miércoles, 25 de abril de 2018


Cuarta Feria, 25 de abril

SAN MARCOS EVANGELISTA


Su símbolo es el león alado

Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia, y las picaduras de insectos.

(68DC)

Breve
San Marcos es judío de Jerusalén; acompañó a San Pablo y a Bernabé, su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de éstos (Hechos 12, 25); también acompañó a Pablo a Roma. Se separó de ellos en Perga, y regresó a su casa.(Hechos de los Apóstoles 13, 13).

Fue discípulo de San Pedro, e intérprete del mismo en su Evangelio, el segundo Evangelio canónico, y el primero en escribirse. San Marcos escribió en griego, con palabras sencillas y fuertes. Por su terminología, se entiende que su audiencia era cristiana. Su Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.

Junto con Pedro fueron a Roma. San Pedro por su parte, se refería a San Marcos como "mi hijo"  (1 Carta de Pedro 5, 13).

A veces el Nuevo Testamento, lo llama Juan Marcos (Hechos 12, 12).

Evangelizó y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.

Murió mártir aproximadamente el 25 de abril del 68 AD en Alejandría, y sus reliquias están en la famosa catedral de Venecia.

Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia, y las picaduras de insectos. 
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SALVADOR MUÑOZ IGLESIAS

Resulta interesante y consolador reconstruir, a través de los datos consignados por San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, el desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.

La de Jerusalén, que fue la primera, —fundada el mismo día de Pentecostés, con los "casi tres mil" convertidos, por el primer sermón de San Pedro—, tenía varios centros de reunión, de los cuales tal vez el principal era "la casa de María".

Vivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— en una casa espaciosa y bien amueblada, y que según todas las probabilidades, y los testimonios de la antigüedad, fue ahí donde celebró Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos, después de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración, cuando moraba en Jerusalén.

Era la de María una familia levítica. Su marido, había sido sacerdote del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.

Juan Marcos era muy niño, cuando Jesús predicaba, y mantenía relaciones con sus padres. La noche del prendimiento, dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas, y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana, y huyó desnudo.

Después de Pentecostés, siguió siendo la casa de María, el centro de reunión más frecuentado por los Apóstoles, y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus haberes, los nuevos convertidos, para que los Apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.

Uno de los primeros bautizados por San Pedro, fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa.

El niño Juan Marcos era ya un hombre, cuando en el año 44, decidió marcharse con su primo José Bar Nabu'ah, a la ciudad del Orontes. Era José hijo de una familia levítica establecida en Chipre, y primo carnal de Marcos.

Sus padres enviaron a José Bar a Jerusalén, a los quince años para que estudiara las Escrituras, a los pies de Gamaliel y de Saulo.

Era natural que se hospedara en la casa de su tía. Allí le sorprendieron los acontecimientos, que dieron lugar a la fundación de la Iglesia cristiana.

José creyó desde el principio, y quién sabe si hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías. Los Apóstoles aprovecharon muy pronto, para la catequesis entre los judíos, su gran conocimiento de la Ley, y visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.

En los comienzos de la fe en Antioquía, fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, llamado Saulo.

Ahora, por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes, que preanunciaban una gran hambre en Palestina, los fieles antioquenos, habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de María.

Cuando cumplida su misión, volvieron a Antioquía, se fue con ellos Juan Marcos.

Un día, el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé, emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.

Acaso por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo, bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilia.

A la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan Marcos se acobardó. Acaso en el camino que separaba Attalía de Perge, sufrieron ataques, por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos, que infestaban los montes de Pisidia, lo que San Pablo llamarla más tarde, en su carta segunda a los corintios, "peligros de los ladrones", "peligros de los caminos", o "peligros de la soledad". Sobre todo, pesaba mucho en el corazón aún tierno de Marcos, el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.

Cuando en el año 49, Pablo v Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de subir a Jerusalén, para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión de los judaizantes, volvieron sin duda a la casa de María. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos acompañado, y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras apostólicas. Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.

A los pocos días —escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles— le dijo Pablo a Bernabé:

"Volvamos a visitar a los hermanos, por todas las ciudades en las que hemos predicado la palabra del Señor, y a ver qué tal les va”.

Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto, en el primer viaje, los había dejado desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra.

Se produjo cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas partió, encomendado por los hermanos a la gracia del Señor" (Hechos de los Apóstoles 15, 36- 40).

Aquí terminan los datos que sobre la vida del evangelista, nos refieren los Hechos de los Apóstoles.

No sabemos cuánto duró este segundo viaje, que San Marcos hizo en compañía de su primo Bernabé. Poco no debió de durar mucho tiempo, porque la tradición posterior nada nos dice de él, y en cambio, todos los testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de San Pedro.

A raíz del concilio de Jerusalén, bajó San Pedro a Antioquía, y al parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con San Pedro, que —no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60— llegó a la capital del Imperio.

En Roma se hallaba San Marcos, cuando en la primavera del año 61 llegó San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.

Para estas fechas, había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis cristiana, en casa del senador Pudente —padre de Santa Pudenciana y Santa Práxedes— ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos, que como llevaba muchos años en compañía de San Pedro, y conocía muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas, y así poder repasarlas y releerlas en casa.

No quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con la aprobación del Apóstol; mas éste —según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha conservado estos datos— ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde, cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su lectura en las iglesias, según refiere Eusebio.

Este sencillo episodio, nos demuestra la mentalidad de los Apóstoles, sobre la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman que solamente la Sagrada Escritura, es la única fuente que contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada, y que los Evangelios, no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten, se deduce fácilmente la gravedad de su error.

Es el propio San Juan quien nos asegura: "Muchas otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo, no podría contener los libros".

En la predicación era otra cosa. Un día este tema, y otro día otro, unas cosas este Apóstol, y otras aquél, es seguro que entre todos, no dejaron de transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o fragmentadamente, en los Evangelios.

El episodio de San Pedro y San Marcos, demuestra que la preocupación fundamental de los Apóstoles, y el medio en que todos pensaron principalmente para la transmisión de sus enseñanzas, fue la predicación oral. A través de ella, y por la Tradición, se han conservado en la Iglesia, muchas cosas que no hallamos consignadas en las Santas Escrituras. Y consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir contra los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.

Un resumen de la predicación catequística de San Pedro, es el Evangelio de San Marcos. Quizá por eso —y no porque sirviera al apóstol de intermediario para entenderse con los romanos— le llamaron a Marcos, los santos San Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, "el intérprete de Pedro".

De la estancia de San Marcos en Roma, y de sus ulteriores viajes, sabemos muy poco. En Roma, seguía viviendo hasta el año 62, San Pablo enviaba recuerdos de él a los colosenses (Capítulo 4, versículo 10) y a Filemón (24), anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas.

Y en Efeso, se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos.

Se le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.

Tras largo tiempo de predicación muy fructuosa, le sobrevino la persecución y el martirio.

Aquel año, coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides, en el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa, si en el día de su fiesta, se deshacían de él.

Lo arrestaron por la noche,como a Jesús, mientras celebraba los divinos oficios, y atándole al cuello una soga, se lo llevaron a la cárcel, mientras entre danzas lascivas y gestos de borrachos, clamaban a coro:

 —¡Llevemos este búfalo al abrevadero!

Allí pasó la noche, y fue reconfortado con una visión de Jesús, que le animaba al martirio.

Cuando a la mañana siguiente, le llevaban, siempre con la soga al cuello, al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del Maestro en la Cruz:

 —En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste entre tus hijos al león San Marcos, concédenos que por sus méritos e intercesión, la fortaleza de su corazón y la obediencia al Sumo Pontífice Romano, a quien él acompañó hasta su martirio. A Tí Señor que oraste por todos nosotros, en el huerto de Getsemaní en la noche del prendimiento. Amén.

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