28 De Mayo de 2024
Beato Luigi Biraghi
(1801 –
1879)
Sacerdote erudito, que hubo de sobrellevar su
ministerio, primero en medio del conflicto entre Austria y Hungría,
y luego en medio de la lucha interna de Italia, por su unificación.
Nació
en Vignate, Milán, Italia, el 2 de noviembre de 1801. Era el quinto
de ocho hermanos, de una familia de agricultores.
Cuando
tenía 3 años, se trasladaron a Cernusco sul Naviglio, donde los
suyos ampliaron su patrimonio. Su padre fue alcalde de esta
localidad. A la edad de 12 años, Luigi ingresó como interno en el
colegio Cavalleri, de Parabiago, y bajo la guía del rector del
mismo, el párroco Agostino Peregalli, maduró su vocación al
sacerdocio.
En su corta vida, y aunque había compartido con
los de su edad, los afanes propias de la misma, teniendo como núcleo
capital los juegos, se había dado cuenta, de que su mejor amigo era
Jesús. Y decidió seguirle de cerca consagrándose a Él.
Estudió
en los seminarios de Castello sopra Lecco, Monza y Milán. Como
informan las actas, era «muy capaz y diligente en todo». En
1815, perdió a sus dos hermanos mayores, y su padre fue involucrado
en un importante fraude, que se detectó en el municipio que
presidía.
Luigi se aferró a la divina providencia, como
hizo siempre. Era diácono y profesor del seminario menor, y tras
recibir el sacramento del Orden, en la catedral de Milán, el 28 de
mayo de 1825, fue designado vicerrector, y profesor de griego en el
seminario de Monza.
Ejerció la docencia durante ocho años.
En 1833, fue nombrado director espiritual, del seminario mayor de
Milán, misión que ocupó una década de su vida, sellada por la
caridad, obediencia y fidelidad eclesial.
Alentando a los
seminaristas, a crecer en la virtud, les instaba a dejar su corazón
abierto a la voz divina. Lo esencial era amar a Cristo, sobre todas
las cosas. Así serían fieles a su vocación.
Tenía claro
que cuando más santo fuese un sacerdote, más efectivas serían sus
súplicas, por el pueblo que le hubieran encomendado. La lucha sería
efectiva: «con el atractivo de la caridad, con la belleza de la
verdad, con la santidad del ejemplo».
Concibió un
magnífico itinerario formativo, que fue dado a conocer a todo el
clero, por indicación del cardenal arzobispo Gaisruck. Al tiempo que
formaba a los seminaristas, predicaba y se ocupaba de acompañar
espiritualmente, a los laicos.
En 1837, la Virgen le inspiró
la fundación de las Hermanas Marcelinas, que nacieron en 1838, en
Cernusco sul Naviglio, contando con Marina Videmari. Su objetivo era
actuar espiritualmente en la sociedad, a través de la formación
integral de las jóvenes, futuras madres de familia, que podrían
construir su hogar sobre pilares cristianos.
A la par que
defendía la dignidad de la mujer, en una sociedad que la
minusvaloraba, subrayaba su valía, frente a quienes la relegaban a
la maternidad exclusivamente. Había elegido el nombre de Marcelina
para su obra, como homenaje a la santa del mismo nombre, que logró
educar a sus hermanos menores, igualmente santos, Sátiro y Ambrosio.
Instituir esta congregación, fue una decisión orada en
soledad y en silencio, presuponiendo el alto costo que iba pagar con
ello. Tanto es así, que estuvo al borde de desistir de su empeño.
Sintió «repugnancia, pereza», y el peso de la
incertidumbre.
Entonces acudió a la Virgen de los Dolores, y
tuvo la certeza de que contaba con su bendición. Con este
sentimiento, había nacido la obra. Luigi colaboró en la fundación
del periódico milanés L’Amico cattolico, de acuerdo con el
arzobispo Gaisruck, y fue redactor del mismo durante unos años.
En
1841, abrió un nuevo colegio en Vimercate, al que seguirían otros,
en distintos lugares y países de Europa y América. Al año
siguiente, debido a sus problemas de salud, pidió ser relegado de su
misión en el seminario, pero no logró su propósito; le mantuvieron
en su puesto.
Cuando en 1843, se propuso secundar a Luigi
Speroni, en la fundación de un instituto de sacerdotes misioneros,
el arzobispo no dio su visto bueno, y aceptó su disposición con
obediencia y mansedumbre.
En
1850 el conflicto austro-húngaro, propició su destitución en la
labor que realizaba en el seminario. Los austriacos, determinaron
separarle de los seminaristas de Milán. Fue una especie de
represalia, porque él les había instado de antemano, a orar por los
enemigos, y a huir de cualquier forma de violencia.
Era un
pacificador, que defendía a ultranza la concordia y respeto, entre
los seres humanos, considerando que ello revertía en un futuro
mejor. Pero la acusación de haber participado, durante la
insurrección de los cinco días, que había tenido lugar en 1848,
pesó en su contra.
Entonces él se había presentado, ante
el conde Gabrio Casati en nombre del arzobispo, con objeto de
preservar los derechos de la Iglesia, en aspectos cruciales como la
educación, la libertad, la designación de prelados.
Y en
1853, tuvo que comparecer en un juicio, que tuvo lugar en Viena. Con
todo, en 1854 se afincó en Milán. Al año siguiente, obtuvo el
doctorado, y después sucesivamente sería nombrado viceprefecto de
la Biblioteca Ambrosiana, y canónigo honorario de la basílica de
San Ambrosio.
Gozaba de la confianza del papa Pío IX, quien
en 1862, le invitó a predicar al clero milanés, con la difícil
tarea de conciliar corrientes opuestas, en un intrincado momento
histórico, que se dividía entre los que perseguían la unidad
nacional del país, y los partidarios del poder temporal pontificio.
Ello le acarreó juicios desfavorables, y diversos ataques
que soportó con humildad y serenidad. Estos contratiempos, no le
impidieron dedicarse a su fundación, y a la dirección espiritual de
quienes lo solicitaban, así como al estudio y la escritura.
Por
cualquiera de estas vías, transmitió su profunda vida interior,
durante un cuarto de siglo. Poseedor de una vasta cultura, fue un
especialista en patrología y arqueología.
Fruto de sus
investigaciones, se descubrió la urna que contenía las reliquias de
San Ambrosio, en el transcurso de la restauración de la basílica
del mismo nombre, junto a la de los santos Gervasio y Protasio.
Ello hizo que en 1873, Pío IX le concediera el título de
prelado doméstico de Su Santidad.
Murió en Milán el 11 de
agosto de 1879. Benedicto XVI lo beatificó el 30 de abril de 2006.
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