Segunda
Feria 30 de julio
San
Pedro Crisólogo
(400-450)
Crisólogo:
"orador áureo, excelente".
Arzobispo
de Ravenna, Italia. Doctor de la Iglesia
Famoso
por su prédica ungida
“Os
exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos
como hostia viva”
Breve
Nació
alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar
parte del clero de aquella población. En el año 424, fue elegido
obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor
celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año
450.
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Butler,
Vida de los Santos, editado con datos adicionales, SCTJM
SAN
PEDRO nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió las ciencias
sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de
Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud. Cornelio
formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años, y le hizo
comprender, que en el dominio de las pasiones, y de sí mismo,
residía la verdadera grandeza, y que era éste el único medio de
alcanzar el espíritu de Cristo.
Elegido
Obispo de Ravena - 433 AD.
Según
la leyenda, San Pedro Crisólogo fue elevado a la dignidad episcopal,
de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el
año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor, y
pidieron a Cornelio de Imola, que encabezase la embajada que iba a
Roma, a pedir al Papa San Sixto III, que confirmase la elección.
Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro.
Según
se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior, una visión de
San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto
por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así
pues, Sixto III, propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo,
siguiendo las instrucciones del cielo.
Los
embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la
consagración, y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió
con cierta frialdad. Es muy poco probable que San Pedro haya sido
elegido en esta forma, ya que el emperador Valentiniano III y su
madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena, y San Pedro
gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de
Sixto III, San León Magno.
Cuando
San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis,
y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del
santo, consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos.
Se
distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia, con que
atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal, la
palabra de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad, tanto
a los humildes como a los poderosos.
En
la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro
construyó un bautisterio, y una iglesia dedicada a San Andrés.
Sermones
En
el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro, que da muy
pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna, con citas de
los sermones del santo. Se conservan 176 homilías de estilo popular,
y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus
oyentes.
Explican
el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro, y citas de santos para
imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano. En
una homilía define al avaro como "esclavo del dinero",
mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo".
Sus
sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia.
Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba, a veces le
impedía seguir hablando. Aunque el estilo oratorio de San Pedro no
sea perfecto, es sin embargo, según Butler "exacto, sencillo
y natural". Una vez más se demuestra, que la capacidad
persuasiva de los santos, no depende de la elocuencia natural, sino
en la fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los
corazones.
San
Pablo escribió: "Y me presenté
ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi
predicación, no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la
sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del
Poder, para que vuestra Fe se fundase, no en sabiduría de hombres,
sino en el poder de Dios". (I Corintios 2:3-5).
San
Pedro predicó en favor de la comunión frecuente, y exhortó a los
cristianos a convertir la Eucaristía, en su alimento cotidiano. Sus
sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de
palabras de oro"), y movieron a Benedicto XIII a declarar al
santo, doctor de la Iglesia, en 1729.
Sumisión
a la Fe
Eutiques,
archimandrita de un monasterio de Constantinopla, escribió una
circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro
Crisólogo. Les hacía una apología, sobre la doctrina monofisita,
en la víspera del Concilio de Calcedonia.
(Nota:
la doctrina monofisita, afirmaba la sola naturaleza divina en
Cristo, quedando su naturaleza humana disuelta en la primera. El
dogma ortodoxo de la Iglesia Católica sostiene que en Cristo existen
dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin
confusión», según el símbolo Niceno-Constantinopolitano)
San
Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más
profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a
los cielos, así las divisiones los entristecen.
Y
añadió, que por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación,
nos ha sido revelado por Dios, y debemos creerlo con sencillez.
Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el
interés de la paz y de la fe, no podemos discutir sobre cuestiones
relativas a la fe, sin el consentimiento del obispo de Roma".
Eutiques fue condenado por San Flavio en el año 448.
Final
de su vida
Ese
mismo año, San Pedro Crisólogo, recibió con grandes honores en
Ravena, a San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los
funerales del santo francés, y conservó como reliquias, tanto su
capucha como su camisa de pelo.
San
Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo
tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad
natal de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano, varios
cálices preciosos.
Después
de aconsejar, que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor,
murió en Imola, el 31 de julio del 451, (otras fuentes: el 3 de
diciembre del 450), y fue sepultado en la iglesia de San Casiano.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Sálesman; Vidas de los Santos # 3 -
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Sálesman; Vidas de los Santos # 3 -
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día
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Del
oficio de lectura, 30 de Julio
El
misterio de la encarnación
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia
El
hecho de que una virgen conciba, y continúe siendo virgen en el
parto, y después del parto, es algo totalmente insólito y
milagroso; es algo que la razón no se explica, sin una
intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de
la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo
corriente; es cosa divina, no humana.
El
nacimiento de Cristo, no fue un efecto necesario de la naturaleza,
sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino,
la restauración de la humanidad caída.
Él
mismo, que sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto, tomó
al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano
que se dignó tomar barro para plasmarnos, también se dignó tomar
carne humana para salvarnos.
Por
tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios
esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello
signifique, afrenta alguna para el Creador.
Hombre,
¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de
Dios?. ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan
honrado por Dios?. ¿Por qué te preguntas tanto, de dónde has sido
hecho, y no te preocupas de, para qué has sido hecho?. ¿Por ventura
todo este mundo que ves con tus ojos, no ha sido hecho precisamente
para que sea tu morada?.
Para
ti ha sido creada esta luz, que aparta las tinieblas que te rodean;
para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches;
para ti el cielo ha sido iluminado, con este variado fulgor del sol,
de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con
flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable
multitud de seres vivos, que pueblan el aire, la tierra y el agua,
para que una triste soledad, no ensombreciera el gozo del mundo que
empezaba.
Y
el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad:
pone en ti su imagen, para que de este modo, hubiera en la tierra una
imagen visible de su Hacedor invisible, y para que hicieras en el
mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto, no quedara
privado de alguien que representara a su Señor.
Más
aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti, había hecho
por sí, y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes
sólo había podido ser contemplado en imagen, y concedió al hombre
ser en verdad, lo que antes había sido solamente en semejanza.
Nace
pues Cristo, para restaurar con su nacimiento, la naturaleza
corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado;
recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta,
permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre,
para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace
celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le
comunica una vida espiritual y divina.
De
este modo, lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca
todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de
sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia
de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre, en la
unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre, y por los
siglos inmortales. Amén.
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Oficio
de lectura, Tercera Feria, IV semana de pascua
Se
tú mismo el sacrificio, y el sacerdote de Dios
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 108
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 108
Os
exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice San Pablo. Él nos
exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de Él. El
Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado mas
que temido, y le agrada más mostrarse como Padre, que aparecer como
Señor. Dios, pues, suplica por misericordia, para no tener que
castigarnos con rigor.
Escucha
cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo
cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos,
vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué
no amáis al contemplar, lo que es de vuestra misma naturaleza?. Si
teméis a Dios como Señor, por qué no acudís a Él como Padre?».
Pero
quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis
vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es
mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me
infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por
vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos; lo que hacen es
introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la
cruz, os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi
sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de
vuestro precio.
Venid
pues, retornad y comprobaréis que soy un Padre, que devuelvo bien
por mal, amor por injurias, inmensa caridad, como paga de las muchas
heridas».
Pero
escuchemos ya, lo que nos dice el Apóstol: Os
exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos. Al
rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del
sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
¡Oh
inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez,
sacerdote y víctima!. El cristiano ya no tiene que buscar fuera de
sí, la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo, y en sí
mismo, lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima
como el sacerdote, permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue
viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio, no podría matar
esta víctima.
Misterioso
sacrificio, en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo,
y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la
misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos, como
hostia viva.
Este
sacrificio, hermanos, es como una imagen de la de Cristo, que
permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: Él hizo
efectivamente de su cuerpo, una hostia viva, porque a pesar de haber
sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la
muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte
resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida.
Así
también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un
principio, al ajusticiarlos encontraron la vida, y cuando en la
tierra los hombres pensaban que habían muerto, empezaron
a brillar resplandecientes en el cielo.
Os
exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos,
como una hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: “Tú
no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo”.
Hombre,
procura pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No
desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete
con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu
ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda
tu frente; que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de
Dios; que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso:
toma en tus manos la espada del Espíritu: haz
de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios,
presenta tu cuerpo al Señor como
sacrificio.
Dios
te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu
sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino
con tu buena voluntad.
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Oficio
de lectura, 4 de julio, Santa Isabel de Portugal
Dichosos
los que trabajan por la paz
De un sermón atribuido a San Pedro Crisólogo, Obispo
De un sermón atribuido a San Pedro Crisólogo, Obispo
Dichosos
los que trabajan por la paz –dice el evangelista, amadísimos
hermanos–, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón,
cobran especial lozanía, las virtudes cristianas, en Aquel que posee
la armonía de paz cristiana, y no se
llega a la denominación de hijo de Dios, si no es a través de la
práctica de la paz.
La
paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su
condición de esclavo, y le otorga el nombre de libre, y cambia su
situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en
hombre libre. La paz entre los hermanos
es la realización de la voluntad divina, el gozo de
Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la
maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que
regula convenientemente todos nuestros actos.
La
paz recomienda nuestras peticiones ante Dios, y es el camino más
fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean
colmados todos nuestros deseos legítimos. La
paz es madre del Amor; el vínculo de la concordia, es el indicio
manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo
lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.
Cristo,
el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que
Él ha dicho: «La paz os dejo, mi paz os
doy», lo que equivale a decir: «Os
dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos
dio al marchar, quiere encontrarlo en todos cuando vuelva.
El
mandamiento celestial, nos obliga a conservar esta paz que se nos ha
dado, y el deseo de Cristo, puede resumirse en pocas palabras: volver
a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar
y hacer arraigar la paz, es cosa de Dios; arrancarla de raíz es cosa
del enemigo. En efecto, así como el amor fraterno
procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos
apartar de nosotros, toda clase de odio, pues dice la Escritura: El
que odia a su hermano es un homicida.
Veis
pues, hermanos muy amados, la razón por la que hay que procurar, y
buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que engendran y
alimentan la caridad. Sabéis, como dice San Juan, que
el Amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este Amor, vive
apartado de Dios.
Observemos
por tanto hermanos, estos mandamientos de vida; trabajemos por
mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una
paz profunda, y el nexo saludable de la caridad, que cubre la
multitud de los pecados.
Todo
vuestro afán, ha de ser la consecución de este Amor, capaz de
alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud, que hay que
guardar con más empeño, ya que Dios está siempre rodeado, de una
atmósfera de paz.
Amad
la paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este
modo, aseguráis vuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios,
fundamentada en la unidad de la paz, se mantendrá fiel a las
enseñanzas de Cristo.
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El
Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre
De
los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón
117
El
apóstol San Pablo nos dice, que dos hombres dieron origen al género
humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo,
pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y
orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo
origen.
Dice
en efecto la Escritura: El primer hombre, Adán, fue un ser animado;
el último Adán, un espíritu que da vida.
Aquel
primer Adán fue creado por el segundo, de quien
recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en
cambio, se configuró a sí mismo, y fue su propio autor, pues
no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede
la vida de todos.
Aquel
primer Adán, fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se
formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél,
la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.
Y,
¿qué más podemos añadir?. Este es aquel Adán, que cuando creó
al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que
recibiera su naturaleza, y adoptara su mismo nombre, para que aquel a
quien había formado a su misma imagen, no pereciera.
El
primer Adán es en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo
principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este
último es realmente, también el primero, como Él mismo afirma: «Yo
soy el primero, y yo soy el último».
«Yo
soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último,
porque ciertamente, no tengo fin. No es primero lo espiritual –dice–,
sino lo animal. Lo espiritual viene después. El espíritu no fue lo
primero –dice–, primero vino la vida, y después el espíritu».
Sin
duda, es la tierra antes que el fruto, pero la tierra no es tan
preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste en
cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón, el profeta se
gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto.
¿Qué fruto?. Aquel que se afirma en otro lugar: A
un fruto de tus entrañas, lo pondré sobre tu trono. Y
también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo
hombre es del cielo.
Igual
que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son
los hombres celestiales. ¿Cómo pues, los que no nacieron con tal
naturaleza celestial, llegaron a ser de esta naturaleza, y no
permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la
condición, en que habían renacido?.
Esto
se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual
fecunda con su luz, el seno materno de la fuente virginal, para que
aquellos a quienes el origen terreno de su raza, da a luz en
condición terrena y miserable, vuelvan a nacer en condición
celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador.
Por
tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador,
realicemos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros,
que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del
hombre celestial.
Renacidos
ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como
verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza, la
imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo
a Él corresponde, sino siendo su imagen
por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad,
misericordia y concordia, virtudes todas, por las que el Señor se ha
dignado hacerse uno de nosotros, y ser semejante a nosotros.
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JUEVES
SEGUNDO DE ADVIENTO, Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA
LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 26, 7-21
Del Libro del Profeta Isaías 26, 7-21
SEGUNDA
LECTURA
De los Sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
(Sermón 147: PL 52, 594-595)
De los Sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
(Sermón 147: PL 52, 594-595)
El
amor desea ver a Dios
Al
ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de
volverlo a llamar con Amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo
con su caridad, de vinculárselo con su afecto.
Por
eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador,
y llamó a Noé, padre de la nueva generación, persuadiéndolo con
suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo
tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente, y lo
consolaba con su gracia, respecto al futuro.
Y
no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración,
encerró en el arca las criaturas del todo el mundo, de manera que el
amor que surgía de esta colaboración, acabase con el temor de la
servidumbre, y se conservara con el amor común, lo que se había
salvado con el común esfuerzo.
Por
eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles; engrandeció su
nombre; lo hizo padre de la Fe; lo acompañó en el camino; lo
protegió entre los extraños; le otorgó riquezas; lo honró con
triunfos; se le obligó con promesas; lo libró de injurias; se hizo
su huésped bondadoso; lo glorificó con una descendencia de la que
ya desesperaba; todo ello para que rebosante de tantos bienes,
seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar
a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor, y no con temor.
Por
eso, también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su
regreso, lo incitó a combatir; y lo retuvo con el abrazo del
luchador, para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.
Y
así mismo, interpeló a Moisés en su lengua vernácula; le habló
con paterna caridad, y le invitó a ser el libertador de su pueblo.
Pero
así que la llama del Amor Divino, prendió en los corazones humanos,
y toda la ebriedad del amor de Dios, se derramó sobre los humanos
sentidos, satisfecho el espíritu, por todo lo que hemos recordado,
los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios, con sus ojos
carnales.
Pero
la angosta mirada humana, ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que
no abarca todo el mundo creado?. La exigencia del amor, no atiende a
lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser.
El
amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor
no se inquieta ante lo imposible, no se acobarda con la dificultad.
El amor es capaz de matar al amante, si no puede alcanzar lo deseado;
va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.
El
amor engendra el deseo, se crece con el ardor, y por el ardor, tiende
a lo inalcanzable. ¿Y qué más?. El amor no puede quedarse, sin ver
lo que ama: por eso lo santos, tuvieron en poco todos sus
merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.
Moisés
se atreve por ello a decir: «Si he
obtenido tu favor, enséñame tu gloria». Y otro
dice también: «Déjame ver tu
figura». Incluso los mismos gentiles, modelaron
sus ídolos, para poder contemplar con sus propios ojos, lo que
veneraban en medio de sus errores.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que hiciste de tu Obispo San Pedro
Crisólogo, un insigne predicador de la Palabra encarnada,
concédenos, por sus méritos y su intercesión, ser vuestros
sacerdotes y portaestandartes de la Paz, por el ofrecimiento de
nuestro cuerpo a tus Divinos Deseos. A Tí Señor, que eres Sacerdote
Eterno y Príncipe de la Paz. Amén.
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