Sábado
21 de abril
San
Anselmo de Canterbury
(1033-1109)
Arzobispo
de Canterbury. Padre del Escolasticismo. Doctor de la Iglesia
"El
navío de mi corazón, pierde el timón en cada fiesta, y se deja
llevar por las olas de la perdición"
“Allí
donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar
siempre los deseos de nuestro corazón”
"Haz,
te lo ruego, Señor, que yo sienta con el corazón lo que toco con la
inteligencia"
Breve
Anselmo
significa "Dios es mi defensa". Lo llamaban el “Doctor
Magnífico”.
Nació
el año 1033 en Aosta (Piamonte). Ingresó en el monasterio
benedictino de Le Bec, en Normandía, y enseñó teología a sus
hermanos de Orden, mientras adelantaba admirablemente, por el camino
de la perfección. Su educación corrió a cargo de los benedictinos.
Trasladado
a Inglaterra, fue elegido obispo de Canterbury, y combatió
valientemente por la libertad de la Iglesia, sufriendo dos veces el
destierro.
Escribió
importantes obras de teología. Sostenía la necesidad de creer para
comprender, a fin de intentar luego, comprender lo que se creía.
Anteponer la fe, según Anselmo, no era presunción.
Fue
un gran defensor de la Inmaculada Concepción de María, y como
filosofo se le recuerda, ademas de ser padre de la escolástica.
Murió
el año 1109.
Escolástica:
Movimiento filosófico y teológico, que intentó utilizar la
razón, en particular la filosofía de Aristóteles, para comprender
el contenido sobrenatural de la revelación cristiana. Santo Tomás,
el Doctor Angélico, fue el máximo exponente de esta corriente
teológica.
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(Es
muy ilustrativo leer esta crónica histórica, ya que a lo largo de
su relato, se vislumbra con claridad, lo que iba a acontecer en
Inglaterra 400 años después, con la ruptura con la Santa Sede).
Fue
predicador y reformador de la vida monástica. Es cierto que los
normandos oprimieron a Inglaterra; pero con ellos llegaron al país,
algunos de sus hombres de Iglesia y de Estado más eminentes.
Entre
ellos, están dos arzobispos de Canterbury: Lanfranco y su sucesor
inmediato, San Anselmo. Éste nació de noble familia, en Aosta del
Piamonte hacia el año 1033. De jovencito, fue encomendado a un
profesor muy riguroso, regañón y humillante, y el niño empezó a
perder la alegría, y a volverse demasiado tímido y retraído.
Entonces
lo llevaron a los Padres Benedictinos, y éstos por medio de la
bondad y de la alegría, lo transformaron en un estudiante alegre y
entusiasta. Todos los ratos libres, los dedicaba a estudiar y a
escribir. Más tarde, Anselmo diría: "Mis
progresos espirituales, después de Dios y de mi madre, los debo a
haber tenido unos excelentes profesores en mi niñez, los Padres
Benedictinos".
A
los 15 años, intentó ingresar en un monasterio, pero el abad,
sabiendo que el padre de Anselmo, Gandulfo, se oponía a ello, no
quiso admitirle. Mientras el papá lo animaba a ser un
triunfador en el mundo, la madre le mostraba el cielo azul, y le
decía: allá arriba empieza el verdadero reino de Dios. El papá lo
llevaba a fiestas y a torneos.
Pero
aunque Anselmo participaba con mucho entusiasmo, después de cada
fiesta mundana, sentía su alma llena de tristeza y desilusión. Y
exclamó: "El navío de mi corazón,
pierde el timón en cada fiesta, y se deja llevar por las olas de la
perdición". Entonces, Anselmo se fue inclinando
más a ganarse el cielo, que en alcanzar las glorias humanas.
Anselmo
olvidó durante algún tiempo su vocación, descuidó la práctica
religiosa, y vivió una vida mundana, de la que no dejó de
arrepentirse más tarde, hasta el último día de su vida. Anselmo no
se entendía con su padre. Tan severo era éste, que Anselmo no tuvo
más remedio que abandonar la casa paterna, después de la muerte de
su madre, para proseguir sus estudios en Borgoña. Tres años más
tarde, pasó a Bec, en Normandía, atraído por la fama del gran abad
Lanfranco.
A
los veintisiete años, en 1060, Anselmo ingresó en el monasterio de
Bec, donde se convirtió en discípulo y gran amigo de Lanfranco.
Éste fue nombrado abad de San Esteban de Caen, tres años más
tarde, y Anselmo pasó a ser el prior de Bec.
Algunos
monjes murmuraron contra la elección de Anselmo, quien era todavía
muy joven; pero su paciencia y bondad, acabaron por ganarle los
ánimos de sus más acerbos críticos. Entre éstos se contaba un
joven muy rebelde, llamado Osberno, a quien San Anselmo convirtió
poco a poco a la observancia, y asistió tiernamente en su última
enfermedad.
San
Anselmo era un gran devoto de la Virgen María, y decía que no hay
criatura tan sublime y tan perfecta como ella, y que en santidad sólo
la supera Dios.
San
Anselmo, fue sin duda el mayor teólogo de su tiempo, y el "padre
de la escolástica". Como tal, es
precursor de Santo Tomás de Aquino. La Iglesia no había
tenido un metafísico de su talla, desde la época de San Agustín.
Al mismo tiempo, su piedad permitía que Dios lo orientara hacia la
Verdad Suprema. Con corazón e inteligencia, se acercó a los
misterios cristianos: "Haz, te lo
ruego, Señor, que yo sienta con el corazón lo que toco con la
inteligencia"
"Es
necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de
inteligencia, en espera de la visión beatífica". Sus
obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención,
provenían del vivo impulso del corazón y de la inteligencia.
Siendo
todavía prior de Bec, compuso sus dos obras más conocidas, que
ayudaron a integrar la filosofía y la teología: El Monologium,
(modo de meditar sobre las razones de la fe), en el que daba las
pruebas metafísicas de la existencia y la naturaleza de Dios, y el
Proslogium (la fe que busca la inteligencia) o contemplación de los
atributos de Dios.
Igualmente
compuso los tratados de la verdad, la libertad, el origen del mal y
el arte de razonar, llegando así a ser uno de los autores más
leídos en la Iglesia Católica. Durante siglos, los maestros de
teología han leído y citado las enseñanzas de este gran sabio.
Eadmero,
un monje inglés, discípulo y biógrafo de San Anselmo, cuenta que
tenía éste un método muy personal de instruir, empleando
comparaciones muy conocidas, de suerte que aun la gente más sencilla
podía entenderle.
A
un abad, que se quejaba del pobre fruto de sus esfuerzos pedagógicos,
dijo San Anselmo: "Si plantas un
árbol en tu huerto, y lo cercas por todos lados, de suerte que no
pueda extender sus ramas, tendrás al cabo de un tiempo, un árbol
inútil de ramas torcidas. Pues así es como tratas a tus hijos . . .
, con amenazas y golpes, y privándoles del privilegio de la
libertad".
Al
mismo tiempo, nadie como San Anselmo insistía en la importancia de
buscar la verdad, y ser fiel a ella.
San
Anselmo fue un hombre de singular encanto. Su simpatía y sinceridad,
le ganaron el afecto de hombres de todas clases y nacionalidades. La
caridad del santo, se extendía aun a los más humildes de sus
fieles.
Él
fue uno de los primeros, que se opusieron a la esclavitud. En el
concilio nacional de Westminister, que reunió en 1102, para resolver
algunos asuntos eclesiásticos, el arzobispo obtuvo la aprobación de
un decreto, que prohibía vender a los esclavos como animales.
Una
anécdota de su vida pone en relieve la humanidad de San Anselmo.
Eadmero cuenta que el santo, encontró un día a un niño que había
atado un hilo a la pata de un pájaro, y se divertía dejándole
escapar, y volviéndole a coger. Anselmo, lleno de indignación,
cortó el hilo, y dijo: "ecce filum rumpitur, avis avolat, puer
plorat, pater exultat - "el pájaro escapa, el niño llora y el
padre se alegra".
En
1078, después de quince años de priorato, Anselmo fue elegido abad
de Bec. Eso le obligaba a viajar con frecuencia a Inglaterra, donde
la abadía contaba con algunas propiedades.
Anselmo
fue a Inglaterra en 1092, tres años después de la muerte de
Lanfranco. El rey Guillermo el Rojo, mantenía vacante la sede de
Canterbury para disfrutar de sus rentas. Como San Anselmo le
exhortase a nombrar un arzobispo, Guillermo juró "por la Santa
Faz de Lucca" (tal juramento popular se refiere al "Volto
Santo"), que ni Anselmo ni otro alguno, sería arzobispo de
Canterbury mientras él viviese.
Pero
una enfermedad que le puso a las puertas de la muerte, le hizo
cambiar de opinión. Lleno de temor, el rey prometió que en
adelante, gobernaría de acuerdo con las leyes, y nombró arzobispo a
San Anselmo. El buen abad alegó en vano su avanzada edad, su falta
de salud, y su ineptitud para el gobierno. Los obispos y todos los
presentes, le obligaron a tomar el báculo pastoral, y le condujeron
a la iglesia, donde cantaron un "Te Deum".
Pero
el corazón del rey, no había cambiado en realidad. Apenas acababa
de instalarse el nuevo arzobispo, cuando Guillermo, quien quería
arrebatar a su hermano el ducado de Normandía, empezó a exigirle
dinero. Anselmo le ofreció quinientos marcos, suma importante en
aquellos tiempos; pero el rey le pidió mil como precio de la
elección. El santo se negó rotundamente a pagarlos, y exhortó al
rey a proveer las abadías vacantes, y a sancionar la convocación de
los sínodos necesarios, para reprimir los abusos de los clérigos y
los laicos.
El
rey replicó ásperamente, que defendería las abadías, como si se
tratase de su propia corona, y desde entonces, no tuvo otro
pensamiento que el de arrojar a Anselmo de su sede. Consiguió, en
efecto, que cierto número de obispos le negasen la obediencia; pero
los barones no aceptaron condenar a San Anselmo.
El
mismo legado pontificio, llevó a Anselmo el palio que le hacía
inamovible, viendo que el rey oprimía a la Iglesia siempre que
podía, cuando el clero no se plegaba a su voluntad,
San
Anselmo le pidió permiso de ir a Roma, a consultar a la Santa Sede.
El rey se lo rehusó dos veces; a la tercera, le respondió que podía
salir del país, pero que confiscaría todas sus rentas, y no le
permitiría volver a entrar. A pesar de ello, San Anselmo partió de
Canterbury, en octubre de 1097, acompañado por Eadmero, y otro monje
llamado Balduino. En el camino, se hospedó primero con San Hugo,
abad de Cluny, y después con otro Hugo, arzobispo de Lyon.
En
Roma, expuso el asunto al Papa, quien no sólo le prometió su
protección, sino que escribió al rey, exigiéndole que restituyese
a San Anselmo sus derechos y posesiones. San Anselmo se retiró a un
monasterio de Campania, por razones de salud, y ahí terminó su
famosa obra Cur Deus homo, que es el más famoso tratado que existe
sobre la Encarnación. Convencido de que podría hacer más bien en
la vida oculta, que en su sede en Canterbury, Anselmo rogó al Papa
que le descargase de su oficio, pero el Pontífice se negó.
Sin
embargo, dado que no podía volver por el momento a Inglaterra, el
Papa le dio permiso de quedarse en Campania. Anselmo asistió al
Concilio de Bari, en 1098, y se distinguió por su manera de abordar
las dificultades de los obispos grecoitálicos, sobre la cuestión
del "Filioque".
El
Concilio acusó al rey de Inglaterra de simonía, de opresión a la
Iglesia, de persecución al arzobispo, y de vida viciosa; sin
embargo, no llegó a condenarle solemnemente, gracias a la
intervención del mismo San Anselmo, quien persuadió al Papa Urbano,
de que se contentase con la amenaza de excomunión.
La
muerte de Guillermo el Rojo, puso fin al destierro de San Anselmo,
quien entró en Inglaterra, entre las aclamaciones del pueblo. Pero
la paz no fue duradera. Las dificultades surgieron en cuanto Enrique
I, se arrogó el derecho de reconfirmar la elección de San Anselmo.
Eso se oponía a los decretos del sínodo romano de 1099, que había
suprimido los derechos de investidura de los laicos sobre las abadías
y catedrales. San Anselmo se negó, pues, a obedecer al rey.
Pero
en ese momento, Inglaterra estaba bajo la amenaza de una invasión de
Roberto de Normandía, a quien muchos barones ingleses, no veían con
malos ojos. Deseando ganarse el apoyo de la Iglesia, Enrique prometió
total obediencia a la Santa Sede en el futuro, y San Anselmo hizo
cuanto pudo, por evitar la rebelión. Aunque, como lo hace notar
Eadmero, Enrique debía en gran parte al santo, el hecho de no haber
perdido la corona, reclamó de nuevo su derecho de investidura en
cuanto pasó el peligro.
Por
su parte, el arzobispo se negó a consagrar a los obispos nombrados
por el rey, a no ser que hubiesen sido canónicamente
elegidos. La oposición entre el rey y el arzobispo fue agravándose
de día en día. Finalmente Anselmo, decidió ir personalmente a Roma
a exponer el asunto al Papa, y Enrique envió por su parte, a un
delegado personal. Después de madura consideración, Pascual II
confirmó la decisión de su predecesor. Al saberlo, Enrique prohibió
a San Anselmo, que volviese a Inglaterra, y confiscó sus bienes.
Más
tarde, el rumor de que San Anselmo iba a excomulgar al rey, parece
haber alarmado al monarca, quien fue a Normandía a reconciliarse con
el arzobispo. En un consejo real que tuvo lugar en Inglaterra,
Enrique I renunció al derecho de investidura sobre las abadías y
los obispados, y Anselmo, con el consentimiento del Papa, aceptó que
los obispos prestasen homenaje al monarca, por sus posesiones
temporales.
El
rey observó realmente el pacto, y llegó a tener tal confianza en el
arzobispo, que le nombró regente durante el viaje que hizo a
Normandía en 1108. Pero la salud de San Anselmo, quien era ya muy
anciano, se había debilitado mucho. El santo murió al año
siguiente, en 1109, entre los monjes de Canterbury. Sus últimas
palabras antes de morir fueron:
"Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"
"Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"
San
Anselmo fue declarado Doctor de la Iglesia en 1720, aunque no había
sido canonizado. Dante le pone en el paraíso, entre los espíritus
de luz y poder de la esfera solar, junto a San Juan Crisóstomo.
Se
cree que el cuerpo del gran arzobispo, descansa en la catedral de
Canterbury, en la capilla de su nombre, del lado sudoeste del altar
mayor.
Bibliografía
-Butler; Vida de los Santos
-Sálesman, Eliecer. P.; Vidas de los Santos.
-Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día.
-Butler; Vida de los Santos
-Sálesman, Eliecer. P.; Vidas de los Santos.
-Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos por los méritos
y la intercesión de San Anselmo, Doctor de la Iglesia, aspirar
siempre hacia nuestra Morada Eterna, en todas y cada una de nuestras
acciones, en nuestra morada terrena. A Tí Señor, que te fuiste a
preparar para nosotros un lugar en el cielo, y que vendrás a
llevarnos hacia allá en nuestro último día. Amén.
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