13
de Abril 2025
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DOMINGO
DE RAMOS
“Puede
llegar al lugar santo, quien tiene «las manos limpias y puro el
corazón».
“Manos
limpias son aquellas, que no cometen actos de violencia. Son manos
que no se han ensuciado con la corrupción, ni con los sobornos”.
(Papa Benedicto
XVI)
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San
Martín I
74ª
Papa y Mártir
(año 656)
"Sea
cual fuere la muerte que me den, seguramente no va a ser más cruel,
que esta vida que me están haciendo
pasar"
https://365seleccionessacros.blogspot.com/2020/04/13de-abril-sanmartin-i-74papa-y-martir.html
San
Marcelino de Embrun
Obispo
(† c. 374).
En
Embrún, en la Galia, San Marcelino, primer obispo de esta ciudad, el
cual, oriundo de África, convirtió a la fe de Cristo, a la mayor
parte de la población de los Alpes Marítimos, siendo ordenado
obispo por San Eusebio de Vercelli
https://365seleccionessacros.blogspot.com/2024/04/20-de-abril-de-2024-san-marcelino-de.html
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Hoy
leemos en las escrituras
Libro
de Isaías 50,4-7
El
mismo Señor, me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado, con una palabra de aliento. Cada mañana, Él
despierta mi oído, para que yo escuche como un discípulo. El Señor
abrió mi oído, y yo no me resistí, ni me volví atrás.
Ofrecí
mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas, a los que me
arrancaban la barba; no retiré mi rostro, cuando me ultrajaban y
escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé
confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy
bien, que no seré defraudado.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Salmo
22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24
Los
que me ven, se burlan de Mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo:
«Confió
en el Señor, que Él lo libre;
que lo salve, si lo quiere
tanto.»
Me
rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de
malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar
todos mis huesos.
Se reparten entre sí mi ropa,
y sortean
mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
Tú que eres
mi fuerza, ven pronto a socorrerme.
Yo anunciaré tu Nombre a
mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo,
los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de
Jacob;
témanlo, descendientes de
Israel.»
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Carta
de San Pablo a los Filipenses 2,6-11
Jesucristo,
que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios,
como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a
Sí Mismo, tomando la condición de servidor, y haciéndose semejante
a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano, se humilló
hasta aceptar por obediencia, la muerte, y muerte de cruz. Por eso,
Dios lo exaltó, y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para
que al Nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios
Padre: "Jesucristo
es el Señor".
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Evangelio
según San Lucas 22,14-71.23,1-56
Llegada
la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles, y les
dijo:
"He
deseado ardientemente, comer esta Pascua con ustedes, antes de mi
Pasión, porque les aseguro, que ya no la comeré más hasta que
llegue a su pleno cumplimiento, en el Reino de Dios".
Y
tomando una copa, dio gracias y dijo: "Tomen
y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora, no
beberé más del fruto de la vid, hasta que llegue el Reino de
Dios".
Luego
tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: "Esto
es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía".
Después
de la cena, hizo lo mismo con la copa, diciendo: "Esta
copa es la Nueva Alianza, sellada con mi Sangre, que se derrama por
ustedes. La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque
el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero
¡ay de aquel que lo va a entregar!".
Entonces
comenzaron a preguntarse unos a otros, quién de ellos sería el que
iba a hacer eso.
Y surgió una discusión sobre quién debía
ser considerado como el más grande.
Jesús les dijo: "Los
reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder
sobre el pueblo, se hacen llamar bienhechores.
Pero
entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande,
que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un
servidor.
Porque, ¿quién es más grande, el que está a la
mesa o el que sirve?. ¿No es acaso el que está a la mesa?. Y sin
embargo, Yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes
son los que han permanecido siempre conmigo, en medio de mis pruebas.
Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a
mí.
Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y
se sentarán sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de
Israel.
Simón,
Simón, mira que Satanás ha pedido poder, para zarandearlos como el
trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú,
después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos".
"Señor,
le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la
muerte".
Pero
Jesús replicó: "Yo
te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado
tres veces que me conoces".
Después
les dijo: "Cuando
los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna
cosa?".
"Nada",
respondieron. Él agregó: "Pero
ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja,
que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto
para comprar una.
Porque
les aseguro, que debe cumplirse en mí, esta palabra de la Escritura:
Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se
refiere a mí".
"Señor,
le dijeron, aquí hay dos espadas".
Él les respondió: "Basta".
En
seguida Jesús salió, y fue como de costumbre al monte de los
Olivos, seguido de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo:
"Oren,
para no caer en la tentación".
Después
se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra,
y puesto de rodillas, oraba: "Padre,
si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya".
Entonces
se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.
En
medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era
como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de
orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos, y los
encontró adormecidos por la tristeza.
Jesús les dijo:
"¿Por qué están durmiendo?. Levántense y oren, para no caer
en la tentación".
Todavía
estaba hablando, cuando llegó una multitud, encabezada por el que se
llamaba Judas, uno de los Doce. Éste se acercó a Jesús para
besarlo.
Jesús le dijo: "Judas,
¿con un beso entregas al Hijo del hombre?".
Los
que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
"Señor,
¿usamos la espada?".
Y uno de ellos, hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja derecha.
Pero Jesús dijo:
"Dejen, ya está".
Y tocándole la oreja, lo curó.
Después dijo a los sumos
sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo, y a los ancianos
que habían venido a arrestarlo: "¿Soy
acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?. Todos los días
estaba con ustedes en el Templo, y no me arrestaron. Pero esta es la
hora de ustedes, y el poder de las tinieblas".
Después
de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo
seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron
alrededor de él, y Pedro se sentó entre ellos.
Una sirvienta
que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: "Éste
también estaba con Él".
Pedro
lo negó, diciendo: "Mujer,
no lo conozco".
Poco
después, otro lo vio y dijo: "Tú
también eres uno de aquellos".
Pero Pedro respondió: "No,
hombre, no lo soy".
Alrededor
de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: "No
hay duda, de que este hombre estaba con Él; además, él también es
galileo".
"Hombre,
dijo Pedro, no sé lo que dices". En ese momento, cuando todavía
estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta,
miró a Pedro. Éste recordó las palabras que el Señor le había
dicho: "Hoy,
antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces".
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que
custodiaban a Jesús, lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el
rostro, le decían: "Profetiza,
¿quién te golpeó?".
Y proferían contra Él, toda clase de insultos.
Cuando
amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto
con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el
tribunal, y le dijeron: "Dinos
si eres el Mesías".
Él les dijo: "Si
Yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me
responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la
derecha de Dios todopoderoso".
Todos
preguntaron: "¿Entonces
eres el Hijo de Dios?".
Jesús respondió:
"Tienen razón, Yo lo soy".
Ellos
dijeron: "¿Acaso
necesitamos otro testimonio?. Nosotros mismos lo hemos oído de su
propia boca".
Después
se levantó toda la asamblea, y lo llevaron ante Pilato.
Y
comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos
encontrado a este hombre, incitando a nuestro pueblo a la rebelión,
impidiéndole pagar los impuestos al Emperador, y pretendiendo ser el
rey Mesías".
Pilato
lo interrogó, diciendo: "¿Eres
tú el rey de los judíos?". "Tú lo dices",
le respondió Jesús.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a
la multitud: "No
encuentro en este hombre ningún motivo de condena".
Pero
ellos insistían: "Subleva
al pueblo con su enseñanza, en toda la Judea. Comenzó en Galilea, y
ha llegado hasta aquí".
Al
oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose
asegurado, de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo
envió. En esos días, también Herodes se encontraba en
Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía
tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y
esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas
preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los
sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con
vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con
desprecio, y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico
manto y lo enviaron de nuevo a Pilato.
Y ese mismo día,
Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron
amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y
al pueblo, y les dijo: "Ustedes
me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la
rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes, y no encontré
ningún motivo de condena, en los cargos de que lo acusan; ni tampoco
Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este
hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un
escarmiento, lo dejaré en libertad".
Pero
la multitud comenzó a gritar: "¡Qué
muera este hombre!. ¡Suéltanos a Barrabás!".
A
Barrabás lo habían encarcelado, por una sedición que tuvo lugar en
la ciudad, y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la
palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús.
Pero
ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!".
Por
tercera vez les dijo: "¿Qué
mal ha hecho este hombre?. No encuentro en Él nada que merezca la
muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en
libertad".
Pero
ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el
griterío se hacía cada vez más violento.
Al fin, Pilato
resolvió acceder al pedido del pueblo.
Dejó en libertad al
que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición, y
homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando
lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del
campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de
Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo, y un buen número de
mujeres, que se golpeaban el pecho, y se lamentaban por Él.
Pero
Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
"¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por
ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá:
¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron, y los
pechos que no amamantaron!. Entonces se dirá a las montañas:
¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos!. Porque si
así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?".
Con
Él llevaban también a otros dos malhechores, para ser
ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado "del
Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su
derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: "Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre
ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: "Ha
salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de
Dios, el Elegido!".
También
los soldados se burlaban de Él, y acercándose para ofrecerle
vinagre, le decían: "Si
eres el rey de los judíos, ¡sálvate a Ti mismo!".
Sobre
su cabeza había una inscripción: "Éste
es el rey de los judíos".
Uno
de los malhechores crucificados, lo insultaba, diciendo: "¿No
eres tú el Mesías?. Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero
el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No
tienes temor de Dios, Tú que sufres la misma pena que Él?. Nosotros
la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no
ha hecho nada malo".
Y
decía: "Jesús,
acuérdate de mí, cuando vengas a establecer tu Reino".
Él
le respondió: "Yo
te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Era
alrededor del mediodía. El sol se eclipsó, y la oscuridad cubrió
toda la tierra, hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se
rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: "Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu".
Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que
había pasado, alabó a Dios, exclamando: "Realmente
este hombre era un justo".
Y
la multitud, que se había reunido para contemplar el espectáculo,
al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus
amigos, y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea,
permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó
entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
que había disentido, con las decisiones y actitudes de los demás.
Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue
a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de
bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana, y lo colocó en un
sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era
el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las
mujeres, que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José,
observaron el sepulcro, y vieron cómo había sido
sepultado.
Después regresaron, y prepararon los bálsamos y
perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la
Ley.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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