25 de Junio 2024
San Guillermo de Vercelli
Abad
(1085 –
1142)
Fundador de innumerables conventos. El milagro del fuego
que no lo consumió.
En
Goleto, cerca de Nusco, en la Campania, San Guillermo, abad, el cual,
nacido en Vercelli, se hizo peregrino y pobre por amor a Cristo, y
aconsejado por San Juan de Matera, fundó el monasterio de
Montevergine, en el que reunió a unos monjes, a los que impartió
una profunda doctrina espiritual, y también otros diversos
monasterios, tanto masculinos como femeninos, en varias regiones de
la Italia meridional.
El fundador de la congregación
religiosa, conocida con el nombre de Ermitaños de Monte Vergine,
nació en Vercelli, en 1085, de una familia piamontesa. Tras la
muerte de sus padres, a los que perdió cuando era un niño, vivió
con algunos familiares hasta la edad de catorce años, cuando
abandonó su casa, y como un pobre peregrino, caminó hasta Santiago
de Compostela, en España.
No satisfecho con las penalidades
que significaba, una caminata tan larga, se cinchó con dos aros de
hierro la cintura, como penitencia. No se sabe a ciencia cierta,
cuánto tiempo permaneció Guillermo en España, y no volvemos a
saber de él, hasta el año de 1106, cuando se encontraba en Melfi,
en la Basilicata italiana, de donde pasó a Monte Solicoli, en cuyas
estribaciones, pasó dos años entregado a la vida de penitencia y
oración, junto con otro ermitaño.
A este período
pertenece, el primero de los milagros realizados por el santo:
devolver la vista a un ciego. Aquella curación le dio gran fama, y
para evitar que las gentes le aclamaran como a un santo milagroso,
partió de la comarca, para refugiarse junto a San Juan de Matera.
Como los dos perseguían los mismos fines con igual espíritu,
llegaron a ser íntimos amigos. Guillermo tenía la intención de
emprender una peregrinación a Jerusalén, y no se dejó convencer
por Juan, quien insistía en que se quedase, porque Dios le tenía
destinada una tarea en aquel lugar. Un día partió, pero no se había
alejado mucho, cuando unos asaltantes le atacaron. Guillermo tomó
aquello como un signo de que Juan estaba en lo cierto, renunció a su
peregrinación, y volvió al lado del santo.
No tardó en
retirarse a una alta colina, situada entre Nola y Benevento, que por
entonces se llamaba Monte Virgiliano (en honor del gran poeta, que se
había detenido en aquel sitio).
Al principio, Guillermo
trató de vivir ahí como ermitaño, pero no tardaron en llegar
algunos hombres, sacerdotes y laicos, a solicitar que los tomase como
discípulos. Guillermo los aceptó, formó con ellos una comunidad, y
entre todos levantaron en el lugar, una iglesia consagrada a Nuestra
Señora, que quedó terminada en 1124.
Desde entonces, y
hasta nuestros días, la montaña cambió de nombre, para llamarse
Monte Vergine. La regla instituida por el santo fue muy severa: en
las comidas no se permitía el vino, la carne, la leche y sus
productos y, durante tres días a la semana, no había otro alimento
que verduras y pan seco.
Pasado el primer entusiasmo,
surgieron las murmuraciones, se puso de manifiesto el descontento, y
hubo una solicitud general para la modificación de la regla.
Guillermo no tenía deseos de contrariar a sus monjes, aunque para sí
mismo no buscase ningún alivio.
Por lo tanto, eligió a un prior
para que gobernara la comunidad, y con cinco fieles compañeros,
partió del monasterio, en busca de su amigo San Juan de Matera, con
quien hizo una segunda fundación en Monte Laceno, en la Apulia.
Sin embargo, la aridez del terreno, la situación del
albergue, expuesto a los cuatro vientos, y la gran altura de la
montaña, hicieron miserable la existencia para todos, y aun los
mejor dispuestos a soportar las penurias, tuvieron dificultades en
resistir los vientos helados del invierno. San Juan había insistido,
para que se trasladasen a otra parte en diversas ocasiones, cuando un
incendio destruyó las pobres chozas de madera y paja en que
habitaban, y todos debieron refugiarse en el valle. Ahí, los dos
santos se separaron: Guillermo partió hacia Monte Cognato, en la
Basilicata, para fundar otro monasterio, mientras Juan, con la misma
intención, se dirigió hacia el este, hasta el Monte Gargano, en
Pulsano.
Cuando su comunidad estuvo bien establecida, San
Guillermo le impuso la misma regla rigurosa que en Monte Vergine,
nombró a un prior, y la dejó a que se desarrollara por sí misma.
En Conza, en la Apulia, fundó un monasterio para hombres, y en
Guglietto, cerca de Nusco, estableció dos comunidades, una para
hombres y la otra para mujeres.
Poco después, el rey Rogelio
II de Nápoles, lo llamó a Salerno para que fuese su consejero y su
auxiliar. La benéfica influencia que ejerció San Guillermo sobre el
monarca, causó el resentimiento de algunos cortesanos, quienes no
desperdiciaron oportunidad de desacreditarlo, y hacerle aparecer como
un hipócrita gazmoño. A sabiendas del rey, los cortesanos tendieron
una trampa al santo y, con cualquier pretexto válido, le enviaron a
una mujer de mala vida, con instrucciones para que le hiciese caer en
pecado.
Guillermo recibió a su visitante en una habitación
con chimenea al fondo, donde ardía un gran fuego. Tan pronto como la
mujer empezó a ejercer sus artes de seducción, el santo se encaminó
hacia la chimenea, apartó las brasas con sus dos manos, de manera
que formó una angosta brecha en la hoguera; en aquel espacio se
tendió e invitó a la tentadora para que se echara junto a él. Al
verlo entro las llamas, la mujer comenzó a proferir gritos de
horror; pero instantes después quedó muda de asombro, porque
Guillermo se alzó de entre las brasas, y salió de la chimenea
completamente ileso.
Aquel milagro hizo que la mujer se
arrepintiera: renegó de su pasada vida de pecado, y no tardó en
tomar el velo en el convento de Venosa. El rey Rogelio, por su parte,
dispensó su absoluta protección al santo, ayudó generosamente a
sus monasterios, y él mismo hizo fundaciones nuevas, que entregó a
San Guillermo para que las gobernase.
El santo finalmente
murió en Guglietto, el 25 de junio de 1142. No dejó ninguna
constitución escrita, pero el tercer abad general de sus
comunidades, Roberto, redactó un código de reglamentos, y puso a la
orden bajo la regla de los benedictinos.
El único de entre
los muchos monasterios que fundó san Guillermo, que existe todavía
es el de Monte Vergine. En la actualidad, pertenece a la comunidad
benedictina de Subiaco, y en su iglesia, conserva una pintura de
Nuestra Señora de Constantinopla, que es muy venerada.
Acta
Sanctorum, junio, vol. VII. Un texto mejor y más completo, que llena
algunas lagunas dejadas por el más antiguo, fue descubierto en
Nápoles a principios del siglo XX y fue editado por Dom C. Mercuro
en la Revista Storica Benedictina, vol. I (1906), vol. II (1907) y
vol. III (1908), en varios artículos que incluyen un comentario
histórico junto con el propio documento. También cf. al P. Lugano,
Vitalia Benedictina (1929), pp. 379-439; y E. Capobianco, Sant'Amato
da Nusco (1936).
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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