18 de Abril 2025
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Viernes
Santo
VÍA CRUCIS EN EL COLISEO
Su
rostro se refleja en el de cada persona humillada y ofendida enferma
o que sufre sola; abandonada y despreciada.
PALABRAS DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI
Colina del Palatino
Viernes Santo, 10 de abril de 2009
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San
Perfecto de Córdoba
Mártir
(850)
Fue
el primero de los mártires cristianos, que ocasionó la persecución
de Abd al-Rahman II, el emir de al-Andalus.
Hijo de padres
cristianos, y nacido en Córdoba, conocedor del idioma árabe,
aparece vinculado a la Iglesia de San Acisclo, donde se formó y se
ordenó de sacerdote, cuando estaba bajo completo dominio
musulmán.
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Beata
María de la Encarnación
Religiosa
Carmelita
(1545-1618)
Religiosa.
Fundadora de los Carmelitas en Francia. Madre y esposa ejemplar,
quien debió enfrentar la tormenta desatada, por la irrupción del
Protestantismo en Francia, con la posterior contienda europea, de la
guerra de los treinta
años.
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Hoy
leemos en las escrituras
Libro
de Isaías 52,13-15.53,1-12
Sí,
mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy
grande.
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de Él,
porque estaba tan desfigurado, que su aspecto no era el de un hombre,
y su apariencia no era más la de un ser humano, así también Él
asombrará a muchas naciones, y ante Él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado, y comprenderán
algo que nunca habían oído.
¿Quién creyó, lo que nosotros
hemos oído, y a quién se le reveló el brazo del Señor?. Él
creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de
una tierra árida, sin forma ni hermosura, que atrajera nuestras
miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos.
Despreciado,
desechado por los hombres, abrumado de dolores, y habituado al
sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan
despreciado, que lo tuvimos por nada.
Pero Él soportaba
nuestros sufrimientos, y cargaba con nuestras dolencia, y nosotros lo
considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado.
Él fue
traspasado por nuestras rebeldías, y triturado por nuestras
iniquidades. El castigo que nos da la paz, recayó sobre Él, y por
sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como
ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer
sobre Él, las iniquidades de todos nosotros.
Al ser
maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un
cordero llevado al matadero, como una oveja muda, ante el que la
esquila, Él no abría su boca.
Fue detenido y juzgado
injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte?. Porque fue
arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por las rebeldías
de mi pueblo.
Se le dio un sepulcro con los malhechores, y una
tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia, ni había
engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con el
sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su
descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se
cumplirá por medio de Él.
A causa de tantas fatigas, Él
verá la luz, y al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo
justificará a muchos, y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Por
eso, le daré una parte entre los grandes, y Él repartirá el botín
junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte, y fue
contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de
muchos, e intercedía en favor de los culpables.
Palabra de
Dios. ¡Te alabamos
Señor!.
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Salmo
31(30),2.6.12-13.15-16.17.25
Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo
me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!.
Líbrame,
por tu justicia;
Yo pongo mi vida en tus manos.
Tú me
rescatarás, Señor, Dios fiel.
Soy la burla de todos mis
enemigos,
y la irrisión de mis propios vecinos;
para mis
amigos soy motivo de espanto,
los que me ven por la calle huyen de
mí.
Como un muerto, he caído en el olvido,
me he
convertido en una cosa inútil.
Pero yo confío en Ti,
Señor,
y te digo: «Tú
eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.»
Líbrame
del poder de mis enemigos,
y de aquellos que me persiguen.
Que
brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu
misericordia.
Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan
en el
Señor.
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Carta
a los Hebreos 4,14-16.5,7-9
Y
ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne
que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de
nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote, incapaz de
compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a
las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos,
entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia, y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Él
dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes
gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue
escuchado por su humilde sumisión.
Y aunque era Hijo de Dios,
aprendió por medio de sus propios sufrimientos, qué significa
obedecer.
De este modo, Él alcanzó la perfección, y llegó
a ser causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen,
Palabra de Dios. ¡Te alabamos
Señor!.
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Evangelio
según San Juan 18,1-40.19,1-42
Jesús
fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en
ese lugar una huerta, y allí entró con ellos.
Judas, el
traidor, también conocía el lugar, porque Jesús y sus discípulos
se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de
un destacamento de soldados y de los guardias, designados por los
sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas
y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se
adelantó y les preguntó: "¿A
quién buscan?".
Le
respondieron: "A
Jesús, el Nazareno".
Él les dijo: "Soy
Yo".
Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús
les dijo: "Soy
Yo",
ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó
nuevamente: "¿A
quién buscan?".
Le dijeron: "A
Jesús, el Nazareno".
Jesús
repitió: "Ya
les dije que Soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se
vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No
he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces
Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor
del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se
llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina
tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el
Padre?".
El
destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se
apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás,
porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás
era el que había aconsejado a los judíos: "Es
preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre
tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús.
Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con
Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera,
en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo
Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La
portera dijo entonces a Pedro: "¿No
eres tú también, uno de los discípulos de ese hombre?".
Él le respondió: "No
lo soy".
Los
servidores y los guardias, se calentaban junto al fuego, que habían
encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto
al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús, acerca de sus
discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió:
"He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la
sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he
dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí?. Pregunta a
los que me han oído, qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he
dicho".
Apenas
Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes, le dio una
bofetada, diciéndole: "¿Así
respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús
le respondió: "Si
he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien,
¿por qué me pegas?".
Entonces
Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón
Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
"¿No
eres tú también uno de sus discípulos?".
Él lo negó y dijo: "No
lo soy".
Uno
de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro
había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con Él en
la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó
el gallo.
Desde la casa de Caifás, llevaron a Jesús al
pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio,
para no contaminarse y poder así participar en la comida de
Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos, y les preguntó:
"¿Qué
acusación traen contra este hombre?".
Ellos respondieron: "Si
no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato
les dijo:
"Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que
tienen". Los
judíos le dijeron: "A nosotros no nos
está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse, lo que había dicho Jesús, cuando indicó
cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio,
llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres
tú el rey de los judíos?".
Jesús
le respondió: "¿Dices esto por ti mismo, u otros te lo han
dicho de mí?".
Pilato replicó:
"¿Acaso yo soy judío?. Tus compatriotas y los sumos
sacerdotes, te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has
hecho?".
Jesús
respondió: "Mi
realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los
que están a mi servicio, habrían combatido para que yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato
le dijo: "¿Entonces
Tú eres rey?".
Jesús respondió: "Tú
lo dices: Yo soy Rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para
dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi
voz".
Pilato
le preguntó: "¿Qué
es la verdad?". Al
decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
"Yo
no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes,
tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión
de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos
comenzaron a gritar, diciendo: "¡A
Él no, a Barrabás!".
Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a
Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas, y se la pusieron
sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le
decían: "¡Salud,
rey de los judíos!",
y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir, y les dijo: "Miren,
lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en Él, ningún
motivo de condena".
Jesús
salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les
dijo:
"¡Aquí tienen al hombre!".
Cuando
los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
"¡Crucifícalo!.
¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "Tómenlo
ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para
condenarlo".
Los
judíos respondieron:
"Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, porque
Él pretende ser Hijo de Dios".
Al
oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió
a entrar en el pretorio, y preguntó a Jesús: "¿De
dónde eres Tú?".
Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo:
"¿No quieres hablarme?. ¿No sabes que tengo autoridad para
soltarte, y también para crucificarte?".
Jesús
le respondió:
"Tú no tendrías sobre Mí ninguna autoridad, si no la hubieras
recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti, ha
cometido un pecado más grave".
Desde
ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos
gritaban: "Si
lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey, se
opone al César".
Al
oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús, y lo hizo sentar sobre un
estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo,
"Gábata".
Era el día de la Preparación de la
Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí
tienen a su rey".
Ellos
vociferaban: "¡Que
muera!. ¡Que muera!. ¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Voy
a crucificar a su rey?".
Los sumos sacerdotes respondieron: "No
tenemos otro rey que el César".
Entonces,
Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo
llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la
ciudad, para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en
hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con Él
a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato
redactó una inscripción que decía: "Jesús
el Nazareno, rey de los judíos",
y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta
inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado, quedaba
cerca de la ciudad, y la inscripción estaba en hebreo, latín y
griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
"No
escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el
rey de los judíos'.
Pilato
respondió: "Lo
escrito, escrito está".
Después
que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras, y las
dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la
túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola
pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: "No
la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca".
Así se cumplió la Escritura que dice: “Se
repartieron mis vestiduras, y sortearon mi túnica”.
Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de
Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre, y cerca de
ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: "Mujer,
aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí
tienes a tu madre".
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su
casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para
que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: “Tengo
sed”.
Había
allí, un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja,
la ataron a una rama de hisopo, y se la acercaron a la boca.
Después
de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo
se ha cumplido".
E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de
la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato, que
hiciera quebrar las piernas de los crucificados, y mandara retirar
sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado,
porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron, y
quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con
Jesús.
Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, le atravesó
el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El
que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero, y él sabe que
dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió
para que se cumpliera la Escritura que dice: “No
le quebrarán ninguno de sus huesos”.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán
al que ellos mismos traspasaron”.
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero
secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato,
para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a
retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente
había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que
pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de
Jesús, y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de
perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En
el lugar donde lo crucificaron, había una huerta, y en ella, una
tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como
era para los judíos, el día de la Preparación, y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra de Dios. ¡Te
alabamos
Señor!.
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