Sexta
Feria, 30 de marzo
SAN
JUAN CLÍMACO
(†
600)
Beato
es aquel que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que
ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será
colocado a la derecha del Crucificado
Como
guía y regla de todas las cosas, después de Dios, debemos seguir a
nuestra conciencia
Que
esta escala te enseñe la disposición espiritual de las virtudes
San
Juan Clímaco (Siria?, c. 575 - 30 de marzo de 649?) —también
conocido como Juan el Escolástico, y Juan el Sinaíta—, fue un
monje cristiano ascético, anacoreta, y maestro espiritual entre los
siglos sexto y séptimo, abad del Monasterio de Santa Catalina del
Monte Sinaí (Monasterio de la Transfiguración). Célebre por su
escrito Scala Paradisi, o La escala al Paraíso, del cual derivaría
su apodo (del griego klimax, escalera); obra de carácter ascético y
místico.
Se
puede bajar el texto de la Escala al Paraíso en
http://orthodoxmadrid.com/wp-content/uploads/2011/03/La-Santa-Escala.pdf
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San
Juan Clímaco
Autor de la "Escala del Paraíso", siglo VI
Audiencia de Benedicto XVI, 11 de febrero de 2009 (ZENIT.org)
Autor de la "Escala del Paraíso", siglo VI
Audiencia de Benedicto XVI, 11 de febrero de 2009 (ZENIT.org)
Benedicto
nos explica el valor de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad,
escalas finales de la Escala al Paraíso
Queridos
hermanos y hermanas:
Después
de veinte catequesis dedicadas al Apóstol Pablo, quisiera retomar
hoy, la presentación de los grandes escritores de la Iglesia de
Oriente y Occidente en la Edad Media.
Y
propongo la figura de Juan llamado Clímaco, transliteración latina
del término griego klímakos, que significa de la escala (klímax).
Se trata del título de su obra principal, en la que describe la
escalada de la vida humana hacia Dios.
Nació
hacia el 575. Su vida tuvo lugar en los años en que Bizancio,
capital del Imperio romano de Oriente, conoció la mayor crisis de su
historia. De repente el cuadro geográfico del imperio cambió, y el
torrente de las invasiones bárbaras, hizo desplomarse todas sus
estructuras.
Quedó
sólo la estructura de la Iglesia, que en esos tiempos difíciles,
continuó con su acción misionera, humana y sociocultural,
especialmente a través de la red de los monasterios, en los
que operaban grandes personalidades religiosas, como era precisamente
la de Juan Clímaco.
Entre
las montañas del Sinaí, donde Moisés encontró a Dios, y Elías
oyó su voz, Juan vivió y narró sus experiencias espirituales. Se
han conservado noticias de él, en una breve Vida (PG 88, 596-608),
escrita por el monje Daniel de Raito: a los dieciséis años, Juan,
monje en el monte Sinaí, se hizo discípulo del abad Martirio, un
"anciano", es decir, un "sabio".
Hacia
los veinte años, eligió vivir como eremita, en una gruta a los pies
de un monte, en la localidad de Tola, a ocho kilómetros a
los pies, del actual monasterio de Santa Catalina. Pero la soledad,
no le impidió encontrar a personas deseosas de tener una guía
espiritual, ni de visitar algunos monasterios cerca de Alejandría.
Su
retiro eremítico, de hecho, lejos de ser una huida del mundo y de la
realidad humana, le condujo a un amor ardiente por los demás (Vida
5), y por Dios (Vida 7).
Tras
cuarenta años de vida eremítica, vivida en el amor de Dios y por el
prójimo, años durante los cuales lloró, rezó, y luchó contra los
demonios, fue nombrado higúmeno (superior, n.d.t.) del
gran monasterio del monte Sinaí, y volvió así a la vida
cenobítica, en el monasterio. Pero algunos años antes de su muerte,
nostálgico de la vida eremítica, pasó al hermano, monje del mismo
monasterio, la guía de la comunidad.
Murió
después del año 650. La vida de Juan se
desarrolla entre dos montañas, el Sinaí y el Tabor, y
verdaderamente se pude decir de él, que irradia la luz que vio
Moisés en el Sinaí, y que contemplaron los Apóstoles en el Tabor.
Se
hizo famoso, como ya he dicho, por su obra "La Escala"
(klímax), llamada en Occidente Escala del Paraíso (PG 88,632-1164).
Compuesta por las insistentes peticiones del higúmeno del cercano
monasterio de Raito, cerca del Sinaí, la Escala, es un tratado
completo de la vida espiritual, en el que Juan describe el camino del
monje desde la renuncia al mundo, hasta la perfección del amor.
Es
un camino que --según este libro-- tiene lugar a través de treinta
escalones, cada uno de los cuales está unido con el siguiente. El
camino puede resumirse en tres fases sucesivas: la primera muestra la
ruptura con el mundo, con el fin de volver al estado de infancia
evangélica. Lo esencial, por tanto, no es la ruptura, sino la unión
con lo que Jesús ha dicho, la vuelta a la verdadera infancia en
sentido espiritual, el llegar a ser como niños.
Juan
comenta: un buen fundamento, es el formado por tres bases y tres
columnas: inocencia, ayuno y
castidad. Todos los recién nacidos en Cristo (cfr 1
Cor 3,1) deben comenzar por estas cosas, tomando ejemplo de los
recién nacidos físicamente" (1,20; 636). El alejamiento
voluntario de las personas y lugares queridos, permite al alma entrar
en comunión más profunda con Dios.
Esta
renuncia desemboca en la obediencia, que es el camino a la humildad,
a través de las humillaciones -que no faltarán nunca- por parte de
los hermanos. Juan comenta: "Beato
es aquel que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que
ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será
colocado a la derecha del Crucificado" (4,37;
704).
La
segunda fase del camino está constituida por el combate espiritual
contra las pasiones. Cada escalón de la escala, está
unido con una pasión principal, que es definida y diagnosticada,
indicando además la terapia, y proponiendo la virtud
correspondiente. El conjunto de estos escalones constituye, sin duda,
el más importante tratado de estrategia espiritual que poseemos.
La
lucha contra las pasiones, se reviste de positividad -no se ve como
una cosa negativa- gracias a la imagen del "fuego" del
Espíritu Santo: "Todos aquellos que
emprenden esta hermosa lucha (cfr 1 Tm 6,12), dura y ardua, [...],
deben saber que han venido a arrojarse a un fuego, si verdaderamente
desean que el fuego inmaterial habite en ellos"
(1,18; 636).
El
fuego del Espíritu Santo, que es el fuego del amor y de la verdad.
Sólo la fuerza del Espíritu Santo,
asegura la victoria. Pero según Juan Clímaco, es
importante tomar conciencia de que las
pasiones no son malas en sí mismas; lo son por el uso
malo, que de ellas hace la libertad del hombre.
Si
son purificadas, las pasiones abren al hombre el camino hacia Dios,
con energías unificadas por la ascética y la gracia, y "si han
recibido del Creador un orden y un principio..., el límite de la
virtud no tiene fin" (26/2,37; 1068).
La
última fase del camino, es la perfección cristiana que se
desarrolla en los últimos siete peldaños de la Escala.
Estos son los estadios más altos de la vida espiritual,
experimentables por los "esicasti", los
solitarios, que han llegado a la quietud y a la paz interior;
pero son estadios accesibles también a los cenobitas más
fervientes.
De
los tres primeros -sencillez, humildad y
discernimiento- Juan, en línea con los Padres del
desierto, considera más importante este último, es decir, la
capacidad de discernir. Todo comportamiento, debe
someterse al discernimiento, todo depende de hecho de motivaciones
profundas, que es necesario explorar.
Aquí
se entra en lo profundo de la persona, y se trata de despertar en el
eremita, en el cristiano, la sensibilidad
espiritual y el "sentido del corazón", dones de
Dios: "Como guía y regla de todas
las cosas, después de Dios, debemos seguir a nuestra conciencia"
(26/1,5;1013). De esta forma, se llega a la
tranquilidad del alma, la esichía, gracias a la cual, el alma puede
asomarse al abismo de los misterios divinos.
El
estado de quietud, de paz interior, prepara al esicasta a la oración,
que en Juan es doble: la "oración
corpórea" y la "oración
del corazón". La primera, es propia de quien
debe hacerse ayudar por posturas del cuerpo: extender las manos,
emitir gemidos, golpearse el pecho, etc. (15,26; 900); la segunda es
espontánea, porque es efecto del despertar de la sensibilidad
espiritual, don de Dios, a quien se dedica a la oración corpórea.
En
Juan ésta toma el nombre de "oración de Jesús" (Iesoû
euché), y está constituida por la
invocación del nombre de Jesús, una invocación continua como la
respiración: "La memoria de Jesús, se hace una
con tu respiración, y entonces descubrirás la verdad de la
esichía", de la paz interior (27/2,26; 1112).
Al
final, la oración se hace algo muy sencillo, simplemente
la palabra "Jesús", se convierte en una sola cosa con
nuestra respiración.
El
último peldaño de la escala (30), lleno de la "sobria
ebriedad del Espíritu" se dedica a la suprema
"trinidad de las virtudes":
la fe, la esperanza, y sobre todo la
caridad.
De
la caridad, Juan habla también como éros (amor humano), figura de
la unión matrimonial del alma
con Dios.
Y
elige una vez más la imagen del fuego, para expresar el ardor, la
luz, la purificación del amor por Dios. La
fuerza del amor humano, puede ser reorientada hacia Dios,
como sobre el olivastro, puede injertarse el olivo bueno (cfr Rm
11,24) (15,66; 893). Juan está convencido de que una experiencia
intensa de este éros, hace avanzar al alma, más que la dura lucha
contra las pasiones, porque es grande su poder. Prevalece por tanto,
la positividad de nuestro camino.
Pero
la caridad, se ve también en relación estrecha con la esperanza:
"La fuerza de la caridad es la
esperanza: gracias a ella esperamos la recompensa de la caridad... la
esperanza es la puerta de la caridad... la ausencia de la esperanza,
anonada la caridad: a ella están vinculadas nuestras fatigas, por
ella nos sostenemos en nuestros problemas, y gracias a ella, estamos
rodeados por la misericordia de Dios" (30,16;
1157).
La
conclusión de la Escala, contiene la síntesis de la obra, con
palabras que el autor hace proferir al mismo Dios: "Que
esta escala te enseñe la disposición espiritual de las virtudes. Yo
estoy en la cima de esta escala, como dijo aquel gran iniciado mío
(San Pablo): Ahora permanecen, por tanto estas tres cosas: fe,
esperanza y caridad, la más grande de todas es la caridad (1 Cor
13,13)!" (30,18; 1160)”.
En
este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita
por un monje eremita, vivido hace mil cuatrocientos años, ¿puede
decirnos algo a nosotros hoy?. El itinerario existencial de un
hombre, que vivió siempre en la montaña del Sinaí, en un tiempo
tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros?
En
un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no",
porque Juan Clímaco está muy lejos de nosotros. Pero si observamos
un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica, es sólo un
gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano.
Muestra,
por así decirlo, en letras grandes, lo que nosotros escribimos cada
día, con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético, que
revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con
su muerte, y su resurrección.
Para
mí, es particularmente importante, el hecho de que el culmen de la
escala, los últimos peldaños, sean al mismo tiempo, las virtudes
fundamentales iniciales más sencillas: la fe, la esperanza, y la
caridad. No son virtudes accesibles sólo a los héroes morales, sino
que son don de Dios, para todos los bautizados: en ellas también
crece nuestra vida.
El
inicio es también el final, el punto de partida es también el punto
de llegada: todo el camino va hacia una realización, cada vez más
radical, de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes está
presente la escala.
Fundamentalmente
es la Fe, porque esta virtud implica que yo renuncie a la arrogancia,
a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mí mismo, sin
confiarme a otros. Este camino hacia la humildad,
hacia la infancia espiritual es necesario: es necesario superar la
actitud de arrogancia, que hace decir: yo soy mejor, en este tiempo
mío del siglo XXI, de lo que sabían, los que vivían entonces.
Es
necesario, en cambio, confiarse solamente a la Sagrada Escritura, a
la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe,
para entrar así, en la enorme vastedad del mundo Universal, del
mundo de Dios. De esta forma, nuestra alma crece, crece la
sensibilidad del corazón hacia Dios. Justamente dice Juan Clímaco,
que sólo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad.
La
Esperanza en la que trascendemos las cosas de cada día, no esperamos
el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente
la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de
nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece,
y podemos soportar los cansancios y desilusiones de cada día,
podemos ser buenos con los demás, sin esperar recompensa. Solo si
Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar
los pequeños pasos de mi vida, y así aprender la caridad.
En
la Caridad, se esconde el misterio de la oración, del conocimiento
personal de Jesús: una oración sencilla, que sólo tiende a tocar
el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio
corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usemos por
tanto esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la
caridad, y llegaremos así a la vida verdadera.
Nota
Personal: Quisiera agregar que la Fe nos invita a comprender que solo
vemos la punta del témpano de lo que acontece realmente, ya que “lo
esencial es invisible a los ojos”. Somos como ciegos que vamos
buscando, tanteando apenas los bordes del Infinito Amor de Dios.
La
Esperanza es evitar pensar que nuestra vida fué inútil, que a nadie
le importa lo que hayamos construido, y que todo lo que dejemos tras
nosotros cuando nos vayamos, a nadie le servirá. Es aceptar que no
estamos solos, que el mundo no está solo, y que nuestros
pensamientos y acciones de Amor por Dios y el Prójimo, y nuestra
Pasión por la Verdad, revelada por Jesucristo y los Apóstoles,
quedarán anotadas en una biblioteca cósmica con letras de molde.
La
Caridad es trabajar sin esperar recompensa material ni social, y a
veces ni siquiera familiar. A veces incluso conviene hasta condonar
deudas o intereses, de ser necesario, si el deudor ha demostrado
haber hecho, el suficiente esfuerzo para pagarla.
Exigir
nuestro salario es muy justo, pero todos sabemos que los maestros,
médicos, enfermeros, policías, militares, sacerdotes y amas de
casa, siempre recibirán la parte final de la cosecha material.
Debemos
estar muy seguros, que ante los ojos de Dios nada se escapa, y Él
nos devolverá el ciento por uno, cuando lo crea oportuno.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos por los méritos y la
intercesión de San Juan Clímaco, volver en nuestras Vidas a ser Tus
Niños, alejando de nosotros toda arrogancia, y saber confiar en tu
Poderoso Brazo, y así poder sortear con éxito, los embates de la
vida cotidiana. A Tí Señor, que nos advertiste que si no volvíamos
a nacer en Espíritu, y ser como niños, nunca veríamos el Reino de
los Cielos. Amén.
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