitencia,
resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en
todos los momentos de nuestra vida.
De
este modo, la liturgia del miércoles de Ceniza indica que la
conversión del corazón a Dios es la dimensión fundamental del
tiempo cuaresmal. Esta es la sugestiva enseñanza que nos
brinda el tradicional rito de la imposición de la ceniza, que dentro
de poco renovaremos. Este rito reviste un doble significado: el
primero alude al cambio interior, a la conversión y la penitencia;
el segundo, a la precariedad de la condición humana, como se puede
deducir fácilmente de las dos fórmulas que acompañan el gesto.
Aquí, en Roma, la procesión penitencial del miércoles de Ceniza
parte de san Anselmo y se concluye en esta basílica de Santa Sabina,
donde tiene lugar la primera estación cuaresmal.
A
este propósito, es interesante recordar que la antigua liturgia
romana, a través de las estaciones cuaresmales, había elaborado una
singular geografía de la fe, partiendo de la idea de que, con la
llegada de los apóstoles san Pedro y san Pablo y con la destrucción
del templo, Jerusalén se había trasladado a Roma. La Roma cristiana
se entendía como una reconstrucción de la Jerusalén del tiempo de
Jesús dentro de los muros de la Urbe.
Esta
nueva geografía interior y espiritual, ínsita en la tradición de
las iglesias "estacionales" de la Cuaresma, no es un simple
recuerdo del pasado, ni una anticipación vacía del futuro; al
contrario, quiere ayudar a los fieles a recorrer un itinerario
interior, el camino de la conversión y la reconciliación, para
llegar a la gloria de la Jerusalén celestial, donde habita Dios.
Queridos
hermanos y hermanas, tenemos cuarenta días para profundizar en esta
extraordinaria experiencia ascética y espiritual. En el pasaje
evangélico que se ha proclamado Jesús indica cuáles son los
instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior
y comunitaria: las obras de caridad (limosna), la oración y la
penitencia (el ayuno). Son las tres prácticas fundamentales, también
propias de la tradición judía, porque contribuyen a purificar al
hombre ante Dios (cf. Mt 6, 1-6. 16-18).
Esos
gestos exteriores, que se deben realizar para agradar a Dios y no
para lograr la aprobación y el consenso de los hombres, son gratos a
Dios si expresan la disposición del corazón para servirle sólo a
él, con sencillez y generosidad. Nos lo recuerda uno de los
Prefacios cuaresmales, en el que, a propósito del ayuno, leemos esta
singular afirmación: "ieiunio... mentem elevas", "con
el ayuno..., elevas nuestro espíritu" (Prefacio IV de
Cuaresma).
Ciertamente,
el ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte no brota
de motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de
purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la
contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables
renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y
para estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al
servicio de los hermanos. Por esta razón, la tradición cristiana
considera el ayuno y las demás prácticas cuaresmales como "armas"
espirituales para luchar contra el mal, contra las malas pasiones y
los vicios.
Al
respecto, me complace volver a escuchar, juntamente con vosotros, un
breve comentario de san Juan Crisóstomo: "Del mismo modo que,
al final del invierno —escribe—, cuando vuelve la primavera, el
navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas
y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el
peregrino fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se
despoja de sus vestiduras y se prepara para la competición; así
también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una
primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos
la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave
de nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas;
como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas
nos preparamos para la competición despojándonos de todo"
(Homilías al pueblo de Antioquía, 3).
En
el mensaje para la Cuaresma invité a vivir estos cuarenta días de
gracia especial como un tiempo "eucarístico". Recurriendo
a la fuente inagotable de amor que es la Eucaristía, en la que
Cristo renueva el sacrificio redentor de la cruz, cada cristiano
puede perseverar en el itinerario que hoy solemnemente iniciamos.
Las
obras de caridad (limosna), la oración, el ayuno, juntamente con
cualquier otro esfuerzo sincero de conversión, encuentran su más
profundo significado y valor en la Eucaristía, centro y cumbre de la
vida de la Iglesia y de la historia de la salvación.
"Señor,
estos sacramentos que hemos recibido —así rezaremos al final de la
santa misa— nos sostengan en el camino cuaresmal, hagan nuestros
ayunos agradables a tus ojos y obren como remedio saludable de todos
nuestros males".
Pidamos
a María que nos acompañe para que, al concluir la Cuaresma, podamos
contemplar al Señor resucitado, interiormente renovados y
reconciliados con Dios y con los hermanos. Amén.
[Traducción
distribuida por la Santa Sede
©
Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
ZS07022510
Oración:
Te pedimos Señor, que a semejanza de tu Hijo, podamos
adelantar la conversión de nuestro corazón al Divino Corazón de
Jesús y María. A Tí que soportaste cuarenta días de terrible
ayuno y confortante oración en el desierto. Amén.
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