Cuarta
Feria, 10 de Octubre
San
Daniel Comboni
(1831-1881)
Obispo,
Pionero de un nuevo plan para la misión en África. Políglota.
Fundador
de una gran obra Misionera, muy devoto de los Corazones de Jesús y
María, y de la Santa Cruz
“Labora
sicut bonus miles Christi” (Trabaja como buen soldado de
Cristo)
Nació
en Limone sul Guarda, Brescia (Italia), el 15 de marzo de 1831, y fue
bautizado el día siguiente. Sus padres, Luigi y Domenica, eran
pobres. Él era jardinero, y ella empleada doméstica. Daniel fue
el único que sobrevivió de ocho hijos.
A
la edad de 17 años, siendo estudiante de filosofía, hace voto ante
su superior, de consagrar su vida al apostolado en África central.
Se concentra en el estudio de los idiomas. Aprende hebreo, árabe,
español, francés, inglés. Más tarde también el alemán,
portugués, y llegará a aprender 13 dialectos árabes, y algunas
lenguas africanas.
El
17 de diciembre de 1854, es ordenado diácono y presbítero, el 31
del mismo mes. Dos años más tarde su superior, don Mazza, lo
incluye en la expedición misionera al África. Solo le preocupaba de
dejar a sus padres, en muy mala situación económica. Pero los
ejercicios espirituales, y la dirección espiritual del Padre Marani
le dan paz, y se confía en Dios y en María
A
los 27 años llega a Egipto. Desde Asiut (la antigua Licópolis), les
escribe a sus padres sobre sus primeras impresiones del viaje, y
concluye diciendo: “Les agradezco vivamente, el haberme dado el
generoso consentimiento, para recorrer la carrera de la Misión;…Adiós
querido padre, querida mamá; ustedes están y viven siempre en mi
corazón. Los amo…, porque supieron hacer una obra heroica, que los
grandes del siglo, y los héroes del mundo no saben hacer. Ustedes
han obtenido una victoria, que les asegurará la felicidad eterna”.
Los
misioneros se exponen a muchos peligros, entre ellos las
enfermedades. En poco tiempo, mueren tres de los que
llegaron con él, y algunos que trabajaban en África desde hace
tiempo, entre ellos el Pro-vicario apostólico Padre Ignazio
Knoblecher. El mismo Comboni, estuvo varias veces a punto de morir, a
causa de la fiebre. Por esta razón, recibe la orden de regresar a
Verona.
De
regreso en Verona, apenas recuperado, el Padre Mazza le encargó la
educación de algunos jóvenes negros, que había acogido el
Instituto. Continuó preocupándose por el pueblo africano.
Un
nuevo plan de evangelización por inspiración de Santa Margarita
El
15 de septiembre del 1864, tiene la oportunidad de asistir, al triduo
para la beatificación de Santa Margarita María de Alacoque, en la
Basílica de San Pedro, Roma. El primer día del triduo le viene a la
mente “como un rayo”, dice él, “el pensamiento de
proponer un nuevo plan, para la cristianización de los pobres
pueblos negros, cuyos puntos me vinieron de lo alto como una
inspiración”.
La
idea fundamental de este plan, consistía esencialmente en
evangelizar África con los mismos africanos, y esta
evangelización debía ir unida, a la promoción humana y cultural.
Al
mismo tiempo, esta obra no se confiaba a una nación en particular,
sino que debía “ser católica, no ya española, o francesa, o
alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres
Negros, porque una nación sola, no alcanza a socorrer a la raza
negra” [Carta a don Goffredo Noecker, 9 Nov. de 1864.]
La
Santa Sede se mostró muy interesada en este plan. El 18
de septiembre, lo presenta al Cardenal Alessandro Barnabo, (Prefecto
de Propaganda Fide), y al día siguiente, el Papa Pío IX, recibió a
Daniel Comboni en una audiencia, y lo alentó a presentar el plan en
París, a la Pía Opera de la Propagación de la Fe, prometiéndole
de su parte la aprobación.
Las
últimas palabras del Santo Padre, fueron para él una bendición y
un aliento: “Labora sicut bonus miles Christi” (Trabaja
como buen soldado de Cristo). Inmediatamente, sigue los
consejos del Papa, y viaja a Turín, Lyon, París, Colonia y Londres,
para dar a conocer este proyecto.
Nueva
Fundación: Los Misioneros Combonianos
Comprende que debe crear una organización específica, dedicada a la evangelización de África, ayudado por los propios africanos. El 1 de Junio de 1867, funda en Verona, su Instituto de los Misioneros para el África (Misioneros Combonianos), como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una Asociación misionera internacional.
Comprende que debe crear una organización específica, dedicada a la evangelización de África, ayudado por los propios africanos. El 1 de Junio de 1867, funda en Verona, su Instituto de los Misioneros para el África (Misioneros Combonianos), como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una Asociación misionera internacional.
En
noviembre, funda en El Cairo dos Institutos (uno masculino y otro
femenino), según la línea trazada en el plan. Dos años después,
abre una tercera casa en El Cairo, destinada a ser escuela con
maestras africanas. Mientras, siguen los viajes en Francia, Alemania,
Austria e Italia, dando testimonio de las dificultades de la misión,
y de los horrores de la esclavitud en Sudán.
Sin
embargo, dos años después de entrar en África, tuvo que regresar a
Italia. Se había dado cuenta, del mayor problema para evangelizar
a ese continente: el clima y las enfermedades.
El
europeo duraba poco en África, y el africano no resistía el frío,
o la vida europea, sin desarraigarse. Ideó entonces el “Plan
para la regeneración de África”, que consistía en establecer
misiones, escuelas, hospitales y universidades en lugares
estratégicos, a lo largo de la costa africana, rodeando todo el
continente; lugares templados donde los europeos, pudiesen convivir
con los africanos.
En
esos centros, se formarían los futuros cristianos: maestros,
enfermeras, religiosas y sacerdotes nativos, que luego se internarían
en el continente, para evangelizar las poblaciones, y promover su
desarrollo.
El
Episcopado
El
8 de julio de 1877, el Papa Pío IX, lo nombra Vicario del África
central, y el 12 de agosto, es consagrado obispo.
Siempre
la Cruz
En
sus escritos, especialmente hacia el final de su vida, Comboni hace
una referencia continua a la Cruz, no solamente respecto a las
dificultades materiales de la misión, como el clima, la pobreza, y
las enfermedades, sino más aún a las incomprensiones, malentendidos
y calumnias de que fue objeto, provenientes de sus más cercanos
colaboradores.
A
esto se sumaba, el dolor por la muerte de algunos laicos y sacerdotes
misioneros, entre ellos a quien había designado como su vicario
general. En una de sus últimas cartas escribe: “¡Mi Dios!.
¡Siempre la Cruz!. Pero Jesús, dándonos la Cruz, nos ama; todas
estas cruces pesan terriblemente sobre mi corazón, pero nos aumentan
la fuerza y el coraje, en el combate de las batallas del Señor,
porque las Obras de Dios, nacieron y crecieron siempre así; así
prosperaron; así se consolidaron, y prosiguieron en medio de las
muertes, del sacrificio, y a la sombra del salutífero árbol de la
Cruz” [Khartum, 3 de octubre de 1881].
De
este modo, Dios iba completando “Su obra”, asociando a Su
Hijo Crucificado, un hombre que en la soledad y dureza de la misión,
le entregaba sus últimas fuerzas. Después de haber consumido su
vida por anunciar a Cristo, y salvar así a su tan querida África,
muere extenuado de cansancio en Khartum, el
10 de octubre 1881, a los 50 años de edad.
Casi
90 años después de su muerte, el Concilio Vaticano II, en el
decreto Ad Gentes [Decreto sobre la Actividad Misionera de la
Iglesia, cap IV, pto. 24.], daba las características que debe tener
el misionero: “El que anuncia el Evangelio entre los gentiles,
dé a conocer con libertad el misterio de Cristo, cuyo legado es, de
suerte que se atreva a hablar de Él como conviene, no avergonzándose
del escándalo de la cruz.
Siguiendo
las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste
que su yugo es suave, y su carga ligera. Dé
testimonio de su Señor, con su vida enteramente evangélica, con
mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera;
y si es necesario, hasta con la propia sangre.
Dios
le concederá valor y fuerza, para que vea la abundancia de gozo que
se encierra, en la experiencia intensa de la tribulación y de la
absoluta pobreza. Esté convencido de
que la obediencia,
es la virtud característica del ministro de Cristo, quien redimió
al mundo con Su Obediencia”.
Monseñor
Comboni fue beatificado por S.S. Juan Pablo II, el 17 de marzo de
1996, en la Basílica de San Pedro en Roma. Canonización: 5 de
octubre de 2003; por el Papa Juan Pablo II.
Roguemos
al San Comboni para que nos alcance la gracia de vivir a pleno
nuestra consagración “tesoro
escondido, cuya adquisición no admite lamentos por haber renunciado
a todo”[JPII, 10 de Nov. de 1978], para que como él,
también nosotros, nos animemos a las más grandes empresas,
confiados solo en Cristo, “y Cristo
siempre, y Cristo en todo, y Cristo en todos, y Cristo Todo”
(Constituciones N.7).
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Santo
Tomás de Villanueva
Aun
cuando sus padres, vivieron en Villanueva de los Infantes, Tomás
nació en Fuenllana, en el año 1486. Estudió en la universidad de
Alcalá, de la que más tarde, fue maestro preclaro, dada su gran
preparación, en las ciencias humanas y sagradas.
Nombrado
arzobispo de Valencia, fue un verdadero modelo de buen pastor,
sobresaliendo por su caridad, pobreza, prudencia y celo apostólico.
Murió
el 8 de septiembre de 1555, y fue canonizado el año 1658.
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Santidad
e integridad de vida, virtudes indispensables del buen prelado
De un
sermón de santo Tomás de Villanueva, sobre el evangelio del buen
Pastor
Nuestro
Redentor, viendo la excelencia de las almas, y el precio de su propia
sangre, no quiso dejar el cuidado de los hombres, que tantos
sufrimientos le causaron, al solo cuidado de nuestra prudencia, sino
que quiere actuar con nosotros.
Por
eso, dio a los fieles unos pastores, revistiéndolos de unos méritos
que no tenían: entre ellos me encuentro yo, sostenido en mi
indignidad, por su infinita misericordia.
Cuatro
son las condiciones que debe reunir el buen pastor.
En
primer lugar, el amor:
fue precisamente la caridad, la única virtud que el Señor exigió a
Pedro, para entregarle el cuidado de su rebaño.
Luego,
la vigilancia, para estar
atento a las necesidades de las ovejas.
En
tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder
alimentar a los hombres, hasta llevarlos a la salvación.
Y
finalmente, la santidad e integridad de
vida. Ésta es la principal de las virtudes.
En
efecto, un prelado, por su inocencia, debe tratar con los justos y
con los pecadores, aumentando con sus oraciones, la santidad de unos,
y solicitando con lágrimas el perdón de los otros.
En
cualquier caso, por los frutos, se descubrirán siempre las
condiciones indispensables del buen pastor.
Oración
Final: Señor mío y Dios mío. Que por los méritos y la
intercesión de San Daniel Comboni, podamos todos asumir como propia,
la tarea de la evangelización, en el lugar que nos toque, ya sea en
la familia, escuela y lugares de trabajo, fundamentalmente basados en
nuestra vida coherente y comprometida con tus enseñanzas.
Y
también, que por los méritos de Santo Tomás Villanueva, nos envíes
muchos sacerdotes sabios y puros de corazón como él, y tu Divino
Hijo. Por los corazones de Jesús y María, por siempre. Amén.
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