Jueves 17 de Septiembre
Santa
Hildegarda de Bingen
Mística
y Doctora de la Iglesia
(1098-1179)
Santa Hildegarda al narrar una visión mística – entre
las innumerables que tuvo - resume de muy poética manera la doctrina
acerca de la misa:
Cuando el
sacerdote - dice - revestido de sagrados ornamentos, se iba acercando
al altar, vi súbitamente descender una luz del cielo como un vivo
resplandor del que se iban desprendiendo numerosos ángeles que
rodearon el altar, y allí permanecieron hasta que terminado el
sacrificio, se retiró el sacerdote.
Leído el
evangelio, y colocada sobre el altar la oblación que se iba a
consagrar, cuando el sacerdote en el Sanctus cantó las alabanzas del
Todopoderoso y comenzó la celebración de los inefables misterios,
se abrieron los cielos y un globo de fuego de luz deslumbradora
descendió sobre la oblata y la envolvió y penetró con sus rayos, a
la manera que el sol atraviesa centelleando el purísimo cristal.
Y mientras
la aureola con sus destellos la elevaba ostensiblemente al cielo para
dejarla caer de nuevo sobre el altar en movimiento semejante al de la
inspiración del aire en los pulmones humanos primero, y al de la
suave espiración del mismo después.
La
Oblación se había convertido en la verdadera carne y en la sangre
verdadera de Cristo, aun cuando a los ojos de los fieles siguiera
pareciendo pan y vino.
Embebida
me hallaba en esta contemplación, cuando he aquí que veo
aparecérseme como un espejo los misterios del nacimiento, pasión,
sepultura, resurrección y ascensión de Nuestro Salvador, Unigénito
del Padre, tales como se habían realizado cuando Cristo vivía en la
Tierra.
Después
que el sacerdote entonó el himno del inocente cordero, el Agnus Dei,
y cuando se dispuso a comulgar, el globo de fuego subió al cielo,
que se cerró inmediatamente detrás de él, y llegó a mis oídos
una voz que decía: Comed el cuerpo y bebed la sangre de mi Hijo para
abolir la prevaricación de Eva, y para que os sea restituído el
derecho a la herencia Divina.
Entre los
fieles que se acercaban al sacerdote para recibir el sacramento, se
podían distinguir cinco categorías: Unos estaban dotados de cuerpos
puros, resplandecientes y con lenguas de fuego en su cabeza.
Otros
parecían tener cuerpos amarillentos y almas contaminadas con
impurezas. Los cuerpos de algunos otros se hallaban cuajados de
agudísimas espinas, mientras que sus almas estaban consumidas por la
lepra.
Los
últimos, por fin, mostraban en su cuerpo numerosas manchas de
sangre, y sus almas hedían como cadáveres putrefactos.
Todos
recibían el mismo sacramento; pero mientras unos brillaban al
recibirlo, como espléndidas lumbreras, otros, en cambio, quedaban
sumergidos en espesísimas tinieblas.
Una vez
terminada la comunión y consumido totalmente el sacramento, mientras
el sacerdote se retiraba, aquella celestial claridad que rodeaba el
altar, de la que he hablado al principio, desapareció en los cielos.
SANTA
HILDEGARDA; Scivas, lib. II, visión VI (P.L. CXCVII, 509).
San
Roberto Belarmino
(1542-1621)
Cardenal y Doctor de la Iglesia
(1542-1621)
Cardenal y Doctor de la Iglesia
Jesuita; Arzobispo de Capua, Cardenal; Doctor de la Iglesia; defensor de la doctrina durante y después de la Reforma Protestante. Escribió dos catecismos y numerosas obras de apologética.
Nació
el año 1542 en Montepulciano, ciudad de la región toscana. Ingresó
en la Compañía de Jesús, en Roma, y fue ordenado sacerdote.
Sostuvo célebres disputas en defensa de la fe católica y enseñó
teología en el Colegio Romano. Fue elegido cardenal y nombrado
obispo de Capua.
Trabajó
también en las Congregaciones romanas, contribuyendo con su ayuda a
la solución de muchas cuestiones. Murió en Roma el año 1621.
Sus
libros y prédicas sobre la defensa de la fe le ganaron el título de
"martillo de los herejes". Sin embargo, era un hombre
humilde y lleno de caridad para todos.
Llagas
de San Francisco
Oración:
Que los dolores y los estigmas de la vida abran nuestro espíritu
hacia Tí Señor, a imitación de Santa Hildegarda y San Francisco de
Asís, llenándonos de tu Sabiduría a imitación del Cardenal San
Belarmino. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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