Cuarta
Feria, 29 de Agosto
El
martirio de San Juan Bautista
Año
30
“La
verdad no admite componendas” - Benedicto XVI
El
evangelio de San Marcos, nos narra de la siguiente manera, la muerte
del gran precursor, San Juan Bautista: “Herodes
Antipas, había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos,
porque está muy prohibido por la Santa Biblia, y por la ley moral.
Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. San Juan Bautista
lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor, para hacer una
denuncia como ésta, porque esos reyes de oriente eran muy déspotas,
y mandaban matar sin más ni más, a quien se atrevía a echarles en
cara sus errores”.
Herodes,
al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque
sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías, estaba
alerta para mandar matarlo, en la primera ocasión que se le
presentara, ya que le decía a su concubino, que era pecado esa vida
que estaban llevando.
Cuando
pidieron la cabeza de Juan Bautista, el rey sintió enorme tristeza,
porque estimaba mucho a Juan, y estaba convencido de que era un
santo, y cada vez que le oía hablar de Dios y del alma, se sentía
profundamente conmovido.
Pero,
por no quedar mal con sus invitados, que le habían oído decir su
tonto juramento, (que en verdad no le podía obligar, porque al que
jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado), y
por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.
Este
es un caso típico de cómo un pecado, lleva a cometer otro pecado.
Herodes y Herodías, empezaron siendo adúlteros, y terminaron siendo
asesinos. El pecado del adulterio, los llevó al crimen, al asesinato
de un santo.
Juan
murió mártir de su deber, porque él había leído la
recomendación, que el profeta Isaías hace a los predicadores:
"Cuidado: no vayan a ser perros
mudos que no ladran, cuando llegan los ladrones a robar".
El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma, a robarse la
salvación de Herodes y de su concubina, y habló fuertemente. Ése
era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir, por proclamar, que es
necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero
mártir.
Encomendemos
nuestros problemas familiares y conyugales, a la protección divina
de San Juan Bautista, quien siempre nos enviará sus consejos y
asistencia.
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BENEDICTO
XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Castelgandolfo
Miércoles
29 de agosto de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
Este
último miércoles del mes de agosto, se celebra la memoria litúrgica
del martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el
Calendario romano, es el único santo, de quien se celebra tanto el
nacimiento, el 24 de junio, como la muerte, que tuvo lugar a través
del martirio.
La
memoria de hoy, se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste,
en Samaría, donde ya a mediados del siglo IV, se veneraba su cabeza.
Su culto se extendió después a Jerusalén, y a las Iglesias de
Oriente y a Roma, con el título de Decapitación de San Juan
Bautista. En el Martirologio romano, se hace referencia a un segundo
hallazgo, de la preciosa reliquia, transportada, para la ocasión, a
la iglesia de San Silvestre,, en Campo Marzio, en Roma.
Estas
pequeñas referencias históricas, nos ayudan a comprender cuán
antigua y profunda, es la veneración de San Juan Bautista. En los
Evangelios, se pone muy bien de relieve su papel respecto a Jesús.
En particular, San Lucas relata su nacimiento, su vida en el
desierto, su predicación; y San Marcos nos habla, de su dramática
muerte en el Evangelio de hoy.
San
Juan Bautista, comienza su predicación bajo el emperador Tiberio, en
los años 27-28 d.C., y a la gente que se reúne para escucharlo, la
invita abiertamente, a preparar el camino para acoger al Señor, a
enderezar los caminos desviados de la propia vida, a través de una
conversión radical del corazón (cf. Lc 3, 4).
Pero
el Bautista, no se limita a predicar la penitencia y la conversión,
sino que reconociendo a Jesús como «el Cordero de Dios», que vino
a quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29), tiene la profunda humildad
de mostrar en Jesús, al verdadero Enviado de Dios, poniéndose a un
lado, para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.
Como
último acto, el Bautista testimonia con la sangre, su fidelidad a
los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su
misión, hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo
IX, en sus Homilías dice así: «San
Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a
Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad»
(cf. Hom. 23: CCL122, 354). Así, al no
callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente
por el amor a la Verdad, no admitió componendas, y no tuvo miedo de
dirigir palabras fuertes, a quien había perdido el camino de Dios.
Vemos esta gran figura, esta
fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos.
Preguntamos:
¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta,
tan coherente, entregada de modo tan total por Dios, y para preparar
el camino a Jesús?. La respuesta es sencilla: de
la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de
toda su existencia. Juan es el don divino, durante
largo tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc 1,
13); un don grande, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad
avanzada, e Isabel era estéril (cf. Lc 1, 7); pero nada es imposible
para Dios (cf. Lc 1, 36).
El
anuncio de este nacimiento, se produce precisamente, en el lugar de
la oración, en el templo de Jerusalén; más aún, se
produce, cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar, en
el lugar más sagrado del templo, para hacer la ofrenda del incienso
al Señor (cf. Lc 1, 8-20).
También
el nacimiento del Bautista, está marcado por la oración: el canto
de alegría, de alabanza, y de acción de gracias, que Zacarías
eleva al Señor, y que rezamos cada mañana en Laudes, el
«Benedictus», exalta la acción
de Dios en la historia, e indica proféticamente la misión de su
hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne, para prepararle los
caminos (cf. Lc 1, 67-79).
Toda
la vida del Precursor de Jesús, está alimentada por la relación
con Dios, en especial, en el período transcurrido en regiones
desiertas (cf. Lc 1, 80); las regiones desiertas, que son lugar de
tentación, pero también lugar donde el hombre, siente su propia
pobreza, porque se ve privado de apoyos y seguridades materiales, y
comprende que el único punto de referencia firme, es Dios mismo.
Pero
Juan Bautista, no es sólo hombre de oración, de contacto permanente
con Dios, sino también una guía en esta relación. El evangelista
San Lucas, al referir la oración, que Jesús enseña a los
discípulos, el «Padrenuestro», señala que los discípulos
formulan la petición con estas palabras: «Señor
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»
(cf. Lc 11, 1).
Queridos
hermanos y hermanas, celebrar el martirio de San Juan Bautista, nos
recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el
amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad,
que no admite componendas.
La
Verdad es la Verdad, no hay componendas. La vida cristiana exige, por
decirlo así, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio,
es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que
sea Cristo, quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones.
Pero
esto sólo puede tener lugar en nuestra vida, si es sólida la
relación con Dios. La oración no es
tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades,
incluso a las actividades apostólicas, sino que es exactamente lo
contrario: sólo si somos capaces, de tener una vida de oración
fiel, constante, confiada, será Dios mismo, quien nos dará la
capacidad, y la fuerza, para vivir de un modo feliz y sereno, para
superar las dificultades, y dar testimonio de Él con valentía.
Que
San Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos
conservar siempre, el primado de Dios en nuestra vida.
Gracias.
Saludos
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a
los provenientes de España, Venezuela, Colombia, Argentina, México,
y otros países Latinoamericanos. La Iglesia celebra hoy, la memoria
del Martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús, que
testimonia con su sangre, su fidelidad a los mandamientos de Dios. Su
vida nos enseña, que cuando la existencia se fundamenta sobre la
oración, sobre una constante y sólida relación con Dios, se
adquiere la valentía de permitir, que Cristo oriente nuestros
pensamientos y nuestras acciones. Muchas gracias.
(Al
final de la audiencia general, el Pontífice se dirigió al patio del
palacio pontificio, donde saludó a un grupo de dos mil seiscientos
acólitos, procedentes de Francia)
Queridos
muchachos, el servicio que prestáis con fidelidad, os permite estar
especialmente cerca de Jesucristo, en la Eucaristía. Tenéis el
enorme privilegio, de estar junto al altar, cerca del Señor. Tomad
conciencia de la importancia de este servicio, para la Iglesia y para
vosotros mismos.
Que
sea para vosotros, la ocasión de hacer crecer una amistad, una
relación personal con Jesús. No tengáis miedo, de transmitir con
entusiasmo a vuestro alrededor, la alegría que recibís de su
presencia.
Que
toda vuestra vida resplandezca, con la felicidad de esta cercanía al
Señor Jesús. Y si un día, escucháis su llamada a seguirlo, por el
camino del sacerdocio, o de la vida religiosa, respondedle con
generosidad.
A
todos os deseo una feliz peregrinación, a las tumbas de los
apóstoles Pedro y Pablo. Gracias. ¡Feliz peregrinación!. Que el
Señor os bendiga.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos fortaleza, para
defender la verdad en todos los ámbitos de nuestra vida, y saber ser
objetivos con nosotros mismos, dejando definitivamente atrás, el
pecado de la concupiscencia, que tantos crímenes conlleva, en
especial el del aborto, y la ruptura de tantos matrimonios. A Tí
Señor, que nos advertiste, que antes de entrar en tu Reino,
deberemos transitar por la estrecha puerta que lleva a él. Amén.
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