sábado, 26 de diciembre de 2020

 26 de diciembre

San Esteban

Protomartir

Patrono de los talladores de piedra

Su legado es que la caridad, y el anuncio del Evangelio, van siempre juntos. La Cruz ocupa siempre un lugar central, en la vida de la Iglesia, y también debe hacerlo en nuestra vida personal”. Benedicto XVI

«Estoy viendo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre, que está de pie a la diestra de Dios»

«Todos los del tribunal, al observarlo, vieron que su rostro brillaba, como el de un ángel»

Breve

Esteban era de origen judío. Su nombre significa: "coronado" (Esteb: corona). Dió honra a su nombre, coronando su vida con el martirio. Se le llama "protomartir", porque tuvo el honor de ser el primer mártir, que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo.

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Se desconoce por completo su conversión al cristianismo. La Santa Biblia se refiere a él, por primera vez, en los Hechos de los Apóstoles. Narra que en Jerusalén, hubo una protesta de las viudas helenistas (de origen griego).

Las viudas decían, que en la distribución de la ayuda diaria, se les daba más preferencia a los que eran de Israel, que a los pobres del extranjero. Cuando esa comunidad creció, los Apóstoles, para no dejar su labor de predicar, confiaron el servicio de los pobres, a siete ministros de la caridad, llamados diáconos (que significa "ayudante", "servidor", grado inmediatamente inferior al sacerdote).

Estos fueron elegidos por voto popular, por ser hombres de buena conducta, llenos del Espíritu Santo, y de reconocida prudencia. Los elegidos fueron Esteban, Nicanor y otros.  

Esteban, además de ser administrador de los bienes comunes, no renunciaba a anunciar la buena noticia. La palabra del Señor se difundió, y el número de discípulos, se multiplicó extraordinariamente en Jerusalén; también un gran número de sacerdotes judíos, se convirtieron.

Esteban hablaba de Jesucristo, con un espíritu tan sabio, que ganaba los corazones, y los enemigos de la fe, no podían hacerle frente. Al ver los ancianos, la influencia que ejercía sobre el pueblo, lo llevaron ante el Tribunal Supremo de la nación, llamado Sanedrín, y recurriendo a testigos falsos, lo acusaron de blasfemia contra Moisés y contra Dios.

Éstos afirmaron que Jesús iba a destruir el templo, y a acabar con las leyes, puesto que Jesús de Nazaret, las había sustituido por otras. Todos los del tribunal, al observarlo, vieron que su rostro brillaba como el de un ángel. Por esa razón, lo dejaron hablar, y Esteban pronunció un poderoso discurso, recordando la historia de Israel.

Contenido del discurso de Esteban: (Hechos 7, 2-53)

Demostró que Abraham, el padre y fundador de su nación, había dado testimonio, y recibido los mayores favores de Dios, en tierra extranjera; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero se le vaticinó también, una nueva ley, y el advenimiento de un Mesías; que Salomón construyó el templo, pero nunca imaginó que Dios, quedase encerrado en casas, hechas por manos de hombres.

Afirmó que tanto el Templo, como las leyes de Moisés, eran temporales y transitorias, y debían cederle el lugar, a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo, al enviar al mundo al Mesías.

Demostró no haber blasfemado contra Dios, ni contra Moisés, ni contra la ley o el templo; que Dios se revela también fuera del Templo. Confrontó a sus acusadores con estas palabras: (Hch 7, 51-54).

¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos!. ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo!. ¡Como vuestros padres, así vosotros!. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres?. Ellos mataron, a los que anunciaban de antemano, la venida del Justo, de Aquel a quien vosotros, ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley, por mediación de ángeles, y no la habéis guardado”.

La reacción de Esteban y sus enemigos, pone en relieve, que se trata de una batalla espiritual, cada bando con sus características propias: Dios y el demonio (54-60)

Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia, y rechinaban sus dientes contra él. Pero él (Esteban), lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, y vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre, que está de pie, a la diestra de Dios

Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos, y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad, y empezaron a apedrearle. Los testigos, pusieron sus vestidos, a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» Después dobló las rodillas, y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.


Martirio de San Esteban

Bernardo Daddi

La violencia contra Esteban, se propagó contra toda la Iglesia (Hch 8,1-3)

Saulo aprobaba su muerte. Aquel día, se desató una gran persecución, contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los Apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria.

Unos hombres piadosos, sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto, Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel.

Las circunstancias del martirio, indican que la lapidación de San Esteban, no fue un acto de violencia de la multitud, sino una ejecución judicial. De entre los que estaban presentes, consintiendo su muerte, estaba uno llamado Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, quien supo aprovechar posteriormente, la semilla de sangre, que sembró aquel primer mártir de Cristo.

Los restos de Esteban, fueron encontrados por el sacerdote Luciano, en Gamala de Palestina, en diciembre del año 415. El hallazgo suscitó gran conmoción, en el mundo cristiano. Las reliquias se distribuyeron por todo el mundo, lo cual contribuyó a propagar el culto de San Esteban, obrando Dios numerosos milagros, por la intercesión del protomártir.

San Evodio, obispo de Uzalum en África, y San Agustín, dejaron descripción de muchos de los milagros. San Agustín dijo en un sermón: "Bien está, que deseemos obtener por su intercesión, los bienes temporales, de suerte que imitando al mártir, consigamos finalmente los bienes eternos".

Ciertamente, la misión principal del Mesías, no es remediar los males temporales, pero a pesar de ello, durante su vida mortal, Jesús sanó a los enfermos, liberó a los posesos, y socorrió a los miserables, a fin de darnos pruebas sensibles de su amor, y de su poder divino. Las sanaciones físicas son además, una señal de la obra de sanación espiritual, que Jesús hace. Sabemos que, aunque no otorgue una sanación física, siempre sana los corazones que a Él se abren.

La fiesta de San Esteban, siempre fue celebrada inmediatamente después de la Navidad, para que el protomártir fuese lo más cercano, a la manifestación del Hijo de Dios.

Antiguamente se celebraba una segunda fiesta de San Esteban, el 3 de agosto, para conmemorar el descubrimiento de sus reliquias, pero por un Motu Propio de Juan XXIII, fechado el 25 de julio de 1960, esta segunda fiesta fue suprimida del Calendario Romano.

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San Esteban
Benedicto XVI, 10 enero 2007 (ZENIT.org)

Queridos hermanos y hermanas: 

Después de las fiestas, volvemos a nuestras catequesis. Había meditado con vosotros, en las figuras de los doce Apóstoles, y de San Pablo. Después habíamos comenzado a reflexionar, en otras figuras de la Iglesia naciente. De este modo, hoy queremos detenernos, en la persona de San Esteban, festejado por la Iglesia, el día después de Navidad. San Esteban, es el más representativo de un grupo de siete compañeros.

La tradición ve en este grupo, el germen del futuro ministerio de los «diáconos»; si bien hay que destacar, que esta denominación, no está presente en el libro de los «Hechos de los Apóstoles». La importancia de Esteban, en todo caso, queda clara, por el hecho de que Lucas, en este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.

La narración de Lucas, comienza constatando una subdivisión, que tenía lugar dentro de la Iglesia primitiva de Jerusalén: estaba formada totalmente por cristianos de origen judío, pero entre éstos, algunos eran originarios de la tierra de Israel, y eran llamados «hebreos», mientras que otros procedían de la fe judía en el Antiguo Testamento de la diáspora, de lengua griega, y eran llamados «helenistas».

De este modo, comenzaba a perfilarse el problema: los más necesitados entre los helenistas, especialmente las viudas, desprovistas de todo apoyo social, corrían el riesgo de ser descuidadas, en la asistencia de su sustento cotidiano.

Para superar estas dificultades, los Apóstoles, reservándose para sí mismos, la oración y el ministerio de la Palabra, como su tarea central, decidieron encargar a «a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu, y de sabiduría» para que cumplieran con el encargo de la asistencia (Hechos 6, 2-4), es decir, del servicio social caritativo.

Con este objetivo, como escribe San Lucas, por invitación de los Apóstoles, los discípulos eligieron siete hombres. Tenemos sus nombres. Son: «Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y habiendo hecho oración, les impusieron las manos» (Hechos 6,5-6). 

El gesto de la imposición de las manos, puede tener varios significados. En el Antiguo Testamento, el gesto tiene sobre todo, el significado de transmitir un encargo importante, como hizo Moisés con Josué (Cf. Números 27, 18-23), designándolo así como a su sucesor.

Siguiendo esta línea, también la Iglesia de Antioquía, utilizará este gesto, para enviar a Pablo y Bernabé, en misión a los pueblos del mundo (Cf. Hechos 13, 3). A una análoga imposición de las manos sobre Timoteo, para transmitir un encargo oficial, hacen referencia las dos cartas, que San Pablo le dirigió (Cf. 1 Timoteo 4, 14; 2 Timoteo 1, 6).

El hecho de que se tratara de una acción importante, que había que realizar después de un discernimiento, se deduce de lo que se lee, en la primera carta a Timoteo: «No te precipites en imponer a nadie las manos; no te hagas partícipe de los pecados ajenos» (5, 22). Por tanto, vemos que el gesto de la imposición de las manos, se desarrolla en la línea de un signo sacramental. En el caso de Esteban y sus compañeros, se trata ciertamente de la transmisión oficial, por parte de los Apóstoles, de un encargo, y al mismo tiempo, de la imploración de una gracia para ejercerlo.

Lo más importante, es que además de los servicios caritativos, Esteban desempeña también, una tarea de evangelización entre sus compatriotas, los así llamados «helenistas». San Lucas, de hecho, insiste en el hecho de que él, «lleno de gracia y de poder» (Hechos 6, 8), presenta en el nombre de Jesús, una nueva interpretación de Moisés, y de la misma Ley de Dios, relee el Antiguo Testamento, a la luz del anuncio de la muerte, y de la resurrección de Jesús.

Esta relectura del Antiguo Testamento, relectura cristológica, provoca las reacciones de los judíos, que interpretan sus palabras como una blasfemia (Cf. Hechos 6, 11-14). Por este motivo, es condenado a la lapidación. Y San Lucas, nos transmite el último discurso del santo, una síntesis de su predicación. 

Como Jesús había explicado a los discípulos de Emaús, que todo el Antiguo Testamento habla de Él, de su cruz y de su resurrección, de este modo, San Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica.

Demuestra que el misterio de la Cruz, se encuentra en el centro de la historia de la salvación; narrada en el Antiguo Testamento; muestra realmente que Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra por tanto, que el culto del templo también ha concluido, y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico «templo».

Precisamente este «no» al templo y a su culto, provoca la condena de San Esteban, quien en ese momento --nos dice San Lucas--, al poner la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús a su derecha. Y mirando al cielo, a Dios y a Jesús, San Esteban dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está de pie, a la diestra de Dios» (Hechos 7, 56).

Le siguió su martirio, que de hecho se conforma, con la pasión del mismo Jesús, pues entrega al «Señor Jesús» su propio espíritu, y reza para que el pecado de sus asesinos, no les sea tenido en cuenta (Cf. Hechos 7,59-60).

El lugar del martirio de San Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente, algo más afuera de la Puerta de Damasco, en el norte, donde ahora se encuentra precisamente, la iglesia de Saint- Étienne, junto a la conocida «École Biblique» de los dominicos.

Al asesinato de Esteban, primer mártir de Cristo, le siguió una persecución local, contra los discípulos de Jesús (Cf. Hechos 8, 1), la primera que se verificó en la historia de la Iglesia. Constituyó la oportunidad concreta, que llevó al grupo de cristianos hebreo-helenistas, a huir de Jerusalén y a dispersarse.

Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes. «Los que se habían dispersado, iban por todas partes, anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (Hechos 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión, se convierten en misión. El Evangelio se propagó de este modo en Samaria, en Fenicia y en Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde según San Lucas, fue anunciado por primera vez, también a los paganos (Cf. Hechos 11, 19-20), y donde resonó por primera vez, el nombre de «cristianos» (Hechos 11,26). 

En particular, San Lucas especifica que los que lapidaron a Esteban, «pusieron sus vestidos, a los pies de un joven, llamado Saulo» (Hechos 7, 58); el mismo que de perseguidor, se convertiría en Apóstol insigne del Evangelio.

Esto significa que el joven Saulo, tenía que haber escuchado la predicación de Esteban, y conocer los contenidos principales. Y San Pablo, se encontraba con probabilidad, entre quienes, siguiendo y escuchando este discurso, «tenían los corazones consumidos de rabia, y rechinaban sus dientes contra él» (Hechos 7, 54).

Podemos ver así, las maravillas de la Providencia divina: Saulo, adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado, en el camino de Damasco, reanuda la interpretación cristológica del Antiguo Testamento, hecha por el primer mártir, la profundiza y completa, y de este modo se convierte, en el «Apóstol de las gentes».

La ley se cumple, enseña él, en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de Pablo. Él demuestra así, que el Dios de Abraham, se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se convierten en partícipes de las promesas. En la misión de San Pablo, se cumple la visión de Esteban.

La historia de San Esteban, nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca, el compromiso social de la caridad, del anuncio valiente de la fe.

Era uno de los siete que estaban encargados, sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar, caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección, que podemos aprender de la figura de San Esteban: caridad y anuncio, van siempre juntos.

San Esteban, nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado, como centro de la historia, y de nuestra vida. Podemos comprender, que la Cruz ocupa siempre un lugar central, en la vida de la Iglesia, y también en nuestra vida personal.

En la historia de la Iglesia, no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos.

Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos, cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologetico» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida, la cruz que no faltará nunca, se convierte en bendición.

Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia Él, y de Él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones; nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino, por el que Cristo, se hace siempre presente de nuevo, entre nosotros. 

[© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
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Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión del amado San Esteban, puedan nuestros corazones liberarse de todo odio, resentimiento y deseos de venganza, y cuidarnos mucho de prejuzgar a nadie, por pensar distinto a como pensamos nosotros, y así evitar ser partícipes de ningún crimen o lapidación social, contra la reputación de nadie. A Tí Señor, que nos enseñaste, que ninguna palabra pronunciada en vano, quedará sin su castigo. Amén.


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