22 de Junio 2024
San Eusebio de Samosata
Obispo y
mártir
(379)
«Columna
de la verdad, luz del mundo, instrumento de los favores de Dios hacia
su pueblo, apoyo y gloria de toda la ortodoxia».
En
Dólica de Siria, San Eusebio, obispo de Samosata, que en tiempo del
emperador arriano Constancio, vestido de militar, visitaba de
incógnito las iglesias de Dios, para confirmarlas en la fe católica.
Posteriormente fue desterrado a Tracia, por el emperador
Valente, pero recuperada la paz de la Iglesia, regresó del exilio, y
volvió a recorrer las comunidades, hasta que murió mártir, herido
en la cabeza por una teja, que desde una altura le arrojó una mujer
arriana.
No se sabe nada sobre el origen, y la primera parte
de la vida de San Eusebio. La historia le menciona por primera vez,
hacia el año 361, cuando ya era obispo de Samosata, y como tal,
asistió al sínodo convocado en Antioquía, para elegir al sucesor
del obispo Eudoxio.
Precisamente, por los esfuerzos del
obispo Eusebio, la elección recayó sobre San Melecio, antiguo
obispo de Sebaste, y un hombre muy venerado por su piedad y
sabiduría.
Gran parte de los electores eran arrianos, y
tenían la esperanza de que, si votaban en favor de Melecio, éste
favorecería sus doctrinas, por lo menos tácitamente. Pero los
arrianos quedaron decepcionados.
En el primer discurso que
pronunció el nuevo obispo de Antioquía, en presencia del emperador
Constancio, que también era arriano, reafirmó la doctrina católica
de la Encarnación, tal como había sido expuesta en el Credo de
Nicea. A raíz de aquel sermón, los arrianos, enfurecidos, buscaron
la manera de deshacerse del obispo, y el emperador Constancio envió
a uno de sus funcionarios, a entrevistar a San Eusebio, para pedirle
que entregase las actas sinodales de la elección, que habían sido
confiadas a su cuidado. San Eusebio respondió que no las entregaría,
sin el previo consentimiento y autorización de todos y cada uno de
los signatarios.
Se le amenazó, con mandar que le cortaran
la mano derecha, si persistía en su actitud, y entonces el santo
extendió sus dos manos, y dijo que estaba dispuesto a perderlas,
antes que faltar a la confianza que se había depositado en él. El
emperador quedó muy impresionado por el valor del obispo, y ya no
insistió.
Durante algún tiempo más, después de aquel
incidente, San Eusebio tomó parte en los concilios y conferencias de
los arrianos y semiarrianos, a fin de sostener la verdad, y con la
esperanza de obtener la unidad; pero a partir del Concilio de
Antioquía, en 363, San Eusebio dejó de aparecer en las reuniones,
porque comprendió que su actitud, escandalizaba a los ortodoxos.
Nueve años después, fue urgentemente solicitada su
presencia, por el anciano Gregorio de Nazianzo, y fue a Capadocia
para ejercer su influencia y su experiencia, en favor de San Basilio,
en la elección para ocupar la sede vacante de Cesárea.
Tan
notables fueron los servicios que prestó en aquella ocasión, que el
joven Gregorio, en una carta escrita por aquel entonces, se refiere a
Eusebio como «columna de la verdad, luz del mundo, instrumento de
los favores de Dios hacia su pueblo, apoyo y gloria de toda la
ortodoxia». Entre San Basilio y San Eusebio, se estableció una
sincera amistad que, más tarde, se mantuvo a través de las
cartas.
Al estallar la persecución de Valente, San Eusebio,
no contento con proteger a sus propios fieles de la herejía, hizo,
de incógnito, varias expediciones a Siria y Palestina, para
fortalecer la fe de los católicos, para ordenar sacerdotes, y para
ayudar a los obispos ortodoxos, a nombrar verdaderos y meritorios
pastores, que ocuparan las sedes que quedaban vacantes.
Su
celo extraordinario, despertó la animosidad de los arrianos, y en
374, el emperador Valente promulgó la orden, que lo condenaba al
destierro en Tracia. Cuando el oficial encargado de hacer cumplir el
decreto, se presentó ante Eusebio, el obispo le rogó que procediera
con discreción, porque si el pueblo veía que le arrestaban, se
lanzaría sobre los captores para matarlos.
Por consiguiente,
aquella noche, después de rezar el oficio como de costumbre, salió
tranquilamente de su casa, cuando todos dormían, y en compañía de
uno de sus servidores, partió hacia el Eufrates y se embarcó.
A
la mañana siguiente, cuando las gentes se dieron cuenta de que había
partido, se emprendió su búsqueda; algunos de sus fieles le dieron
alcance y le suplicaron, con lágrimas en los ojos, que no los
abandonara.
Él también lloró, ante las muestras de afecto
de aquellas gentes, pero les explicó, que era necesario obedecer las
órdenes del Emperador, y los exhortó a confiar en Dios, para que
todo llegara a arreglarse satisfactoriamente. La grey del obispo
Eusebio demostró su fidelidad, y mientras duró el exilio, se negó
a tener cualquier trato con los dos prelados arrianos que ocupaban la
sede.
A la muerte de Valente, en el año 378 terminó la
persecución, y San Eusebio regresó a su sede y a su rebaño. Su
celo y su piedad, no habían sufrido menoscabo por los sufrimientos
del destierro. Gracias a sus esfuerzos, se restableció en toda su
diócesis, la unidad católica, y las sedes vecinas, fueron ocupadas
con prelados ortodoxos.
San Eusebio se hallaba de visita, en
la ciudad de Dolikha, para instalar ahí un obispo católico, cuando
una mujer arriana, oculta en la azotea de una casa, le arrojó una
pesada piedra sobre la cabeza. El golpe que recibió fue fatal,
puesto que a consecuencias del mismo, murió algunos días más
tarde, tras de obtener la promesa de sus amigos, de que no
perseguirían ni castigarían a su atacante.
En
el relato que escribieron los bolandistas sobre San Eusebio de
Samosata, no incluyeron una biografía propiamente dicha; esa
narración se encuentra impresa, en el Acta Sanctorum, junio, vol. V
(el 22 de junio), donde también reproducen un cierto capítulo del
historiador Tedoreto. Hay una biografía escrita en sirio que
reprodujo Bedjan en Acta Martyrum et Sanctorum, vol. VI, pp.
343-349.
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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