20 de Mayo 2024
Santa María de la Caridad del Cobre
PATRONA
DE CUBA
En
El Cobre, poblado minero de la provincia de Oriente, fue consagrado
en 1927, el actual santuario nacional, a la Virgen de la Caridad.
La advocación no es oriunda de Cuba: el año 633 fundó San
Ildefonso, el monasterio de Illescas, y la tradición dice que él
llevó allí, la imagen de Nuestra Señora de la Caridad, que todavía
existe en la villa toledana, en el santuario construido por el Greco
en 1600.
La advocación es frecuente en la costa andaluza: en
Cádiz, desde que Juan de Austria, fundó una cofradía bajo esa
advocación, para la tripulación de las galeras. Loja la tiene por
Patrona. Y hasta cerca de Avila, se conoce una imagen de la Virgen de
la Caridad, ante la cual rezó Santa Teresa.
Posiblemente la
advocación cubana, llegó directamente de Sanlúcar de Barrameda.
Durante más de un siglo, después del tercer viaje de Colón,
salían de allí las naves que iban a América; y hoy está
confirmada, la devoción que los marinos sanlucareños sentían por
la Virgen de la Caridad, venerada en Bonanza y en la Cofradía del
Puerto de Santa María.
Dos hermanos indios llamados Juan
Rodrigo y Juan Diego Hoyos, a los que se añadió un muchacho de la
raza negra, también llamado Juan según la tradición, obreros todos
del hato de Barajagua, que se encontraba muy cerca de una mina de
cobre, fueron comisionados, para conseguir sal en la costa norte de
la isla.
Llegaron hasta el río Mayarí, y por él salieron a
la gran bahía de Nipe, alojándose en un pequeño cayo llamado
Francés o Vigía, con objeto de pasar la noche, y salir muy de
mañana para la salina.
Una tormenta inesperada, les impidió
realizar el proyectado viaje, y hasta tres días, tuvieron que
permanecer en el cayo por el mal tiempo. Hacia la medianoche del
cuarto día, cesó el viento; los tres Juanes tomaron la canoa antes
de salir el sol, y a medida que avanzaban, notaron que en la lejanía,
sobre la superficie tranquila del mar, que había algo que no era un
ave acuática de las conocidas.
Remaron con mayor curiosidad;
los primeros rayos del sol iluminaron plenamente, aquel bulto
navegante. Cuando lo tuvieron frente a frente, se dieron cuenta de
que era una talla de madera, de unos cuarenta centímetros de alto, y
la inscripción: "Soy la Virgen de la Caridad". Esto
sucedía entre los años 1604 y 1608.
Podemos imaginarnos
fácilmente, la variedad de sentimientos que experimentarían
aquellos nativos cubanos, ante semejante hallazgo. Habrían oído
hablar muchas veces de la Virgen, y de sus apariciones; era la
devoción más propagada por los evangelizadores hispanos en el Nuevo
Mundo.
Pero jamás se imaginarían, que habrían de encontrar
sobre las aguas del mar, una imagen de María. En la escasa
literatura sobre esta advocación mariana, no encontramos que se
interpreten los hechos, bajo el signo del milagro. La etapa milagrera
comenzará después.
Inicialmente parece que ellos,
recogieron la imagen como quien recoge un objeto precioso, que otro
ha perdido sobre las aguas. Pero esta interpretación tan poco
espiritual no le restó, ni le restará nunca, intensidad a la
veneración que sintieron todos, por aquel pedazo de madera, que
representaba a la Madre de Jesucristo.
La imagen provenía de
una nave española, de las muchas que zarpaban de Sanlúcar. Es
cierto que usaban el verbo sustantivo, en las tablas onomásticas de
las naves, y por tanto, la leyenda podía referirse a la imagen, o a
la embarcación bajo cuyo patrocinio navegaba.
La razón de
aparecer flotando sobre las aguas antillanas, es más difícil de
determinar. Se dice que los marinos, durante las tempestades, echaban
al mar alguna imagen, para conseguir por su intercesión, que el mar
se apaciguara. También se dice que, en momentos de gran calma, los
marinos colocaban la imagen en el mar, sobre una balsa, y de esa
manera, determinaban la dirección de las corrientes marinas, que
podían ayudarles a avanzar.
Los afortunados indios,
transportaron la imagen al hato; improvisaron un altar, y la devoción
popular comenzó a desarrollarse y a manifestarse: plegarias ante la
imagen, flores siempre frescas para la Virgen.
Un día
desapareció la imagen de su sitio. Entonces comenzó la etapa
milagrera de la advocación cubana. Desaparecerá varias veces; la
cambiarán de sitio, interpretando posibles deseos de la Virgen; se
repetirán las desapariciones.
Apolonia, una niña india,
encontrará un día la imagen, o dirá que había visto la imagen,
sobre unas rocas cercanas a la mina de cobre. En el mismo lugar,
alguien verá una luz misteriosa, tres veces consecutivas, y la voz
popular fue que la Virgen deseaba en aquel sitio una ermita. Las
historias dicen que el lugar, era de tan difícil acceso, que hubo
que modificar, sin embargo, un poco la situación.
La devoción
creció, y la ermita llegó a ser capilla, iglesia, santuario. Varias
veces, los temblores de tierra, o los huracanes, destruyeron el
edificio, y otras tantas los devotos de la Virgen lo reconstruyeron.
La generosidad de los cubanos, fue enriqueciendo los adornos
de la imagen, hasta provocar un robo sacrílego; el ladrón se
atrevió a mutilar la talla, para llevarse las piedras preciosas que
tenía incrustadas; pero se pudo recuperar todo providencialmente.
La dulce talla de madera oscura, es hoy un verdadero joyero,
cubierto de mantos preciosos.
Los favores que se atribuían a
la Virgen, eran tan numerosos y tan extraordinarios, que se llegó a
invocarla, con el nombre de Nuestra Señora de la Caridad y de los
Remedios. Los exvotos fueron inundando el altar, de tal manera que
hubo que acudir a la solución —en el actual santuario— de una
gran capilla, debajo del altar de la Virgen, para acumular en ella
todos esos regalos. Uno de los últimos, es la medalla de oro del
premio Nobel, ganado por el novelista Hemingway.
Cuando
prendió en los cubanos, el deseo de la independencia, la devoción a
Santa María de la Caridad del Cobre, estaba tan metida en el corazón
de los nativos, que iba a ser la devoción insignia de los
libertadores. Los insurrectos se encomendaban a la Caridad —como se
dice vulgarmente—, antes de salir para el campo de batalla, y
llevaban a la guerra, un pequeño recuerdo sagrado, que consistía en
una cinta del tamaño de la imagen.
El 20 de mayo de 1902,
adquirió Cuba la soberanía, y pocos años después, el 8 de
septiembre de 1916, a petición de los veteranos de aquella guerra,
el papa Benedicto XV, le concedía a la advocación cubana, el título
de Patrona principal de la República.
La fiesta litúrgica de
la Patrona de Cuba, sin oficio ni misa especial aún, se celebra el 8
de septiembre, pero la importancia que tuvo la devoción de los
libertadores, durante la gesta independentista, permite que cada año,
al celebrarse la instauración de la República, el 20 de mayo,
fiesta nacional, no falte el homenaje a la Patrona de Cuba, a la
Virgen Mambisa (mambises se llamaba a los que peleaban por la
independencia).
La ignorancia religiosa, y ciertos residuos
ancestrales de los esclavos africanos, que llegaron a Cuba durante la
colonización, ha fomentado supersticiones y prácticas piadosas a la
Virgen de la Caridad, no del todo ortodoxas. En definitiva, ello
prueba la antigüedad de la devoción, y lo arraigada que siempre ha
estado, en el corazón de las capas sociales más humildes de la
nación.
Por eso, sin duda, el santo obispo de Santiago de
Cuba, monseñor Claret, explotaba bien este sentimiento, de filial
devoción mariana escribiendo así en su carta pastoral del 25 de
marzo de 1853: "La verdadera devoción, a Nuestra Señora de
la Caridad, consiste en abstenerse de todo pecado, en imitar sus
virtudes, en tributarle algunos obsequios, en frecuentar los santos
sacramentos, y en hacer bien, con agrado y perseverancia, las
devociones y demás cosas de su servicio".
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