Sábado
7 de julio
SAN
FERMÍN
Obispo
de Pamplona. Mártir
(†
553)
Etim.:
"firmus", firme, valeroso.
Breve
Nació
en Pamplona, España, y lo convirtió al cristianismo San Honesto,
discípulo de San Saturnino. San Honorato lo consagró Obispo de
Tolouse (Sur de Francia).
Predicó
en Pamplona y Navarra, dejando allí muchos sacerdotes.
Construyó
un templo en Amiens, ciudad en que convirtió a muchos paganos.
También allí fue decapitado por el gobernador, por negarse a
renunciar a la predicación.
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JOSÉ
DE ARTECHE
Pamplona
era entonces Pompelon, una pequeña aglomeración urbana fundada por
los romanos, presidiendo en el centro de la tierra navarra, sobre una
pequeña meseta a las orillas del Arga, una llanura rodeada de
montañas.
Los
vascos, habitantes de esta llanura, conocían esa población romana
con el nombre de Iruña, es decir, “la ciudad”. Según Estrabón:
"Sobre la Jaccetania, hacia el Norte, habitan los vascones, en
cuyo territorio se halla Pompelon".
Pompelon,
producto humano lógico, tenía para los romanos un valor
estratégico, pero asimismo realizaba otra importante misión: reunía
las ásperas montañas pirenaicas, tras las cuales se extendían los
ubérrimos campos de Aquitania, con la comarca de las riberas
colindantes con el Ebro. Pompelon era un punto de confluencia en
el trazado de las vías romanas, que atravesaban Navarra.
Aún
no había cristianos en el país. Los más antiguos cuentos del
folklore vasco, unos cuentos de contextura esquemática, que resuenan
todavía desde el fondo de los siglos, establecen la separación de
dos mundos radicalmente distintos: el mundo cristiano, y el mundo
anterior a la evangelización del país.
Hay
en algunos de esos seculares cuentos, procedentes casi todos de una
edad pastoril, alusiones claras a las primeras iglesuelas cristianas,
y al conjunto de prevenciones y de resistencias, que su emplazamiento
exaltaba entre los gentiles.
El
vasco introdujo en su milenario idioma el adjetivo "gentil"
(jentillak, los gentiles), expresando así el mundo idolátrico de
sus antepasados, desconocedores del cristianismo, o refractarios a su
introducción.
Todos
los habitantes de la tierra vasca, eran entonces gentiles, lo mismo
que fuesen pastores en el campo, que los avecindados en las
aglomeraciones urbanas. Pompelon y sus habitantes, pertenecían al
mundo del paganismo.
Entre
esos habitantes se contaba Firmo, alto funcionario de la
administración romana en la ciudad, y su esposa Eugenia, matrona de
ilustre ascendencia. Todo hace imaginar, sin embargo, que Firmo y
Eugenia, aunque paganos, eran creyentes, que
sus almas sentían aspiraciones, mucho más allá de sus efigies
tutelares predilectas.
Firmo
y Eugenia ofrendaban, sacrificaban en los altares de su culto con la
sencilla fe del pueblo, que creía en sus dioses con una pasión, que
durante casi medio milenio, hizo frente al cristianismo, que avanzaba
con fuerza arrolladora. En la fe pagana del pueblo, había ardor y
había vitalidad. Esto explica los mártires.
En
la vida de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, nos movemos en un
mundo de conjeturas, pero la mención del nombre de la madre, evoca
la gran receptibilidad de las mujeres paganas, a la nueva doctrina
destinada a toda la humanidad, sin excluir de la esperanza a los más
humildes y despreciados, y que traía un positivo consuelo a los
desesperados y a los vacilantes.
Las
viejas hagiografías, describen a Firmo y Eugenia, dirigiéndose al
templo de Júpiter para ofrecer sacrificios,
y detenidos en el camino a la vista de un extranjero, que con dulce y
grave palabra, explicaba al pueblo la figura y la doctrina de Cristo.
Al llegar aquí, hay que imaginarse el amoroso ardor de aquellos
humildes y eficaces Apóstoles, mucho más cercanos que nosotros en
el tiempo, a la figura de Jesús.
Firmo
y Eugenia invitaron a su hogar al extranjero, hondamente
impresionados por el discurso de éste. Honesto,
que así se llamaba el Apóstol, explicó a aquellos, los
fundamentos de la religión cristiana, y cómo venía de Tolosa de
Francia, de donde le había enviado el Santo obispo Saturnino,
discípulo de los Apóstoles, con la concreta misión de difundir en
Pompelon, la fe en Jesucristo.
Las
convincentes palabras de Honesto, en la intimidad del hogar de Firmo,
conmovieron todavía más a éste, que no solamente dio a aquél,
esperanzas de convertirse al cristianismo, sino que además,
manifestó deseos de conocer a Saturnino.
El
Santo obispo de Tolosa, no tardó mucho en acceder a los deseos de
Firmo. Una cosa es la gran devoción de Pamplona y Navarra a San
Saturnino, pero tiene sobre todo importancia, ese recio resumen de su
obra apostólica, que acostumbran añadir los navarros, a la mención
del mártir, y que vale por la mejor biografía: "San
Saturnino, el que nos trajo la fe".
Cuentan
que Saturnino evangelizó en Navarra a más de cuarenta mil paganos,
entre ellos a Firmo, Fausto y Fortunato, los tres primeros
magistrados de Pompelon, y que a impulsos de aquella ardorosa
predicación, se construyó rápidamente, la primera iglesia
cristiana, que pronto resultó insuficiente.
Todos
estos preliminares, un poco extenso, resultan necesarios para
explicar la figura de Fermín, el hijo de Firmo y Eugenia, niño de
diez años de edad, que Honorato se encargó de modelar en el
espíritu, al quedar a la cabeza de la grey de Pompelon, vuelto ya
Saturnino a Tolosa.
La
historia de Fermín, a esa grande e imprecisa distancia histórica,
resulta demasiado lineal, pero no por eso menos reveladora, del ardor
de aquellos heroicos confesores de Jesucristo, íntimamente
comprometidos a confesarla dondequiera, y en cualquier situación que
fuese.
Honesto,
dedicando con afán sus esfuerzos al alma, que él adivinó
excepcional en el niño Fermín, obtuvo que éste, ya para los
dieciocho años, hablara en público con admiración de todos los
oyentes.
Firmo
y Eugenia, enviaron entonces a Fermín a Tolosa, poniéndole bajo la
dirección de Honorato, Obispo y sucesor de Saturnino. Éste, no
menos admirado del talento y de la prudencia de Fermín, venciendo su
modestia, le ordenó presbítero, consagrándolo después Obispo de
Pamplona, su ciudad natal.
El
celo evangelista de Fermín en su tierra navarra ,emparejaba con el
de su antecesor Saturnino. Al conjuro de la palabra entusiasta de
Fermín, los templos paganos se arruinaban sin objeto, y los ídolos
se hacían pedazos: en poco tiempo el territorio fue llenándose de
fervorosos cristianos.
Las
devociones fundamentales de San Fermín, eran precisamente las
devociones fundamentales, dicho sea sin ánimo de paradoja: la
Santísima Trinidad, y la Santísima Virgen María.
Invocando
a la Santísima Trinidad, la devoción de las devociones, operaba
milagros tan prodigiosos que los gentiles, en Navarra y en las
Galias, llegaron a mirarle como un dios. Vamos a dejar a un lado la
leyenda. Digamos en lenguaje actual, que el
amor de Dios inflamaba el alma de Fermín, en una caridad milagrosa.
Fermín,
después de ordenar suficiente número de presbíteros en su tierra,
pasó a las Galias, cuyas regiones reclamaban el entusiasmo del joven
Obispo, pues a la sazón ardía en ellas, furiosa, la persecución.
La indiferencia ante la persecución, constituía en Fermín otra
manera de predicar, y no precisamente la menos eficaz.
Los
paganos de Agen, de la Auvernia, de Angers, de Anjou, en el corazón
de las Galias, y también en Normandía, quedaban admirados de
aquella presencia, que daba sereno testimonio de Cristo, indiferente
a todos los peligros. El ansia tranquila del
martirio, movía a Fermín.
Esta
ansia dirigió a Fermín hacia Beauvais, donde el procónsul Valerio
sostenía una crudelísima persecución, contra todo lo que tuviera
nombre de cristiano. Fermín, encerrado a muy a poco de llegar allí,
hubiese muerto en la prisión, víctima de durísimas privaciones y
sufrimientos, de no haber acaecido la muerte de Valerio,
circunstancia que el pueblo creyente, aprovechó para ponerlo en
libertad.
La
fama de su entereza moral, y su gesto de comenzar a predicar
públicamente a Jesucristo, tan pronto como salió de la cárcel,
movieron en aquella ocasión eficazmente el corazón de muchos
paganos, que juntamente con los viejos cristianos, contagiados todos
ellos del entusiasmo de Fermín, edificaron iglesias por todo el
territorio.
A
Fermín infatigable, se le señala en la Picardia, y más tarde, de
regreso de una correría por los Países Bajos, otra vez en la ciudad
de Amiéns, capital de aquella región, en donde había de encontrar
gloriosa muerte. La cercanía intuida del martirio,
acrecentó más todavía su santa indiferencia, y el entusiasmo de
Fermín, ya incontenible en su empeño de predicar a Jesucristo. Por
otra parte, la fe de Fermín, seguía operando milagros asombrosos,
comparables a los de los primeros apóstoles.
El
pretor de Amiéns, alarmado de aquel ascendiente, llamó a su
presencia a Fermín; pero prendado de su persona, y de la sinceridad
de sus palabras, mandó ponerle en libertad.
Pero
como Fermín insistiera, en predicar al pueblo la fe en Cristo, el
pretor, volviendo de su acuerdo, ordenó encerrarlo en la prisión.
La agitación del pueblo creyente, mal resignado con esta medida,
determinó un miedoso y cruel impulso del pretor: mandó cortar la
cabeza a San Fermín en la misma cárcel.
En
medio de la consternación de los cristianos, un tal Faustiniano,
convertido por San Fermín, tuvo el valor de atreverse a rescatar el
cuerpo decapitado, para enterrarlo provisionalmente en una de sus
heredades, y más tarde, con todo sigilo, trasladó los restos de
aquel gran devoto de María, a una iglesia que el mismo San Fermín
había dedicado a la Santísima Virgen.
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Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, infúndenos el don de la sinceridad en
nuestra Vida, como lo hiciste con San Fermín y San Panteno, para que
podamos animar siempre a todos los que nos rodean, en la Fe en
Jesucristo. Bendice a todos los padres y madres, como lo hiciste con
Firmo y Eugenia, para que la evangelización comience en casa, con
todos los niños y niñas del mundo. A Tí Señor, que nos ordenaste
llevar a todos los corazones la Buena Noticia de tu Palabra, en el
momento de tu Ascensión. Amén.
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