martes, 31 de julio de 2018


Segunda Feria 30 de julio

San Pedro Crisólogo 


(400-450)

Crisólogo: "orador áureo, excelente".
Arzobispo de Ravenna, Italia. Doctor de la Iglesia
Famoso por su prédica ungida

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva

Breve
Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar parte del clero de aquella población. En el año 424, fue elegido obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año 450.

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Butler, Vida de los Santos, editado con datos adicionales, SCTJM

SAN PEDRO nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió las ciencias sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud. Cornelio formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años, y le hizo comprender, que en el dominio de las pasiones, y de sí mismo, residía la verdadera grandeza, y que era éste el único medio de alcanzar el espíritu de Cristo.

Elegido Obispo de Ravena - 433 AD.
Según la leyenda, San Pedro Crisólogo fue elevado a la dignidad episcopal, de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor, y pidieron a Cornelio de Imola, que encabezase la embajada que iba a Roma, a pedir al Papa San Sixto III, que confirmase la elección. Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro.

Según se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior, una visión de San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así pues, Sixto III, propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo, siguiendo las instrucciones del cielo.

Los embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la consagración, y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió con cierta frialdad. Es muy poco probable que San Pedro haya sido elegido en esta forma, ya que el emperador Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena, y San Pedro gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de Sixto III, San León Magno.

Cuando San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis, y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del santo, consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos.

Se distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia, con que atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal, la palabra de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad, tanto a los humildes como a los poderosos.

En la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro construyó un bautisterio, y una iglesia dedicada a San Andrés.

Sermones
En el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro, que da muy pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna, con citas de los sermones del santo. Se conservan 176 homilías de estilo popular, y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus oyentes.

Explican el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro, y citas de santos para imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano. En una homilía define al avaro como "esclavo del dinero", mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo".

Sus sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia. Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba, a veces le impedía seguir hablando. Aunque el estilo oratorio de San Pedro no sea perfecto, es sin embargo, según Butler "exacto, sencillo y natural". Una vez más se demuestra, que la capacidad persuasiva de los santos, no depende de la elocuencia natural, sino en la fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los corazones.

San Pablo escribió: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación, no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del Poder, para que vuestra Fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios". (I Corintios 2:3-5).

San Pedro predicó en favor de la comunión frecuente, y exhortó a los cristianos a convertir la Eucaristía, en su alimento cotidiano. Sus sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de palabras de oro"), y movieron a Benedicto XIII a declarar al santo, doctor de la Iglesia, en 1729.

Sumisión a la Fe
Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla, escribió una circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro Crisólogo. Les hacía una apología, sobre la doctrina monofisita, en la víspera del Concilio de Calcedonia.

(Nota: la doctrina monofisita, afirmaba la sola naturaleza divina en Cristo, quedando su naturaleza humana disuelta en la primera. El dogma ortodoxo de la Iglesia Católica sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión», según el símbolo Niceno-Constantinopolitano)

San Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a los cielos, así las divisiones los entristecen.

Y añadió, que por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación, nos ha sido revelado por Dios, y debemos creerlo con sencillez. Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el interés de la paz y de la fe, no podemos discutir sobre cuestiones relativas a la fe, sin el consentimiento del obispo de Roma". Eutiques fue condenado por San Flavio en el año 448.

Final de su vida
Ese mismo año, San Pedro Crisólogo, recibió con grandes honores en Ravena, a San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los funerales del santo francés, y conservó como reliquias, tanto su capucha como su camisa de pelo.

San Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad natal de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano, varios cálices preciosos.

Después de aconsejar, que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor, murió en Imola, el 31 de julio del 451, (otras fuentes: el 3 de diciembre del 450), y fue sepultado en la iglesia de San Casiano.

Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Sálesman; Vidas de los Santos # 3 -
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día 

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Del oficio de lectura, 30 de Julio

El misterio de la encarnación
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia

El hecho de que una virgen conciba, y continúe siendo virgen en el parto, y después del parto, es algo totalmente insólito y milagroso; es algo que la razón no se explica, sin una intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana.

El nacimiento de Cristo, no fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída.

Él mismo, que sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto, tomó al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó tomar barro para plasmarnos, también se dignó tomar carne humana para salvarnos.

Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique, afrenta alguna para el Creador.

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios?. ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios?. ¿Por qué te preguntas tanto, de dónde has sido hecho, y no te preocupas de, para qué has sido hecho?. ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos, no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada?.

Para ti ha sido creada esta luz, que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado, con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos, que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad, no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo, hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible, y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto, no quedara privado de alguien que representara a su Señor.

Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti, había hecho por sí, y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen, y concedió al hombre ser en verdad, lo que antes había sido solamente en semejanza.

Nace pues Cristo, para restaurar con su nacimiento, la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado; recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre, para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina.

De este modo, lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre, y por los siglos inmortales. Amén.

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Oficio de lectura, Tercera Feria, IV semana de pascua
Se tú mismo el sacrificio, y el sacerdote de Dios
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 108

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice San Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de Él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado mas que temido, y le agrada más mostrarse como Padre, que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia, para no tener que castigarnos con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar, lo que es de vuestra misma naturaleza?. Si teméis a Dios como Señor, por qué no acudís a Él como Padre?».

Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos; lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz, os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

Venid pues, retornad y comprobaréis que soy un Padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad, como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya, lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez, sacerdote y víctima!. El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí, la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo, y en sí mismo, lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote, permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio, no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio, en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos, como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen de la de Cristo, que permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: Él hizo efectivamente de su cuerpo, una hostia viva, porque a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida.

Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida, y cuando en la tierra los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos, como una hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo”.

Hombre, procura pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente; que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios; que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad.

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Oficio de lectura, 4 de julio, Santa Isabel de Portugal
Dichosos los que trabajan por la paz
De un sermón atribuido a San Pedro Crisólogo, Obispo

Dichosos los que trabajan por la paz –dice el evangelista, amadísimos hermanos–, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón, cobran especial lozanía, las virtudes cristianas, en Aquel que posee la armonía de paz cristiana, y no se llega a la denominación de hijo de Dios, si no es a través de la práctica de la paz.

La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo, y le otorga el nombre de libre, y cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todos nuestros actos.

La paz recomienda nuestras peticiones ante Dios, y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del Amor; el vínculo de la concordia, es el indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.

Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que Él ha dicho: «La paz os dejo, mi paz os doy», lo que equivale a decir: «Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar, quiere encontrarlo en todos cuando vuelva.

El mandamiento celestial, nos obliga a conservar esta paz que se nos ha dado, y el deseo de Cristo, puede resumirse en pocas palabras: volver a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz, es cosa de Dios; arrancarla de raíz es cosa del enemigo. En efecto, así como el amor fraterno procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos apartar de nosotros, toda clase de odio, pues dice la Escritura: El que odia a su hermano es un homicida.

Veis pues, hermanos muy amados, la razón por la que hay que procurar, y buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice San Juan, que el Amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este Amor, vive apartado de Dios.

Observemos por tanto hermanos, estos mandamientos de vida; trabajemos por mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una paz profunda, y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud de los pecados.

Todo vuestro afán, ha de ser la consecución de este Amor, capaz de alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud, que hay que guardar con más empeño, ya que Dios está siempre rodeado, de una atmósfera de paz.

Amad la paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis vuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.

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El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre

De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 117

El apóstol San Pablo nos dice, que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen.

Dice en efecto la Escritura: El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida.

Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en cambio, se configuró a sí mismo, y fue su propio autor, pues no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos.

Aquel primer Adán, fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.

Y, ¿qué más podemos añadir?. Este es aquel Adán, que cuando creó al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza, y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen, no pereciera.

El primer Adán es en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es realmente, también el primero, como Él mismo afirma: «Yo soy el primero, y yo soy el último».

«Yo soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último, porque ciertamente, no tengo fin. No es primero lo espiritual –dice–, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El espíritu no fue lo primero –dice–, primero vino la vida, y después el espíritu».

Sin duda, es la tierra antes que el fruto, pero la tierra no es tan preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste en cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón, el profeta se gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto?. Aquel que se afirma en otro lugar: A un fruto de tus entrañas, lo pondré sobre tu trono. Y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.

Igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. ¿Cómo pues, los que no nacieron con tal naturaleza celestial, llegaron a ser de esta naturaleza, y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición, en que habían renacido?.

Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual fecunda con su luz, el seno materno de la fuente virginal, para que aquellos a quienes el origen terreno de su raza, da a luz en condición terrena y miserable, vuelvan a nacer en condición celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador.

Por tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador, realicemos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

Renacidos ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza, la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a Él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia, virtudes todas, por las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros, y ser semejante a nosotros.

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JUEVES SEGUNDO DE ADVIENTO, Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 26, 7-21

SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
(Sermón 147: PL 52, 594-595)

El amor desea ver a Dios

Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con Amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé, padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente, y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro.

Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración, encerró en el arca las criaturas del todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración, acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común, lo que se había salvado con el común esfuerzo.

Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles; engrandeció su nombre; lo hizo padre de la Fe; lo acompañó en el camino; lo protegió entre los extraños; le otorgó riquezas; lo honró con triunfos; se le obligó con promesas; lo libró de injurias; se hizo su huésped bondadoso; lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor, y no con temor.

Por eso, también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso, lo incitó a combatir; y lo retuvo con el abrazo del luchador, para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.

Y así mismo, interpeló a Moisés en su lengua vernácula; le habló con paterna caridad, y le invitó a ser el libertador de su pueblo.

Pero así que la llama del Amor Divino, prendió en los corazones humanos, y toda la ebriedad del amor de Dios, se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu, por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios, con sus ojos carnales.

Pero la angosta mirada humana, ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado?. La exigencia del amor, no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser.

El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se inquieta ante lo imposible, no se acobarda con la dificultad. El amor es capaz de matar al amante, si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

El amor engendra el deseo, se crece con el ardor, y por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?. El amor no puede quedarse, sin ver lo que ama: por eso lo santos, tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.

Moisés se atreve por ello a decir: «Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria». Y otro dice también: «Déjame ver tu figura». Incluso los mismos gentiles, modelaron sus ídolos, para poder contemplar con sus propios ojos, lo que veneraban en medio de sus errores.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que hiciste de tu Obispo San Pedro Crisólogo, un insigne predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por sus méritos y su intercesión, ser vuestros sacerdotes y portaestandartes de la Paz, por el ofrecimiento de nuestro cuerpo a tus Divinos Deseos. A Tí Señor, que eres Sacerdote Eterno y Príncipe de la Paz. Amén.



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