lunes, 23 de noviembre de 2020

 22 de Noviembre

Santa Cecilia


Virgen, mártir de la Iglesia primitiva

(año 230)

Patrona de los músicos

Cuerpo Incorrupto

Santos Valeriano, Tiburcio y Máximo

Breve: El culto de Santa Cecilia, bajo cuyo nombre, fue construida en Roma una basílica en el siglo V, se difundió ampliamente, a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada, como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad, y sufrió el martirio por amor a Cristo.

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Durante más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia, más veneradas por los cristianos. Su nombre, figura en el canon de la misa. Las "actas" de la Santa afirman, que pertenecía a una familia patricia de Roma, y que fue educada en el cristianismo.

Solía llevar un vestido de tela muy áspera, bajo la túnica propia de su dignidad; ayunaba varios días por semana, y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio, llamado Valeriano.

El día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón, a cantar a Dios en su corazón, y a pedirle que la ayudase.

Cuando los jóvenes esposos, se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor, vela por mí. Si me tocas, como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá, y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará, como me ama a mí".

Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides". Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios vivo y verdadero, y recibes el agua del bautismo, verás al ángel". Valeriano accedió, y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo.

Entonces se acercó un anciano, que llevaba un documento, en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo, y en nuestros corazones".

Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?". Valeriano respondió que sí, y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie, junto a ella. El ángel colocó sobre la cabeza de ambos, una guirnalda de rosas y lirios.

Poco después, llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano, y los jóvenes esposos, le ofrecieron una corona inmortal, si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo al principio, y preguntó: "¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba, a hablarnos de esa otra vida?". Cecilia le habló largamente de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.

Desde entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras. Ambos fueron arrestados, por haber sepultado los cuerpos de los mártires.

Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las respuestas de Tiburcio, le parecieron desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia Valeriano, le dijo que esperaba, que le respondería en forma más sensata. Valeriano replicó, que tanto él como su hermano, estaban bajo el cuidado del mismo médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas.

En seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar, y dijese a la corte, si estaba dispuesto a hacer sacrificios a los dioses, para obtener la libertad.

Tiburcio y Valeriano, replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses, sino al único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio". El prefecto les preguntó, si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo confiesan vuestros propios escritores".

Valeriano se regocijó, al ver que el prefecto los mandaba azotar, y hablaron en voz alta, a los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos, os aparten de la verdad!. ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos, de madera y de piedra que Almaquio adora!".

A pesar de aquella declaración, el prefecto tenía aún la intención, de concederles un respiro para que reflexionasen, pero uno de sus consejeros, le dijo que emplearían el tiempo, en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte.

La ejecución se llevó a cabo, en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con ellos, murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.

Cecilia sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada, para que abjurase de la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano, fue a visitarla en su casa, y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia, una iglesia, que Urbano consagró más tarde a la santa.

Durante el juicio, el prefecto Almaquio, discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la Santa le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara, y le atrapó con sus propios argumentos.

Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada, en el baño de su casa. Pero por más que los guardias, pusieron en el horno, una cantidad mayor de leña, Cecilia pasó en el baño, un día y una noche, sin recibir daño alguno.

Entonces el prefecto, envió a un soldado a decapitarla. El verdugo, descargó tres veces la espada sobre su cuello, y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte.

En ese tiempo, los cristianos acudieron a visitarla, en gran número. La santa legó su casa a Urbano, y le confió el cuidado de sus servidores. Fue sepultada, junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San Calixto.

El Papa San Pascual I (817-824), trasladó las reliquias de Santa Cecilia, junto con las de los Santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa Cecilia in Transtévere.

En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia, en honor a la Santa en Transtévere, y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires. Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba entero e incorrupto, por más que el Papa Pascual, había separado la cabeza del cuerpo, ya que entre los años 847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia, formaba parte de las reliquias de los Cuatro Santos Coronados.

Se cuenta que en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa Cecilia, al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en la tumba," dijo más tarde el artista, “sino recostada del lado derecho, como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de una persona que duerme".

La estatua se halla actualmente, en la iglesia de Santa Cecilia, bajo el altar, próximo al sitio, en el que se había sepultado nuevamente el cuerpo, en un féretro de plata.

Sobre el pedestal de la estatua, puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la santa, en la postura en que la vi".

De Rossi determinó el sitio, en que la santa había estado originalmente sepultada, en el cementerio de Calixto, y se colocó en el nicho, una réplica de la estatua de Maderna.

Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad, por ser la patrona de los músicos. Sus actas cuentan, que en el día de su matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media, empezó a representarse a la Santa, tocando el órgano y cantando.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión de Santa Cecilia y San Valeriano, así como de los Santos Tiburcio y Máximo, sea considerado siempre el matrimonio, como unión sagrada, espiritual y eterna entre los esposos, muy por encima de cualquier apetencia carnal, recuperando para nuestra Sociedad y nuestra Cultura, el carácter de pilar incorruptible que siempre tuvo. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina contigo por Siempre. Amén.

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