Quinta
Feria, 26 de abril
San
Isidoro de Sevilla
(560-
+4 de abril del 636). Arzobispo, Doctor de la Iglesia
Teólogo,
historiador. Llamado “Gloria de la Iglesia Católica”. Reconocido
como el hombre mas sabio de su época.
“El
obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un
hombre sin corazón”
“Quienes
tratan de lograr el descanso en la contemplación, tienen que
entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo,
liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese
corazón puro, que permite ver a Dios”
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"Isidoro"
significa: "Regalo de la divinidad" (Isis: divinidad. Doro:
regalo)
Nació
en Cartagena, España hacia el año 560. Su padre llamado Severiano,
nacido en Cartagena, probablemente era de una familia romana, pero
estaba emparentado con los reyes visigodos.
Isidoro
era el menor de cuatro hermanos. Sus dos hermanos, Leandro y
Fulgencio, también llegaron a ser santos. Su hermana Santa
Florentina, fue abadesa de varios conventos. ¡La santidad se
comparte y se fortalece, cuando los lazos familiares son de
santidad!.
Su
hermano Leandro que era mucho mayor que él, se encargó de su
educación, porque quedaron huérfanos, siendo Isidoro un niño.
Parece ser que Leandro era muy severo, porque cuenta una leyenda, que
siendo Isidoro muy niño huyó de su casa, para escapar de la
severidad de su hermano. Luego volvió por voluntad propia, lleno de
buenos propósitos. Leandro lo encerró para impedir que se escape de
nuevo. Probablemente lo envió a un monasterio, para seguir
estudiando.
Un
día se acercó a un pozo para sacar agua, y notó que las cuerdas
habían hecho una hendidura en la dura piedra. Entonces comprendió
que también la conciencia, y la voluntad del hombre, pueden vencer
las duras dificultades de la vida. Entonces regresó con amor a sus
libros.
Isidoro
llegó a ser uno de los hombres mas sabios de su época, aunque al
mismo tiempo, era un hombre de profunda humildad y caridad. Fue un
escritor muy leído.
Se
lo llamó el Maestro de la Edad Media, o de la Europa Medieval, y
primer organizador de la cultura cristiana. La principal contribución
de San Isidoro a la cultura, fueron sus Etimologías u Orígenes, una
"summa" muy útil de la ciencia antigua, condensando más
con celo que con espíritu crítico, los principales resultados de la
ciencia de la época, siendo uno de los textos clásicos hasta
mediados del siglo XVI.
Fue
un escritor muy fecundo: entre sus primeras obras, está un
diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un
resumen de la historia desde la creación, biografías de hombres
ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo
Testamento, un código de reglas monacales, varios tratados
teológicos y eclesiásticos, y la historia de los visigodos, que es
lo más valioso en nuestros días, ya que es la única fuente de
información sobre los godos. También escribió historia de los
vándalos, y de los suevos.
San
Isidoro fue como un puente entre la Edad Antigua que terminaba, y la
Edad Media que comenzaba. Su influencia fue muy grande en Europa,
especialmente en España. Entre sus discípulos está San Ildefonso
de Toledo.
Probablemente
ayudó a su hermano Leandro, obispo de Sevilla, a gobernar la
diócesis. Le sucedió en el cargo cuando murió. Su episcopado duró
treinta y siete años, bajo seis reyes, completó
la obra comenzada por San Leandro, que fue de convertir a los
visigodos, del arrianismo al catolicismo.
Cuenta
una graciosa leyenda, que cuando tenía un mes de vida, un enjambre
de abejas invadió su cuna, y dejó en los labios del pequeño
Isidoro, un poco de miel, como auspicio de la dulce y sustanciosa
enseñanza, que un día saldría de esos labios.
También
decía San Ildefonso que "la facilidad de palabra, era tan
admirable en San Isidoro, que las multitudes acudían de todas partes
a escucharle, y todos quedaban maravillados de su sabiduría, y del
gran bien que se obtenía al oír sus enseñanzas".
Su
principal preocupación como obispo, fue la de lograr una madurez
cultural y moral del clero español. Fundó un colegio eclesiástico,
prototipo de los futuros seminarios, dedicándose personalmente, a la
instrucción de los candidatos al sacerdocio.
Como
su hermano, fue el obispo mas popular y autorizado de su tiempo.
Continuó
la costumbre de su hermano, de arreglar las cuestiones de disciplina
eclesiástica en los sínodos, cuya organización se debió en gran
parte a San Leandro y San Isidoro.
San
Isidoro presidió, el segundo Concilio de Sevilla en 619, y el cuarto
Concilio de Toledo, en el año 633. Muchos
de los decretos del Concilio, fueron obra de San Isidoro,
especialmente el decreto en que se debe establecer un seminario en
cada una las diócesis. Su sistema educativo era abierto y
progresista, propuso un sistema, que abarca todas las ramas del saber
humano.
Según
parece, San Isidoro previó que la unidad religiosa, y un sistema
educativo amplio, en que podían unificar los elementos heterogéneos
que amenazaba desintegrar España, y gracias a eso, gran parte del
país se convirtió en un centro de cultura, mientras que el resto de
Europa se hundía en la barbarie.
Otro
de los grandes servicios, que San Isidoro prestó a la Iglesia
española, fue el de completar el misal y el breviario mozárabes,
que San Leandro había empezado a adaptar de la antigua liturgia
española.
San
Isidoro se formó con lecturas de San Agustín, y San Gregorio Magno.
Su
amor por los pobres era inmenso. En los últimos seis meses, aumentó
tanto sus limosnas, que los pobres llegaban de todas partes a pedir,
y recibir ayuda.
Cuando
sintió que iba a morir, pidió perdón públicamente por todas sus
faltas, perdonó a sus enemigos, y suplicó al pueblo que rogara a
Dios por él. Distribuyendo entre los pobres, el resto de
sus posesiones, volvió a su casa, y murió apaciblemente el 4 de
abril del año 636, a la edad de 80 años.
En
el año 1063, fue trasladado su cuerpo a León, donde hoy recibe
culto en la iglesia de su nombre.
La
Santa Sede lo declaró Doctor de la Iglesia, en 1722.
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Oficio
de lectura, 26 de abril, San Isidoro, Obispo y doctor de la Iglesia
El
obispo debe tener su puerta abierta a todo el que llegue
Del tratado de San Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos.
Cap. 5, 1. 2
Del tratado de San Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos.
Cap. 5, 1. 2
Es
preciso que el obispo sobresalga, en el conocimiento de las Sagradas
Escrituras, porque si solamente puede presentar una vida
santa, para sí exclusivamente aprovecha; pero si es eminente en
ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás, y refutar a los
contestatarios, quienes si no se les va a la mano, y se les
desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.
El
lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de
gravedad y corrección, dulce y suave. Su
principal deber es estudiar la Santa Biblia, repasar
los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño,
comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie
tener en menos, no condenar a ninguno, si no estuviere convicto, no
excomulgar sino a los incorregibles.
Sobresalga
tanto en la humildad como en la autoridad; que ni por apocamiento,
queden por corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad
atemorice a los súbditos. Esfuércese en
abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada.
Ocúpese con particular diligencia, del cuidado de los pobres,
alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino,
redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.
Debe
dar tales pruebas de hospitalidad, que a todo el mundo abra sus
puertas, con caridad y benignidad. Como todo fiel
cristiano, debe procurar que Cristo le diga: Fui forastero y me
hospedasteis; ¡cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de
todos!. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad, abriendo su
casa a algún que otro peregrino. El obispo,
si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin
corazón.
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Benedicto
XVI presenta a San Isidoro de Sevilla
Intervención
en la audiencia general
CIUDAD
DEL VATICANO, miércoles, 18 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la
intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este
miércoles dedicada a San Isidoro de Sevilla.
*
* *
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
quisiera hablar de San Isidoro de Sevilla: era hermano menor de
Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno.
Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural
y espiritual indispensable, para comprender la personalidad de
Isidoro.
En
efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y
austera, que había creado en torno a su hermano menor, un contexto
familiar caracterizado por las exigencias ascéticas, propias de un
monje, y por los ritmos de trabajo, exigidos por una seria entrega al
estudio.
Además,
Leandro se había preocupado, por disponer lo necesario para afrontar
la situación político-social del momento: en aquellas décadas los
visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península
ibérica, y se habían adueñado de los territorios, que pertenecían
al Imperio Romano. Era necesario conquistarlos a la romanidad y al
catolicismo.
La
casa de Leandro y de Isidoro, contaba con una biblioteca sumamente
rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro,
que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo
la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para
dedicarse a su estudio, con
discernimiento.
En
la sede episcopal de Sevilla se vivía, por lo tanto, en un clima
sereno y abierto. Lo podemos deducir a partir de los intereses
culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus
mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico, de la
cultura clásica pagana, y un conocimiento profundo de la cultura
cristiana.
De
este modo, se explica el eclecticismo que caracteriza la producción
literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a
Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno. La lucha interior que tuvo
que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del
hermano Leandro, en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599,
no fue ni mucho menos fácil.
Quizá
se debe a esta lucha constante consigo mismo, la impresión de un
exceso de voluntarismo, que se percibe leyendo las obras de este gran
autor, considerado como el último de los padres cristianos de la
antigüedad. Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el
año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre
maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica".
Isidoro
fue sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas.
E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior
permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido San Gregorio
Magno y San Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse
únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias
de la caridad hacia los hermanos, de cuya salvación se sentía
encargado como obispo.
Por
ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El
responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte tiene
que dejarse crucificar al mundo, con la mortificación de la carne, y
por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico,
cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con
humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las
Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).
Y
añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti
viri), no desean ni mucho menos, dedicarse a las cosas seculares, y
gimen cuando por un misterioso designio divino, se les encargan
ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas,
pero aceptan aquello que no quisieran, y hacen lo que habrían
querido evitar. Entran así en el secreto del corazón, y allí
adentro, tratan de comprender, qué es lo que les pide la misteriosa
voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta, de que tienen que someterse
a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón, bajo el yugo
de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3:
PL 83, col. 705-706).
Para
comprender mejor a Isidoro, es necesario recordar, ante todo, la
complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes
mencionaba: durante los años de la niñez, había tenido que
experimentar la amargura del exilio. A pesar de ello, estaba lleno de
entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de
un pueblo, que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel
político como religioso, con la conversión providencial del
heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe
católica.
Sin
embargo, no hay que minusvalorar, la enorme dificultad que supone,
afrontar de manera adecuada, los problemas sumamente graves, como los
de las relaciones con los herejes y con los judíos. Toda
una serie de problemas, que resultan también hoy muy concretos, si
pensamos en lo que sucede en algunas regiones, donde parecen
replantearse situaciones muy parecidas, a las de la península
ibérica del siglo VI.
La
riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro, le
permitía confrontar continuamente la novedad cristiana, con la
herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la
síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la
recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición
personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.
En
todo caso, hay que admirar su preocupación, por no dejar de lado,
nada de lo que la experiencia humana, produjo en la historia de su
patria y del mundo. No hubiera querido perder nada, de lo que el ser
humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas,
judías o cristianas.
Por
tanto, no debe sorprender el que al perseguir este objetivo, no
lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los
conocimientos que poseía, a través de las aguas
purificadoras de la fe cristiana.
Sin
embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que
presenta, siempre están en sintonía con la fe católica, defendida
por él con firmeza. Percibe la complejidad en la
discusión de los problemas teológicos, y propone a menudo, con
agudeza, soluciones que recogen y expresan, la verdad cristiana
completa. Esto ha permitido a creyentes, a través de los siglos
hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.
Un
ejemplo significativo en este sentido, es la enseñanza de Isidoro
sobre las relaciones, entre vida activa y vida contemplativa.
Escribe: "Quienes tratan de lograr
el descanso de la contemplación, tienen que entrenarse antes en el
estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos
del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite
ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col
91A).
El
realismo de auténtico pastor, le convence del riesgo que corren los
fieles, de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este
motivo, añade: "El camino
intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta
normalmente el más útil, para resolver esas cuestiones, que con
frecuencia se agudizan con la opción, por un sólo tipo de vida; sin
embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas"
(o.c., 134: ivi, col 91B).
Isidoro
busca la confirmación definitiva, de una orientación adecuada de
vida en el ejemplo de Cristo, y dice: "El
Salvador Jesús, nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando
durante el día, se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la
ciudad; pero mostró la vida contemplativa, cuando se retiraba a la
montaña, y pasaba la noche dedicado a la oración"
(o.c. 134: ivi).
A
la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta
precisa enseñanza moral: "Por este
motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la
contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra
manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con
la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción.
Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es
posible amar, si no se hace la experiencia tanto de una como de otra"
(o.c., 135: ivi, col 91C).
Considero
que esta es la síntesis, de una vida que busca la contemplación de
Dios, el diálogo con Dios en la oración, y en la lectura de la
Sagrada Escritura, así como la acción, al servicio de la comunidad
humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que
nos deja el gran obispo de Sevilla, a los cristianos de hoy, llamados
a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.
[Al
final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios
idiomas. En español, dijo:]
Queridos
hermanos y hermanas:
San
Isidoro, amigo del Papa Gregorio Magno, fue el hermano menor de San
Leandro, al que sucedió en la Sede episcopal de Sevilla, en el año
quinientos noventa y nueve.
Es
considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad.
Poco después de su muerte, acaecida en el año
seiscientos treinta y seis, el Concilio de Toledo lo definió como
"gloria de la Iglesia católica".
Isidoro, que en su infancia conoció el exilio, se educó en un
ambiente de disciplina y estudio. Su casa contaba con una nutrida
biblioteca, repleta de obras clásicas, paganas y cristianas.
En
su vida personal, experimentó un permanente conflicto interior,
entre el deseo de dedicarse únicamente a la meditación de la
Palabra de Dios, y las exigencias procedentes de la caridad por los
hermanos, de cuya salvación, como Obispo, se sentía encargado.
La
vastedad de su cultura, le permitió confrontar continuamente la
novedad cristiana, con la herencia clásica greco-romana. Más que
dado a la síntesis, Isidoro poseyó el don de la collatio, es decir,
de la recopilación, siendo admirable su preocupación, por no
descuidar nada, de lo que la experiencia humana había producido en
la historia de su patria, y del mundo entero.
Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular, a las
Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, y a los fieles procedentes
de España, Portugal, México, y de otros países latinoamericanos.
Que el ejemplo de San Isidoro de Sevilla, os ayude a dar testimonio
de Cristo al comienzo de este milenio. Muchas gracias.
[Traducción
del original italiano realizada por Jesús Colina
©
Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
ZS08061810
- 18-06-2008
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Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de
San Isidoro de Sevilla, podamos lograr el equilibrio entre una vida
activa y contemplativa, necesarias ambas para nuestro equilibrio
emocional, y discernimiento espiritual. A Tí Señor, que supiste
siempre encontrar momentos de oración, en medio de una muy dura vida
de evangelización, no teniendo siquiera un lugar propio para reposar
tu cabeza. Amén.
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