1 De Junio de 2024
San Aníbal María Di Francia
Presbítero
y fundador
(1851 - 1927)
Insigne Apóstol de la oración por las vocaciones sacerdotales, quien tuvo un ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos.
En Mesina, ciudad de Sicilia, San Aníbal María Di Francia, presbítero, que fundó la Congregación de Padres Rogacionistas del Corazón de Jesús, y la de Hijas del Divino Celo, para rogar al Señor, santos sacerdotes para su Iglesia, y cuidar a huérfanos sin recursos.
Aníbal María Di Francia nació en Messina, el 5 de
julio de 1851, de la noble señora Anna Toscano y del caballero
Francisco, marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul
Pontificio, y Capitán Honorario de la Marina.
Tercero de
cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los quince meses,
por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió
en su ánimo, la particular ternura y el especial amor a los
huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema
educativo.
Desarrolló un gran amor hacia la Eucaristía,
tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de
acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante
del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se
puede definir «inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió
la necesidad de la oración por las vocaciones, que más tarde,
encontró expresada en el versículo del Evangelio: «La mies es
mucha, pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al dueño de
la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38: Lc 10,
2). Estas palabras del Evangelio, constituyeron la intuición
fundamental a la que dedicó toda su existencia.
De ingenio
alegre, y de notables capacidades literarias, apenas sintió la
llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos
talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de marzo de
1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un encuentro
«providencial» con un mendigo casi ciego, lo puso en contacto con
la triste realidad social y moral, del barrio periférico más pobre
de Messina, las llamadas Casas de Avignone, y le abrió el camino de
aquel ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos, que llegará
a ser una característica fundamental de su vida.
Con el
consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel «gueto»,
y se comprometió con todas sus fuerzas, en la redención de aquellos
infelices, que se presentaban, ante su vista, según la imagen
evangélica, como «ovejas sin pastor». Fue una experiencia
marcada por fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de
todo tipo, que él superó con gran fe, viendo en los humildes y
marginados, al mismo Jesucristo y realizando lo que definía:
«Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los
pobres».
En 1882, dio inicio a sus orfanatos, que fueron
llamados antonianos, porque estaban puestos bajo la protección de
San Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y
trabajo, sino y sobre todo, la de educar de forma integral a la
persona, teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso, ofreciendo
a los asistidos un verdadero clima de familia, que favorece el
proceso formativo, para hacerles descubrir y seguir el proyecto de
Dios.
Hubiera querido abrazar, a los huérfanos y a los
pobres de todo el mundo, con espíritu misionero. Pero, ¿cómo
hacerlo?. La palabra del Rogate le abría esta posibilidad. Por eso
escribió: « ¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan, y
estos pocos pobres que se evangelizan, frente a millones que se
pierden, y están abandonados como rebaño sin pastor?. Buscaba un
camino de salida, y lo encontré ampliamente en aquellas adorables
palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me
pareció haber hallado el secreto de todas las obras buenas, y de la
salvación de todas las almas».
Aníbal había intuido,
que el Rogate no era una simple recomendación del Señor, sino un
mandado explícito y un «remedio inefable». Motivo por el
cual, su carisma es de valorar, como el principio animador de una
fundación providencial en la Iglesia.
Otro aspecto
importante para hacer resaltar, es que él precede a los tiempos en
el considerar vocaciones, también aquellas de los laicos
comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.
Para
realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostólicos, fundó
dos nuevas familias religiosas: en 1887 la Congregación de las Hijas
del Divino Celo, y diez años después, la Congregación de los
Rogacionistas.
Quiso que los miembros de los dos Institutos,
aprobados canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a
vivir el Rogate con un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió
en una súplica del 1909 a S. Pío X: «Me he dedicado desde mi
primera juventud, a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo.
En mis mínimos Institutos de beneficencia, se eleva una oración
incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los
sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los
Corazones Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José, y a
los Santos Apóstoles, para que quieran proveer abundantemente a la
Iglesia, de sacerdotes elegidos y santos, de obreros evangélicos de
la mística mies de las almas».
Para difundir la oración
por las vocaciones, promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos
epistolares y personales, con los Sumos Pontífices de su tiempo;
instituyó la Sagrada Alianza para el clero, y la Pía Unión de la
Rogación Evangélica para todos los fieles.
Creó el
periódico con el significativo título «Dios y el Prójimo»
para implicar a los fieles a vivir los mismos ideales. «Es toda
la Iglesia -escribe- que oficialmente tiene que rezar por este fin,
ya que la misión de la oración, para obtener buenos obreros, es tal
que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo cristiano, que le
preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los
obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron
confiadas las almas, y que son los Apóstoles vivientes de
Jesucristo».
Grande fue el amor que tuvo por el
sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes
numerosos y santos, es posible salvar a la humanidad. Se comprometió
fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas, que el
arzobispo de Messina confió a sus cuidados.
A menudo repetía
que, sin una sólida formación espiritual, sin oración, «todos
los esfuerzos de los obispos, y de los rectores de los seminarios se
reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...».
Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del
Evangelio y sacerdote, según el corazón de Dios. Su caridad,
definida «sin cálculos y sin límites», se manifestó con
connotaciones particulares, también hacia los sacerdotes en
dificultad, y las monjas de clausura.
Ya durante su existencia
terrenal, fue acompañado por una clara y genuina fama de santidad,
difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de
1927, falleció en Messina, confortado por la presencia de María
Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal, la gente
decía: «Vamos a ver el santo que duerme». La santidad y la
misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la oración
por las vocaciones», son hoy profundamente apreciadas, por
quienes se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la
Iglesia.
Fue beatificado por SS Juan Pablo II en 1990, y
canonizado por el mismo pontífice, el 16 de mayo de 2004.
Fuente:
Vaticano
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