23 de Junio 2024
Santa María de Oignies
Nivelles, 1213.
Una
reclusa de Nivelles, en Bélgica, a quien Dios favoreció con muchas
revelaciones.
El cardenal Jacques de Vitry, quien fue amigo,
discípulo y tal vez, durante algún tiempo, el confesor de María de
Oignies, escribió la biografía de esta beata. Por influencias de
María, el futuro cardenal tomó las órdenes sacerdotales; sin
embargo, al examinar, en su libro, las virtudes de su personaje,
advierte a los lectores que no es precisamente un ejemplo que él
recomendase imitar.
Nació en el seno de una acaudalada
familia de Nivelles, en Brabante, y no obstante que todas sus
aspiraciones, estaban centradas en la vida religiosa, sus padres la
dieron en matrimonio a un hombre joven y gentil, de buena posición,
tan pronto como cumplió los catorce años.
Pero si los
padres pensaron, que el matrimonio de su hija, le haría olvidar su
vocación, estaban equivocados. María, joven y hermosa, adquirió
una gran ascendencia sobre su esposo, hasta el grado de convencerle,
a que viviesen juntos en absoluta continencia, y a que transformasen
su casa, en un hospital para los leprosos.
La joven pareja,
se dedicó a cuidar a sus pacientes, con una abnegación sin límites:
tanto María como su esposo, lavaban personalmente a los leprosos,
velaban a los más enfermos, durante noches enteras, y distribuían
limosnas entre ellos, y todos los pobres de la comarca, con tanta
prodigalidad, que continuamente recibían, airadas recriminaciones
por parte de todos sus parientes.
Estas actividades, no
impedían a María entregarse a la práctica de rigurosas
austeridades. Empleaba las disciplinas, llevaba cuerdas apretadas en
torno a su cuerpo, y se privaba del sueño y de los alimentos.
Se
afirma que durante todo un invierno excesivamente riguroso, desde el
día de San Martín hasta la Pascua, pasó todas las noches, tendida
sobre las losas de una iglesia, con la ropa que llevaba puesta
únicamente, sin que durante toda aquella larga penitencia, sufriese
un resfriado o un dolor de cabeza.
Cuando se hallaba en su
casa, dedicada a hilar o en otro trabajo manual sedentario, trataba
de evitar las distracciones de sus pensamientos, mediante el
procedimiento de poner abierto frente a ella, un salterio o libro de
oraciones, para leer alguna frase edificante, de tanto en tanto.
Su
biógrafo hace hincapié, en la anormal abundancia de sus lágrimas,
que tanto él como otros que escribieron sobre la beata, atribuyen a
una gracia espiritual. Por nuestra parte, estamos mejor dispuestos a
tomar semejante anormalidad, como una reacción física, de la
tensión nerviosa bajo la cual, mantenía constantemente su cuerpo;
pero no debe olvidarse que en aquellos tiempos, la facilidad de
llorar, y la abundancia del llanto se consideraban como un signo de
verdadera contrición.
Hasta hace poco, figuraban en el misal
romano, numerosas colectas «pro petitione lacrymarum» (para pedir
lágrimas), y San Ignacio de Loyola, como se puede comprobar, en uno
de los fragmentos que aún se conservan de su diario espiritual,
consideraba los días en que no era capaz de derramar lágrimas,
durante la celebración de la misa, como períodos de desolación,
cuando Dios, por así decirlo, escondía el rostro. María, por su
parte, afirmaba que el llanto la aliviaba y la refrescaba.
La
fama de santidad de la bendita asceta, atrajo a muchos visitantes, y
casi todos regresaron a sus hogares, edificados con sus admoniciones,
y consolados por sus consejos. Poco tiempo antes de su muerte, María
se sintió llamada a buscar la soledad.
Por lo tanto, con el
consentimiento de su esposo, dejó su casa de Williambroux, y se
estableció en una celda contigua al monasterio de los canónigos
agustinos, en Oignies. Si ya en el pasado, había tenido visiones y
éxtasis, en su vida presente, se multiplicaron las manifestaciones
celestiales. Tras una larga y penosa enfermedad, que ella misma había
vaticinado, murió a la edad de veintiocho años, el 23 de junio de
1213.
Uno de los rasgos más notables en la existencia de
María de Oignies, es el hecho de que ella, lo mismo que otros
místicos de los Países Bajos, sobre todo las beguinas, parecen
haberse anticipado bastantes años, a la transformación del espíritu
de la devoción católica, cuyo principio data de la iniciación del
movimiento franciscano.
El cardenal Vitry, en el prefacio a
su «Vida de la beata María», apela al obispo Fulk, de
Toulouse, testigo ocular del extraordinario acrecentamiento de la
piedad, del que Bélgica era el núcleo, y no hay duda, de que el
biógrafo pensaba en María de Oignies, al dirigirse al obispo Fulk
en estos términos:
«Tengo bien presentes vuestras
palabras, cuando hablasteis de haber dejado el Egipto de vuestra
diócesis, y luego de atravesar un árido desierto, descubristeis, en
la comarca de Lieja, la Tierra Prometida.
Ahí encontrasteis
también, como os oí decir con acento jubiloso, a muchas santas
mujeres de las que moran entre nosotros, quienes lamentan en mayor
grado un pecado venial, que todo el pueblo de vuestra comarca pudiese
lamentar haber cometido un millar de pecados mortales
Visteis
numerosos grupos de esas santas mujeres, que despreciaban los
deleites terrenales, y las riquezas de este mundo, por el anhelo de
un reino celestial; que se ataban a su Eterno Esposo, con los lazos
de la pobreza y la humildad.
Las observasteis mientras
trataban de ganar su pobre subsistencia, con el trabajo de sus manos,
y no obstante que sus padres o parientes nadaban en la riqueza,
preferían olvidarse de los seres de su misma sangre y de sus
hogares, y soportar las estrecheces de la pobreza, a gozar de una
abundancia malhabida.»
La nota característica, del
mencionado movimiento de transformación, era la afectuosa devoción
por la Pasión de Nuestro Señor, y debe recordarse que «cuando
María lloraba tan copiosamente sin caer desvanecida, que -según
dice el cardenal Vitry - podían seguirse sus pasos en las iglesias,
donde oraba por las manchas de humedad, sobre el pavimento, era
porque tomaba sus lágrimas, en el cáliz inagotable de la Pasión, o
contemplaba un crucifijo».
Igualmente notable, fue su
anticipación a la devoción, por la presencia real de Jesucristo en
el Santísimo Sacramento, sobre la cual no hay mención hasta
entonces, en la literatura devocional o de culto. Al hablar de la
beata María, dice su biógrafo: «A veces, se permitía tomar un
descanso en su celda, pero en otras ocasiones, sobre todo cuando se
aproximaba alguna gran fiesta, no podía encontrar reposo ni
tranquilidad, más que en presencia de Cristo, en la iglesia».
En
fechas posteriores, cualquier duda que pudiese haber, sobre que el
significado de la frase «en presencia de Cristo, en la iglesia»
se refiere a la presencia eucarística, quedaron disipadas, por
un breve estudio sobre María de Oignies, hecho por Tomás de
Cantimpré, que los bolandistas agregaron, como un apéndice a la
biografía de Jacques de Vitry.
En ese estudio, se hace
referencia a un hombre muy rico, que en cierto sentido, había vuelto
a su religión, gracias a los esfuerzos de María. En el momento en
que aquel hombre, atravesaba por un gran desaliento espiritual, la
beata le aconsejó «que entrase en la iglesia más próxima; una vez
en el templo, cayó de rodillas ante el altar, y clavó la vista en
la píxide, que contenía el Cuerpo de Cristo, encima del altar.
Entonces el hombre vio que, por tres veces, la píxide se
desplazaba de su lugar, atravesaba los aires, en dirección a donde
él estaba de rodillas, y permanecía unos instantes suspendida
frente a sus ojos. En la tercera ocasión, el hombre cayó en un
arrobamiento, y mantuvo una secreta comunión con Dios.
Si
tenemos presente la fecha en que fue escrito, el siguiente párrafo
puede resultar muy interesante: «El mayor consuelo y gran deleite
de María, hasta la hora en que llegó a la Tierra Prometida, fue el
maná de vida que viene del cielo.
El Pan Sagrado fortalecía
su corazón, y el Vino celestial embriagaba de placer su alma. Se
saciaba con el santo alimento de la carne de Cristo, y su sangre
vivificante la limpiaba y purificaba. Aquel era el único consuelo,
del que no podía privarse.
Recibir el cuerpo de
Cristo, era para ella lo mismo que vivir, y en su mente morir, era
apartarse de su Señor, al no participar en su bendito Sacramento. El
cumplir con las palabras: 'A menos que el hombre coma la Carne ...'
(Juan 6), lejos de ser, para ella, una dura prueba, como sucedía con
los judíos; le resultaba dulce y reconfortante, puesto que no
solamente experimentaba el deleite, y el consuelo interiores al
recibirle, sino también un sabor dulce en la boca, como el de la
miel.
También su sed por la Sangre Regeneradora de su Señor
era tan aguda, que a duras penas podía soportarla, y muchas veces
suplicaba que se dejase el cáliz vacío sobre el altar, después de
la misa, para tener la dicha de mirarlo.»
Asimismo, María
fue una de las primeras místicas, de quienes se haya registrado, con
bastantes detalles, las experiencias, de lo que nos sentimos tentados
a llamar atributos psíquicos.
Se afirma que algunas veces,
supo con extraordinaria claridad, lo que en aquel preciso instante,
sucedía a muchas leguas de distancia; que tenía extrañas
premoniciones sobre el futuro, y que podía adivinar, con absoluta
precisión, la historia pasada de las reliquias, por ejemplo, que
todos ignoraban (hierognosis y psicometría).
Jacques de
Vitry, sin duda un testigo presencial, habla admirativamente, de un
inexplicable relato que hizo la beata, con lujo de detalles, sobre la
ceremonia de la ordenación sacerdotal de «un amigo suyo»,
que en aquellos precisos instantes se desarrollaba en París.
Es
importante tener presente, que Jacques de Vitry es un testigo digno
de toda confianza. Aparte de que pasó cerca de cinco años, en
compañía de la beata, desde 1208 hasta su muerte, ocurrida en 1213,
toda su carrera y sus escritos, ponen de manifiesto que fue un hombre
de escrupulosa integridad, y muy buen juicio.
Siempre vio en
María, una especie de segunda madre, y se sintió sinceramente
honrado de que ella, le designara como su «predicador» especial
y se identificara con su trabajo apostólico.
La biografía
de la beata, parece haber sido escrita poco después de su muerte, y
antes de que Jacques de Vitry fuese consagrado cardenal, pero es
evidente que el autor conservó, hasta el último día de su vida, la
devoción que le inspiró su personaje, y la localidad de Oignies,
donde vivió.
María, por su parte, siempre declaró que la
amistad del cardenal, se le había dado como respuesta a sus
plegarias, y que aparte de ser su amigo, era su delegado, ya que
ella, a causa de su sexo, no estaba en condiciones de instruir a los
fieles, y llevarlos hacia Dios.
Ciertamente que entre ellos,
hubo un gran afecto; durante su última enfermedad, la beata oraba
sin descanso por Jacques, y pedía a Dios que le protegise de todo
mal, para que llegado el momento de su muerte, pudiera ofrecer al
Señor, el alma limpia de su amigo, sobre la que ella había velado
en vida, para devolverla a su Creador intacta.
En su oración,
mencionaba todas las pruebas, tentaciones y aún pecados de «su
predicador» y luego suplicaba al Señor, que le apartase de
ellos. El prior que confesaba a María, y conocía bien su
conciencia, la oyó decir aquellas cosas, y fue en busca del cardenal
para preguntarle, si le había confesado a la beata todos sus
pecados, «puesto que en sus "cantos" -dijo el prior-,
María hizo relación de todo lo que tú has hecho, como si lo leyese
en un libro.
Con la palabra "cantos", el
prior se refería a la extraordinaria manifestación, que se produjo
durante los últimos días de vida de la beata, cuando ésta, como si
fuera presa del delirio, hablaba sin cesar de cosas celestiales, pero
en prosa rimada, y aun en versos.
También eran
extraordinarias las condiciones físicas en que vivía. Se nos dice,
por ejemplo, que «ni siquiera en lo más crudo del invierno,
requería el fuego material de la chimenea para evitar el frío,
porque incluso cuando la temperatura era tan baja, que toda el agua
se convertía en hielo, ella, por maravilla de la gracia, tenía
encendido el espíritu con un fuego tan vivo, que el calor de su
alma, sobre todo durante la plegaria, le calentaba el cuerpo; muchas
veces sucedió que, en las noches más frías se la veía traspirar,
y de sus ropas húmedas, se desprendía una dulce fragancia.
Con
mucha frecuencia también, el olor de sus ropas era como el del
incienso, en los instantes en que las oraciones, ascendían desde el
brasero de su corazón».
Semejantes declaraciones,
podrían parecer sospechosas, si procedieran de oídas; pero el caso
es que Jacques de Vitry, se encontraba presente, y no hay duda de que
era un hombre devoto, honesto, sereno, que decía la verdad sin
circunloquios.
Prácticamente todo lo que podamos conocer
sobre la vida de María de Oignies, se encuentra en el Acta
Sanctorum, junio, vol. V. Al texto de la biografía escrita por el
cardenal Jacques de Vitry, los bolandistas agregaron unas notas
suplementarias de Tomás de Cantimpré.
La Beata María tuvo
mucho que ver con la fundación de la casa de los Canónigos
Regulares de la Santa Cruz (Crucistas), por parte de Teodoro de
Celles, en la localidad de Clair-Lieu, cerca de Huy, en 1211. El
texto íntegro original de la Vita escrita por Vitry puede leerse en
latín en internet.
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