7 de Abril 2024
San Antonino Fantosati
Obispo y
Mártir
(1842 1900)
“Estos
misioneros eran en verdad, hombres justos”
Antonio
Fantosati nació en Santa Maria in Valle en Trevi, provincia de
Perusa, el 16 de octubre de 1842.
De constitución débil,
parecía que sería un gallardo y pacífico campesino, en cambio, fue
recibido en la Orden de los Hermanos Menores, ordenado sacerdote a
los 23 años de edad, y partió para la capital del Hupe en China,
sede del Vicariato, y residencia principal de la misión, a donde
llegó el 15 de diciembre de 1867.
De sus 33 años de
apostolado en China, los primeros siete años fueron los más
serenos, entre aquellas heroicas cristiandades, y pudo dedicarse al
estudio de la lengua, hasta hablarla expeditamente, como un chino, y
ser llamado “el maestro europeo”.
Pasó luego a
Lao ho kow, centro fluvial de primera importancia, donde
por 18 años ejerció el ministerio con tacto, prudencia y singular
penetración de la mentalidad china. Fue Administrador Apostólico
del Alto Hupe cuando la carestía y la peste, desolaron a China.
En
1878, fundó un orfanato para los niños abandonados, y organizó la
distribución de numerosas ayudas, provenientes de Europa. Luego fue
vicario general del obispo Banci, y colaboró en la erección del
gran templo, de tres naves de estilo románico del Sagrado Corazón.
En 1888, fue por breve tiempo a Italia. Al regresar a China, fue
nombrado Obispo titular de Adana, y Vicario Apostólico del Hu nan
meridional.
Sus últimos años, fueron amargados por cruces y
persecuciones, pero las adversidades no apagaron su celo. En la feroz
persecución de los bóxers, perecieron contando solo en las ciudades
Shansi y en Hunan, más de 20.000 cristianos.
Precedido en el
Hunan por el P. Cesidio Giacomantonio, muerto el 4 de julio, San
Antonino acudió, junto con el P. José María Gambaro al lugar del
peligro, a donde llegaron el 7.
Reconocidos, fueron asediados
por los revoltosos, con una granizada de piedras y objetos
contundentes, y asesinados bárbaramente. El martirio del obispo, se
prolongó por más de dos horas entre atroces tormentos, hasta que un
pagano, viéndolo todavía vivo, lo atravesó con un largo palo de
bambú, con una aguda punta de hierro, traspasándolo de un lado a
otro.
Los dos cadáveres, arrojados primero al río, fueron
luego recogidos para ser quemados, y sus cenizas dispersadas en el
agua, o arrojadas al viento, a fin de que no se honrara su sepultura.
Algunos testigos vieron en el lugar del suplicio, dos ángeles
elevarse al cielo, mientras numerosos paganos, que habían asistido a
la escena exclamaban: “Estos misioneros eran en verdad, hombres
justos”. Tenía 58 años.
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