Quinta
Feria, 25 de Febrero
Beato
Sebastián de Aparicio
Agricultor, artesano, fraile franciscano. +1600.
Cuerpo Incorrupto
Breve
Santo
analfabeto, pero sabio en virtudes. Vivió en castidad toda su vida,
a pesar de las muchas tentaciones que tuvo. Siendo muy rico lo dejó
todo para ingresar con los franciscanos. El demonio lo castigaba
físicamente con mucha frecuencia en su ancianidad, pero resistió
todo por su gran fortaleza física y su Fe en Jesús y la Santísima
Virgen, de la que tuvo una visión. Tuvo una notable relación con
los animales, incluso las propias hormigas que lo obedecían. El
paralelo con San Martín de Porres (3-Nov) es notable en este punto.
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Nació
en Gudiña, Galicia (España), el 20 de enero de 1502. De niño se
contagió en una epidemia. Los enfermos eran obligados a vivir
apartados y su madre lo llevó a una solitaria choza. Allí una loba
lo mordió y con la hemorragia se curó de la enfermedad. Desde
entonces tuvo un especial amor e influencia con los animales.
Le
agradaba la vida de campo por su paz que conduce a hablar con Dios.
Aunque no fue a la escuela ni aprendió a escribir, desarrolló
muchas habilidades útiles: arreglos de edificios y fabricación de
carros, cultivo, toda clase de trabajo de finca, etc.
Pastoreó
las ovejas de su padre hasta la edad de 20 años cuando se fue de
mayordomo a una hacienda en Salamanca que pertenecía a una joven
viuda, hermosa y rica. Ella se enamoró de él. Para no caer en la
tentación, Sebastián dejó el lugar y se fue a Zafra, a trabajar en
otra finca al servicio de Pedro de Figueroa, pariente del Duque de
Feria. Pero allí una de las hijas del dueño también comenzó a
rondarle. Volvió a mudarse, esta vez a Sanlúcar de Barrameda, de
donde partían los barcos a América.
Trabajó
allí siete años bien pagado y pudo enviarle a sus hermanas la dote
que se acostumbraba para el matrimonio. Pero en ese lugar fue otra
vez asediado por las mujeres. Esta vez, la hija del dueño y una
joven de Ayamonte. Entonces, teniendo 31 años de edad, se embarcó
para América donde vivió el resto de su larga vida.
Comerciante
exitoso en América
Llegó
a Puebla, México. La ciudad estaba recién fundada y hacía falta
todo tipo de trabajo. Sebastián puso sus diversos talentos a buen
uso. Le ayudaban su enorme fe y su gran fuerza física. Había gran
escasez de carros de carga. El fundó una empresa donde los construía
y hacía transportes. Ayudó también a construir carreteras ya que
por Puebla pasaba el tráfico entre Veracruz y la ciudad de México.
Ayudaba a los indios pobres enseñándoles sus artes.
En
1542 Sebastián se traslada a la ciudad de México con el fin de
fundar una mayor empresa de carros. Abrió el primer camino de carros
a Zacatecas, empresa muy audaz no solo por la distancia sino porque
atraviesa la región habitada por los indios Chichimecas que eran muy
peligrosos.
Durante
diez años transporta viajeros y minerales de plata de las minas de
Zacatecas a la Casa de Moneda de México. En una ocasión, mientras
transportaba mercancía, lo asaltó una banda de Chichimecas que al
principio no reconocieron a Sebastián. Pero cuando se dieron cuenta
de quién era lo dejaron pasar libremente. "Tú has sido
siempre como un buen papá para con nosotros. -dijeron- A ti no te
haremos daño".
Pasando
una vez Sebastián con sus carretas por la plaza mayor de México,
aplastó por accidente la mercancía de un vendedor de cacharos, el
cual le desafió espada en mano. Las disculpas y la oferta de
Sebastián de pagar los daños no consiguió calmar al comerciante
que le vino encima. Con su gran fuerza y habilidad Sebastián le
derribó por tierra. El cacharrero pidió perdón por amor de Dios.
Sebastián le ayudó a levantarse, diciéndole: "De buen
mediador te has valido".
A
la edad de 50 años, después de 18 años, se retira del comercio de
las carretas y se establece en una hacienda en Tlalnepantla, cerca de
la ciudad de México. Por los bienes que había ganado con su
trabajo le llaman «Aparicio, el Rico». En Chapultepec, en las
afueras de México, adquiere una hacienda ganadera. Sin embargo vivía
con impresionante sencillez: no tenía cama sino que dormía en un
petate, comía las mismas tortillas que los indios y vestía
humildemente.
Utilizaba
sus recursos para hacer de su hacienda un centro de misericordia para
todos. Los trabajadores de su finca eran tratados con todo respeto,
como amigos. A varios arrendatarios les escrituró fanegadas de
tierra para que formaran sus propias fincas. Mientras era común que
los hacendados tuviesen muchos esclavos, el solo tenía uno y este
era tratado como un hijo, hasta que le concedió la libertad. Pero
aquel esclavo se sentía tan bien junto a Sebastián que siguió como
trabajador suyo.
Dos
matrimonios
En
Chapultepec contrae una enfermedad muy grave y recibe los últimos
sacramentos. Recuperada la salud, le recomiendan que se case y él
encomienda a Dios con mucha oración la posibilidad de casarse.
Por
fin, a los 60 años, en 1562, se casa con la hija de un amigo vecino
de Chapultepec en la iglesia de los franciscanos de Tacuba, haciendo
con su esposa vida virginal. Sus suegros pensaban buscar
la nulidad del matrimonio, cuando la esposa muere en el primer año
de casados y Aparicio, después de entregar a sus suegros 2.000 pesos
como dote, de nuevo se va a vivir a Atzcapotzalco.
Allí
contrajo un segundo matrimonio a los 67 años. Fue también éste un
matrimonio virginal, como Sebastián lo asegura en
cláusula del testamento hecho entonces: «Para mayor gloria y honra
de Dios declaro que mi mujer queda virgen como la recibí de sus
padres, porque me desposé con ella para tener algún regalo en su
compañía, por hallarme mal solo, y para ampararla y servirla de mi
hacienda».
Ella
también muere antes del año en un accidente, al caerse de un árbol
mientras recogía frutas. Aparicio la quiso mucho, como también a su
primera esposa, y de ellas decía muchos años después que «había
criado dos palomitas para el cielo, blancas como la leche».
La
vida religiosa
Su
confesor le recomienda que ayude a las hermanas clarisas que estaban
pasando miseria. En el año 1573 les cede a las clarisas sus bienes,
que ascendían a unos 20,000 pesos, quedándose solo con 1000 pesos
como le pidió su confesor por precaución por si no perseveraba. Se
va él mismo a servirles en calidad de portero.
El
9 de junio de 1574, a los 72 años de edad, recibe el hábito
franciscano en el convento de México. Da desde el
principio un gran ejemplo de humildad haciendo cualquier servicio con
prontitud. Sufre mucho, en parte por el trato de los jóvenes del
noviciado, y porque sus superiores, al verlo tan anciano no se
deciden en dejarle profesar.
Por
fin a los 73 años de edad, el 13 de junio de 1575 recita la solemne
fórmula:
«Yo,
fray Sebastián de Aparicio, hago voto y prometo a Dios vivir en
obediencia, sin cosa alguna propia y en castidad, vivir el Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo, guardando la Regla de los frailes
menores».
Y
un fraile firma por él, pues es analfabeto.
Por
aquel convento pasó otro santo franciscano llamado por Dios a ser
mártir en Japón: San Felipe de Jesús
Limosnero
El
anciano fraile va a su primer destino caminando 30 km hacia el este
de Puebla. Es el convento de Santiago de Tecali. Allí es el único
hermano lego, y sirve en los trabajos más humildes. Pronto lo llaman
de regreso a Puebla donde la intensa labor de los frailes requiere de
un buen limosnero. Su fórmula era: «Guardeos Dios, hermano, ¿hay
algo que dar, por Dios, a San Francisco?». Mientras tanto
daba a los pobres muchas veces su propia ropa, o les repartía de los
bienes que había recogido para el convento.
Dice
a su superior ya de anciano: «Piensa,
padre Guardián, que el dormir yo en el campo, y fuera de techado es
por mi gusto; no, sino porque este bellaco gusanillo del cuerpo
padezca, porque si no hacemos penitencia, no iremos al cielo»
(Calvo 108).
Devoto
de la Virgen María
Recorría
la región con su hábito franciscano, rosario en mano, el cual
siempre andaba rezando. En una fiesta de la Virgen, llega fray
Sebastián al convento de Cholula en el momento de la comunión, y se
acerca a comulgar. Cuando después está dando gracias, se le aparece
la Virgen. Cuando el padre Sancho de Landa se le interpone, le dice
el hermano Aparicio: «Quitáos, quitáos,
¿no veis aquella gran Señora, que baja por las escaleras? ¡Miradla!
¿No es muy hermosa?». Pero el padre Sancho no ve
nada: «¿Estás loco, Sebastián?... ¿Dónde hay mujer?»...
Luego comprendió que se trataba de una visión del santo Hermano
(Compazas 89).
Atacado
por los demonios
Desde
entonces, Sebastián sufrió ataques permanentes del demonio. En
las clarisas de México los combates contra el maligno eran tan
fuertes que la abadesa le puso dos hombres para su defensa, pero
salieron tan molidos y aterrados como si hubieran enfrentado a dos
leones que por nada del mundo aceptaron volver a cumplir tal oficio.
Ya
de fraile, según cuenta el doctor Pareja, el demonio «le quitaba de
su pobre cama la poca ropa con que se cubría y abrigaba y,
echándosela por la ventana del dormitorio, lo dejaba yerto de frío
y en punto de acabársele la vida. Otras veces, dándole grandes
golpazos, lo atormentaba y molía; otras lo cogía en alto y,
dejándolo caer como quien juega a la pelota, lo atormentaba,
inquietándolo; de manera que muchas veces se vio desconsoladísimo y
afligido» (Campazas 31).
Los
ataques continuaron en muchas ocasiones. En una de ellas los demonios
le dijeron que iban a despeñarlo, porque Dios les había dado orden
de hacerlo. A lo que respondió fray Sebastián muy tranquilo: «Pues
si Dios os lo mandó ¿qué aguardáis?. Haced lo que Él os manda,
que yo estoy muy contento de hacer lo que a Dios le agrada»...
Consolado
por los ángeles
También
recibió consolaciones del cielo. Tiene visiones de San Francisco, y
del apóstol Santiago – seguramente porque Sebastián era de
Galicia y se sabe que este Apóstol estuvo en Compostela - que le
confirman en su vocación. Tuvo gran devoción a los ángeles,
especialmente al de su guarda, y experimentó muchas veces sus
favores.
Una
vez se le atascó la carreta en el barro, y se le presenta un joven
vestido de blanco para ofrecerle su ayuda. «¡Qué
ayuda me podéis dar vos, le dice, cuando ocho bueyes no pueden
sacarla!». Pero cuando ve que el joven sacaba el
carro con toda facilidad, comenta en voz alta: «¡A
fe que no sois vos de acá!» (Campazas 71).
Regresaba
fray Sebastián con su carro bien cargado de Tlaxcala a Puebla,
cuando se le rompió un eje. No habiendo en el momento remedio humano
posible, invoca a San Francisco, y el carro sigue rodando como antes.
Y a uno que le dice asombrado al ver la escena: «Padre
Aparicio, ¿qué diremos de esto?», le contesta simplemente: «Qué
hemos de decir, sino que mi Padre San Francisco va teniendo la rueda
para que no se caiga» (Campazas 53-4).
Sus
últimos 20 años los vivió como hermano encargado de pedir limosna
por las casas, de cuidar el huerto, y hacer las compras y los
mandados. A pesar de sus muchos trabajos, parecía casi no sentir
cansancio. Los ofrecía para salvar almas.
Su
relación con las criaturas era maravillosa
A
un hermano le confesaba: «Muchas veces me sorprende la noche en
el campo, y sin otra ayuda que la misericordia de Dios, como me veo
tan solo y tan enfermo, que vuelvo los ojos al cielo, al Padre
universal de la clemencia, y le digo: «Ya sabes Señor que esto que
llevo en esta carreta es para el sustento de vuestros siervos, y que
estos bueyes que me ayudan a jalar la carreta son de San Francisco;
también sabéis mi imposibilidad para poderlos resguardar esta
noche, así que los pongo en vuestras manos, y dejo en vuestra
guardia para que me los guardéis y traigáis a pastos cercanos,
donde con facilidad los halle». Con esto me acuesto debajo de la
carreta y paso la noche; y a la mañana, cuando me levanto con el
cuidado de buscarlos, los veo tan cerca de mí que, llamándolos, se
vienen al yugo y los unzo, y sigo mi jornada» (Calvo 146).
En
una ocasión, acarreando piedras para la construcción del convento
de Puebla, a un buey exhausto hubo que desuncirlo. Fray Sebastián,
por seguir con el trabajo, tomó con su cordón franciscano a una
vaca que estaba por allí con su ternero y, sin que ella se
resistiera, le puso el yugo de la carreta. Al ternerillo que
protestaba sin cesar con grandes mugidos le manda callar y se calló.
Regresando
una vez de Atlixco con unas carretas bien cargadas de trigo, se
detiene Fray Aparicio a descansar, momento que las hormigas
aprovechan para hacer su trabajo. «Padre, le dice un indio, las
hormigas están hurtando el trigo a toda prisa, y si no lo remedia,
tienen traza de llevárselo todo». Fray Sebastián se acerca
allí muy serio y les dice: «De San Francisco es el trigo que
habéis hurtado; ahora mirad lo que hacéis». Fue
suficiente para que las hormigas devolvieran todo.
Durante
un viaje se acostó sobre un hormiguero de hormigas bravas. Cuando se
despertó vio que estas habían hecho un gran círculo a su
alrededor.
Un
caballo derribaba a todo quien se atreviese a montarlo, pero a Fray
Sebastián lo llevaba mansamente.
Final
de su vida
A
los 98 años se sintió morir por causa de una hernia. Llega al
convento y queda postrado en el suelo al modo de San Francisco. Pidió
a los franciscanos que rezaran el credo y cuando decían: "Creo
en la resurrección de los muertos y en la vida eterna"... se
quedó muerto.
Muchísimos
habitantes de Puebla asistieron a su entierro. Dos
veces fue desenterrado su cadáver, y las dos apareció incorrupto.
Al morir quedó su rostro como de un hombre de 60 años pacíficamente
dormido, como si estuviera vivo. Su cuerpo despide un aroma
exquisito, que todavía en nuestros tiempos se percibe.
Fue beatificado
en 1789 por Pio VI. En
la actualidad descansa en una urna de cristal en el convento
franciscano de Puebla de los Angeles de México.
Está
pendiente el proceso de canonización a pesar de que se acreditaron
debidamente 968 milagros
Oración:
Te
pedimos Señor, que por los méritos de San Sebastián de Aparicio,
sea canonizado en breve y así poder recibir todos el influjo
poderoso de éste, nuestro hermano en la Fe, especialmente en el don
de la santidad de la carne. Que San Sebastián bendiga e interceda
por la querida nación mexicana, y por toda América Latina. Amén.
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