Segunda
Feria, 20 de Noviembre
Beata
Ángeles Loret Martí y compañeras
Mártires de la Guerra Civil Española
Mártires de la Guerra Civil Española
(+1936)
«Al
borde de la muerte se encuentra la verdadera vida»
«Vale
más hablar con Dios que hablar de Dios»
«Entra
en el gozo de tu Señor»
Breve
La beata Ángeles Lloret Martí y compañeras, pertenecieron al Instituto de Hermanas de la Doctrina Cristiana. Sus vidas fueron un ejemplo vivo de confianza en su Padre Dios, y de sencillez y disponibilidad evangélicas. Fieles a la misión de su instituto, enseñaron la doctrina cristiana con la palabra y el ejemplo.
La beata Ángeles Lloret Martí y compañeras, pertenecieron al Instituto de Hermanas de la Doctrina Cristiana. Sus vidas fueron un ejemplo vivo de confianza en su Padre Dios, y de sencillez y disponibilidad evangélicas. Fieles a la misión de su instituto, enseñaron la doctrina cristiana con la palabra y el ejemplo.
En la
persecución religiosa que se dio en España, en la guerra civil de
1936, se mantuvieron fieles a su consagración, y a las exigencias de
su vida comunitaria. Fueron martirizadas, dos el 26 de septiembre, y
quince, el 20 de noviembre de 1936.
-------------------------------------------------------------------
VIDA
CONSAGRADA
Cuando
el agua bautismal fue echando raíces, y dando fruto en el corazón
de sus vidas jóvenes, y ante el atractivo de la figura de Jesús,
reformularon para ellas mismas, la pregunta del joven rico del
Evangelio: «Maestro, ¿qué es lo que tengo que hacer para alcanzar
la vida eterna?» Haciendo la opción de los elegidos, asumieron la
respuesta de Jesús: «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que
tienes, repártelo entre los pobres, y después ven y sígueme».
Llevadas
por la mano de la Providencia, cristalizaron su vocación religiosa
en el Instituto de Hermanas de la Doctrina Cristiana. Durante su
larga vida de consagración a Dios, vivieron la misión del instituto
con decisión y entrega, según el sentir de la fundadora, la Sierva
de Dios Micaela Grau: «Pensándolo en Dios, nada me ha parecido
más del divino agrado, más útil a los fieles y la Iglesia, que la
enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y adultos, pues a no
dudarlo, muchos de los males que experimentamos, son debidos a la
falta de instrucción cristiana en todas las clases sociales, y en
todas las edades...»
Todas
ellas tomaron como tarea fundamental la enseñanza del catecismo, y
se mantuvieron en esta decisión, contra viento y marea,
en las difíciles circunstancias sociales que se sucedieron en
España, desde 1880, fecha de la fundación del instituto, hasta
1936, año en que las beatas fueron martirizadas.
Madre
Ángeles, dando pruebas del espíritu profético que siempre la
caracterizó, escribía a las comunidades en 1936: «No
olviden que nuestra misión es
la enseñanza del catecismo,
y por lo mismo, nuestros entusiasmos deben dirigirse a cumplir tan
noble, como hermoso ministerio. Procuren por todos los medios que su
amor a Dios, les sugiera infundir en el corazón de los niños la
piedad, y el santo amor y temor de Dios».
Guiadas
por el carisma del instituto, supieron estar en la brecha;
sintonizaron con uno de los grandes
problemas emergentes en su tiempo a la evangelización. Es
el problema que hoy sufre la humanidad en su propia carne.
La necesidad perenne de la
evangelización, aún de los ya bautizados, viene urgida por el
fenómeno actual de la increencia, que ha pasado del reducto de las
minorías intelectuales, a ser patrimonio de masas.
La
Beata Ángeles y sus 16 compañeras, son hoy testimonio de cómo la
gracia de Dios halla su respuesta en el corazón que la acoge, de
cómo el Espíritu Santo siempre ha dado fuerzas a los bautizados,
para ser fieles al amor de Dios y al prójimo, hasta la muerte.
TESTIMONIO
DE VIDA
Pero
el carisma evangelizador fructifica de verdad, cuando se apoya en el
testimonio. La Beata Ángeles y compañeras, hicieron vida propia las
palabras de San Juan: «Si Dios nos amó de esta manera, también
nosotros debemos amarnos los unos a los otros».
Siendo
muy distintas en su historia personal, edad, tareas,
responsabilidades y talentos, todas ellas entendieron que lo esencial
es el Amor, y que todos los dones deben ser puestos al servicio del
bien común. Vivieron una espiritualidad, que las liberó del
individualismo egoísta, y así pudieron descubrir la
persecución, la pobreza y el sufrimiento, como caminos por los que
llegar a Dios, y demostrar el amor fraterno. No sólo su muerte, sino
toda su vida, estuvo marcada por la disponibilidad y la entrega
amorosa.
Cuando
el 19 de julio de 1936, tuvieron que abandonar la casa general, la
madre Ángeles Lloret Martí y sus consejeras, madres Sufragio y
María de Montserrat, junto con varias hermanas ancianas que vivían
con ellas, y otras que llegaron de diversas comunidades, y que por
distintas circunstancias, no pudieron reunirse con sus familiares,
constituyeron una única comunidad.
MARTIRIO
En
la ruptura del diálogo social, y la confusión y crispación que
caracterizó especialmente la tercera década del siglo XX, las
siervas de Dios, se vieron en el reto de dar testimonio de la fe,
desde su condición de religiosas evangelizadoras.
Habían
seguido a Cristo pobre, en el «ser uno de tantos», viviendo en las
mismas condiciones que los pobres del pueblo, pasando necesidad
económica con frecuencia, y trabajando duro por aliviar las penas de
los necesitados.
Su
amor, abierto a todos, fue concreto: «Dulzura en las palabras,
mansedumbre en el trato, buenas formas siempre. Sea la amabilidad, el
sello que las caracterice decía madre Ángeles , y hallen
siempre en nosotras, los pobres y los desgraciados, el corazón
tierno y compasivo de una madre cariñosa y solícita».
De
la correspondencia que mantuvieron, durante los años 1931 al 1936, y
que se intensificó en los últimos meses, se deduce que eran
conscientes de los acontecimientos del momento en que vivían, y del
peligro en que se hallaban. Las sostenía su fe, y el
ánimo que mutuamente se daban. Algunas de ellas, hubieran podido
salvar la vida refugiándose entre sus familiares, que tanto les
insistían, pero no lo hicieron. La caridad las mantuvo unidas a sus
hermanas.
La
oración continua, la confianza en Dios, el animarse mutuamente, la
angustia de los «registros» casi diarios, las abundantes cartas de
ánimo a las hermanas dispersas, las tristes noticias..., fueron
el Getsernaní personal, ante la muerte que se avecinaba.
Habiendo
hecho cada vez más suyas, las palabras y el ejemplo del Señor, su
último servicio fue trabajar la ropa, y tejer los jerseys de
aquellos que consumaron la ejecución de sus vidas. Éste
fue el testimonio de amor humano, y específicamente cristiano,
perfectamente documentados, que nos dieron durante los cuatro largos
meses que precedieron a su muerte martirial.
El
20 de noviembre, un microbús fue a recogerlas a la calle Maestro
Chapí, nª 7, de Valencia, para su último viaje. Desconocían el
destino, pero lo sospechaban. Salieron de casa animándose, rezando y
perdonando. Madre Ángeles había alertado ya a sus compañeras, para
el momento supremo:«Todos
los males y los bienes están pesados, medidos y contados, por quien
puede servirse de ellos para nuestro bien».« Ni nos pondrá más
carga que la que podamos sobrellevar, ni nos dejará llevar solas el
peso de la tribulación». « Ayudémonos mutuamente en los
angustiosos momentos que atravesamos, y si es voluntad del que todo
lo puede, que no nos volvamos a ver acá abajo, que nos unamos en
abrazo eterno en el cielo»
La
fe, la esperanza y el amor, que Dios había puesto en la madre
Ángeles y en sus compañeras, el día de su bautismo, habían
crecido y dado fruto, según los talentos que cada una había
recibido.
Por
eso, en aquel anochecer del 20 de noviembre de 1936, además de las
ásperas órdenes del pelotón, oyeron la voz amorosa del Padre que
les decía: «Entra
en el gozo de tu Señor».
La
madre Sufragio, última en morir, recogiendo el sentir comunitario,
dio el último grito, glorificando a Dios, y diciendo: «Viva
Cristo Rey». (Similar
grito en los miles de ejecutados bajo la tiranía castrista).
Fue
la última «buena noticia» que daba al mundo en tinieblas, desde
los primeros destellos de la luz del reino. Las balas acallaron sus
labios, pero desde entonces, su muerte grita para siempre la fuerza
del Evangelio. Sus cuerpos cayeron al suelo, en el picadero de
Paterna, Valencia.
En
solitario vivieron su prisión la madre Amparo Rosat, y la hermana
María del Calvario, en la cárcel de Carlet, hasta que en la noche
del 26 de septiembre, dieron su vida como testimonio de su fe. Fueron
fusiladas en el Barranco de los Perros, en las cercanías de Llosa de
Ranes (Valencia).
LAS
DIECISIETE MÁRTIRES
El
Apocalipsis, cuando habla de las gentes misteriosas que se le
aparecieron al vidente, vestidas de túnicas rojas encharcadas por la
sangre, se preguntaba dramáticamente que quiénes eran esas gentes,
y que de dónde estaban viniendo.
De
Villajoyosa (Alicante), viene la madre Ángeles (Francisca
Lloret Martí), la del gesto, quizás único en la
historia de la Iglesia, de haberse ofrecido con sus hermanas, a
trabajar por quienes las perseguían.
Tenía
mucho talento, un carácter recto, un gran corazón y mucha caridad
en él. Nació el 16 de enero de 1875. Le alcanzó la muerte, siendo
superiora general. Los años que le correspondió gobernar,
estuvieron llenos de angustia y confusión, de desconfianza y
agresividad. Por eso le correspondió tomar soluciones rápidas. Se
preocupó, sobre todo, de poner a salvo a todas las hermanas que
pudo, y para las restantes, había buscado piso en la
calle del Maestro Chapí, número 7, pues habían sido expulsadas de
sus residencias habituales.
De
Altea (Alicante), es María del Sufragio (Antonia
María del Sufragio Orts Baldó) por nacimiento, pero de
Benidorm por raíces. Durante el camino hacia el martirio, pese a ser
una de las más jóvenes del grupo, iba exhortando a todas a ofrecer
la vida por Dios, y perdonar a los verdugos.
Ya
desde joven demostró ser una mujer de mucha caridad, gran
mortificación, inteligente y muy alegre. Fue superiora del colegio
de la Sagrada Familia de Valencia, donde hermanas y alumnas la
quisieron con pasión. Se desvivió siempre por las hermanas, y en
los últimos años, fue un apoyo muy valioso en el gobierno general.
Aprovechaba cualquier circunstancia para animar, y así encontramos
estas palabras escritas en sus últimos días: Las
joyas de los enamorados de la tierra, son de oro y pedrería; las del
enamorado del cielo son de sangre». Nació el 9 de
febrero de 1888. Era vicaria general, y maestra de novicias. Todas
sus novicias regresaron al noviciado en el año 1939.
Nacida
en Molins de Rei (Barcelona), es María de Montserrat (María
Dolores Llimona Planas), mujer inteligente, muy dada a
Dios, muy dispuesta siempre a hacer del
Evangelio, el libro de la calle para ella y para todos. Fue
secretaria de madre Micaela (fundadora), y a su lado, fue aprendiendo
los entresijos de una vocación y carisma que se estaba definiendo.
Nació el 2 de noviembre de 1860. Fue superiora general por espacio
de 33 años, desde 1892 hasta 1931. En el año 1936 era consejera
general.
En
Benifaió de Espioca (Valencia), vio la luz del sol, Teresa de San
José (Ascensión Duart y Roig),
el 20 de mayo de 1876. Sin cesar, ofreció a Dios las flores del
campo, para que se gozara el Creador, de la belleza de sus propias
obras, y penetrada de un sentido teologal, repetía «que
es mucho mejor hablar con Dios
que hablar de Dios». Fue una excelente pintora. Había
sido maestra de novicias, y era superiora local de la casa
generalicia, cuando estalló la revolución del año 1936.
De
Vilanova y la Geltrú (Barcelona) es
Isabel Ferrer Sabriá,
cofundadora. A los 28 años se unió a madre Micaela y Esperanza
García, en la fundación del instituto, viviendo todas las
vicisitudes de los comienzos. Su sencillez la convirtió en una
criatura que sirvió para todo, porque se entregó a todos. Su
cordialidad ha sido proverbial: le interesaban los más
pobres, los marginados, los analfabetos. Nació el 15 Noviembre de
1852.
En
Ulldecona (Tarragona), nació María de la Asunción (Josefa
Mangoché Homs), el 12 de julio de 1859. De
responsabilidad comunitaria acendrada, admirada
por su trabajo callado, sencillo. Por su tierna y profunda
devoción a María, llegó a recitar de memoria muchos párrafos de
las «Glorias de María», que repetía y degustaba amorosamente. Era
especialista en la costura, y de tal forma, que en sus últimos días
esperaba la llegada del Señor, aguja en mano.
Carlet
(Valencia) tiene el orgullo de contar entre los suyos, a María de la
Concepción (Emilia Martí Lacal),
nacida el 9 de noviembre de 1861. De su conciencia delicada y frágil,
supo especialmente la juventud de Sollana, para la que fue una
excelente maestra de la oración. Sus alumnas cuentan: que les enseñó
a orar, que las hizo gustar largos minutos
de silencio con el Señor, y que les abrió el apetito hacia la
lectura espiritual provechosa, además de beneficiarse de
sus habilidades, como maestra de corte y confección. Permaneció
muchos años en Sollana, y fue muy querida.
En
Turís tiene una placeta María Gracia de
San Antonio. Nació pobre, muy pobre, en el hospital de
Valencia, el 1 de junio de 1869. Pero los de Turís fueron testigos,
de que María Gracia (Paula de San Antonio), sabía bien lo que era
vivir, y por eso ayudaba a tantos, a aprovechar hasta el último
momento de la vida, «al borde de la muerte
decía se encuentra la verdadera vida».
Se
sabía en el pueblo que todo el mundo podía encontrar en sor Gracia
una sonrisa, una ayuda, una asistencia fraterna. Era humilde,
bulliciosa, pero respetuosa con todo y con todos; no quería llamar
la atención de nadie, pero casi nadie dejaba de fijarse en ella.
«Hay que pedir, hay que rogar, hay que
aconsejar, repetía . Estaba dedicada a la
enseñanza, pero tenía predilección por los enfermos y los pobres.
Su recuerdo en Turís es imborrable.
De
Valencia, y bautizada en la colegiata de San Bartolomé, es María
del Sagrado Corazón (María Purificación
Gómez Vives). Las tradiciones del instituto, hablan de
que: los horarios los cumplía a rajatabla;
que en la capilla era de un recogimiento hermoso y contagioso, que
guardaba el silencio escrupulosamente,
y que era muy buena. De su bondad y discreción, nos hablan también
los que la conocieron, especialmente sus alumnas. En el año 1936, se
encontraba en el colegio que en Molins de Rei tenía el instituto, y
se trasladó a Valencia, cuando por la fuerza tuvieron que salir del
mismo. Había nacido el 6 de febrero de 1881.
Nacida
en San Martín de Provenoais (Barcelona), el 13 de 1885, María del
Socorro, (Teresa Jiménez Baldoví),
fue bautizada en Santa María del Mar. Por la pérdida de la madre,
la encontramos acogida, en la casa de misericordia de las Carmelitas
de la Caridad, en donde fue creciendo en todos los aspectos. En 1907,
a sus veintidós años, ingresó en el noviciado de las hermanas de
la Doctrina Cristiana, y en el año 1936, formaba parte de la
comunidad de Mislata. Era tierna, caritativa, sobre todo con las
personas de la casa, que es una de las formas más difíciles de
ejercer la caridad, humilde. Sus mejores
esfuerzos los dedicó a la educación de los niños, los
parvulillos, que estaban pasando ellos también, por el mismo trance
de orfandad que ella misma había vivido.
Huérfana,
María de los Dolores (Gertrudis Suris
Brusola), nace en Barcelona el 17 de enero de 1899.
Bautizada en la catedral de Barcelona, recibe la formación, primero
en el colegio de las religiosas francesas, y luego en la Escuela
Normal de Barcelona. Pasaba los veranos con los tíos, que la habían
acogido, en Cabrera de Mar. Allí conoció a las hermanas de la
Doctrina Cristiana, y en el año 1918, se encontró con la maestra de
novicias pintora, que repetía: «Vale más
hablar con Dios que hablar de Dios». Dieciocho años
después, las dos le oyeron decir: «... Si el grano de trigo no
muere, él solo queda; mas si muere, lleva mucho fruto ... »
Además,
los de Ondara supieron que sus clases fueron siempre excelentes; y
que no se ciñó simplemente a la explicación del catecismo, y
cualquier otra materia, sino que daba también un repaso de
actualidad en cualquiera de sus enseñanzas. Al final, al llegar a
Valencia, dijo: «Mi suerte será la de
todas mis hermanas».
En
la parroquia de San Antonio de Valencia, fue bautizada en 1862,
Ignacia del Santísimo Sacramento (Josefa
Pascual Pallardó). Nunca se movió de Sollana; allí se
supo de su santa sencillez, de su lúcida inocencia. Le encantaba a
sor Ignacia, estar al servicio inmediato de la subsistencia de la
comunidad. Sabía que en la cocina podía, y
debía encontrar la dignidad, y la elegancia espiritual como en
cualquier otro oficio. Hizo siempre con esmero, el trabajo sencillo y
escondido, que se le había solicitado. Y desde el tiempo
lejano del noviciado, en San Vicente dels Horts, dejaba traslucir un
gozo interior contagioso, que era la alegría de cuantos se le
acercaban. En el año 1936, las sacaron por la fuerza de la comunidad
de Sollana, y sor Ignacia se dirigió a la calle Maestro Chapí,
donde se encontraban otras hermanas.
De
Sueca (Valencia) es María del Rosario (Catalina
Calpe Ibáñez), y fue bautizada en la parroquia de San
Pedro Apóstol. Eran su pasión los libros
de espiritualidad y de historia. Cuentan que lo que más
le tentaba eran la lectura, y las escapadas para visitar a la Virgen
de los Desamparados. Con la tormenta del 1936, dejó el colegio de la
Sagrada Familia de Valencia, de cuya comunidad formaba parte, y pasó
a la comunidad de la calle Maestro Chapí, donde perfumó la casa con
sus jaculatorias, hasta el día 20 de noviembre, día en que llegaría
a la plenitud de la vida. Había nacido el 25 de noviembre de 1855.
Nunca
sabremos cuándo escribió María de la Paz (Isabel
López García), nacida en Turís (Valencia), al dorso de
aquella estampa que guardaba en uno de sus libros, y que rezaba:
«Señor, hacedme digna de ser mártir por
vuestro amor». Por supuesto, una plegaria que sonaba como
a temblor y suspiro. Sor Paz se educó en el colegio que las hermanas
de la Doctrina Cristiana tenían en Turís, y se enamoró de la obra
de madre Micaela, cuyos pasos quiso seguir. Hasta el final de sus
días, puso en práctica su nombre, pues sembró
de paz y de servicios, la estancia de las hermanas en la
comunidad de Valencia. Había nacido el 12 de agosto de 1885.
De
Albacete, posiblemente del pueblo de La Roda, es Marcela de Santo
Tomás (Áurea Navarro). Sor
Marcela, fue la más afortunada de las novicias de la madre Sufragio.
Las otras novicias, a finales de julio, madre Ángeles y madre
Sufragio, vieron necesario el que regresaran a casa de sus padres,
ante las perspectivas sombrías. La pobre Marcela, sin noticias desde
hacía tiempo de sus familiares, tuvo que quedarse con las hermanas.
¿Pobre?. Fue su gran oportunidad. Así, la última de las novicias,
se enriqueció con la palma del martirio.
De
Carlet (Valencia) es María del Calvario (Josefa
Romero Clariana). Había nacido el 11 de abril de 1871.
Tuvo muchas dificultades, por parte de la familia, para ingresar en
el instituto. Pero Josefa tenía tomada la decisión con mucha
fuerza, y a los veintiún años, ingresó en el noviciado. Ya
profesa, formó parte de las comunidades de San Vicente dels Horts,
Tabernes de Valldigna, Guadasuar, Carlet.
Aquí
se encontraba el 18 de julio, cuando tuvieron que salir a toda
velocidad del colegio. Se refugió en casa de su hermana, en donde se
encontraban escondidas dos sobrinas, también religiosas de la
Doctrina Cristiana. Ocho días estuvo en la
cárcel de Carlet, y el 26 de septiembre fue fusilada, en el Barranco
de los Perros, del término de Llosa de Ranes. Sor
Calvario, junto con la madre Amparo, precedieron en el martirio a las
otras quince mártires, de la comunidad de Valencia.
Finalmente,
madre Amparo (Teresa Rosat Balasch)
había nacido en Mislata, (Valencia), el 15 de octubre de 1873. En el
instituto, la encontramos ya en el año 1896. Y en 1906, había
pronunciado sus votos perpetuos. Fue superiora de las comunidades de
Tabernes de Valldigna, Molins de Rei, Cabrera de Mar, Cornellá y
Carlet, de cuya comunidad formaba parte en el año 1936.
Como
todas, tuvo que encontrar lugar a donde ir, y lo hizo en casa de una
familia amiga, Filomena García Cubel, pero a los pocos días, la
encontramos en la cárcel de Carlet, de donde salió la misma lóbrega
noche que sacaron a sor Calvario. Las dos corrieron la misma suerte.
Era el 26 de septiembre de 1936. la Madre Amparo era hija única, y
al morir, dejó a su madre, una mujer mayor y enferma. Al finalizar
la guerra, las hermanas de la Doctrina Cristiana, la acogieron hasta
sus últimos días.
Éste
fue el curso de su existencia, el lema de su vida consagrada: habían
enseñado a leer a los niños, habían ofrecido letras a los
analfabetos, habían curado las heridas de las gentes más
abandonadas, a todos habían tratado de infundir las enseñanzas del
Maestro.
Al
final, un sencillo perdón sin condiciones para sus
enemigos. Todas esperaban con la firmeza y la seguridad, de quienes
sabían que al amanecer de aquel día, vendría el Esposo de Sangre,
con quien cada una de las hermanas se había desposado.
La
hermosa página del Apocalipsis, se sigue editando cada vez que hay
grupos de gentes sacrificadas en la tribulación. Lo que pasa, es que
esa página de los mártires, con túnicas de sangre, es una página
que tiene nombres propios, biografías de tierra y medidas de años.
Los
nombres propios de nuestras 17 mártires, quedaron inscritas en el
Libro de la Vida, el 1 de octubre de 1995, día en que el papa Juan
Pablo II, las declaró oficialmente beatas.
Bibliografía
E.
T. GIL DE MURO: Con la palma sobre el pecho (Crónica de amor y
testimonio). Monte Carmelo. Burgos; A. LLIN CHACER: Memoria y
profecía. Ed. Hermanas de la Doctrina Cristiana.
ORACIÓN.
Dios y Señor nuestro, que manifiestas tu fuerza en nuestra
debilidad, al celebrar con alegría, el precioso martirio de tus
siervas Ángeles y compañeras, concédenos que fortalecidos con el
Espíritu de tu Amor, permanezcamos fieles a Tí en todas las
circunstancias de la vida. Que España vuelva a vibrar por Tí de
todo corazón. A Tí que Vives y Reinas por Siempre. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario